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Kenia (y 4) El Monte Kenia. Punta Lenana. Saber sufrir.

Salimos a mediodía. En seguida encontramos babuinos, korumbas y gacelas. Los korumbas son unos huidizos monos de pelaje blanco y negro con una larguísima cola. Son preciosos. Los babuinos no tanto. Uno se ellos me da la espalda y, sin dejar de mirarme, levanta la cola y me enseña su rojo culo. Creo que se me está insinuando. Yo juro que no he hecho nada para provocar esa actitud.

Hacemos de tirón, en menos de 3 horas, los 10 km hasta el primer campo, el Old Moses, y nos ponemos a 3.300 metros de altura. Mi tienda ya está montada y me dan un chocolate caliente con galletas. Tengo dolor de cabeza, naturalmente. Toca aclimatar. Preparo todo en la tienda antes de que se haga oscuro y me pongo ya calzones y camiseta térmica. La temperatura baja muy rápidamente y oigo que empieza a llover. Pocos sonidos son tan agradables como la lluvia en una tienda en alta montaña si estas calentito. Una cena frugal de sopa y un trocito de pollo con patatas fritas y vuelvo a cubierto.
                          …
Siete de la mañana. He dormido 12 horas y el día es soleado. Hoy dicen serà algo mas duro porque subimos 700 metros de desnivel en muy pocos kilómetros. En 4 horas deberíamos llegar a 4.000 metros.

En el campo hay un par de chavales blancos, una pareja keniata con una señora alemana, y los equipos de las 3 expediciones. La alemana y los keniatas abandonan hoy. No han aclimatado bien y una de ellas tiene dolor de cabeza severo y, lo que es peor, vómitos. Con vómitos quedas deshidratado y fuera de combate. K.O. técnico.

Un huevo frito y pancakes para desayunar, estiro y caliento músculos y andando. Que la montaña reparta suerte. 


Consejo de viajero.

Alta montaña.

En trekking duro, es básico cuándo, qué y cuánto comes. Debes conocer tu ritmo de aclimatación y alimentación, ritmo que cambia sutilmente dependiendo de muchos factores. Por eso es muy necesario escuchar constantemente las señales de tu cuerpo. Lo primero que se avería no son las piernas, es el estómago. Hay que comer lentamente atento a cómo te sienta todo.

A parte de esto, el truco en altura es coger un ritmo lento, exasperantemente lento i
ncluso, y mantenerte caliente. Si vas aclimatando a medida que caminas y no coges frío, todo va bien.

El Monte Kenia es un regalo que se desenvuelve poquito a poco, colina a colina. Los picos van apareciendo y desapareciendo, como haciéndose de rogar, y el camino es un extraño ecosistema. 

Llegamos a Liki North Hut, 3.993 metros. El lugar es espectacular. Inmensidad salvaje. Mi tienda está situada en medio de un páramo que discurre por un desfiladero a los pies de uno de los picos menores del Kenia. No hay nadie más que nosotros. Estoy algo mareado, no son ni las 13 horas y hace frio. No quiero pensar en la noche.

Nada más llegar empieza a llover y la lluvia se convierte rápidamente en granizo. Las manos son mi punto débil. Se me hielan muy rápido. Creo que las tengo crónicamente heladas desde….a saber. No salgo de la tienda más que para cenar a las 18 horas.
                      
Ha hecho mucho frío toda la noche y me ha costado Dios y ayuda mantener los pies más o menos calientes. Metido en el saco como en una tumba, dos pares de calcetines y todavía los he tenido que envolver en la bufanda. Dolían. Al salir de la tienda todo estaba helado. El sol no ha llegado al cañón hasta las 7.30. Poco a poco, manos y pies van entrando en calor y dejan de doler por fin. ¡Que placer! Un café con french toast me devuelve la vida.

Otro paseo de 4 horas y media. Ni asomo de mal de altura. Un problema menos con el que lidiar. En esta tercera etapa el monte Kenia muestra ya su cara más esplendorosa y sus picos estrella enseñan amenazadores sus poderes. La extraña vegetación del páramo parece que rebrote frondosa… plantas que no he visto nunca ni se parecen a ninguna que conozca. Me encandila una con colores liliáceos que le dan aspecto de medusa.

