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Tanzania (y 5) Dar es Salam. Zanzibar. Una alegoría de la vida.

Zanzibar tiene una peculiar historia de sultanes y princesas, comerciantes indios y plantaciones de clavo, intrigas coloniales y esclavos. Desde el siglo XVII era una posesión de Omán, el país de los Reyes Magos, y fue después protectorado británico hasta que, en 1.964, se unió a Tangánica, la actual Tanzania.

Dije que esta vez no quería urbes y que no iría a Dar es Salaam, la capital de Tanzania. ¿Donde estoy? En Dar es Salaam. Y serán 2 tazas porque de aquí voy y vuelvo a y de Zanzibar. Si es que en viaje los destinos son difíciles de prever. Mejor estar calladito y atento a los vientos para navegar.

En principio sólo he venido para conectar con un ferry para llegar a Zanzibar pero…

La cancelación de un vuelo me hace caer toda la continuación del viaje como un castillo de naipes. Hay que reestructurarlo todo. Tengo que pasar la noche y parte de la mañana en la capital arreglando el desaguisado.

La ciudad tiene un aire limpio y con una mezcolanza étnica muy agradable. Entre africanos de origen, musulmanes de creencia e indios que vinieron, hace 3 ò 4 generaciones, atraídos por el comercio de especias es difícil asegurar en qué continente estas. El Océano Indico acaba de darle el toque abierto y cosmopolita que casa poco con una visión del África tradicional, y modernos edificios y servicios la separan aún más de las duras capitales que he vivido últimamente. No deja de ser África, desde luego, con sus zonas densas y sus miserias, pero una floreciente clase media y un comercio serio y en progreso auguran buenas perspectivas. Noto que ya no me violenta verme rodeado de multitudes negras, la experiencia es un grado. Hasta me resulta divertido comprobar que aquí, si eres blanco, todo el mundo, hasta los bebés, te mira como si fueras fucsia. 

Al final consigo tomar otra vez el control del viaje, más o menos, y cojo el ferry a Zanzibar donde me encuentro con dos de los elementos de creación humana más destructivos física y mentalmente que existen y que, combinados, son letales para cuerpo y espíritu: un aire acondicionado capaz de acabar por sí solo con el calentamiento global y una película de acción china.

Desconozco la razón por la que en los ferry tienen unos aparatos de aire acondicionado de tal calibre pero es un hecho que en ningún otro medio de transporte te someten a esas temperaturas árticas. A saber por qué.

Lo de las películas chinas es, simplemente, de denuncia ante los Tribunales internacionales por intento de genocidio a nivel planetario. No hay derecho. Deberían estar prohibidas por las autoridades sanitarias. La combinación de peleas tipo Bruce Lee y una comicidad tan graciosa como un funeral militar te deja con ganas de asesinar a todo el reparto. Es peligroso. Es una vergüenza. Y es imposible cerrar los ojos con tanto gritito y tanta bofetada. O la ves o te tiras al mar. 

Stone Town, la capital de Zanzibar, tiene un atractivo caduco innegable a pesar de que se cae a pedazos. Es de esas ciudades con un glorioso pasado que hoy todavía llaman a perderse buscando antiguos esplendores por los rincones. Enormes casas de mercaderes hoy decrépitas y en estado de derribo, el mercado Darajani, mezquitas, esas si bien cuidadas, el paseo marítimo, los jardines Forodhani….. Sus aires de pureza musulmana son atropellados por la modernidad que trae el turismo occidental y, todo mezclado, ortodoxos, turistas, rastas, caza extranjeras, niños vestidos como muñecos, comerciantes, etc, etc, queda un decorado algo más que resultón para pasar un día agradable antes de ir a las playas, verdadero gancho de la isla.

Para mi ya está bien, al fin y al cabo he venido a comer y descansar y, de entrada, devoro con aires lobeznos calorías, líquidas y sólidas, como para hacer engordar al esqueleto de la clase de anatomía de cualquier universidad médica. Me he propuesto recuperar mi perdida naturaleza tridimensional antes de llegar a Mozambique.

