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Brasil (y 8) Petrópolis (y 2ª parte) Genocidios. El Portal de Hércules.

Se acaba mi viaje por Brasil. Lo he dicho varias veces y lo repito: Me ha sorprendido lo buena gente que son los brasileños. Educados, hospitalarios, solidarios, alegres…

Dije que hablaría de Brasil y España. Agárrate.

Muchos brasileños son descendientes de españoles que vinieron directamente o a través de Argentina en la Guerra Civil. Y antes de eso tenemos el peliculón de la colonización porque, por mucho que se identifique Brasil con Portugal, aquí España también se lució civilizado y cristianizando a los indígenas. En realidad, en el año 1.500, españoles, portugueses y florentinos llegaron a este país casi al mismo tiempo… y fué una merienda de indios. Un genocidio.

La Historia española aquí se puede representar entre dos personajes antagónicos del siglo XVI: Bartolomé de las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda, ambos piadosos clérigos andaluces…

El primero, se oponía firmemente al esclavismo y proponía una evangelización pacífica y el segundo defendía el concepto de “guerra justa” contra los indios, a los que consideraba inferiores como consecuencia de sus pecados idólatras. Lo de los “pecados”, para ponerlo en contexto, se refería a la costumbre indígena de hacer sacrificios humanos a sus dioses y  al canibalismo.

El “perla” de Sepúlveda, un ser con toda una biografía de taras mentales que perdió sus testículos en un accidente de caballo y que era conocido como Ginés “El amputado”, dicen aquí que consiguió numerosas conversiones con el simple método de dar a los indios una clara disyuntiva: o bautismo y buen trato o amputación de las manos y de vuelta a la selva.

Tampoco hay que escandalizarse. Al fin y al cabo, si profundizamos, esa es la base de cualquier religión: el premio y el castigo. Más de uno daría una mano si le aseguran no enfrentarse al fuego eterno por sus pecados.

Pues eso, con la razón, argumento o excusa de Dios, y financiado por unos reyes con el ojo atento a los recursos naturales de Brasil, entre españoles y portugueses masacraron a más de 3 millones de indios brasileños. ¡Ahí es nada! Y nos hartamos de vociferar lo malo que era Hitler mientras celebramos cada 12 de Octubre el día de la Hispanidad con fastos y desfiles militares con el rey y el Presidente del Gobierno a la cabeza rebosando orgullo y satisfacción. Y el clero… ¡Ah no! Callo. Ya me he metido bastante en camisa de once varas.

En definitiva: no hay ni un palmo de limpio en esta puñetera especie humana y que el que esté libre de pecado tire la primera piedra.

Venga, ya está bien, vamos a por lo del trekking. A las 8 de la mañana me viene a recoger al hostel Luciano, mi guía. Luciano tiene ya 58 años. En el caminar se le notan las rodillas castigadas, pero está fuerte como una mula. 

El primer día haremos 8 km subiendo desde los 1.000 metros a los 2.200. La subida es, ya de entrada, fuerte, muy fuerte, y en apenas 2 horas nos ponemos en los 1.600 metros. Estoy chorreando de sudor. Voy bastante cargado, especialmente por el agua y comida para 2 días

Llegamos a Chapadão, a 2.000 mtrs, a las 2.15. Vamos rápidos. Del valle suben unas nubes sospechosas y Luciano dice que va a llover. La última hora ya me pesan las piernas y el tramo final hasta el Morro do Açu se hace ya gateando sobre unas piedras resbaladizas con mucha guasa. Me duele la espalda. Ayer llovió fuerte en Petrópolis, resbalé en el piso del hostel y me dí en toda la rabadilla.

Hacemos cima a las 15.10 y entramos en el refugio de Açu a las 15.20. La niebla ya no deja ver nada más allá de 50 metros y hace un rato que llueve pero sin intensidad. No me ha llegado a calar. Nada más quitarme los zapatos cae el diluvio. Me he vuelto a salvar por los pelos. Y es que, en realidad, en la montaña hay que hacer por llegar a resguardo antes de las 15 horas. A partir de ahí, el clima se encabrona. 

El tormentón es de los gordos. Lluvia, viento, truenos y relámpagos. Un completo. Suerte que no me ha pillado. Aquí los rayos son un peligro. Las heridas en la piedra dan fé. En 1.980 lo rayos se cargaron, uno a uno, a 7 componentes de un grupo de trekkers. 

El refugio de Açu es una casita pequeña y agradable y con este tiempo resulta una delicia. Sólo le falta un fuego. Ya con la noche cerrada, las luciérnagas desafían la lluvia como pequeñas estrellas fugaces en el bosque. Voy a dormir celestialmente. 

Toque de diana a las 5.45. La previsión es otra vez lluvia a partir de las 2 pm. El Valle do Bonfim espera abajo pero, primero, hay que subir al Portal de Hércules. 

Sube y baja arriesgado. Hay que gatear y escalar por piedra húmeda. Resbalo y caigo otra vez sobre mi espalda. Hay que buscar las fajas secas y/o con relieve. Me mareo. Bajamos a 1.000 para volver a subir a Morro do Marco, a 1.200. Desde ahí se ve el portal. La visual está cerrada y, si no hay vistas al llegar, el esfuerzo es en vano pero  si abre, .. . Abrirá! Nos vamos acercando, siempre caminando por roca resbaladiza. Mucho cuidado. Poco a poco, tenso. No dar un paso sin asegurar el otro. Culo a tierra si es necesario. Otro costalazo. Van dos avisos. La piedra me enseña los dientes. El corazón se me encabrita y me vuelvo a marear.