Llegamos a Shipton’s Camp, 4.200 metros, bajo Bastian y Nelion. Hoy/mañana, de madrugada, nos vamos para Punta Lenana, cima: 4.985 metros.

Otra vez justo al llegar al Campo base cae una pedregada. Parece que Philip, el guía, tiene un pacto con el diablo del agua. No me he mojado ni un pelo, pero hoy sí estoy cansado. Me siento débil y estoy preocupado porque, si ayer hizo frío, hoy hace más y no puedo atacar cima con esta temperatura. Mis botas tienen vías de agua y mis guantes no aguantan temperaturas bajo cero… No sé.

Este campo está algo más lleno. Cuento como 20 personas entre los que ya han bajado y los que vamos a subir. Por cierto, mientras caminábamos por el sendero alto, hemos visto volver por bajo a los chicos que encontramos en Old Moses. Han acortado vía y ellos ya han acabado. Envidia. A mi me quedan los que, supongo, serán los 3 km y medio más duros de mi vida.

Hay en el campo unos curiosos animales muy parecidos a lo quokka australianos. He visto también alguno por el camino. Aquí les llaman Rock Hyrax.

Paso comiendo y durmiendo las 14 horas que me han de dar la energía para subir a Punta Lanena. Más frío. Tengo flato. Creo que es de angustia. Esta montaña me da miedo.
                          …
A las 3 de la madrugada empiezo la ascensión y a las 7.15 hago cima. Es un trekking severo, una subida constante desde el primer hasta el último minuto sin tregua ni cuartel. La suerte es que, con la oscuridad, no ves ni qué estás haciendo ni qué te falta por hacer. Eso lo ves al bajar… Y no te lo crees. Arriba sí, arriba te dan ganas de llorar y te olvidas de lo que has sufrido.

El Monte Kenia queda, quizás con el volcan Lanin de Argentina, el Pulag en Filipinas y el Rinjani en Indonesia, como los jinetes apocalípticos, las montañas que mas me han hecho padecer. Por ahora. 

Y después hay que bajar, que también es duro pero ya es otra cosa. Encaramos en bajada vertical hacia el Minton’s Hut para coger la ruta Chogoria. Allí, a las 10  de la mañana desayunamos. Me quedo dormido y al mediodía seguimos bajando ya con un desnivel suave con vistas imponentes al Valle de los Desfiladeros. Entre unas cosas y otras, llegamos al último refugio de la ruta Chogoria, el Meru Mt Kenya Lodge, a 3.000 metros, a las 6 de la tarde. Todo el día caminando.

He sufrido, sí. A veces te preguntas por qué subes montañas si te hace sufrir. Pero es que, hasta el sufrimiento, el disfrute es adictivo y, después, el chute de felicidad en la cima no tiene comparación. A veces quieres algo o alguien que te hace daño y te dices que debes dejarlo pero no lo haces. Quizás es una relación tóxica con la montaña, quizás es un continuo probarte a ti mismo y conocer tus límites, quizás es mayor el placer que el dolor..

No sé. Creo que hay que saber sufrir. Las cosas se consiguen con esfuerzo. Mañana descansaré, ya otra vez en Nanyuki, y pasado a Nairobi. Hay que organizar el siguiente destino. Kenia ya es historia. El futuro es mañana y se llama Tanzania. Esto no para…



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Kenia (3) El Monte Longonot. De Naivasha a Nanyuki. Todo preparado.

Los viajes en África son viajes de momentos y de contemplación, viajes de destino y de interior. En África hay muchísimo tiempo muerto. La dureza de los polvorientos caminos, las malas digestiones y las largas distancias exigen muchísimas horas y mucho descanso. Si no descansas eres pasto del agotamiento. Además, África no tiene historia (*) , así que no tiene monumentos, ni templos ni lugares que ver y visitar. En las ciudades, África es pura humanidad, fuera de las ciudades, África es Naturaleza y silencio.

