De Camboya sólo sé que les gusta comer delicatessen como arañas, saltamontes y gusanos, que se pegaron con los americanos, como casi todo el mundo, y que a mediados de los 70, de la mano, o más bien el puño, de Pol Pot y sus Jemeres Rojos, los camboyanos sufrieron una guerra civil y un genocidio de los más salvajes de la historia. Dos millones de muertos. No pienso ir a los lugares y museos que recrean esa nueva muestra de la extrema bajeza humana.
Vuelo a Siem Riep, la puerta a los templos de Angkor. Aunque a mí los templos, museos y ruinas no me flipan, estos hay que verlos por muy turísticos que sean. Paso más de 6 horas dando vueltas a los recintos en cuestión y, la verdad, a pesar de la cantidad de gente que pulula por ahí, acepto que son una maravilla.
Majestuoso el Angkor Wat, impresionantes las mil caras del Angkor Thom y fantástica la alegoría de la victoria de la naturaleza sobre el hombre del Ta Prohm. Sí señor, un conjunto arqueológico a la altura del Machu Pichu, las Pirámides de Guiza o las ruinas de Roma.
Eso sí, yo con un día tengo más que suficiente. Con las tonterías que he visto y he oído hoy, de los miles de domingueros que había en Angkor, tendria suficiente para todo un capítulo. Pero paso. Me doy por mas que satisfecho con haber salido ileso de la aventura. Una señora china no me ha sacado un ojo con el palo de las selfies porque debo tener un ángel de la guarda. Me pregunto cuando prohibirán de una puñetera vez esas armas. Dejar esgrimir eso a un turista es más peligroso que darle una pistola a un niño.
De la ciudad de Siem Riep, de lo más turístico cutrillo que he visto nunca, nada que decir, así que mañana me cojo un barco y me bajo por el río hacia Battambang.
Me olvidaba: he encontrado un restaurante en Siem Riep que hace Lãu Chã de pescado. ¡Qué bueno!
La travesía de 7 horas a Battambag por el rio, muy agradable, aunque he pillado un gripazo de pecho y garganta regalo de los aires acondicionados camboyanos. Aquí están siempre a todo trapo.
La fiebre me hace estar un poco mareado y me duermo un rato. Cuando despierto me parece haber cambiado de país. El paisaje de rio arenoso, palmeras y vacas pardas, me trae el recuerdo de la provincia india de Kerala. La gente de las aldeas ribereñas, con casas sobre altas empalizadas para las épocas de crecida del río, y sobre todo los niños, nos saludan desde la orilla con la mano. Parecen muy felices y contentos de vernos, como si ver una canoa con 30 ò 35 occidentales fuera un acontecimiento. No debe ser muy común venir aquí en barco en esta época.
Battambang no tiene nada que ver con Siem Riap. Battanbang es mucho más tranquila y amigable, con aires coloniales y sin grandes agobios. Es una buena escala camino del sur. La gente es extrañamente agradable, todo son sonrisas, respeto y buena educación. Por la calle te ofrecen, pero sin pesadez, especialmente transporte en ‘tuk tuk», las calesas tiradas por moto con las que todo el mundo se desplaza por aquí.
Eso sí, la calor es agobiante y, combinada con la fiebre de mi gripe, me hace ir arrastrando los pies. Sí, la gripe es un incordio, y soy malo yo para tomar medicinas. Mi remedio «infalible» contra la gripe es tomar líquido por un tubo, agua y zumo de naranja (alcohol no vale). A partir de ahi, sudar mucho y hacer vida normal para repartir generosamente por el entorno los virus que me sobran. Con eso y un bizcocho, si Dios quiere, en un par de días los bichos buscan un cuerpo que les haga más caso y me dejan en paz.
Y en Battambang me voy al Circo. Allí nació, y tiene su sede principal, uno de los circos más famosos del mundo, el Phare Pomleu Selpak. No es sólo un circo, sino una O.N.G. que enseña arte y proporciona educacion y salidas profesionales a niños y jóvenes sin familia.
A las 7 de la tarde empieza la función de «Influencia», su última obra. Es una mezcla de danza, circo, teatro y musica. Bonito, muy bonito. Sencillo, bien intencionado, con buena energía… No son unos superprofesionales, son alumnos de la escuela que se lo curran, pero vale la pena. Es de los circos chulos, los estèticos, inteligentes, divertidos y, sobre todo, sin animales amaestrados haciendo piruetas. A mí me incomoda hasta que los perros den la pata.
Un apunte final: Vietnam y Camboya tienen un café buenísimo. Eso y unas pastas indigenas es lo que suelo desayunar, a poder ser en los mercados. Lo preparan con leche condensada, caliente o frío con hielo hasta los bordes. Muy, muy, muy bueno. Me pregunto qué habrà sido de la leche condensada de mi niñez.
Sigo viaje. Cojo un sleeping bus, uno más, y me voy al Sur.