Leve, leve, hay que hacerse leve, escoger bien donde pisas. Y a veces la hierba, muy alta, ni deja ver donde pisas. Luciano se gira y me dice: «Cuidado, aquí hay mucha serpiente. Le pregunto:» ¿Cascabel?» Me dice: «No. Cobra».

Llegamos. No abre. Visual nula. La montaña no quiere, la montaña manda. De vuelta al refugio. Han sido 3 horas. ¿Para nada?… Y 3 horas màs para bajar hasta la puerta de Petrópolis.

No hay para más, ni de Petrópolis ni de Brasil. El tiempo pasa volando. Un dia en Rio y al aeropuerto a cenar y dormir. Será otro de esos días sin final. A las 6 de la mañana salgo… Hacia Colombia.

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Brasil (7) Petròpolis (1ª parte) . Abrazos gratis. Fin de Año.

Brasil es un país único y complejo. Es, como consecuencia del esclavismo, una nación negra, la más afro de hispanoamérica, pero colonizada y dirigida por blancos. Y tiene ancestrales influencias de una población indígena tremendamente evolucionada en todos los sentidos por sus conocimientos y espiritualidades ecológicas. Los indios brasileños …

A ver si encuentro un ratito y hablo de lo bien que tratamos en su día a los indios brasileños…

Petrópolis es una pequeña ciudad con pasado imperial a 80 kilómetros de Río de Janeiro y al lado del Parque Nacional Serra dos Orgaos.

Fué fundada oficialmente por Pedro II que estableció allí su residencia de verano. Tiene un bonito centro histórico con canales, palacios, iglesias y grandes mansiones. Debió ser una magnífica ciudad que arquitectos y constructores con el gusto en pena y el alma en el culo han hecho por afear, con notable éxito en algún caso, creando una parte moderna sin ningún atractivo. Con lo poco que cuesta hacer las cosas con gracia y cariño. Además, como en todas las ciudades brasileñas las favelas se han ido extendiendo por las montañas creando una extraña sensación de decrepitud.

No, las Navidades no están finiquitadas todavía… Que mal lo tengo para conseguir guía y hacer el trekking Persépolis-Teresópolis. Todos quieren estar con su gente para Fin de Año y no están para incursiones por la montaña. Al año le quedan dos días más. Tampoco la previsión meteorológica hasta el día 1 es ninguna maravilla. Me da igual. Estoy en un hostel tipo caserón de montaña con un buen ambiente y, la verdad, no me falta de nada.

Hay aquí una familia muy curiosa. Son como una decena, de todas las edades. Buena gente, como todos los brasileños. Están como en reunión familiar de unos días y el calor de esa familia, no sé por que, me hace bien. Uno de ellos lleva tatuado en el brazo: «ABRAZOS GRATIS»… y cada vez que me ve me abraza. Es curiosísimo. Mañana se van y me quedo ya sin abrazos. 

Tengo la mente como muy mecanizada. Dejo que me entren las cosas que me hacen bien y no presto atención a las que no. Me resbalan. Como si no existieran. Ahora mismo me preguntaba por qué me siento cansado e, inmediatamente, recuerdo que hoy también he dormido en un autobús. Déjame que cuente… Hoy hace 186 días que estoy de viaje… Me voy a dormir… hoy toca cama.

Creo que voy a parar unos días. Pasear, sentarme en un banco al sol, hacer gestioncillas sin prisa, ordenar pensamientos, mirar escaparates, escribir, leer… y quizás lanzarme al consumismo frenético y comprarme unos tejanos porque los rotos y descosidos de los míos ya no cuelan como moda negligé.

La Catedral de San Pedro, el Obelisco, el Trono de Fátima, el Palacio Río Negro… Camino y camino, mezclándome y observando a la gente, arriba, arriba, y ¡OPS!… creo que me he metido en una favela. Lo es, pero esto no es Río y nadie me hace ni puñetero caso. Ningún peligro en absoluto. Música de rap, chavales con pinta pandillera, casas sostenidas con cuatro palos y poco más. Normalidad absoluta….

O eso pensaba yo. Cuando en el hostel me preguntan dónde he ido y les explico me miran con los ojos abiertos. Me dicen que he estado en 1º de Mayo, una favela infestada de traficantes huidos de Río de Janeiro. Dicen que si llego a ir al atardecer no hubiera tenido ninguna posibilidad de salir entero porque allí te atracan sí o sí y, si no tienes dinero te matan por no tenerlo, si tienes, por quitártelo, y si tienes poco por no haber traído más. Textual.

Una larga cola para entrar al museo del Palacio Imperial vence mi ya poco intensa tentación por visitarlo pero sí me da por admirar la casi moscovita grandiosidad del edificio y pasear por los impresionantes y bien cuidados jardines.

A mi las desigualdades galácticamente exageradas me dan grimilla así que poco interés me despiertan pretéritas y contemporáneas vidas de individuos de supuesta sangre azulada. Aunque, eso sí, este tal Pedro parece que fue un buen elemento, apoyando firmemente la abolición de la esclavitud y siendo bastante querido por su pueblo. Como sus iguales rusos, los parientes de Anastasia, su reinado acabó abruptamente pero tuvo más suerte que aquellos y el golpe militar que le destronó no le costó la vida. Dió con sus huesos en un exilio europeo sin lujo ni ostentación pero murió de viejo.

Trato de hacer lo de la compra de pantalones pero yo en unas galerías comerciales estoy más incómodo que un cerdo en una perfumería. Me aturden. En la calle Teresa, la màs comercial de la ciudad, entro en un par de tiendas de tejanos. No me lo puedo creer: la talla mínima es la 38 y en algunas fases de mi viaje a la 36 yo no llego ni con tirantes. Los brasileños son, en su mayoría, grandotes y con panzas toneleras. Les encanta comer y beber y no precisamente ensaladas y agua. A ver como me lo hago. A la tercera va la vencida. Otro regalo de Navidad. Dejo en una tienda de coser mis viejos pantalones para que sirvan de retales.

