Australia (4) Kalbarri. El arco iris

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Australia está lleno de gente mayor viajando con su autocaravana y disfrutando de una buena jubilación. El sistema de pensiones australiano, con aportaciones de empresa y estado complementado con mejoras propias, es admirado en todo el Mundo. Cómo el de España, vamos. Aquí la edad de jubilación son los 60 años y la esperanza media de vida los 83, así que es un buen país para viejos.

El panorama, a medida que me acerco a Kalbarri, se va desertizando, y la total ausencia de nubes en el cielo ya advierte de una drástica subida de temperaturas que, por ahora, no noto gracias al aire acondicionado del bus.

Música típica de “road movie” ameniza el viaje. Banjos, violines, guitarras y armónicas van hilvanando canciones tipo country como para ponerme en situación. Esto cada vez se parece más al Oeste americano de las películas pero, en algunos tramos, la carretera se acerca a la costa donde pueblos con larguísimas playas dan el contrapunto paradójico.

Llegamos a destino a las 5 de la tarde después de más de 8 horas de viaje. Bajando del autobús, una ola de sólido aire caliente me golpea en todo el morro. Mal vamos. Aquí no pueden vivir ni los lagartos…

Kalbarri es un ventoso pueblo de vacaciones en la Costa de Coral australiana y resulta, además, el colmo en cuanto a la dificultad de transportes en este país. Hay, a sólo 35 Km, un Parque Nacional, pero no tengo manera de ir. No hay forma alguna de transporte público, y 70 kilometros de ida y vuelta es demasiado lejos para ir a pie o en bicicleta. Sigue siendo temporada baja, estoy casi solo en el hostel y no encuentro nadie que vaya para allí. Venir a Australia sin carnet de conducir internacional es una muy mala idea.

De todas formas, en realidad, todo Kalbarri es Parque Nacional y, aunque no pueda ver el interior, también la costa es escandalosamente bonita. Paseo por la interminable playa disfrutando del espectáculo de furiosas olas que se estrellan contra el arrecife pintando preciosas combinaciones de azul marino. El viento hace el calor soportable pero, si caminas 200 metros al interior, el aire es puro fuego. A resguardo del viento, loros gritones de pecho rojo y graciosos pelícanos dan el toque exótico y viajero.

Tampoco apetece meterse por los poco cuidados senderos que bordean la playa. Los 37° a los que nos plantamos antes de la 1 de la tarde, una verdadera plaga de molestas moscas y un montón de serpientes peligrosas contra las que te previenen letreros por todos lados, casi me hacen agradecer no poder trekkear más.

En una cala sin viento, me baño en el Océano Índico. El agua es fría, pero con corrientes calientes por la desembocadura del río Murchison. Una curiosa mezcla. El sol asa como una barbacoa, asi que huyo al hostel a ponerme a cubierto.

Después de comer, en el pueblo desaparece todo signo de vida y, durante unas horas, ni un alma desafía este clima de Apocalipsis. Supongo que por la condensación de calor, el atardecer es de lo mas extraño. El cielo se pinta con manchitas de nubes rosas como un enorme neceser cursi lleno de copos de algodón. Nunca había visto nada igual. Esto de ver cosas diferentes a todo lo visto se está convirtiendo en una constante en mi vida. No creo que el mundo agote mi capacidad de sorpresa pero, desde luego, intentarlo lo intenta.

Último día en Kalbarri y sigo sin encontrar quien me llevé al centro del Parque Nacional. En vista del éxito ya he comprado un billete de autobús para volver a Perth. En el hostel solo queda una chica japonesa y un señor, bien pasados los 70, que no tiene coche y pasa sus días en el sofá o en la cama levantándose solo para sus 2 sesiones de baños diarios, uno bien temprano por la mañana y otro a media tarde. La chica me dice que solo está de paso y se va ya, y al señor ni le pregunto. Ayer se metió en la cama a las 7 de la tarde. Le invite a cenar pollo rustido porque se le ve muy solo y poco sanote al pobre pero, muy amablemente, me dijo que no tenía hambre y estaba muy cansado. No sé de qué.

A falta de pan, buenas son tortas, dicen, así que me cojo una bici y recorro caminos desérticos unos kilómetros a la redonda. Con 2 horitas me saltan los sudores a chorro. Entre las calores y las moscas que se me meten por la nariz y atacan los ojos incluso por entre las gafas de sol, el paseo es un tormento. El terreno es arenoso y a tramos me tengo que bajar y cargar la bici. Me alegra la mañana cruzarme con un canguro salvaje que pasa dando saltos y a toda máquina. Son las 11 y ya de vuelta con todo el día por delante sin nada que hacer. Más bicicleta, ni pensarlo.

Pero, lo que son las cosas, por el flanco menos pensado, mi viaje por el oeste de Australia se completa de una manera tan inesperada como casi perfecta. Gerry, que así se llama el señor de los baños, me dice que, si quiero, alquilamos un coche y èl conduce hasta el Parque. Los caminos de la vida son inescrutables.

No es que tenga una confianza ciega en el señor en cuestión, un irlandés, tan viajado como machacado. Tiene la cara de ese colorado que revela haber bebido mares de cerveza y wisky, y las piernas y todo el cuerpo cascados como si ya hubiera sobrevivido a un par de ambolias. Habrá que estar atento a la carretera.

Y allí vamos. Por poco mas de 20 euritos, pasamos la tarde descubriendo el Parque Nacional Kalbarri. Primero llegamos hasta el Nature’s Windows, una formación rocosa entre la que  puedes asomarte al fabuloso cañón que ha formado el río Murchison a fuerza de siglos de erosión y, después, al Z Bend, un mirador desde donde se aprecia, en toda su inmensidad, la magnificencia de esta tierra roja. Tras los azules marinos y celestes, las nubes rosáceas, y los cremas y grises desérticos, los ocres y el rojo eran los únicos colores que me faltaban por ver aquí, aunque tampoco había visto una paleta de verdes como la que, según le da el sol, colorean el Murchinson a lo largo de su curvilineo recorrido. Realmente, Kalbarri es un enorme arco iris.

No puedo hacer el “Loop”, un trekk de 8 km por el cañón que tiene buena pinta pero, entre que el pobre Gerry ya va arrastrado de caminar los 4 ò 5 km que hemos hecho, las moscas que nos hostigan sin parar y el calor sofocante de la tarde que, dicen, a veces llega aqui hasta los 50°, ni la suerte ni las ganas dan para más.

La visita al cañón de Kalbarri ha sido un broche de oro a mi estancia en el oeste australiano. Me ha recordado al desfiladero de Bandiagara, en el País Dogon de Mali, uno de los lugares más espectaculares de este Mundo. Tierras inhóspitas.

Mañana vuelvo a Perth y, de ahí, vuelo al centro, a Alice Springs, cerquita ya del Uluru. Si el desierto que ahora dejo atrás ya ha sido crudo…dos tazas.

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2 COMENTARIOS

    • Hola Carlos!!! Bárbaro el calor que hace en ese país. Para sacudirse una escudella i carn d olla en la plaza del pueblo! Besosss

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