Australia (3) Walpole. El Valle de los Gigantes. Canguros y terremotos.

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Por la ventanilla del tren van pasando enormes extensiones de tierras de cultivo, prados y bosques. Verde y oro bajo el cielo azul. El paisaje es grandiosamente bello, pero esqueletos de árboles cadáver cuentan la dureza de estas tierras. Vacas, caballos y corderos, pastan rodeados de inmensidad.

Me dirijo al Valle de los Gigantes.

El tren me deja en Dumbury y, allí, cojo un bus hasta Walpole. Pasamos por toda una serie de pueblecitos rodeados de bosque. Buena pinta.

Walpole resulta el oasis que necesitaba. En la carretera, una hilera de aparcamientos y, delante, cafés, un supermercado y una gasolinera. En la otra acera, un centro de visitantes y, detrás, un pueblecito con grandes avenidas solitarias y viviendas unifamiliares sencillas y prefabricadas con un  pequeño patio. Todo prácticamente desierto. Muchas casas deben ser de veraneo. Tranquilidad absoluta. Sol durante el día, unos 20°, y fresquito por la noche, alrededor de los 12°.

Walpole es una etapa del Bibbulmun Track así que, desde aquí, podré hacer una parte del trekking. El Bibbulmun es una especie de Camino de Santiago a la australiana, casi 1.000 km de senderos desde Kalamunda hasta Albany. En alguna etapa puedes dormir en pueblos pero, muchas noches, tienes que acampar con tienda o en refugios y debes cargar provisiones, por lo menos, para 48 horas. Eso significa entre 12 y 15 Kg de peso.

Me alojo en uno de esos hostales de carretera que salen en las películas. Habitaciones igualmente prefabricadas, tipo camping, alrededor de un patio con barbacoa, césped, un limonero, un par de árboles más, flores, mesas y asientos de madera. Dentro una cocina enorme y una sala común con sillones, sofá, mesa de comedor y una estufa de tacos. Aquí me quedo unos días seguro. En el hostal solo hay un joven noruego y una pareja de suizos.

En las primeras 24 horas escasas en Walpole, ya me pasa de todo.

A las 3 de la mañana, me despierta un terremoto. Fuerza 5,4 en la escala de Richter. Había vivido uno en Sa Riera pero más chiquitín. Aquello fue como si un cíclope pegará un puñetazo en la mesa con la mano abierta, un golpe seco y brusco. Esto ha sido como si la habitación estuviera montada encima de un camión de gran tonelaje, trucado, a toda leche por una carretera secundaria. Durante menos de 30 segundos muy largos, todo se mueve como una atracción de feria. Yo estoy medio dormido y no entiendo nada. Ya despierto, me quedo acurrucado en la cama sin saber que hacer. No sé ni qué ha pasado, ni si ya se ha acabado, no sé si solo ha sido el aviso de algo raro y en segundos todo se va a ir a la mierda, o si ya ha pasado lo peor …y me duermo.

Al día siguiente todos hablan de eso en el hostal. Acongojante, si. Yo camino todo el día, primero hasta Giant Tingle Tree y, después, de ahí otra vez a Walpole por los senderos del Bibbulmun Track, siempre bajo la vigilancia de los gigantescos eucaliptos que reinan en esta tierra. Seres de 400 años de vida, 20 metros de circunferencia y 60 ó 70 metros de alto. Cómo para no tenerles respeto…

Allí, al girar un recodo, una familia de canguros está pastando con hambre que parece atrasada. Nos miramos sorprendidos. En su cara veo como si se preguntarán: «¿qué animal es este?». Dicen que los canguros son huidizos. No sé, estos parecen estar cómodos conmigo. Paso allí, con ellos, como 10 minutos haciendo fotos. De vez en cuando, se alzan sobre las patas traseras y me vuelven a mirar con curiosidad. Uno de ellos va dando saltos por el césped. Es una sensación…no se explicarlo. Noto en mi cara una sonrisa iluminada. ¡Mi primer contacto con canguros! No me lo puedo creer. Una experiencia maravillosa. La verdad, ver algún día canguros en libertad no me lo había imaginado nunca. Ni se me había pasado por la cabeza.