Me voy al Monte Longonot. Es otro volcán latente, algo más alto que el Suswa, 2.776 mtrs, y su crater casi un círculo perfecto con un magnífico bosque en el interior que es como un Mundo Perdido con un fuerte magnetismo.

Empezamos con una sesión de caminata, matatu y moto hasta la entrada del Parque Nacional, lo cual es lo contrario de una sesión de baño y masaje. O lo mismo pero a lo bruto. 

Me acompaña Tom, un encantador chaval del guesthouse, pequeño, seriote, vivaracho y con una voz de falsete que no prodiga. Tiene 22 años y es más raro que un perro verde. De vez en cuando, se pone a hacer algo así como un baile extraño, a veces como si estuviera en la pista de la discoteca y otras como si quisiera echar a volar. No se si estira los músculos o se le van los pies con una música interior que sólo él oye.

El sendero al cráter del Longonot se pica enseguida, pero no tengo dificultad y en una hora llegamos. La vista es magnífica. Otro paisaje de película. No me causaría la menor sorpresa oír el grito tarzanesco pero el silencio es absoluto.

La ascensión es de 3 kilómetros y pico y dar toda la vuelta al cráter supone algo más de 7 km. Llegamos arriba en 1 hora y al punto más alto, Kilele Ngamia, la cima, en otra hora. Desde ahí la bajada para completar el círculo es peligrosa por resbaladiza, como en todos los volcanes. Toboganes naturales de piedra y gravilla amenazan aterrizajes de emergencia pero salvamos el asunto sin daños personales.

Total, 5 horas, casi 15 km con dos paradas de 15 minutos. Con la ida y la vuelta al guesthouse, 7 horas. Estoy contento porque lo he aguantado bien. La convalecencia va viento en popa.

Volviendo a Naivasha en el matatu voy viendo alejarse el Longonot. Un pedazo de montaña, sí señor.

A todo esto, me dicen que han cerrado el Parque Nacional Hell’s Gate que visité hace unos días. Una riada arrasó a una familia de Nairobi y su guía en las mismas gargantas por las que estuve paseando. Siete fallecidos. Me habían dicho que eran peligrosas pero no pensé que tanto. El destino es caprichoso. Te toca, no te toca.

Como entrada al Parque Nacional Mount Kenya elijo la ciudad de Nanyuki. Para llegar allí desde Naivasha, unos 250 km, tengo que coger 4 matatus. No se qué pasa hoy, pero en todos me tocan compañeros y compañeras de viaje de cuerpos más que generosos. La vida está muy mal repartida y, si hay que compartir 2 asientos con un pedazo de humano de más de 120 kilos, por más que digan las tablas de división, las matemáticas mienten como bellacas y a mi no me toca ni medio asiento. Seis horas de viaje me hacen odiar la obesidad con toda mi alma.

En Nanyuki los acontecimientos se precipitan con una velocidad tremenda. He venido sin reservar con nadie el trekk al Monte Kenia. Ya me encuentro bien, así que, a pesar de la debilidad que todavía arrastro,  estoy aquí y me apetece intentar la cima más alta de Kenia y segunda de África. A ver como me lo monto. No reservar el trekk hasta estar en el lugar de arranque puede salirte mal porque no encuentres agencia de confianza, pero si sale bien siempre ahorras un buen dinerito en intermediarios.

Mi mayor problema es que tengo poco tiempo. En una semana vuelo a Tanzania desde Nairobi y, para hacer cima en el Kenia, necesitas 4 ó 5 días bien buenos. Me queda pues poco margen.

Saliendo de la estación voy a buscar el lodge que he reservado por internet y no lo encuentro. Mal vamos. Al pasar por un hotel de lujo sale un empleado y le pregunto. Se llama Samuel y me dice que no conoce el lugar pero intentará ayudarme. Resulta que el lodge en cuestión… ¡Todavía no ha inaugurado! Han puesto habitaciones a la venta antes de abrir. A saber.

Samuel me consigue una buena habitación y a buen precio. Le invito a tomar una cerveza y hablamos. Le digo que estoy pensando en subir el Monte Kenia y, como no, tiene un amigo que organiza trekks. ¡Pim, Pam, Pum! Llama al amigo, éste se viene al hotel, acordamos precio y… ¡Zasca! Mañana empiezo. Serán 5 días y 4 noches en la montaña.

