Escala, otra vez, en Rio Gallegos. Salimos desde El Calafate a las 3 de la madrugada. He aprovechado para asuntos varios desde la computadora que me han dejado en el Restaurante Isabel. Entre otras cosas, conseguir una habitación en Ushuaia porque no llegamos alli hasta las 21.30 horas. Muy cansado. Ha sido sentarme en el bus y, más que dormirme, he entrado en coma. Cuatro horas de sueño profundo.
No sabeis como nos han tratado de rebien la gente del susodicho restaurante y, en general, todos los argentinos. Gente abierta, cariñosa, divertida, culta, hospitalaria, amigable, atenta, respetuosa… Seguro que habrá que no son asi, porque en todas partes cuecen habas pero, o los argentinos son una buena raza de chapeau o a nosotros nos ha tocado lo mejor de cada casa.
En Rio Gallegos hago ejercicios para estirar las piernas pero más bien me sale algo asi como la danza nupcial del urogallo. Desayuno, aseo general y otra vez al bus a pasar la viglia de mi cumpleaños en ruta hacia el Fin del Mundo.
Viaje duro, 600 Kms más. Cuatro fronteras/aduanas (salida y entrada a Argentina y entrada y salida de Chile), cruce del estrecho de Magallanes con la barcaza que nos lleva al bus y a nosotros, 50 Kms de carretera de grava con traqueteo quebrantahuesos… Bandejita de comida «notexplico». Vemos «Lo Imposible». Mala pelicula para ver en viaje. Huele a carne humana amontonada. Ni Mafalda 6 me hace reir. Realmente un viaje al Fin del Mundo.
Ushuaia es una ciudad más bien feota, pero en un enclave privilegiado. Guarecida en la Bahia Escondida, justo donde se encuentran el Oceano Atlántico y el Pacífico Sur, y rodeada por el final de la Cordillera de los Andes. El mismo dia puedes esquiar en el Glaciar Marcial y navegar en el Canal Beagle. Por sus calles se mezclan mil leches: nativos, la mayoria más centroamericanos de reguetón que argentinos, elegantes ganaderos latifundistas, mochileros de todas las nacionalidades, pijos porteños de fin de semana o de vacaciones… La calle principal, San Martin, parece una calle de Andorra con vistas al mar. El clima durillo: viento, un grado de temperatura, aguanieve…cuchillas en la cara.
Mi cumpleaños, bien, gracias. Cenita buena en el restaurante «Volver», un indescriptible local en el paseo marítimo con estufas de tacos, figuras de cera, pinturas bohemias, redes de pescar, antiguedades varias y música de Edith Piaf. De cenar, ceviche «De Puta Madre», cazuelita de centolla y tiramisú. Un dia es un dia. Una copa de espumoso cortesía de la casa y fuegos artificiales a cuenta del Ayuntamiento. De vuelta al hostel, el demonio me regala una gripe. A ver…