Walls of Jerusalem índuce a pensar en hadas y duendes. Mi naturaleza escorpiniana me hace tan creyente en presencias, espíritus y fuerzas, como agnóstico en su forma y contenido.
Creo en hadas y duendes, pero solo como sensaciones, intuiciones, presagios o inspiraciones, no en sus formas poéticas o holywoodenses. Lo trascendente es incognoscible y no es lo mismo creer en Dios que en religiones con su santo clero, sus ritos, oraciones, mandamientos, premios y castigos.
Walls of Jerusalem es un buen lugar para sentir esas energias.
El minibús nos deja en el aparcamiento que marca el inicio de los trekks del Parque Nacional Walls of Jerusalem. El grupo está formado por 2 guias, una pareja y una señora australianos, los 3 pasando ampliamente las 60 primaveras, un matrimonio neozelandés con su hijo de 10 años y una chica veinteañera que entra a trabajar en la empresa que organiza el trekk y viene a conocer la zona. Y nosotros 2, claro.
La primera jornada es ligera, 4 horas para subir a la base del Parque, con una comida fría a medio camino. Bocadillos de ensalada con pavo y queso. Nos han cargado de peso, eso sí. A nuestros 6 ó 7 kilos de equipaje nos añaden otros tantos entre esterilla, saco de dormir, barritas energéticas, fruta natural y seca, agua…
El campamento está montado en la falda de King Davids Peak y tomamos posesión de nuestra tienda desplegando todo el equipo. Aquí pasaremos las próximas 3 noches. El lugar es paz y silencio y el tiempo es soleado y caluroso aunque nos dicen que, por la noche, las temperaturas bajarán a lo bestia.
No dejo de alucinar de cómo cuidan aquí la Naturaleza. Un detalle: antes de iniciar el trekk hay un aparato, básico pero eficaz, para limpiar y desinfectar las botas. Se trata de evitar que, inconscientemente, transportes al bosque del Parque especies invasoras que puedan perjudicarlo. Por descontado, el campo base està impoluto. En casa habría pintadas hasta en las piedras. Y basura no te digo. La educación australiana sobre este tema es de envidia insana. Tienen clarísimo que su Naturaleza es la base del turismo nacional e internacional y que no pertenece a nadie, si no que es una herencia ancestral que cada generación debe administrar con delicadeza para entregarla a la siguiente en la mejor de las condiciones. Y nosotros con esos pelos, con gente que cree que la Naturaleza es suya y que, por si los árboles no nos dejan ver el bosque, los cortan y aquí paz y después gloria. Ya escribiré sobre eso. El tema del bastardo desprecio de alguna gente por nuestra Naturaleza tiene guasa. Y la pasividad que ante ello adopta la mayoría a pesar de ver como expolian en sus morros el patrimonio de sus hijos y nietos, más todavía.
¡Coño que si baja la temperatura! Después de cenar una especie de pasta de arroz con verduras y setas deshidratadas a las 18 horas, empieza la bajada y, a las 20,30, cuando se retira el sol, hace una rasca de…temblores. Yo ya llevo puesta la ropa interior tèrmica, la camiseta y un polar y, en media hora, nos metemos en el saco y adiós muy buenas.
De madrugada nos despiertan unos animales peludos que se lian a mordiscos con la tienda intentando hacerse con la bolsa de provisiones. Solo vemos sombras, así que pueden ser wombats, demonios de Tasmania o perros salvajes. De todo eso hay aquí. Son entre ratas enormes, perracos peludos y ositos pequeños. Los ahuyentamos a patadas. Los muy cabrones nos han dejado un par de vías de aire en la tienda.
La segunda jornada nos pegamos un buen palizón de caminar por el centro del Parque. Salimos a las 7,30 horas, después de un desayuno de algo así como un porridge de cereales. Yo con el café y un plátano ya tiro.
Por la mañana subimos el Monte Jerusalén, una ascensión tranquilita pero que ya nos pone el cuerpo caliente y nos lleva casi hasta el mediodía. Parada para comer otra vez tortitas mejicanas con todo tipo de verde, queso y pavo ahumado.
Aquí ya deserta la mitad del grupo. Nos quedamos con los neozelandeses, la chica nueva de la oficina y una de las guias y nos subimos el Salomon Throne, una montaña preciosa con una tartera final que discurre por una garganta entre la roca. En la cima, hasta donde alcanza la vista sòlo se ve bosque, montañas y lagos. Una visión de la creación. Impactante.
Ya en el valle, a la altura de Damascus Gate, a los neozelandeses les da por proponer subir la montaña de delante, The Temple, para ver cara a cara el Trono. Aquí ya, entre la misma ascensión y los vientos de 50 km/h que amenazan con enviar mi cuerpo serrano a parir panteras, tengo que atajar de raíz un conato de rebelión de mis lumbares apoyadas por buena parte de los músculos de mis piernas cobardes. No llega la sangre al río. Todo el cuerpo me sigue en la ascensión y me trae de vuelta al campamento donde nos espera un aperitivo de canapés de salmón. Total, han sido más de 7 horas de ascensiones varias. Una cena frugal de arroz, con verduras naturalmente, y al sobre.
Hablamos con Ramón de viajes y de ausencias, añoranzas y nostalgias. El lugar inspira a reflexiones y conversaciones profundas. Concluimos que nada es bueno o malo, que todo tiene cara y cruz y que tu actitud ante las relaciones y los estados de la vida les da el sentido y los efectos. En absoluto, como dice la canción, la distancia es el olvido a menos que eso sea lo que tú produzcas. La distancia puede ser el mejor elemento de renovación de fuerza y aire de combustión. Todo va hacia donde tú empujas.
A las 8 de la mañana nos dirigimos hacia los lagos Salome, Peninsula y Sion, subimos el Mount Ophel y atravesamos el Golden Gate hasta Zion Hill. Eso se dice rápido pero es una tralla. Mis lumbares y rodillas siguen haciendo pucheros. Tengo que hacerles ver que su actitud quejosa, llorica y protestona no nos hace ningún bien. Trapecio y deltoides callan y me miran de soslayo a la espera de acontecimientos, pero oigo a mi espalda murmullos que me hacen intuir cierto descontento también por esa parte. Se impone un descanso en próximas fechas.
Llovizna ligeramente y el terreno es húmedo y blando. No hay sendero. A veces pareces caminar encima de montones de paja y otras encima de una enorme esponja viva. Pasas después a saltar de piedra en piedra y acabas en un suelo de quebradizas ramas y raices. Todo eso te obliga a estirar constantemente los músculos y, en un par de ocasiones, el suelo cede y meto la gamba hasta las ingles. Pasamos todo el día caminando en esos terrenos de una vegetación como líquenosa con un precioso colorido.
Nueve horas subiendo y bajando desniveles sin casi notarlo, pero el cansancio se ha ido acumulando y ya hace un buen montoncito. Tras el último petardazo, Zion Hill, todo el Walls of Jerusalem que hemos pateado durante 3 días queda a nuestros pies. Un lugar maravilloso. Sin duda, si las hadas y duendes existen, este es uno de los lugares donde habitan.
A la mañana siguiente bajamos a la civilización. Devuelvo a Ramón a casa en una más que buena forma física, en perfecto estado de salud y con una experiencia de vida más: 4 días sin ninguna comodidad y con toda la belleza salvaje de este mágico rincón del mundo. Y a la mañana siguiente le acompaño al aeropuerto.
No lo digo, pero estoy triste. En cuanto entra en el control de seguridad, no espero ni que desaparezca de la vista. Me giro y me voy rápido. Muy rápido. Desde dentro y para dentro le digo: Adiós, hijo.