Fin de año. Me dejé en casa el confetti y el matasuegras. Además he olvidado comprar uvas que, al fin y al cabo, tampoco pegan con los dos sándwiches que tengo para cenar. No tengo nada rojo que ponerme ni por aquí sé de nada que parezca cava o champagne. Tampoco me han gustado nunca los petardos y, mucho menos, bailar así que no hay tema. De todas formas, como sé que igualmente va a ser difícil dormir hasta medianoche, me quedo a ver los fuegos artificiales de las 12 y me voy a dormir deseándome salud para mi, mi gente y, en lo posible, para todo el mundo. Yo, con eso, tiro millas y soy feliz.

¡Ya he encontrado guía! El día 2 salgo hacia el Portal do Hércules. No llegaré a Teresópolis. Ya se me está haciendo tarde. Serán dos días y una noche.

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Brasil (6) Serra do Cipò. Malangía. Los viajeros también lloran.

Ya es Navidad.

En cualquier idioma, una de las palabras más bonitas es la que identifica ese sentimiento tan intenso y duro que te embarga cuando, sobre todo en fechas señaladas, estas lejos de tu casa, tu tierra y tus seres queridos.

Este poderoso enemigo del viajero, siempre emboscado en algún lugar de tu corazón, se nombra, en las diferentes lenguas, como “nostalgia”, “morriña”, “saudade”… En la mía, en catalán, también la llamamos con un bellísimo nombre: “malangia”. Yo la siento hoy en el mismísimo tuétano… duele. Si, la Navidad son días en que siento una terrible y “dolça malangia.”

Llego a Serra do Cipò. Es un pueblo bastante desangelado de tiendas y restaurantes uno detrás de otro pero aquí tiro anclas y pasaré la Navidad. Sin coche no me atrevo a adentrarme más en las montañas donde solo hay pueblecitos de 4 casas, pousadas aisladas y no sé qué encontraré abierto en estas fechas.

La casa en la que me alojo no es fea, pero está muy dejada y la habitación no es lo que yo elegiría para pasar la Navidad: Un lavabo/ducha, un frigorífico, un perchero y una cama grande con una manta de La Bella Durmiente de Disney. Monto cuartel General en la cocina comedor, algo más acogedora. Creo que estoy solo con el recepcionista. Tengo un techo y hay restaurantes y montañas alrededor. No necesito más.

En este lugar, a pesar de que estoy en un Parque Nacional, no parece haber mucha afición a trekkear. El Centro de Información Turística está cerrado y en todo el pueblo no hay ni una agencia especializada en senderismo. Aquí no hay turismo extranjero y al brasileño no le gusta caminar. Bicicleta, moto, caballo y quad sí que les gusta, pero caminar poquito.

Parece ser que el Parque Nacional tiene 2 entradas: Retiro y Areias. Me voy a la más cercana, Retiro. 

Tras 2 ó 3 kilómetros hasta la puerta de Parque, el guarda me dice que hoy y mañana no se puede entrar: vacaciones de Navidad. Cambio mi itinerario para ir a unas cascadas fuera del perímetro protegido y, cuando llego, resulta que es privado y cobran entrada. Han montado allí una atracción de propiedad particular convirtiendo una magnífica cachoeira natural en una piscina dominguera.

Sigo el antiguo Camino Real que tampoco es una maravilla. A los lados todo son latifundios vallados. ¡Ay Brasil! Total, he caminado más de 3 horas pero la sensación es decepcionante. Hasta San Esteban no podré entrar en el Parque y ese dia ya no tengo habitación. Mi pensión está llena. Habré de buscarme la vida.

Por el momento me doy una ducha, me lavo el pelo, me afeito y me pongo guapo con mi única camiseta de algodón para buscar un restaurante y celebrar la Noche Buena. De camino, el cielo me regala un bonito atardecer.

Casi todo está cerrado y acabo en un restaurante extraño, grande, como de esos de carretera pero casi vacio. Pido picanha con fritas y una botella de vino. No está mal, nada mal. Hay música brasileña en directo. Un cantante con su guitarra. Música tipo bossa nova. Lo hace bien y hace fiesta.

Día de Navidad. Encuentro y me regalo una habitación chula para dos dias. Mi celebración será una comilona mineira en el pueblo y contactar con mi gente por internet. Nada más ni nada menos.

El pueblo está vacío pero en las casas y en las posadas hay jolgorio de fiesta. Al atardecer vuelvo al restaurante de ayer a tomar una cerveza. Sólo hay una mesa ocupada. Es el mismo cantante con unos amigos en sesión de tristeza navideña para desarraigados. Me vienen recuerdos de ausencias. Mal asunto.

La noche llega y desde la habitación oigo música de radio. Algo de samba, Bob Marley, bossa nova triste … Suena “Missing home”, de Flora Cash. Recuerdo la terraza de mi casa y el mar y las emociones se me acumulan…Los viajeros también lloran. Cierro la luz.

Otra vez en la entrada del Parque, ya abierto, el guarda me propone el sendero por el Vale do Bocaina. Hace un día espléndido para caminar. Casi sin desnivel, llego primero a la cachoeira Gavia. Hay que currarse algún trecho por desprendimientos o riachuelos salidos de caudal pero es fácil. En Gavia me encuentro a media docena de chavales que han llegado a caballo. Son los primeros seres humanos que veo en el camino.

