Gustavo Margueritte es viajero, pero sobre todo amigo.
Siempre digo que las amistades que se hacen en viaje suelen ser como pompas de jabón. Nacen y mueren vertiginosamente sin posibilidad de crecimiento ni multiplicación. Esta pompa de jabón, en cambio, se ha mantenido sana y robusta con la extraña naturalidad que surge cuando el azaroso destino une a dos personas diferentes con almas gemelas traspasando la frontera de la amistad para entrar de lleno en territorio de la hermandad.
Como dice Gus en este post que envía para Alas y Viento, nos conocimos hace 8 años en el Camino del Inca y la distancia ya no nos ha separado nunca más. Visitas recíprocas a nuestras respectivas casas en Tandil y Begur, un camino de Santiago, partidos de fútbol en el Camp Nou y en el Casal de Catalunya de Buenos Aires, el Cap de Creus, paseos por Mar de Plata, competencia culinaria siempre presente… Este es quizás su único defecto: su incapacidad natural para reconocer que, como cocinero, no me llega ni a la suela de los zapatos. Te perdono Gus. ¡Un abrazo enorme!
Los viajes son pequeñas vidas.
Reproduciendo en este título una de las frases rotativas en el blog Alas y Viento de mi querido hermano catalán, Nacho Rovira, debo decir que he tenido entonces varias vidas en una… Y eso me recuerda la última frase que mi padre me dijo en su lecho de muerte: “¡Eres un verdadero hijo de puta! Tienes 45 años y llevas vividos 180”.
Desde muy pequeño he tenido esa sensación de rebeldía y libertad, que con los años me daría cuenta es propia de los aventureros, y siempre estaba inventando viajes soñados en la selva, en la montaña, en los mares y los llevaba a cabo en mi jardín o en el campo de mis abuelos, en Santa Fe, Venado tuerto.
Fui creciendo y la vida quiso que me encontrara con mi padrino, el gran Enrique Maciel (Tito), hermano de mi madre. Fue quien terminó de marcar a fuego mi destino de viajero eterno. Aquel viaje a Sierra de la Ventana, en la provincia de Buenos Aires, Argentina, sería el puntapié inicial. Pasaron muchos paisajes, senderos, montañas, volcanes, playas paradisiacas, buceos inolvidables, tres caminos de Santiago de Compostela completos (Camino Francés, Camino del Norte y Camino Portugués)… pero la vida me volvió a dar un giro no menos importante que el primero en el año 2012 cuando, a mis 50 años, decidí regalarme para mi cumpleaños ese viaje que siempre había sido mi ilusión: Llegar hasta Perú con el fin de hacer el famoso Camino del Inca. Iban a ser cuatro días caminando por las montañas y la selva peruana con destino final en la ciudad de Machu Picchu, “MONTE VIEJO” en quechua.
Machu Picchu es una ciudadela inca ubicada en las alturas de los Andes peruanos, sobre el valle del río Urubamba. Se construyó en el siglo XIV, luego fue abandonada y es famosa por sus sofisticadas paredes de piedra seca que combinan enormes bloques sin el uso de un mortero, los edificios fascinantes que se relacionan con las alineaciones astronómicas y sus vistas panorámicas. El uso exacto que tuvo sigue siendo un misterio.
Previamente, desde la ciudad de Cuzco, recorrí todas las ruinas de los alrededores para ir aclimatando. Llego el gran día y el encuentro del grupo fue a media cuadra de la Plaza de Armas. Éramos trece integrantes de distintos países y, de entrada, me llamo la atención un Jesucristo de ojos profundamente azules, osco, quizás más parecido al Grinch. El idioma castellano nos acercó, aunque, como todo primer encuentro, pasaron varias horas de caminata hasta que pudimos empezar a entablar una relación un poco más formal.
–Hola -le dije- soy Gustavo Margueritte, de Argentina.
-Hola -me contestó- soy Nacho Rovira de Begur…
Y ya nada volvería a ser igual. Fue un antes y un después en mi vida viajera. Luego, 4 días de trekking exigente en los que no faltaron segundos para maravillarnos con el entorno, los paisajes, la gastronomía, las charlas, las risas… Sin olvidar aquella histriónica capa verde de hule, bautizada por Nacho como el Manto Sagrado, que compré para protegerme de la lluvia. Conocí a un gran tipo, lleno de sabiduría y poseedor de un récord de innumerables e interesantes vivencias. Nos despedimos en silencio bajo una lluvia cargada de melancolía, pero, en el aire, flotaba la promesa de volver a encontrarnos en algún rincón del planeta.
Hoy, 19 de marzo de 2020, seguimos en contacto y hemos compartido viajes, estadías en boxes, charlas interminables, pruebas permanentes de gastronomía, historias y despedidas regadas con alguna lagrima indiscreta.
Tanto Nacho como mi padrino, en su momento, son mis referentes irrefutables y me regalaron, sin egoísmo alguno, el mayor de los tesoros que hubiese pretendido: la pasión viva de compartir la libertad y el disfrute entre hermanos de sangre viajera.
ALAS Y VIENTO QUERIDOS AMIGOS!!!!