Australia (2) Fremantle y Rottnest Island. Los quokkas.

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Alas y viento. Sin problema para llegar a Fremantle, cojo el ferry hacia Rottnest Island. Apenas media hora de viaje.

Ya en el mismo puerto, veo un grupo de delfines jugando. ¡Me encantan los delfines!

A mediodía llegamos a Rotto, aquí llaman así a la isla. Camino media hora hasta mi alojamiento, las Kingstown Barracks que, como su nombre indica, son unos antiguos barracones militares del ejército australiano que montó aquí unas buenas baterías de defensa contra los japoneses en la II Guerra Mundial. Los barracones hacen un cuadrado y, en medio, un patio enorme que, en su época militar, debió utilizarse para que las tropas formaran e hicieran ejercicio. Mi barracón es una enorme sala con literas para 12 personas. Parece que estoy solo. Al lado, una especie de salón comedor, una cocina y un lavabo con ducha, todo muy limpito y ordenado. La diferencia con los hostels que he sufrido hasta ahora es abismal. El precio también es diferente, claro, aunque ninguna barbaridad: 35 €. Como unos sándwiches que traigo en la mochila y salgo a explorar el lugar. La experiencia es, como menos, curiosa

Rottnest es una isla ventosa con colores de mar de ensueño. Es enana, 11 km de largo y 4,5 km en el punto más ancho, y bastante árida, con mucho matojo y, más que bosques, algo así como cementerios de árboles, como grupos de zombis vegetales. Más imágenes de otro planeta. En el centro, un faro,  el Wadjemup Lighthouse y, un poco antes, a menor altura, dos enormes cañones militares, las Oliver Hill Guns. En algunos momentos el paisaje me recuerda al Cap de Creus. Todo esto lo veo en un trekk de 4 horas que me monto por larguísimos caminos y playas totalmente solitarias.

Con eso veo más de la mitad de la isla. Me cruzo un par de veces con culebras grandes y negras con muy, pero que muy mala pinta, y ni rastro de los quokka, la principal atracción de la isla. A estos los encuentro al llegar a la zona habitada de Thomson Bay.

Son unos bichos graciosos a más no poder. Cara de ardilla mofletuda, cola de ratón y caminar a saltitos como los canguros. Curiosos y amigables, si no haces movimientos bruscos no tienen el menor inconveniente en socializar con los humanos y posar para todas las fotos que quieras. Incluso se ha puesto de moda hacerse selfies con ellos. Total, una chulada.

El trekk lo he acabado cojo. Mi llaga en la planta del pie está en pura carne viva. Es serio. No queda capa dérmica alguna y el tema está muy negro. Imprescindible parar de caminar 3 o 4 días por lo.menos. Habrá que montarse un plan al efecto porque, si no cuido esto, no llego al Uluru.

Creo que no lo había mencionado, pero mi principal objetivo en Australia es llegar lo más cerca que pueda del Monte Uluru, una roca sagrada de los aborígenes en medio del desierto.

Pero, antes… estoy en la región más salvaje de Australia. Tengo relativamente cerca Kalbarri y su Parque Nacional, Pendelton y Walpole, en el Valle de los Gigantes… un poco más lejos Karijini, Kimberley… Buff…Naturaleza virgen, canguros, desierto, aborígenes… Ahora no sé, he de pensar. Se me acumula la faena y estoy lesionado. ¡Que grande es el mundo, Dios!

Después de comprar en el supermercado la cena de esta noche, me voy para los barracones. Efectivamente, estoy solo. Da un poco de yuyu. El lugar es enorme y el vacío tangible. No hay ni recepcionista. Las llaves te las dan en el Visitor’s Centre, a más de 1 km de aquí.

Para mimarme, me preparo una ensalada enorme con tropezones varios, incluido salmón. Lujazo. Hoy la cena me ha salido barata: 7 euros. En cambio, me he tomado una cerveza antes de venir al hostel y me han sacudido otros 7 euracos. En Australia, ya voy aprendiendo, los restaurantes y bares ni tocarlos.

Y aquí estoy, escribiendo. Un poco tenso, la verdad. Esto es muy solitario. Hace más bien frío. Me estiró en el sofá, me enrollo con una manta en plan abuela y pongo la tele para llenar el silencio. Hace mucho viento y llueve. Los marcos de madera de las ventanas son del año de María Castaña y hacen todo tipo de ruidos inquietantes. Espero que, hoy, no merodee por aquí ningún asesino caníbal, descuartizador de jóvenes, guapos y gordos viajeros que me jorobe la noche. Seguro que os estaréis diciendo: «Guapo, sí, mucho, pero tú no eres gordo!». ¿Verdad? Ya, gracias, pero el ambiente da cangelo, que quieres que te diga.  Mañana mismo, en cuanto abran, me doy también de baja de la Federación Internacional de Viajeros Intrépidos y Valientes, FIVIV, para los amigos.

Se hizo la luz y estoy entero. He dormido como un niño. Si es que está comprobadisimo: después de cada noche, vuelve a salir el sol.

Me vuelvo a Fremantle. El pueblo tiene un aire hippie, huele a mar y a incienso y tiene monumentos coloniales, bonitas avenidas y un mercado precioso.

Estoy tan cansado que me duermo en el ferry. Nadie me despierta y el barco se va a retiro, a un puerto vecino, conmigo como único pasajero. Me despierta un marinero cuando se dan cuenta de mi presencia y me acompañan en coche a Fremantle. Todo muy australiano: cada uno a lo suyo y a no meterse en líos.

En Fremantle paso un par de días de descanso físico para recuperar. Me adapto bien al hostel, bullicioso pero menos juerguero. Sofás, pop art, juventud un poco más adulta, buena música… Me hago mis comidas e intento engordar un poco, pongo al día el blog, hablo con algún chaval… Superaré el bajón. Mi cuerpo ya no es el mismo que empezó el viaje, no señor. Han sido meses intensos y todo se gasta. Pero todavía queda gasolina, sólo hay que administrarla bien. Aquí, esto se está poniendo muy interesante. Y duro. He de bajar un poco el ritmo o me romperé, y eso significa ir más lento.

Planes: Me doy 4 meses más y regreso. Tres meses en Oceanía, 1 mes para ir volviendo y en Marzo  me planto en casa para 4 asuntillos y a llenar el deposito. En junio, otra vez al tajo. Será la segunda etapa de la Vuelta al Mundo: África y Sudamérica. Esa es la idea. Ahora a ver qué decide la vida.

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