El descanso lo llevo peor porque camino por la ciudad más de 4 horas. Me encanta deambular por este tipo de ciudades que huelen a historias al encuentro de pequeñas grandes sensaciones.

Y después de Stone Town a cabalgar en dala dala. Un dala dala es un ORNI, Objeto Rodante No Identificado, un par de escalones por debajo de los matatu en la escala de transporte inhumano por carretera. En ruta por Zanzíbar es un sanguinario y salvaje instrumento de tortura que te desolla el culo lentamente a la vez que te machaca los huesos a golpes y te ahoga en polvo hasta convertir tus pulmones en un arenal inservible ni para funciones de experimentación médica post-mortem. Con «eso», me voy a Nungwi, una aldea al norte de la isla donde dicen están las mejores playas.

Allí me encuentro 2 partes diferenciadas, una al lado de la otra, como una vergonzosa alegoría de la vida. La aldea del interior, pobre de calamidad, sin más vida que tropecientos niños jugando detrás de una sola pelota en un descampado que hace de Plaza del pueblo y, a 500 metros, la playa, con resorts de lujo, europeos panza arriba, rojos como gambones, dándose masajes y tomando cerveza helada después de un agotador día de placeres de omisión y rodeados de vendedores ambulantes y ligones de piscina de ambos colores extremos. Jovencitos en luna de miel, a la suya, iniciando, como debe ser, una estadísticamente improbable vida de amor eterno con un destino a la altura de sus expectativas de nada más que un precioso decorado para sus fotos y algún monísimo souvenir exótico de los que se venden en cualquier mercado playero al ladito de casa. Y mejor me callo o me pasaré de frenada. No diré nada más sobre lo que pienso de todo ese zoológico si no es en presencia de mi abogado. Me doy dos días aquí.

De todas formas, veo eso y tantas cosas que ya me dan más risa que coraje. No se. Creo que estoy teniendo una especie de sobredosis de vida real. Veo y siento tantas cosas y me golpean tanto que algo en mi interior se acoraza y me importa todo cada vez menos. Es como si mi sensibilidad se auto ralentizara al mínimo por instinto de supervivencia.

Al día siguiente a mi llegada, huyendo de la zona de resorts, me paseo toda la inmensísima playa. Decenas de kilómetros vírgenes aparecen por la mañana con la marea baja. Huele a mar y una paleta de colores azules, cremas, grises y verdes pintan imágenes de ensueño. No me cruzo más que con algunas marisqueras y pescadores en tres horas de paseo. Muy agradable. 

Pero esto ya está visto y el tiempo no acompaña. Es caluroso y húmedo, igual sale el sol a tope que llovizna y, de vez en cuando, cae un chaparrón. Toca descanso. Tengo una chocilla en la aldea y se está bien. Mañana me doy un chapuzón en el Índico y me vuelvo a Stone Town, y de ahí a Dar es Salaam otra vez, a pasear y, sobre todo, a organizar viaje y próxima parada: Mozambique.

Tanzania… queda atrás.

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Tanzania (1) Moshi. Las Nieves del Kilimanjaro. Momento de prudencia.

«El Kilimanjaro es una montaña cubierta de nieve de 5.896 metros de altura, y dicen que es la más alta de África. Su nombre es, en masai, Ngàje Ngài, La casa de Dios. Cerca de la cima se encuentra el esqueleto seco y helado de un leopardo, y nadie ha podido explicarse nunca qué estaba buscando el leopardo por aquellas alturas».

Ernest Hemingway. Las Nieves del Kilimanjaro.

El Kilimanjaro, ha inspirado relatos y películas como Cinco semanas en globo” (J. Verne), “Las minas del rey Salomón” (H. Rider Haggard) o, la citada, “Las nieves del Kilimanjaro” (E. Hemingway). Quizás es la montaña más mítica del Mundo aunque, en los últimos 25 años, el Everest, más por altura y dificultad que por solera y misticismo, le está plantando dura batalla.

