Son mis últimos días en Oceanía. Parece mentira. ¡Cuanto vivir! Cuatro meses después de aterrizar en Perth como un pato mareado, he recorrido todo este enorme continente casi de cabo a rabo. Si lo tuviera que definir con una sola palabra, sin duda sería «Naturaleza». Es el continente donde los humanos viven más adaptados y con más comunión y respeto por la Naturaleza salvaje y, yo, eso lo he disfrutado intensamente.
Quedan muy pocos días, como quien dice, unas horas…
Tras Cap Tribulation voy a parar a Karunda, una comunidad con unos mercados con un glorioso pasado hippie pero hoy ya muy descafeinados. Hay allí un par de atracciones, un tren y un telecabina que, junto con autobuses de línea, van nutriendo los mercados de turistas hasta las 4 de la tarde. Después, el pueblo queda desierto.
Paso allí la noche en una especie de celda de un camping en el bosque donde, ahora, fuera de temporada, solo viven cuatro gatos desarraigados con diversas circunstancias de vida. En mi barracón solo está Michel, un cincuentañero recién separado, profesor de chavales autistas, con el que pasamos la cena hablando de mil cosas mientras me comen las “midgies”, esos mínimosquitos hijos de la gran ramera a los que, parece ser, les encanta el Relec y se pirran por mi sangre salerosa. Dice Michel que, para las widgies, el repelente de insectos es como ketchup en la hamburguesa. Entiendo que la hamburguesa soy yo, porque a él parece que no le pican. Le pregunto si se pone algo y dice que no, que debe ser que yo hoy soy el «plato especial del día”. Chistoso el Michel. Mis únicos aliados son unos murciélagos pequeños como golondrinas, ciegos e insectívoros, que van pasando como avionetas de combate por encima de la mesa zampándose a mis torturadoras.
Aquí los comerciantes, hippies y aborígenes viven en armonía y sin problemas e Incluso se ven parejas mixtas, lo cual no había visto en toda Australia todavía. Menos mal. De todas formas, una vez has caminado por la ribera del río pasando por un trecho de selva junto a las vías del tren, el lugar no tiene atractivo alguno así que me vuelvo a Cairns. Al horno. Ya estoy en capilla de mi vuelta a Europa y tengo que organizar mi itinerario hasta casa…y también pegarle una buena paliza a la piscina y el jakuzzi del hostel.
Ya es un nuevo día. ¡Fantástico! La vida es bella! Por cierto…
Consejo de viajero. Voy a decir algo que parece una perogrullada, y podría decirse igual como Consejo de humano que como Consejo de viajero. Aunque no lo parezca, es importante. En general, cuando entres a cualquier lugar, y a cualquier hora del día, pero especialmente cuando por la mañana entras en la cocina o, al levantarte te encuentras con alguien, di: “¡Buenos días!”. No duele. Si, en un alarde de trempera matinera del alma, acompañas la frase con una sonrisa, entonces ya es para nota y el cosmos incluso podría regalarte un amigo. Aunque no sea para toda la vida. ¿A que es una obviedad? Pues parece mentira pero hay muchísima gente que no lo hace. Se podría llegar a pensar que cobran por usar ese par de palabritas y, en cambio, están tiradas de precio, alimentan el espíritu propio y ajeno y abren puertas a las relaciones. Si lo haces, cuando te vuelvas a encontrar con esas personas, a veces, te saludarán e incluso entablarán conversación contigo.
Sí, ya se aquello de “ Es que yo hasta que no me tomo un café no soy persona”. Ya. Las primeras horas de la mañana a veces son complicadas y algunos necesitan un rodaje para funcionar a un rendimiento normal sin que le piquen las bielas, pero te diré una cosa: que te acabes de levantar significa que estás vivo. Es una muy buena noticia. La mejor.
Me voy a FitzRoy Island.
Fitzroy Island es uno de los más bonitos trozos del planeta Tierra. Una de esas islas tropicales con los que cualquiera ha soñado alguna vez. Es mi último trekk en una montaña Australiana y mi último snorkel en el Mar del Coral. Y aquí paso todo día, otro magnifico día de esta vida viajera que me pertenece a saber por qué suerte cosmológica y, también, por el derecho de conquista que ganan los que asaltamos nuestros sueños con el puñal de la ilusión entre los dientes y la mirada desvariada más allá de nuestros horizontes cercanos.
La montaña. Curiosamente, la isla no tiene un turismo masificado ni mucho menos. Hasta la cima de la isla, y en todo el camino de vuelta pasando por el faro, no me encuentro con más de 10 personas. Son no más de 10 km de ida y vuelta pero las tropecientos escalones de piedra bajo un calor de patíbulo no lo ponen fácil. Es una bonita caminata de hora y media. Chorreando, toca ponerse las gafas y los patos y ver que se cuece bajo el mar.
El mar. El intenso color verde esmeralda promete belleza. Y la hay ¡Madre de Dios y del Amor Hermoso si la hay! Sin duda alguna, el mejor snorkling que he hecho nunca. Alrededor de Bird Rock, parece que estás buceando y nadas a profundidad con bandadas de todo tipo de peces de todos los tamaños, especies y colores. Parece que estás viendo una película de Walt Disney. Y los corales son…. ¡Tremendo! Me encuentro rayas, tortugas, peces Luna, Payasos… En los morros se me planta un tiburoncete de cuatro palmos… Inevitable preguntarme si es un adulto de una especie pequeña o es un bebé de los grandes porque, si es lo segundo, la madre o el padre de la criatura deben estar también por aquí y…
Me tiro 2 horas en el agua y salgo únicamente por hambre. Que maravilla! Y por la tarde más, y también un paseo hasta Nudey Beach, una playa para tirarte allí a morir… ¡Vaya día!
Me he puesto de un negro africano, bien hecho, nada de vuelta y vuelta. Y estoy deshidratado, cansado y feliz como una perdiz. Ha sido un fin de fiesta en Australia como debe ser.
Este país, todo este continente, es de una belleza irreal. Es verlo para creerlo. En realidad, todo este Mundo en el que vivimos, nuestra casa, es maravilloso y fascinante. No sabemos la suerte que tenemos. Si lo supiéramos, otro gallo cantaría. Yo voy tirando para Europa.