Sigo hasta Tombador la cascada más lejana, Es un pelin más complicado y aquí no llegan los caballos así que tengo toda la cascada para mi. Descanso un rato. Han sido 11 km desde la puerta del Parque y ya hace 2 horas y media que he salido de la pousada.

Desando mis pasos y, por un sendero afluente del principal, intento llegar a otra cachoeira, la Andorinhas, pero el río está muy crecido. El cielo se ha oscurecido y amenaza chaparrón y aquí, cuando llueve, llueve de verdad. A lo peor, me podría quedar aislado en la otra orilla. Desisto. Voy a disfrutar de mi regalo de pousada, habitación guapa, ducha caliente y…”¡Piscina! Llego a mi nueva casa provisional a las 4 de la tarde. Han sido más de 25 km y casi 6 horas. Bonito dia de San Esteban.

Mi felicidad no es total porque se me ha metido en la cocorota la neura de los canelones de «carn d’olla» de mi pueblo. Allí son tradición en este día. Con los ojos cerrados casi siento en la boca el sabor… No podrá ser. 

Hoy toca el Vale dos Mascates. Seis kilómetros para llegar a la puerta. Doce kilómetros más y encaro el Cañón de Bandeirinhas. He tenido que cruzar un río con el agua en las rodillas y el último kilómetro, con botas y calcetines mojados, ha sido durillo. Para cruzar un río has de elegir entre cruzarlo con botas y mojarte o quitártelas y multiplicar el riesgo de resbalar.

Se me hace tarde. Son las 14.30 y he de contar con volver a cruzar el río, secarme y hacer los 18 km de vuelta que son 3 horas y media, en el mejor de los casos, así que me pillará la noche.

Llego al hostal con el último suspiro del día. He caminado como 9 horas y casi 40 kilómetros y tengo los músculos de las piernas agarrotados. Una duchita y hoy para cenar tengo una picada que compre en el súper y un vino blanco chileno. Picada brasileña y vino chileno… Mis amigos argentinos me matarían.

El grueso de las Navidades está superado y mi viaje por Brasil se acaba. Como guinda, voy a intentar hacer otro de los mejores trekkings del país: Persépolis-Teresòpolis.

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Brasil (5) Lençois. La Chapada Diamantina (y 2ª parte). Sabios. Siempre adelante.

Dicen aquí que, según algunos documentos del siglo XVI, algún lugar de la Chapada Diamantina fue la ubicación del mitológico El Dorado. No parece que el tema tenga visos de realidad pero lo que sí es cierto es que en La Chapada había una abundancia extraordinaria de oro y, todavía más, de diamantes. Hasta bien avanzado el siglo XIX muchos garimpeiros hicieron fortunas increíbles.

En este lugar ocurrió algo que me llama poderosamente la atención por lo que tuvo de visionario y ejemplarizador. Esta es tierra de gente sabia.

Años después de que la extracción manual de diamantes fuera mermando, a partir de 1.980 se desarrolló la minería mecanizada pero esta actividad se prohibió casi inmediatamente por su impacto ambiental. En 1.985 se creó el Parque Nacional Chapada Diamantina y, a toro pasado, es una obviedad el acierto de aquella decisión que supuso el desarrollo del patrimonio natural de la región que hoy es, a través del turismo, la principal fuente de ingresos de la zona. Gracias a una sabia decisión política, contra los intereses de unos pocos, toda la comunidad se beneficia de un desarrollo sostenible y natural.

A mi, esta historia me llena de esperanza. En mi casa, el Empordà y en casi todo el Mundo, el ya viejo dios del “pan para hoy, hambre para mañana”, el cemento, está destruyendo ecosistemas enteros por culpa de ineptos y corruptos políticos faltos de toda moral e inteligencia. Ya tarda la hora de parar sus pies de barro. Por lo civil o por lo criminal. Hemos de despertar con absoluta urgencia.

Caminando por estos bosques cuesta muy poco imaginarse las aventuras de los primeros exploradores de estas tierras que, todavía hoy, conservan un aire salvaje y virgen que ya se puede encontrar en muy pocos parajes del Mundo. Indígenas, leopardos, diamantes… hoy todo ha sido domado, diezmado y hasta extinguido de la faz de La Tierra pero aquí, la impresión, y también la realidad es que, desde luego mucho más “civilizada”, la aventura continúa.

Y, hablando de caminar, con mis botas nuevas ya somos amiguitos. Porcentuando su esperanza de vida con la nuestra, si unas botas me duran unos 9 meses, con un mes y medio ahora deben estar por su adolescencia y, la verdad, es una adolescencia tranquila para lo malas y rebeldes que han sido de niñas.

Nuevo día. Ya el último del trekk. Después de otro magnífico desayuno montañés enfilamos hacia el Valle de Cachoeirão. Dos horas de ascensión por tartera muy vertical frente al Castelo. La Naturaleza, acogedora, te va ofreciendo troncos, piedras y lianas para salvar los tramos más complicados. Vista espectacular.

Un descanso y otra horita de sube y baja. Bosque, grutas, flora extraña, caminamos por arriba de la Chapada y el valle de Cachoeirao queda abajo de un abismo vertiginoso por donde bajan altísimos cascadas en caída libre. Mas belleza.

Por una planicie solo rota por pequeñas lomas vamos dejando atrás el Vale do Pati con un cielo impoluto y un sol enérgico. Son 2 horas más hasta uno de esos ríos con efectos de sangre y fuego donde hacemos una última parada. La Naturaleza es pura magia. Y ya. Bajar La Chapada y se acabó. En 1 hora estamos en el coche que nos devuelve a Lençois. Hoy será cena de pescado con sabor de celebración. Y un vinito también. 