Nada más aterrizar en el Kilimanjaro International Airport y llegar a la ciudad de Moshi tengo el primer contacto visual con el gigante africano. Es enorme, pero estoy confiado en subirlo. Hace mes y medio que estoy pateando el África alta, perfectamente aclimatado, positivo, en buena forma y relativamente sano a pesar de que no doy tiempo a curarme el constipado con el que convivo hace un mes.

Voy a buscar un lugar para entrenar unos días y, a la vez, recuperar las fuerzas que me dejé en el Kenia y, si todo va bien, después intentaré hacer esa cima, un sueño que no me perdonaría si no trato de convertir en realidad ahora que está tan cerca. Todavía tengo muy fresco el recuerdo de lo sufrido en Punta Lenana y dicen que la última jornada del Kili es mucho peor, pero me siento bien y eso, en la montaña, asegura medio éxito.

Ahora toca fijar qué día subo y qué hago mientras tanto. Estoy en Tanzania y Tanzania no es sólo el Kilimanjaro.

Día frenético. Tengo un montón de cosas que hacer. Ayer noche decidí que me voy 3 o 4 días a conocer las montañas Usambara, en Leshoto. Tienen una pinta magnífica. Creo que es un lugar ideal para recuperar peso, intentar quitarme el puñetero catarro que el Monte Kenia ha alimentado con pasión de madre y entrenar ligero sin perder aclimatación para intentar el Kilimanjaro la semana que viene.

Moshi es una ciudad colorista y colorida. Aquí sí van los masai vestidos tradicionalmente, aunque con curiosas modernidades, y las mujeres son, envueltas en chales, pareos, faldas y fulares, una explosión caleidoscópica de color. Tengo que comprar algo de ropa para el Kili. Dicen que en cima puedo esperar 15º bajo cero.

En la calle conozco a Samuel, otro Samuel. Es un porteador, me cae bien y quiere acompañarme a una tienda que dice venden ropa técnica. En África no hay industria textil y toda la ropa de escalada la importan y la alquilan a trekkers. Me lleva a la tienda de Honest, un chaval la mar de majo que, después de negociar 2 horas, pole, pole, akuna matata, me vende una chaqueta con forro, un polar ligero de segunda capa, un gorro y unos guantes de lana. Todo 60 euros. Está casi nuevo.

Honest me presenta a su hermana que tiene una agencia de trekking y safaris varios. Todavía no tengo reserva con nadie para el Kili. Hablamos. Parece buena gente. Precio ajustado. Veremos. Todavía no siento que sea el momento. Me muevo por sensaciones y aún no lo tengo claro. Tengo dos ofertas iguales, una de Stella, que así se llama la hermana de Honest y otra de un grupo de 3, que conmigo serían 4. Son 2 americanos y un alemán. Estella todavía no tiene grupo y quizás iría solo con el equipo de expedición. No me apetece lidiar con posibles problemas de ocasionales «compañeros» de escalada . En la montaña estás mejor solo. El ritmo y las decisiones son únicamente tuyas y del guía y eso, «allà arriba» es un tesoro. Si, veremos, pero creo que me decanto por Stella.

Me llevo a un restaurante a Samuel que parece que no haya comido en un mes. Barbacoa de cordero y plátano. No es dinero, él queda contento y yo me voy enterando de cosas y haciendo inmersión en la humanidad de Moshi conociendo amigos suyos que me va presentando, orgulloso de ir por la ciudad con un blanco. 

Compro ya el billete de bus para mañana hacia Lushoto. Ya se han hecho las 6 de la tarde y va cayendo la noche. Toca volver al lodge. Mañana a las 7 am salgo hacia las montañas Usambara.

El día me ha dejado hecho polvo. Caminar de aquí para allá, tuc tuc y para otro lado, bullicio, regateos… Tengo que cuidarme para no caer en agotamiento porque lo del Monte Kenia ha sido duro y lo del Kilimanjaro promete una paliza de las que hacen pupa. Hay que manejar bien los tiempos. Alguien dijo que hay un momento para el valor y otro para la prudencia. Este es, claramente, momento de prudencia. No estoy yo muy valiente. 