Supongo que otro hubiera desconfiado de contratar un trekk de este calibre con gente de la que no tienes la menor referencia. Yo no. No sé por qué, pero en Samuel no se vé maldad alguna. Quizás algún día me equivoque y me peguen un palo pero, mientras tanto, seguiré confiando en mi pituitaria.

Puntualmente a las 10 horas del día siguiente me vienen a buscar para empezar el trekking. Estoy excitado. Casi 5.000 metros de volcán extinto me esperan. Voy a intentar hacer cima y me hace muchísima ilusión pero también me da mucho respeto.

Un equipo completo de expedición para mi: Philip, el guía, Denis el porteador y Daniel, el cocinero. Últimas compras. Todo preparado. A las 11 am estamos delante de la Sirimon Gate, una de las entradas al Monte Kenia, la montaña sagrada de los kinuyu.

Haremos la Ruta Sirimon de subida hasta la cima y la Chogoria de bajada. En teoría, al amanecer del cuarto día he de llegar a Punta Lenana. No es exactamente la cima, porque hay dos picos un pelín más altos, el Batian y el Nelion, pero a estos sólo se puede llegar escalando.

Vamos a por ello.

 

(*) Matizaciòn. Una lectora mozambiqueña me ha “reñido» por esta frase. Aclaro. Obviamente, África tiene la misma Historia que cualquier continente. No naciò ayer. Yo me refiero a que, a los ojos occidentales, África apareciò en el siglo XIX. Anteriormente no queda ninguna referencia de esa Historia ni hay casi vestigio alguno de ella, desgraciadamente. Por eso, una pieza de arte africano de 50 años es una “antigüedad” mientras que una pieza de 50 años de arte europeo solo es algo “viejo”. Casi todo edificio centenario africano está en ruinas. Las guerras, la falta de medios y la corrupciòn han sido muy duros con África. La Historia y la Cultura africana no se conoce más allá de la época colonial y està infamemente mantenida.

Y desde luego, me refiero a la generalizaciòn del África Negra, ya que mantener que no tienen Historia países como Marruecos, Argelia, Egipto o la misma Etiopía sería una estupidez por mi parte. Se entiende, creo.

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Kenia (2) Hell’s Gate y Mount Suswa. Los masai. Pole, pole.

Ya estoy en Hell’s Gate paseando a mi gripe. «Camina o revienta» y, en este caso, además de caminar, pedalea, porque aquí se trata de ir en bicicleta hasta unas gargantas con saltos de agua caliente y cuevas naturales. Durante la pedaleada me voy cruzando con cebras, monos y búfalos y el conjunto tiene su gracia, pero tampoco es ninguna maravilla. O quizás es que no estoy yo muy entusiasmable.

El nombre del lugar, “La Puerta del Infierno”, es sugerente pero no hay secreto: aquí el calor es de castigo divino. De todas formas, los cañones y gargantas son un paseo por un paraje realmente extraño y con efectos de luz, como mínimo, curiosos, como con intuiciones de presencias extrañas. O yo delirio, que también puede ser.

Definitivamente, la bicicleta no es lo mío, pero aquí no hay otro remedio. Son 10 km de carretera de carro hasta las gargantas que pateas durante hora y media y otra vez a la bici para la vuelta.Y parece poco, pero con el trancazo que llevo es una proeza. El polvo del camino me entra en el pecho como un incendio y llego a la casa hecho unos zorros. No saldré de la habitación en dos o tres días. Mi cuerpo ha dicho basta. Estoy bajo cubierto, en un lugar bonito y fuera llueve con parafernalia de tormenta. Podría estar peor.

Al final han sido 4 días de cama. Supongo que son secuelas del viaje a Etiopía. Se han juntado agotamiento, corte de digestión y gripe y la fiesta ha sido jaranera. Tuve suerte y en una farmacia del pueblo pude comprar el último blíster de paracetamol que les quedaba y tres cápsulas de antibiótico que, parece, han puesto fin a la juerga. Ya puedo seguir, el problema es que estoy débil, he perdido peso y forma física a chorro y queda apenas una semana para tener delante el Monte Kenia. Subirlo, hoy por hoy, se me antoja imposible.