Un par de cositas sobre trekkings…

Consejos de viajero. Trekking. Ahorro y emergencias. 

Los trekkings son cada vez más caros. La primera norma para ahorrar es contratar los servicios que necesites lo más cerca posible del inicio de la travesía. Si los contratas desde tu casa, o desde la capital del país o de la provincia en cuestión prepara el bolsillo. Se trata de ir al pueblo más cercano a la entrada del Parque donde se localiza el trekk. 

Pregunta también el itinerario exacto y tiempos de caminadas. A veces te puedes ahorrar perfectamente el ultimo dia. Mírate bien si puedes acabar antes. 

Y no te enceles con los trekkings famosos. Al ladito del famoso hay siempre otro menos conocido que sale más barato, es igual de bonito y hay menos gente. Pregunta siempre por alternativas. 

Muchas veces puedes ahorrarte el guía pero yo soy partidario de contratar uno siempre y, especialmente, si vas solo. Y no es precisamente por no perderme si no, sobre todo, por la ayuda que te puede dar en caso de emergencia. Lo más importante de un guia es su formación en socorrismo. 

Y, ahora que digo socorrismo: cuando vayas a hacer un viaje de trekking o empieza tu temporada no te cuesta nada refrescar tus conocimientos sobre el tema. No es nada raro en montaña un paro cardíaco o cosas así. Puedes salvarle la vida a tu compañero. Cursillos gratis hay un montón. Pregunta por ejemplo en las asociaciones de Voluntarios de Protección Civil. 

Realmente Vale do Pati es uno de los mejores trekkings del Mundo. Tiene de todo, desde montañas a cascadas, cuevas, ríos y bosques. Y todo natural, salvaje, aventurero y precioso. Y muy poco transitado. No creo que hubieran al mismo tiempo más de 50 personas en el valle, lo cual viene a ser 1 persona por kilómetro cuadrado. Sí, una gozada absoluta. Difícil de superar.

La Chapada Diamantina es un lugar en el que me quedaría más tiempo. Quizás debiera por lo menos quedarme a pasar la Navidad porque, quieras o no quieras, la Navidad hay que pasarla en un lugar agradable a resguardo de tristezas y nostalgias traicioneras. Pero, aún sabiéndolo, todavía hay un par o tres de sitios que quiero conocer en Brasil y he de seguir adelante sin prisa pero sin pausa.

Eso es quizás lo más difícil de una Vuelta al Mundo, seguir siempre adelante. Muchos no completan el sueño por eso, porque encuentran un trabajo bonito y bien pagado, un proyecto interesante y enriquecedor, un lugar idílico para vivir y echar raíces, amigos del alma, el amor de su vida… Si quieres acabar el Gran Viaje, ha de haber una sola máxima en la mente: seguir siempre adelante. Sin la más mínima concesión, paso a paso, siempre adelante.

Así que la Navidad la pasaré donde me pille. Ahora quiero conocer la otra punta de estas montañas, la Serra do Cipò, en el estado Minas Gerais.

Una noche de autobús de vuelta a Salvador, allí un avión hasta Belo Horizonte, todo el día y la noche en aeropuertos y, de buena mañanita, otro autobús hasta Serra. Va a ser un día duro de viaje, día y medio mejor dicho, pero a mi ya me gusta el plan. A mi espalda no tanto.

Seguimos…

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Brasil (4) Lençois. La Chapada Diamantina (1ª parte). Cascabel.

Se acerca la Navidad. Este año no tengo yo el cuerpo muy navideño. Mi paso por África, todavía demasiado reciente, me tiene un poco mosca con Papa Noel, los Reyes Magos y, aún con todo el respeto, con el Belén entero.

Orondo y bien blanquito, de Papá Noel ya entiendo que mucho no cabe esperar en este sentido, la gente del Belén, claramente asiàticos, bastante faena tienen con lo suyo y Melchor y Gaspar aún gracias que se marquen un viaje de los suyos cada año pero, especialmente, a Baltasar ya le vale el olvido en que tiene a los suyos. Para África ni oro, ni incienso, ni tan siquiera mirra.

Pero ahora estoy en Brasil y he de pasar página. Con Lençois es un amor a primera vista. Es un minúsculo y tranquilo paraíso de colores con el enorme Parque Nacional Chapada Diamantina a un tiro de piedra. En el centro posadas y restaurantes uno detrás de otro donde descansar de los trekks y hartarte de carnes, pescados, platos regionales, cerveza y caipirinhas en terrazas al fresco.

Aquí el clima es el mismo, sol de castigo y chubascos intensos descargando condensación pero, al atardecer, con su último suspiro, el sol hace arder el cielo unos minutos como un fin de fiesta pirotécnico y, a partir de ahí, ya baja la temperatura considerablemente.

No hay nada que hacer en el pueblito y aquí se trata de caminar asi que contrato un guia e iremos a recorrer el Vale do Pati durante 4 días. El guía se llama Formiga. Así le llaman desde pequeñito y no usa ya ni el nombre ni el apellido. Es simpaticón y delgado como una anguila… o, mejor, como una hormiga. Nos llevaremos bien.

Empezamos. En Palmeiras, un pueblo polvoriento y castigado por el sol con vestigios coloniales y colores bahianos, dejamos la carretera local y enfilamos la Chapada por una pista de tierra. De la nada aparece otro pueblo, Guiné, más de lo mismo, y a 2 km de allí se inicia el trekk con una subida de 40 minutos hasta la parte alta del Parque. Después ya senderito plano. Llovizna y los ríos y riachuelos bajan rabiosos y con un curioso color rojo sangre que le dan los sedimentos minerales de los que van cargados

A las 2.30 p.m., después de una parada para comer un bocadillo, llegamos a un mirador y todo el Vale do Pati queda a mis pies enmarcado por pequeñas montañas que se pierden en el infinito: Morro branco, Castelo, Sobradinho… En realidad empiezan en el estado de Minas Gerais y acaban aquí en Bahia. Son montañas de alrededor de los 1.500 metros que, si fueran de 3.000, formarían la Cordillera Brasileira pero que, por bajitas, se quedan en Sierra. En todo caso unas vistas imponentes.