Llego a Lushoto y ya me está esperando David, el propietario del lodge donde pasaré los próximos días. David me lleva a su casa y me preparan una comida tremebunda: Ensalada, fideos, un mejunje tanzano con verduras y pescado y… ¡hasta tortilla de patatas! No me lo acabo todo ni entre la comida y la cena. El Lodge està en medio del bosque, a 2 km del pueblo, y estoy solo con la familia: Judith, la mujer de David, un niño, Imanol, y una bebé, Enriqueta. Son todos un encanto. 

Habitación abuhardillada y confortable, un comedor con chimenea… Hablamos con mi nuevo anfitrión sobre trekks y me pongo en sus manos para conocer estas montañas. Sí, creo que he vuelto a acertar el sitio para lo que quiero y necesito. Todo va bien, todo sigue su curso… 

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Tanzania (2). Lushoto. La cordillera Usambara. Silencio.

En Tanzania, como en Kenia, cualquier actividad «turística» está regulada por el gobierno con saña recaudatoria y, en los Parques Nacionales, tienes la sensación de tener que pagar hasta por respirar. En realidad, lo único que controla el gobierno para sacar dinero es eso: safaris, trekkings y demás actividades turísticas. En lo demás, todo el mundo hace lo que le da la gana mientras no se metan con los mandamases de traje, corbata y uniformes varios.

Como siempre, el Poder se apropia de la Naturaleza, patrimonio de todos, y cobra a todo quisqui por disfrutarla o, lo que es peor, la vende a cuatro amigotes negociantes para que hagan sus tejemanejes. Es de una ilógica aplastante. ¿Quién le ha otorgado a nadie derecho de propiedad sobre la Naturaleza?

Voy con un guia, Miki, un rasta del pueblo que me lleva a caminar por la zona. Vamos a las Kisada Falls. Lo dicho, a pagar. ¡Por ver un salto de agua! ¡Me cago en sus muelas! Esto de la propiedad, pública es una cuestión de echarle morro, vallar lo que te apetece y poner un letrerito de “Ticket X $”. A partir de ahí solo falta que los demàs se lo crean y lo acepten. En realidad, todo el Poder es una gran pantomima.

Pero bueno, no voy a ponerme refunfuñón porque es cierto que en Tanzania eso duele menos. Parece que, en este país, de alguna forma, eso revierte en el pueblo. Aunque solo sean las migajas. Aquí hay escuelas, hospitales y alguna buena carretera. Que cobren lo que les dé la gana si hacen un país con cara y ojos.

Después de los saltos de agua, un largo paseo de 3 horas entre campos de cultivo hasta un lugar con unas vistas de erizarte los pelos del cogote. Saltas a una piedra casi colgada en el vacío y… Yogoi view point. Todo un valle enorme a tus pies desde Mombo a Mkumbara y más allá. Realmente espectacular. Comemos allí una ensalada de guacamole con chapati. Luego, de vuelta a Lushoto con una parada obligada en el otro mirador de las Usambara, el Irente.

Hoy es domingo, día de colada en el río, iglesia y música vespertina en lo pueblos. Un tambor y ganas de cantar y bailar y ya tienen montada la juerga. También es día de mercado y el de Lushoto es bonito y auténticamente africano. Las zonas rurales de Tanzania no son ricas, pero no hay la miseria indecente que he visto últimamente. Es un alivio. Todos comen, todos tienen un techo, algunos, hasta bonito, tienen medio de transporte, buena agricultura y servicios básicos. Se les ve felices y sin desesperaciones. Akuna matata.Tengo sobredosis de capitales africanas así que no voy a pasar por Dar es Salam. Decidido, en este país solo pequeñas ciudades, montaña y playa, nada de urbe.

Me he pasado otra vez de caminar. Muy pole, pole, pero han sido casi 6 horas. Me recuerdo a mi mismo que he venido a descansar. Tomo nota. Otra completísima cena en el lodge y se acaba la jornada. A recuperar… 

Mi constipado mal curado me está dando por el saco, especialmente la tos que no me quito de encima ni a tiros… ¿Qué? No, no, el fumar no tiene nada que ver.

Hoy no pienso hacer nada. Hasta he dejado la ducha fija por no mover el brazo. Y comida y cena a lo bestia en el hostel.