Empezaré por caminar por el Monte Suswa, uno de los volcanes del Valle del Rift, 2.356 metros. He quedado en Suswa city a las 9 h. con Timothy, un guía masai que vive con su familia cerca del volcán. En teoría, Suswa está a 1 hora de Naivasha.

Los matatu no tienen horario. Salen cuando están llenos. Estoy en la estación a las 8 horas y no salimos hacia Suswa hasta las 10’30 horas. El ritmo keniata es cansado de puro cansino. Si has de coger un matatu no puedes quedar con alguien a una hora. Sólo puedes decir la hora que sales del hotel. Lo demás es… un misterio pendiente del azar.

Aquí las cosas van poco a poco. Pole, pole, dicen en swahili. La información, más que nula es contradictoria, no sólo si preguntas a dos personas, sino también si preguntas a la misma persona con un intervalo de 5 minutos. O incluso sin intervalo, es como si fueran pensando y repensando las cosas a medida que van hablando. Y eso si, en medio de la conversación, no ven a un amigo, se largan con él y se olvidan de ti como si hubieras desaparecido por arte de magia. 

Timothy, un guía con todas las características físicas de los masai, alto y espigado, me està esperando en Suswa. El y su familia son kokoñoke, una de las múltiples etnias masai.

Llego con 2 horas y media de retraso. Timothy primero quiere poner gasolina. «Pole, pole» . Después quiere comer. «Pole, pole» . Total, ya casi son la 1 de la tarde. Eso significa que, o me conformo con dar un paseito y me vuelvo, como estaba previsto, o me quedo a dormir en las montañas con alguna familia masai. Lo tengo claro: una noche con una familia masai será una experiencia.

Timothy me lleva en su moto campo a través, ahora sí a toda leche. Para en su casa y me presenta a su familia. «Pole, pole» . Los niños ofrecen su cabeza en señal de respeto y él les “impone” la mano como una bendición. Después dirigen su cabeza a mi. Me anima a imitarle así que… «Donde fueres haz lo que vieres».

Seguimos por caminos imposibles hasta la falda del Monte Suswa. Parece como que, en un movimiento sísmico, la montaña se ha dividido en dos y el espacio entre las partes separadas, con el tiempo, lo ha ido llenando el bosque rebosando por las dos laderas desgajadas abriendose paso entre roca volcánica. Son unas vistas salvajes de un África donde todavía hay lugares inexplorados.

Caminamos dos horas por el cráter y volvemos a coger la moto, esta vez por la llanura de la falda del volcán salpicada de hogares de pastores masais y cercados para ganado. Timothy va parando a saludar y de todas ellas salen montones de niños ofreciendo sus cabezas para recibir nuestro saludo-bendición. Llegamos a los terrenos de la familia que hoy me acogerá. Más niños. Muchos. Es un núcleo familiar de varios hermanos con sus padres, mujeres e hijos.

Las casas están hechas de palos, adobe y estiércol con un plástico cubierto de hojas como techo. El lugar es pobre, pero no sucio. Vistas magnificas de la enorme planicie y de cielos infinitos. La sensación es de una autenticidad de escalofrío. 

Tomamos té con leche y chapati. Toda la familia está delante mío mirándome con curiosidad y haciéndome preguntas a través de una de las niñas que sabe algo de inglés. Hoy soy el programa de la televisión que no tienen.

Traen un brasero para calentar la habitación. Se agradece. Uno de los hermanos de la familia me viene a buscar para enseñarme como encierran el ganado. Todos colaboran. Unos cuentan las piezas, otros separan, otras ordeñan… No es un buen año de lluvias, me explican, y están preocupados. De cenar me traen arroz y patata hervida. Todo es de una sencillez abrumadora. No se necesita más. Me conviene descansar y no tardo. Son las 9,30.