Del Mirador bajamos en vertical, subimos una loma, otra bajadita y a las 5 de la tarde llegamos ya al refugio de esta noche, básico como todos los refugios de montaña de verdad.

El lujo, dice Formiga, viene para la cena. Y viene. O yo tengo mucha hambre, que la tengo, o el buffet que nos preparan esta bueno, bueno: feijoada, arroz, espaguetti, ensalada y pollo rebozado a tutti plein. Me hincho, y a la piltra con mantas varias porque va haciendo frío… Mañana subiremos el Castelo, la montaña con más personalidad de La Chapada.

La subidita es esforzada pero, como todo el trekk, es un disfrute sin los agobios físicos y psíquicos  que la altura y el frío te plantean en las ascensiones de alta montaña, a partir de los 3.000 metros.

Una hora por bosque húmedo, otra hora por piedra y tarteras, traspasas una impresionante gruta de una oscuridad acongojante y ya estas en los miradores del Castelo y, en cada uno de ellos, unas vistas magníficas, grandiosas, embelesadoras… Se acaban los adjetivos y buscas màs para no quedarte corto… impactantes, sobrecogedoras… . Estamos en un Mundo maravilloso y este es un pedazo de los más extraordinarios.

Hemos estado casi 5 horas dando brincos por la montaña, ya hemos vuelto a bajar a la posada y toca comer algo para recobrar fuerzas. Una mandarina, un tomate, un sándwich y un buen rato descansando y disfrutando de la sensación de agradable cansancio. En 1 horita màs paseando, ya por la zona baja, llegamos a la posada de esta noche, en medio del bosque y debajo de la punta del Castelo que muestra aquí la cara que identifica más su nombre. Es como estar debajo de un enorme y amenazador castillo de piedra obra de gigantes que, al hacerse oscuro, es una sombra bajo las estrellas. Vuelan luciérnagas en la noche y el efecto es mágico. Me quedo colgado de la situación, como en suspenso, pensando sin pensar. No se cómo explicarlo.

Una ducha fría que apetece, otra cena casera, abundante y reparadora y a dormir prontito. Mañana seguimos. Vamos a ver algunas de las cascadas más bonitas de Brasil. 

Toque de diana a las 6.30 a.m. Caminamos 2 horas entre bosque selvático por detrás de Castelo, todavía quitándose las brumosas legañas de los ojos, hasta arriba de la Cascada do Calixto y, de ahí, una hora más remontando el río sin sendero hasta la Cachoeira do Morro Branco. Y allí un susto.

Me viene de un pelo que no piso una serpiente de cascabel que duerme plácidamente en las rocas. Nos quedamos mirando de soslayo. Oigo como alguien expulsa aire. Soy yo. Pisar ese bicho hubiera sido un problema de cojones, con perdón. Ha de venir una mula, llevarte hasta un coche a 12 km, a Guiné y, de allí, 70 km hasta el primer hospital, en Seabra. Si no te aplican rápido el antídoto, el veneno de la cascabel  afecta al sistema circulatorio y puede provocar una hemorragia interna. El veneno también contiene elementos neurotóxicos con efectos impredecibles, desde una parada respiratoria hasta ceguera. No son bromas. 

Ya más tranquilo.. . ¡¡JO! ¡DER!! Formiga sonríe viendo mi cara de susto. Debo estar blanco como un muerto. Si llego a dar el paso 1 metro más a la derecha me presentaba al examen final de las oposiciones a cadáver. 

A todo esto, recuperado ya, estoy ante un pedazo de cascada preciosa. Toda para nosotros. Da un pelin de “cosa” bañarse después de ver la serpiente pero ya se sabe: si te apetece hacer algo, hazlo sin miedo y, si tienes miedo, hazlo con miedo. La única opción errónea es no hacerlo.

De bajada más selva y más cascadas, desde arriba y desde abajo, haciendo senda donde no la hay desbrozando matorrales, haciendo pasos con piedras donde no llega la tartera del río, agarrándonos a ramas, troncos y raíces… una jornada aventurera. Vuelta a la posada. Ya me relamo con la cena. Faltan 3 horas. Una, dos, tres…

Voy a dormir plano. Espero no soñar con serpientes. Mañana, último día en La Chapada.

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Brasil (3) De Pernambuco a Bahia. Samba, color y calor.

Para mi «Pernambuco» siempre había significado algo así como un lugar lejano que ni siquiera sabía si existía o si existió alguna vez. Cómo decir “Conchinchina”. Pues ya ves, nunca lo hubiera imaginado y ya he llegado hasta aquí: Estoy nada menos que en el estado de Pernambuco.

Aterrizo en Recife y me voy directamente a la vecina Olinda, casi un barrio de la gran capital pernambucana. La primera sensación al llegar allí es el color. Casas e iglesias con sabor colonial compitiendo en colorido entre la selva y el mar.

La segunda sensación es el calor. Veo en las portadas de periódicos que se están batiendo todos los récords. Realmente parece que en Brasil es muy difícil vivir entre las 12 del mediodía y las 3 de la tarde. No se si será un efecto del cambio climático. Hay opiniones para todos los gustos y, sobre todo, para todos los intereses, pero sí es cierto que, deambulando por el Mundo, te das cuenta de que la rabia del calor y la carencia de energía y agua afectan ya a grandes zonas del planeta. Me pregunto que pasará si llegan, o mejor dicho, cuando lleguen estos efectos a nosotros y se imponga un drástico y restrictivo cambio de costumbres. Ahí lo dejo, aunque ya sé que eso son catastrofistas historias de ciencia ficción. ¿Verdad?