A todo esto, por primera vez en el viaje, pierdo una pieza de ropa: una sudadera. Todavía tengo otra. Además se me han roto totalmente los pantalones que compré en Rusia. Los últimos. Ahora sòlo me quedan los cortos y los de chándal, así que mañana tendré que ver si encuentro algo por aquí. Dos piezas de ropa de baja en un día. Eso es perder, en unas horas, el 20% de mi equipo. Malo.

Llego agotado al hostal. Demasiadas impresiones para un solo día. Me ducho y me hago la cena: ensalada de pasta, dos costillas de cordero y un tomate frito con parmesano. He de cuidarme. Voy a recuperar peso sí o sí.

Noche tranquila. Se han ido todos y hay nuevo inquilino, un australiano harapiento con una mochila, un paraguas y unas zapatillas que, supongo, está haciendo el Bibbulmun. O, quizás, es que vive así. Dice que él también necesita ropa y el encargado del hostal, Richard, un australiano gordo y dicharachero, nos lleva a los dos a una tienda de segunda mano. Aquí no hay comercios de moda. Encuentro unos pantalones azul verdoso o verde azulado, como de trabajo, de tela fresca pero que parece fuerte, bolsillos laterales y cintura elástica. Un poco cortos pero ya me harán servicio. No tienen ninguna forma específica y da igual que te los pongas del derecho o del revés, pero están en buenas condiciones. Por 2 euros tampoco voy a pedir unos Levi’s.

Paso un fin de semana largo, de sábado a lunes, caminando, haciendo cocinitas y trabajando en el blog. El tiempo está nublado y fresco, por no decir frío, pero en el hostal, con la estufa encendida, estoy en la gloria.

Los alrededores de Walpole son ensoñadores y los recorro, en la más absoluta soledad, pero siempre acompañado por los omnipresentes y gigantescos centinelas de este nuevo mundo de animales y vegetales desconocidos. El Monte Clare, Coalmine Beach, Frankland River… Todo es tan distinto a lo que conozco que, en algún momento, me siento como el  Flash Gordon de mi niñez en una aventura interestelar.

John, el australiano vagabundo, duchado y con la ropa «nueva» está mucho más presentable. Me dice que trabaja de vez en cuando, donde le pilla, y el resto, camina. En Australia hay mucha gente así. Es un buen hombre y buen animal. Yo no pido más.

También hay una familia de alemanes: la pareja, pasados los 30, y 2 niños que deben tener 1 y 3 años. Hacen un viaje de varios meses antes de escolarizar a los chavales. Van pasando otras parejas, individuos solitarios y, la noche del sábado, un grupo multinacional. Muy variado està el zoológico.

La última noche en el hostal, harto de ver a mis nuevos amigos, John y Richard, hincharse a Fish and Chips, Donuts y demás porquerías, les invito a cenar un guacamole y una tortilla de patatas con cebolla. Alucinan.

Me cuesta mucho irme de aquí, mucho, pero he de seguir. Me voy hacia Kalbarri.

P.D. Ese es mi final de capítulo pero, como hoy me he levantado un poco coñón y con el cuerpo jotero o, mejor, sardanero, dejadme terminar con un homenaje al antes mencionado Flash Gordon, su creador Alex Raymond y a aquella época de pantalones acampanados e inocentes tebeos:

… En el próximo capítulo, una avería en los propulsores termodinámicos de su nave espacial, obligan a nuestro héroe a un aterrizaje forzoso en el planeta Kalbarri, un inexplorado satélite de la Quinta Galaxia de la Federación Interplanetaria Oceanis. Allí esperan a Nash peligros y aventuras que pondrán a prueba, nuevamente, su valentía y arrojo…

¡Toma ya!

 

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