El silencio en este lugar me inquieta el espíritu. Me encanta el silencio. Siempre he dicho que nadie debería abrir la boca si no es para decir algo más importante que el silencio y a este Mundo le hace mucha falta porque el silencio es el hábitat de la reflexión pero, a veces,… A veces añoras una voz amiga o una voz compañera, a veces tanto silencio da incluso para pensar demasiado. Los 80 días de viaje que ya llevo me están pasando factura. Me siento sólo, añoro mi casa y mi gente y tengo miedos. Desde luego, África es un viaje duro. No me coge por sorpresa pero no por ello deja de pesarme.

Sigo descansando el último día pero me bajo al pueblo, Lushoto, para dar una vuelta y comer algo de carne. Las comidas vegetarianas del guesthouse son deliciosas pero a ver si un poco de proteína animal me espabila.

Entro en un bar que, por comparación con los otros, parece ser de un cierto nivel. Me como una estupenda barbacoa de cabra con patatas fritas. La carne de cabra ya no me parece tan dura. La costumbre hace milagros. Saludo a todos los tertulianos, entablo conversación ligera y nos echamos unas risas. Les caigo bien.

Tan bien caigo al grupo que, al final de la comida, incluso una pantera negra se me ofrece en matrimonio mirándome con supuesta ternura y un punto de coquetería. Exclamaciones de expectación y más risas. Declinó el ofrecimiento diciendo que mi corazón es de la mujer que me espera en casa cuidando de mi tierno hijito lactante, mentira podrida que obtiene la aceptación general, incluso de la interfecta. Más risas pero creo que ya es el momento de plegar velas. La susodicha parece haber olvidado lo del matrimonio pero algo queda de resaca porque pasa su mano por mi espalda y pone su cabeza en mi hombro. Grande que es la pantera y delgaducho que estoy yo, más pelo que carne, no sé como no se dá cuenta que parece que esté arrullando mimosamente a un mocho de fregar suelos. Vuelta al guesthouse arrastrado, como casi siempre durante este último mes. Día finiquitado.

Autobús a las 7.30 de la mañana a Moshi. Hay que hablar con Stella y decidir que hago con el Kilimanjaro y la madre que parió a mi cansancio vital.

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Tanzania (3) El Kilimanjaro (1ª parte) …soñaré que hago cima en el Kilimanjaro.

En Moshi ya está Stella en la estación. He decidido no esperar mas y empiezo a subir al Kilimanjaro pasado mañana. Punto y se acabó. O punto y empezó. Non va plus.

Me han reservado un lodge magnífico, un caserón enorme con una habitación principesca. Mañana hacemos el breafing, control de equipo, miro de ir a que me hagan un análisis a ver si todo anda bien… y a por ello.

Perfecto el análisis. Quería, siguiendo instrucciones de mi equipo médico habitual, mi ex mujer y mi hijo, ver si encontraban la razón del cansancio que llevo encima o, por lo menos, descartar infecciones. Parece que todo va bien… solo que he perdido 10 kg en los poco más de 80 días que llevo de viaje. Peso ahora 54. Claro, poca energía puedo tener en tan poca carne. Ya hago lo posible por comer pero el gasto supera el ingreso y ya se sabe que eso lleva a la ruina. Así me va. Pues nada, a tirar con lo que queda.

Me dan unas pastillas para la tos que no me deja dormir por las noches. Es echarme en la cama y empezar a toser como si me ahogara. Parece ser que no son secuelas de la gripe mal curada si no algo alérgico. Llámale demasiado polvo en el camino. No sé. Es molesto, para mi y para los que están cerca. En un Campo base eso serà un problema.

Y nada más. Mis amigas Stella, de la agencia, y Tina, la propietaria del guesthouse, que me cuidan como a un niño,  me llevan a cenar una barbacoa y a las 8 pm me subo a la habitación ya solo con mis pensamientos. Todo preparado. Mañana es el día.