Es domingo y en Olinda son previas de Carnaval. Desde la habitación se oyen los tambores tentándome a salir. La sensación térmica es de puro horno pero estoy ya en el Brasil bailongo y festero así que me subo a la colina y me quedo disfrutando de samba y caipiriñas. Como Dios manda. Allí me encuentra el atardecer que da al skyline de Recife, por encima de los los tejados de Olinda, un tono de Armagedón apocalíptico.

El cansancio del viaje me puede y, antes de las 10 de la noche, me duermo todavía al son de los ritmos carnavaleros que entran por la ventana y retumban en las paredes. La fiesta tiene pinta de ir para largo.

La samba es uno de los ritmos más atractivos jamás inventados. Quieras o no quieras, se te van los pies. La instrumentación, llena de percusión, y la fiesta que genera tiene poca competencia, quizás sólo la de la salsa caribeña. Seguro que también el lenguaje tiene algo que ver porque, en mi opinión, el idioma brasileño es el más bonito del Mundo sin más rival serio que el italiano y, desde luego, el argentino que se parece pero no es español.

Visto Olinda, patear el decrépito centro histórico de Recife da para un dia más, simplemente. Es una ciudad. Antiguos y modernos rascacielos, iglesias, mercados y un montòn de gente sobreviviendo en la gran urbe de demoníacos calores exteriores y salvadores aires acondicionados interiores. Y, eso sí, aquí también todo casi siempre acunado por samba, cantos espirituales y bossa nova callejeras de transistor y altavoces que pone banda sonora a un desfile de transeúntes atolondrados, tullidos, jóvenes artistas, travestidos, cuentistas y vendedores ambulantes de todo y nada. Más que una ciudad, un circo, como todas las ciudades y todos los circos.

Unas gambitas grilladas al olio con una cerveza helada en una terraza me recuerdan que la vida es bella y que, aunque lo extraordinario no se prodiga si no lo buscas insistentemente, vivir es un milagro que hay que gozar durante cada segundo que respiras.

Lo que no me da ningún placer son los mosquitos brasileños. Lo de esos bichos no puede ser únicamente por comer. Son agresivos. Esas bestias tiene algo contra los otros animales. No pican, muerden. De dia y de noche, es un no parar y yo ya parezco la diana de un pub inglés centenario. Mira que he sufrido mosquitos de todas las nacionalidades pero no recuerdo ningún otro lugar del Mundo en que tuvieran una mala sangre parecida. Unos verdaderos cabronazos.

Hasta ahora he tenido que ir en avión a los diferentes destinos de este país separados más de 1.500 km unos de otros. Ahora ya puedo dar un tregua al presupuesto y cogeré un bus para hacer los casi 700 que separan Recife de Salvador de Bahía. Serán 15 horas de carretera.

O tenia sueño atrasado o me ha picado la mosca Tsé tsé. He dormido por lo menos 12 horas. Ni me he enterado del viaje y me planto en Salvador, ya en el estado de Bahía.

Más color, más calor, más samba, más centro histórico desconchado, más circo peeero…

Salvador de Bahía tiene un sabor especial y el callejeo es un verdadero placer. Especialmente en San Antonio, Pelourinho, la playa de Barra… una Cuba carnavalera sin puros ni jineteras. Africanos, indígenas, rastas, enanos, turistas, músicos, niños, hechiceras, santones y abuelas, todo agitado como el dry martini de James Bond pero también muy mezclado. Y la parte nueva es una enorme exposición de arquitectura contemporánea con mastodónticos centros comerciales, plazas y rascacielos que quitan el hipo y castigan las cervicales.

Hasta llegar a la playa, la estética humana está muy alejada del tópico escultural carnavalero, más bien lo contrario: moles humanas consecuentes con la basurera, carnívora y cervecera alimentación. En la playa ya sí, los jóvenes yogurines exhiben cuerpos más moldeados a base de gimnasio, pasta, pavo y zumos varios. De todas formas, aquí se lleva más lo curvoso con nalgas luneras y gran pechonalidad que el tipito etéreo de modelo anoréxica.

La playa es también ideal para hacer inmersión en la cultura gastronómica de Bahía y sacudirte entre pecho y espalda unos cangrejos, una tapa de lambretas, unos camarones, una picanha con acompañamiento bahiano… Y cerveza helada, desde luego, o refrescante caipirinha directa en vena.

Por cierto, toco madera pero no siento por ningún lado la supuesta inseguridad de las ciudades brasileñas. O tengo más pinta de atracador que de atracable o alguno lleva escrito en la frente “Quiero problemas”. Desde luego hay que tener las precauciones obvias como en toda gran urbe, pero yo sòlo veo buena gente.

También es cierto que la ciudad está prácticamente tomada por la policía. Impresiona ver cómo se para, delante tuyo, un 4×4 de la Policía Militar, bajan 3 agentes armados, con uniforme de combate completo incluido chaleco antibalas, ordenan a dos chavales que se pongan contra la pared con las manos en la nuca y uno los cachea a conciencia mientras los otros dos les apuntan con las metralletas. Buscan droga y armas supongo.

Salvador es deliciosamente anárquica y feliz. El maletero de un coche es un restaurante, la playa un mercado y la calle un escenario. La gente se sabe las canciones que suenan siempre en cualquier bar o esquina y las canta ensimismado o a voz en grito… y baila… y ríen… ¡¡¡La gente ríe!!! Sin pedir permiso, sin pedir perdón. Tudo bem.