Timothy trae al día siguiente plátanos y tomates para desayunar y me lleva a unas impactantes cuevas de película. La oscuridad es total si apagas las linternas, y las piedras caídas en las entradas auguran que, un día u otro, todo caerá. No será hoy… supongo. Esto no es ninguna atracción, es aventura real. Huele a madriguera de animal y excrementos y huesos esparcidos por el suelo lo confirman. Aquí, por la noche duermen, en alguna de las cuevas, babuinos pero, en otras, concretamente en una de ellas seguro, hay o ha habido recientemente un depredador grande. ¿Un leopardo? Ningunas ganas de hacer comprobaciones. Salgo más que acongojado.

Otra paliza en moto por esta llanura de arena, piedra, espiga seca y cactus me lleva de vuelta a Suswa. Un matatu de remate y ya estoy en Naivasha otra vez.

Una aventura más. Puedo decir que he pasado 24 horas con una familia masai. Sin disfraces, ni bailes ni ceremonias turísticas. La vida de esta gente tal cual es, cruda y sin aderezos. Una vida donde una mujer vale menos de 1.000 $ en agua o ganado, donde no se cultiva nada porque aquí no crece nada, donde la misma familia atiende los partos y muchos de los niños nacen con deficiencias por anoxia, donde, en realidad, da igual que un hijo nazca hiperinteligente o deficiente mental porque, al fin y al cabo, lo único que hará el resto de su vida es manejar una azada y ordeñar vacas…

Sí, sí, todo esto hoy y aquí mismo, en este Mundo. Impresiona, impresiona mucho. 

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Kenia (1) Nairobi. Desánimo. El lago Naivasha.

Trekkings como el Camino del Inca, Las Torres del Paine, Routeburn o Kilimanjaro están llegando a unos niveles de precio estratosféricos. Ya están pidiendo, como lo más normal, 2.000 $ por el Kili, ruta Machame de 6 días. ¡333 $ diarios! Se monta mucho show y, en realidad, se trata de caminar con tus piernas, por las montañas de todos, comer en plan campestre y dormir en una tienda o en un refugio. Ya me dirás.

Y los de primera fila, como los citados, arrastran a los demás y, por subir a cualquier cima de más de 3.000 metros o hacer una travesía bonita de 3 días, te sacuden 1.000 $. O lo intentan.

Con el senderismo se está produciendo un fenómeno como con la Noveu Cuisine. A unos macarrones con tomate le llaman «Pasta aciutta a la Puturrú de Foie» y te clavan 40 €, y a una caminata guapa le llaman «Trekking Extremo en el Bosque de las Castañas Perdidas» y te dejan la cartera más árida que el desierto de Gobi. Hay remedios. Algún día los explicaré.

Pues ya estoy en Kenia, en la capital, Nairobi.

A estas alturas del partido debo haber perdido, a ojo, unos 5 ò 6 kg y una talla de pantalones. Todavía ando “así, así” del estómago. Más bien «asá, asá». Mis sistemas se reinician con lentitud y me preocupa haber perdido forma física. Sólo puedo comer arroz hervido y poco más. Me cuesta subir cuatro pisos de escaleras así que el Monte Kenia, no se yo. Y el Kilimanjaro… lo veo muy, muy alto. Supongo que el no encontrarme bien me pone ñoño. 

El vuelo ha sido plácido, sin problemas en la frontera y el hotel en Nairobi es más que correcto. Me pongo manos a la obra para organizar mi estancia en Kenia enviando emails, consultando agencias y leyendo blogs, pero no saco agua clara. El desánimo, supongo. Me voy a dar una vuelta por la ciudad. 

Tráfico tremendo, multitudes agobiantes, autobuses y minibuses de vivos colores o maqueados tipo Mad Max, trenzados y elaboradísimos peinados, polución a tope… Gente en el suelo vendiendo de todo, cargadores de mercancías por todos lados, modernos edificios, movimiento frenético, tiendas de móviles una detrás de otra…Parece como que aquí no cabe una aguja y, desde luego, la aguja soy yo, el blanco.

Hay un  asesino al volante de cada coche y hay que cruzar las calles en grupo, prietas las filas y con arrojo de marine. En cuanto pueda me voy de aquí.