Difícil explicar en qué se piensa y qué se siente el día, la noche, antes de empezar una ascensión. Pienso y siento cosas muy variadas, muy caóticas. Esta noche soñaré que hago cima en el Kilimanjaro. Mañana ya no pensaré ni soñaré nada, solo caminaré. Hacia arriba, siempre hacia arriba.

Machame Gate. Algunos ya han empezado y otros no han llegado, pero en este momento, 10 am, cuento entre 30 ò 40 expedicionarios que se convierten en casi 200 personas. Las normas del Parque Nacional Kilimanjaro obligan a que, con alguna precisión en cuanto a composición de grupos, cada trekker tenga un equipo de 5 personas: 1 guía, 3 porteadores y un cocinero. Los porteadores no pueden, por Ley, cargar más de 20 kg cada uno. Mochilas, botiquines, tiendas, comida, utensilios cocina, bajar basura, subir agua… Hay faena.

Lo cierto es que esto está bastante bien organizado y es un buen sistema de turismo sostenible y de repartir trabajo. Aquí te cobran casi 850 $ de tasas por 6 días en el Parque. Todo parece cuidado, limpio y, en principio, se dà trabajo a un montón de gente sin explotarlos con cargas inhumanas y salarios de miseria. Al final, además de las tasas te dejas, por lo bajo, otros 500 $ en una semana así que fíjate si es rentable. Y hay algún personaje que todavía se cree que el trekking es de mochileros melenudos que comen pan con sardinas en lata.

Si señor, si en todos lados se dedicaran a promover este tipo de turismo, en lugar de destrozar la Naturaleza a ladrillazos, otro gallo cantaría. Con suerte cantaría hasta su parienta, la gallina de los huevos de oro.

Y digo «parece», y «en principio», porque esto es África y África está en este mundo donde la especie dominante es el ser humano. Al final, si profundizas un poco, llegas a la conclusión de que, con el sistema en cuestión, solo se hacen ricos unos pocos, que las instalaciones a partir de los 3.000 mtrs son un puro asco y que los porteadores cobran 6 ò 7 $ al día por hacer un trabajo de mulas de carga. El sistema es bueno pero, como siempre, los humanos lo prostituyen. ¡Qué especie tan horrible!

Hay varias rutas para llegar a cima. Yo he escogido Machame route, 6 días. Muchos la hacen en 7 días para tener un día más y descansar y aclimatar bien antes de atacar Uhuru Peak. A mi, un día de espera en el último Campo base creo que se me haría largo.

La primera jornada son solo 10 km pero no es un paseo. De Machame Gate, a 1.800 mtrs, caminamos por un sendero entre bosque húmedo con un desnivel, suavito primero, que se pica después aunque sin mucha hostilidad, hasta Machame Camp, a 3.100 Mts. Paramos a comer y, entre eso y un ritmo bajísimo que imprime el guía para evitar el mal de altura, son casi 6 horas de caminata. 

Ya en la tienda, sin novedad en el frente. Ni rastro de dolor de cabeza ni estómago revuelto aunque al final, en algún momento, el corazón se me ha puesto al trote. Cena de sopa, pescado y verduras. Las temperaturas van bajando y calculo que esta noche ya nos ponemos a 0º. El campo está congestionado. A lo mejor no hay más de 100 trekkers pero multiplica y eso son 500 personas.

La tos me da la nochecita. Tengo que dormir sentado. Es muy incómodo. Esto se va a convertir en el peor inconveniente de la ascensión.

Sale el sol. Hoy es la jornada más corta y suave de los 6 días pero hacemos un desnivel de casi 800 metros en 5 km. Me despierto con un poco de dolor de cabeza. ¡Miau! Ya está aquí el Mal Alto. No pasa nada. A hidratar. Ave María.

El sendero se empina de entrada y caminamos, todavía en bosque aunque ya más abierto, durante un par de horas. El Monte Meru, imponente en sus 4.500 mtrs, nos queda a la espalda.

Me siento bien y disfruto de camino y vistas. Se oyen un rato notas de reguee mezcladas con rap y ritmos africanos. Una tregua llana entrando ya en el páramo alpino y vuelta a subir, cada vez más fuerte. Primeras hemorragias nasales handicapan a algunos. Ya hay que utilizar manos y pies.

