De Munich a Freiburg son 5 horas de autobús. El día es gris, frio y lluvioso. Buen día para viajar. Tengo muchas ganas de conocer la Selva Negra. Se van sucediendo los bosques de abetos envueltos en bruma y los pueblecitos bávaros, todo pintado con una capa de nieve ya adquiriendo inconsistencia primaveral.
Freiburg és una encantadora ciudad de apenas 200.000 habitantes con calzadas empedradas, edificios y torres medievales con campanarios coronados por enormes relojes y casas con entramado de madera visto. Invita a deambular sin mapa ni rumbo buscando rincones, escenas y expresiones, como a mí me gusta. Unos almendros en flor, excelentes músicos callejeros, bicicletas por doquier, la plaza de la catedral con un mercado de delicias visuales y aromáticas que tientan sin posibilidad de resistencia…
Es, sin duda, una ciudad especial, universitaria, pausada y atemporal. Es considerada una pionera en conciencia medioambiental y tiene un clarísimo aire hippy, intelectual, literario y musical. La gente también es especial, mucho más abierta y comunicativa que el alemán genérico.
Además, he ido a parar a un curioso alojamiento con salas enormes, sin puertas, con olores limpios y naturales y un silencio de claustro. No tienen wifi. En realidad en la ciudad hay muy pocos locales con wifi. Dicen que es porque consideran que la gente va a los locales a hablar y comunicarse entre sí, no ha conectarse con el más allá. Gente rara, ya te digo..
La descompresión viajera por Europa antes de llegar a casa va tomando la forma de las pequeñas habitualidades, como comprar mi colonia de toda la vida o mi tabaco de siempre. Tenía una compañera que cuando el viaje duraba más de un mes decía: “Tengo ganas de vestirme de mujer”. Yo tenía ganas de oler a mi. Sí, ese ha sido un primer paso de descompresión.
En viaje llevar colonia es una molestia y, desde luego, no me puedo llevar un alijo de tabaco para un año en la mochila. Mi próximo paso debería ser un bocadillo de jamón con un vino tinto.
En el hostel, hablando de viajes con un chaval argentino me decía que, cuándo viajas mucho, “hay que saber parar”. Es muy cierto. Creo que no se puede, o no se debe viajar siempre, hay que salir a respirar a la “superficie”. Lo he dicho otras veces: la vida nómada es una atmósfera distinta. Estar constantemente expuesto a ese hábitat, que no es el tuyo original, no es bueno para la integridad mental. No puedo concretar mucho más, pero lo veo y lo siento en mi y en los demás viajeros que encuentro en el camino. Una larga exposición a estas condiciones de vida es perjudicial para la salud, como lo es vivir mucho tiempo en una estación submarina o en una nave interplanetaria.
Quizás la adaptabilidad que desarrollas viviendo habitualmente lo extra ordinario desarraiga y desapega en profundidad y castra posibilidades de pertenencia a nada ni nadie. Quizás un largo viaje en solitario te mete en ti mismo hasta zonas demasiado oscuras y solitarias donde es fácil perderse y difícil que nadie te pueda encontrar. Quizás es la borrachera, la sobredosis de vida que te lleva a un constante jet lag vivencial de efectos perturbadores. No sé exactamente y tampoco lo captó con concreción, pero es como el.movimiento de las agujas del reloj que no ves, instante a instante, pero que está y se visualiza con el transcurrir del tiempo.
En el mercado compro una botella de vino Spätburgunder, un bocadillo de Langue Rote, una macro-salchicha deliciosa, y una käsekuchen individual. Me lo llevo todo al hostel y hago una ópera wagneriana de comida. Levito.
Al principio me sentí muy raro aquí. En la ciudad y en el alojamiento. Ahora ya estoy adaptado y he decidido quedarme unos días. Freiburg se me antoja como una Florencia alemana y en la zona hay muchísimas cosas que ver y hacer. Monto cuartel general y, desde Freiburg, conoceré la Selva Negra en excursiones de un día de acá para allá.
Después de comer paseo por el Karl-Hausch-Weg. La ciudad está integradidismamente encajonada en la Naturaleza, entre bosques, la montaña y el entramado de ríos, riachuelos y arroyos que bajan de allí y rasgan a trazos la ciudad. Después vuelvo al centro. Es sábado de carnaval y orquestas y disfraces toman la ciudad. Corre la cerveza.
Me organizo una excursión de domingo a los lagos de la Selva Negra, Schluchsee y Tirisee, a 1 hora en tren desde Freiburg. Vamos a caminar un poquito. El día hoy es fresco pero claro. Ya ha salido el sol.
Por la ventanilla del tren van pasando los bosques oscuros, túneles y pequeñas estaciones, todo todavía tozudamente nevado y en color sepia. Las estaciones de los pueblos tienen un algo viajero que me encandila. Tienen ecos de despedidas y de bienvenidas, de principios temerosos y de finales sin remedio, de miradas al futuro y de abandonos de pasado, de ilusiones y melancolías, de amplias sonrisas y hondas tristezas. En cualquier estación del año un viaje en tren es siempre, para mí, romántico, lánguido y aventurero. Me encanta en el más literal de los sentidos.
Llego a Schluchsee con la mañana bien despierta y paseo por la orilla del lago todavía en buena parte helado. Hace frió pero el paisaje es magnífico y lo estoy pasando bien. Llegó hasta la estación de Aha, un descanso y vuelvo a subirme al tren hasta Feldberg donde vuelvo a bajar y camino por un sendero en el bosque, a veces nevado y otras helado, hasta Titisee.
Y en Titisee me espera un sorpresa. Me encuentro en medio de una fantástica rúa de carnaval musical y enmascarado. Brujas, elfos y demonios desfilan, bailan y beben al son de las orquestas que les acompañan en un aquelarre festivo al que se le notan mimadas y autenticas raíces legendarias y mitológicas. Magníficos disfraces y máscaras y ambiente de fiesta importante. Todo el pueblo participa orgulloso. Es su día y yo he tenido la suerte de pasar por aquí en el momento adecuado. Otra perla en mi viaje.
Ha sido, otra vez, un domingo inolvidable, como muchos días de este viaje, aunque me temo que algunos de esos momentos preciosos caerán desbordándose de mi memoria. El tiempo castiga con olvidos imperdonables. Veremos.