Camboya (2) El sur. Sal y pimienta.

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En los últimos 4 meses y poco, he manejado 6 monedas diferentes. Y no lo llevo bien.

¡Que lío con los billetes de este país! Los colores y tonos son todos iguales y parecen estar hechos, especialmente, para que te equivoques. Además, está gente juega con ryeles y dólares como si fuera la misma moneda y las mezclan. Si algo cuesta 3 dólares y das 5, te pueden dar de cambio 1 dólar y 4.000 ryeles. Y yo soy de letras. Total, eso y la picaresca de los camboyanos, muy piratillas ellos, te obliga a estar más alerta que en territorio sioux. Y aún así, de vez en cuando te la meten.

Voy camino de las montañas del noreste de Camboya pero, como todos los caminos van a Roma, he decidido ir bajando primero por el sur. Un poco de sal del Golfo de Tailandia y un poco de pimienta de los campos de Kampot y Kep.

Llegar hasta la isla Koh Rong Sanloem son 17 horas de viaje de una tirada. Un palizón. Un sleeping bus a Phnom Penh, una furgoneta hasta Sihanoukville y un ferry hasta la isla. He elegido ésta porque parece la más natural y, dentro de la isla, he llegado al norte, a M’pay Bay, porque dicen que es lo mas tranquilo. Y, desde luego, lo es. Un pueblecito de pescadores, una playa, algunos restaurantes y gesthouses y un centenar de chozas para turistas.

El viaje ha sido pesado. Los sleeping bus camboyanos tienen unos compartimentos tipo cápsula con dos colchonetas estrechas y me ha tocado dormir muy «tête á tête» con un franchute. Y no me quejo porque, por lo menos, era delgaducho y estaba recién duchado. Eso, en distancias cortas, se nota. Más jodido ha sido que la manta, o todo el bus, o todo Camboya, me temo, tenía chinches. Voy guapo de picaduras…

Hablando de viajes, hace tiempo que no doy ningún consejo:

Consejo de viajero . Ahora mismo se me ocurren 2: 1.- Es básica la higiene en viaje. Nada de «hoy no me ducho porque no hay agua caliente y hace frío» o «está ducha es un asco». Así te vas dejando y embruteciendo en cuerpo y alma. 2.- Antes de un viaje comer ligero y sencillo. Y no beber mucho durante el viaje. No es lo mismo que te pille una descomposición estomacal en el hotel que en un bus y, en los transportes públicos, llenar la vejiga es buscarse problemas.

A lo que ibamos, Koh Rong Sanloem es tranquilo, muy tranquilo. Desde luego, ya están deforestado para montar complejos turísticos y se están adecuando casas para más pensiones pero, hoy por hoy, es de los sitios en los que no hay nada que hacer más que deambular, comer, tomar el sol y ponerse en remojo. Todo eso, sin el glamour de otras islas sino más bien en plan básico. Todo está bastante sucio. Los camboyanos no tienen ningún tipo de educación ni conciencia ecológica.

Creo que Koh Rong Sanloem es de esos lugares como la paella y demás platos que en los menús pone: “Mínimo para dos personas”. Puede estar muy bien alquilar una chocilla con tu pareja, jugar a Tarzán y Jane y decir y oírte decir mentiras bonitas. Pero, para uno solo, el lugar pierde brillo.

Me alojo en un hostel bastante cutre. Cuatro dolares. Voy pasado de presupuesto. Los  propietarios son un par de cuarentones ingleses más colgados que un jamón, de los que han ido saltando de negociete en negociete por todo el Mundo al ritmo de paz y amor. Se juntan en el bar del hostel todo un grupito de similares, supongo con otros negocios parecidos, y se fuman unas flautas de marihuana kilométricas que hacen bajar con litros de cerveza bien rentabilizados en sus curradas panzas.

Aquí todo es filosofía de “take it easy” y vida perruna, y yo estoy más bien en un momento de “corre que te cagas” detrás de la vida, así que el lugar y yo no vamos muy coordinados. Tampoco el tiempo acompaña. Es temporada baja, el sol va y viene y, sin aviso previo, te pega unos chaparrones de agárrate y no te menees.

A una hora de camino por la jungla hay otra playa, solitaria y fotogénica, hay también un río con unas pozas para pegarse un bañito y también tiro de tubo y gafas pero, de sal, ya tengo bastante. El día que llego, otro más y vuelvo a cojer el ferry canoa  y el bus para ver qué encuentro por Kampot y Kep.

Kampot tampoco es más que un lugar para visitar de paso. Me pillo un tuk tuk y me voy a una hacienda con campos de pimienta y al Secret Lake. El puñetero tuk tuk, por una de las más infames carreteras que he visto jamás, y por senderos entre arrozales, me da una somanta de palos en el lomo como para dormir plano. Agarrado con fuerza a los barrotes, el vehiculo se convierte, según quieras mirarlo, en un instrumento de tortura o en un infalible aparato gimnástico de musculación.

La sorpresa de esta parte del viaje la encuentro en Kep, una pequeña ciudad costera a pocos kilómetros de Kampot, y el sentido agraciado es, en este caso, el gusto.

Sabía que, si estaba por la zona, no debía dejar de ir comer cangrejo en el mercado del pueblo, Pido media ración de cangrejos fritos con salsa de pimienta y otra media de gambas a la barbacoa. La mezcla de los dos tesoros de Kep, cangrejo y pimienta, resulta buena, buena, buena. Las gambas no te digo. 

Me traen como 15 gambas y un par de cangrejos troceados y, contra todo pronóstico, porque parece mentira que todo eso me quepa, no dejo ni el recuerdo. Buenísimo no, lo siguiente… o yo llevo hambre atrasada. Las familias se sientan en unas alfombras bajo unos cobertizos con hamacas y comen durante horas frente al mar. Si esto no me hace engordar ya nada lo hará.

Valoro incluso la posibilidad de pasar otro día en Kep para repetir, pero no. Aquí tampoco hay nada más que hacer salvo recorrer el paseo marítimo y eso lo hago la misma tarde para digerir el atracón. También hay un  Parque Nacional y subo para ver el atardecer. A medio camino ya se ve bonito y no es cuestión que me coja la noche en la montaña, asi que, las gambas, los cangrejos y yo, reunidos todos en mi estómago, decidimos, por unanimidad, que ya tenemos bastante por hoy.

No, nada de pasar otro día aquí. Las montañas de la Camboya más aventurera me llaman y no hay que hacerles esperar. Muy tranquilo ando yo últimamente.

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