En dos horas entramos en Shira plateau y nos ponemos a la vista las Shira Cathedral, una preciosa cadena de montañas envueltas en niebla. Eso significa que, en 15 minutos, llegamos al Shira camp. En el último tramo me mareo y me desestabilizó un poco. Aunque hasta aquí no ha sido ninguna fiesta, estamos a casi 4.000 metros de altura y huelo que vienen tiempos peores. A partir de mañana «esto» ya será otra cosa.

Una puesta de sol de las que no se ven muchas en la vida cierra el día, pero el dolor de cabeza me confirma que se acabaron los prolegómenos, mimitos y calentamiento previos. Empieza la montaña de verdad.

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Tanzania (4) El Kilimanjaro (y 2ª parte). El dia más largo.

Algún lector amigo me ha dicho que algunos post del blog le hacían padecer demasiado. Qué quizás me «pasaba» transmitiendo angustia en situaciones complicadas porque la gente prefiere leer cosas bonitas y alegres, buenas noticias, paz y amor… Pues, aviso para navegantes: los que piensen así, mejor directamente se saltan este artículo. La vida y el Mundo no son de color de rosa, hay de todo: miedos y heroicidades, éxitos y fracasos, diversión y sufrimiento, paz y lucha. Los días que vienen ahora no fueron fáciles.

Mala noche. He dormido fatal, ha hecho frío, no respiro bien y tengo dolor de cabeza. No tengo hambre para desayunar y mis músculos no se despiertan. Veo estrellitas o mosquitos en el aire. No aclimato. Muchos números de la Lotería del Mal Final. Serenidad. 

Un litro de café con el desayuno me ayuda a recuperar un poco el tono. El sol me da calor y me desentumece el cuerpo. Estamos entre las Shira Cathedral y el volcan Kivu, con lo que queda de sus glaciares, y me dibujo una sonrisa en la cara que dedico a mi mismo y a la Madre Naturaleza. ¡Empezamos! 

Hoy se trata de llegar a Barranco camp, pero primero haremos 800 mtrs de desnivel hacia arriba hasta Lava Tower, a 4.630 mtrs, y bajaremos después otra vez 600 mtrs de desnivel para aclimatar en el Campo base de Barranco a los 4.000. Son 11 km.

Primero subida constante sin pausa pero sin exceso. Dos horas de tirón y los músculos de muslos y gemelos se empiezan a quejar. A partir de ahí empiezo a sufrir. Son 2 horas más y ya es paso a paso, como metiendo un piloto automático a minimisima velocidad gastando la menor energía posible, conquistando colina de piedra a colina de grava en medio de desierto de nada. El sol se ha retirado a sus cuarteles acosado por niebla y frío. Ya no se puede descansar porque si paras te pilla la tremolina.

Un poco antes de Lava Tower nos encontramos con los que hacen la ruta Leshoto y, a partir de ahí, me siento al límite de mis fuerzas. Muy duro. Es obvio que no he recuperado bien. Los últimos metros hasta Lava Tower son, simplemente, angustiantes. No estoy disfrutando. 

Paramos veinte minutos en la Torre a comer pero tengo el estómago totalmente cerrado. No me entra nada. Y hace mucho frío. Ahora a recuperar el nivel al que estábamos al empezar a subir. Bajada esforzada por barrancos sorteando piedra y desánimo. Tres horas más de camino. Al llegar a Barranco Camp empieza a llover. El demonio del agua me sigue respetando. Es la única buena noticia del día.

No me salen las cuentas. Si miro números, alcanzar la cima desde los 4.600 mtrs supondrá, la noche de mañana, para empezar, subir todo el desnivel acumulado hoy entre subida y bajada y, después, lo mismo para abajo. Eso supone unas 7 horas ascendiendo y casi 5 horas bajando con alguna parada larga para repostar energía. No me veo con fuerzas de acabar una jornada así porque es casi el doble de lo que hoy me ha costado todas mis energías. No, no lo veo. Empiezo a pensar que hacer cima en Monte Kenia y en el Kilimanjaro en 3 semanas no está dentro de mis posibilidades.