Nairobi es una ciudad relativamente moderna, con movimiento económico, alegría y música, con supermercados abarrotados de género y con ferreterías, tiendas de ropa y zapaterías de cierta calidad. Hay pobreza, sí, como en toda África, y hay inseguridad (la llaman “Nairrobo”), pero nada que ver con Etiopía. Aquí hay ritmo, hay latidos, hay oportunidades para ganarse la vida.

No me da la gana de pagar los más de 10 € que piden a los extranjeros por visitar el Museo Nacional. La cultura no es una atracción turística. Paseo por todo el centro y voy hasta el más bien triste Uhuru Park. Mucho drogadicto tirado. Esto por la noche debe ser de cuchillos largos. Unos pajarracos fantasmagóricos que he visto sobrevolar toda la ciudad tienen aquí sus nidos. Son realmente tenebrosos. Como gárgolas. 

Mis pobres botas empiezan a tener achaques y problemas de salud. La humedad de Etiopía no les ha sentado nada bien y tienen alguna herida difícil de curar a su edad. Al fin y al cabo tienen ya casi 9 meses y eso, para unas botas mías, es ya una honorable ancianidad.

Ya llevo 5 días malo. Mientras ceno un arroz en el hotel, se sienta en mi mesa un señor con americana. Le pregunto quién es y se sorprende de que no le recuerde. Dice que ayer estuvimos hablando abajo en la calle. ¡Vaya! El viejo truco del almendruco. Sus ojos van mirando que tengo encima de la mesa. No hay nada. Le digo con mala leche que se vaya y lo veo dar vueltas por el restaurante buscando otra presa. Me olvido de él, pero lo recuerdo cuando, al salir, hay 3 policías con metralletas en el hall. Alguien ha pringado. Sí, aquí también hay muchas metralletas. Día y noche guardias armados custodian la puerta del hotel y la de muchos negocios. África.

Es el empujoncito que necesitaba. Me largo de la ciudad. Levantó el campamento y me voy a Naivasha, a hora y media de Nairobi en matatu, los buses keniatas que no difieren mucho de las minivan etíopes. Allí voy a montar campo base para explorar el lago y los vecinos Parques Nacionales de Hell’s Gate y Longonot.

En Naivasha voy a parar a un oasis de paz, una guesthouse fantástica. No hay ningún huésped más y me dan por un precio justísimo su mejor habitación, enorme, completísima y con una terraza con vistas al lago como para quedarse a vivir. Todo esté cuidado al último detalle con calor de hogar. Un lugar ideal para una convalecencia activa.

A 1 hora a pie de la casa está el Lago Naivasha. Ahora si, ya veo los cielos que recordaba de África. Son especiales, con un sol fiero, con formaciones de nubes extrañas y con la sabana de contrapunto. El lago, enmarcado por montañas, es un hervidero de aves. Sí, ahora sí estoy en el África que he venido a buscar.

Por la mañana temprano alquilo una barca que me lleva a Crescent Island, una pequeña reserva de animales. Del lago sobresalen acacias muertas dándole un aspecto lúgubre. Pájaros e hipopótamos, montones de hipopótamos, dan la vida que falta a los árboles ahogados.

Caminar por la reserva, escuchando las hienas y sabiendo que está lleno de animales salvajes es una sensación de ilusión infantil. Gacelas, impalas, búfalos, cebras, monos…. Depredadores no veo. Dicen que hay leopardos y, aunque no los he visto, no puedo dejar de vigilar los árboles cuando paso por debajo. Y jirafas…¡Que preciosidad de animales! Quizás son mis preferidas, con ese aire de señorita desconfiada. No puedo entender como alguien puede pegarle un tiro a un animal así para hacerse una foto con el «trofeo». Hay que ser muy bestia. La estupidez humana tiene profundidades insondables. 

Solo han sido 3 horas de caminar por la reserva pero como si tuviera plomo en las botas. Mi estómago mejora y ya retengo las comidas, pero ahora he cogido gripe. Un litro de agua con limón. Solo me faltaba ahora la fiebre. A perro flaco todo son pulgas. Según mi programa, mañana voy a patear Hell’s Gate. A ver…

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