De entrada, como dice Robert, el guía, hay que ir día a día, ver cómo va esta noche y como sienta la jornada de mañana, pero yo diría que no llego. La ilusión no me va a subir a cima y, de lo demás, voy en reserva.

He dormido, a ratos, pero he dormido y, en todo caso, he descansado 12 horas y sale el sol. El sol es lo más importante. A ver cuanto dura hoy. En 8 horas tenemos que ponernos en Barafu Hut, ahí descansar unas horas y, sin más, a medianoche alcanzar Stella Point a 5.700 mtrs al amanecer y, si quedan fuerzas, atacar cima. Hoy será un día sin noche, mi día más largo.

Hacia Barafu Hut, la Pared Barranco es un desafío de más de una hora blincando y estirando los músculos al máximo. El sol sale 10 minutos pero en seguida es anulado por las nieblas espesas que cargan al galope por los barrancos. La batalla de elementos continúa durante todo el día que hoy se reparten con normas de armisticio. Parece que el viento me da tregua y no entra en batalla. Por ahora.

Superada la pared de roca, el sendero sigue con un desnivel mucho más suave y cómodo. Surfeamos la montaña ya siempre por encima de las nubes, relantizando cuando llegan crestas. Una bajada fuerte e inmediata subida vertical nos lleva a Karanga Camp. Hemos subido y bajado durante 4 horas sin parar y estamos a la misma altitud que al empezar. De aquí nos quedan 600 mtrs de desnivel hasta llegar a Barafu, a 4.600 mtrs.

Es, primero, una larga ascensión que acaba en una especie de juego de matrioshkas engañoso. Cuando crees que estás llegando, aparece una tartera, cuando acabas la tartera empieza otra pared rocosa, cuando la sorteas y vislumbras tiendas todavía tienes que subir por una serie de toboganes… No se acaba nunca. Llego como si me hubieran dado un descabello en el bulbo raquideo. Muerto. Ni una gota de gasolina. Cero. Casi 8 horas de palizón montañero.

Parece ser que el porteador que trae la comida ha tenido un accidente y no hemos comido más que unas galletas y un zumo. Para cenar me dan un estofado de patata y verdura y sólo quedan 8 horas de descanso hasta medianoche. Hay ratas. 

No hay manera de dormir. Serán los nervios. Doce de la noche. ¿Voy a cima? En marcha… hasta donde llegue.

No puedo explicar qué pasó. Empezamos a subir por unas rocas  durante media hora y veo que mis piernas no me llevan por más que me empeñe. Cuanto más suba peor será. No tengo equilibrio, no tengo estabilidad y, si sigo, me romperé una pierna. Todavía queda bajar, son un montón de kilómetros y los quiero hacer de pie. He de tomar una decisión y la tomo. Abandono. Habrán sido 6 días de trekking por el Kilimanjaro pero sin cumbre. Me quedo sin la apetitosa guinda del pastel.

Quizás si hubiera tenido un día más… Por buscar razones creo que hay un fallo de planificación porque no he dejado bastante tiempo entre el Monte Kenia y el Kilimanjaro. Me he pasado de frenada pero es que estaban ahí los dos, tan juntitas… Mis problemas de salud, pérdida de peso y algún detalle como la mala alimentación y los problemas para conciliar el sueño también tienen seguro su parte de “culpa”. Hay, además, muchos imponderables en un trekking o una ascensión, como en todo en la vida. Algunos obvios en presencia y otros tan sutiles que ni reparas en su existencia y ni notas su influencia en tu cuerpo o tu mente. Desde la cantidad de oxígeno de las condiciones climáticas del día hasta el daño moral que te pueda hacer ver sobrevolar un helicóptero de emergencia en determinado momento.

Todo son «quizás». Yo, en mi interior creo que el peor problema ha sido que no he ido a disfrutar de lo que me gusta y sé hacer, si no a conseguir un reto. Malo.

Alguien dijo: “En esta vida, a veces se gana y otras se aprende”.

Punto y aparte, sigo volando. Naturalmente.

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