He pasado aquí 3 días de larguísimos paseos, estupendas comidas en la playa y frescas tardes de terraza, música y cerveza. Salvador es de esos sitios que cuesta irse y que, cuando te vas, se te hace un nudo en la garganta, parece que te pican los ojos y se te encoge un poquito el corazón… Siento que algún día volveré. 

Y aquí al ladito, porque en Brasil 400 km es un paso muy corto, está la Chapada Diamantina y uno de los mejores trekkings del Mundo: Vale do Pati. Toca Naturaleza.

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Brasil (2) Mato Grosso. El Pantanal. Titiritero.

Un jaguar macho puede medir 2 metros y pesar más de 100 kilos, algunos hasta el doble. Ver uno de esos cerquita debe ser algo así como el colmo del canguelo. No es un lindo gatito.

De todas formas, consiga o no ver jaguares, porque fácil no es, estoy en el ecosistema donde hay más cantidad y variedad de animales salvajes de todo Brasil, incluido el Amazonas, así que la experiencia promete.

Cuiabá, la capital de Mato Grosso, es una ciudad muy, muy curiosa… por fea. Para ser exacto, no es ni fea, sino falta de atractivo y personalidad. Con un típicamente brasileiro skyline de amontonamiento de rascacielos, hasta es complicado encontrar aquí algo que apetezca fotografiar salvo, quizás, una réplica kitsch de la Estatua de la Liberad de color verde pálido y algo así como una catedral que no me da ni para preguntar qué es exactamente. De hecho, no hago ni una foto en todo el día. Por si fuera poco, o hace un calor horrible y el sol quema, o hace un calor horrible y llueve a cántaros. Va a ratos. Una delicia. Salgo pues hacia El Pantanal cagando leches.

En 2 horas y media de bus me planto en Poconé, un pueblo a 12 km del Parque. Lo primero que me viene a la mente al bajar es Finlandia, concretamente, una sauna finlandesa a toda presión. El calor y la humedad me aplastan en el asfalto como una mosca atropellada por un camión. Los 400 metros que me separan de la “pousada” limpian todas las impurezas de mi piel y me dejan chorreando y deseando meterme en la ducha hasta la mañana siguiente. Aquí, dicen, hay 3 estaciones: ”Calor”, “Mucho más Calor” y “¡Dios me Libre qué Calor!”.

Adentrarse en El Pantanal por la carretera Transpantaneira produce, de entrada, una intensa sensación de aventura. Ésta verde y salvaje inmensidad te marca una sonrisa en la cara, no se si de libertad o de simple felicidad. Búfalos, yacarés, tapires, garzas, tuyuyús y demás pájaros exóticos campan por sus respetos en los márgenes de la terrosa pista conviviendo, en apariencia, sin problemas… supongo que hasta que a uno le entra el hambre, claro.

Pero esa sensación aventurera de la carretera del Pantanal acaba pronto. El Pantanal tiene un problema que, cómo no, deriva de la extraña naturaleza del hombre: El 95% de todo esto es de propiedad privada.¿Como puede ser? Pues unos señores vallaron enormes extensiones de terreno hace más de cien años, en algún momento se creó un Registro de la Propiedad… y ya está. Si aparecía un indio le pegaban un tiro y punto.

¿Y qué hacen ahora? Pues le dan de comer a los animales, especialmente a los jaguares, para que se queden en su terreno y el turista tenga que entrar, y naturalmente pagar, para verlos más de cerca. Lo que consiguen es modificar el ciclo natural y el equilibrio del sistema… Y dinero. A eso no juego. Como he dicho muchas veces, para mi, los animales libres en su medio y con sus medios.

Es cierto que ves animales en el Pantanal, pero, en mi opinión, todo queda en una experiencia turística con más de Parque de Atracciones con innumerables zoológicos al aire libre que de aventura verdadera. En realidad, normalmente, donde vas en coche por una carretera casi todo es previsible y, desde luego, en el humedal no puedes ir a pie. Entre los latifundistas, los propios pantanos, las serpientes, los cocodrilos y los jaguares, las posibilidades de tener un mal encuentro son inasumibles.

Un paseo por el Río Claro es agradable pero, insisto, nada especialmente aventurero. Ni más ni menos que una excursión tipo safari africano aunque sin alcanzar el encanto de la fauna del Continente Negro y su legendario ambiente. De jaguares, ni rastro.

Resulta que, en 3 días, celebran en Poconé una fiesta con bailes de máscaras y no me resisto a verlo e intentar conseguir otra pieza para mi colección. Pero, desde luego, no más animalitos. Me han dicho que cerca de aquí, en Chapada dos Guimaraes, hay buenas caminatas. Me voy para allá y volveré para la mascarada.

Chapada dos Guimaraes es otro pueblito insulso rodeado de una Naturaleza magnifica. La Trilha de Cachoeiras es un sendero de apenas 5 km por la parte alta de un cañón que enmarca un bosque húmedo y cerrado.

El Parque Nacional es precioso pero está muy desaprovechado. Únicamente hay este sendero, que encima debes hacer con guia, y vas bajando a ver cascadas, una detràs de otra, constantemente hostigado por unas pequeñas mosquitas aguerridas. Seguramente el terreno es demasiado inestable, con constantes desprendimientos, para dejar a la gente suelta por el frágil cañón.

Complemento el día haciendo la Trilha do Matâo, casi 9 km de un antiguo camino al pueblo por el medio del bosque. Estoy ya fuera del Parque pero todavía a la vista de la chapada cuando la exuberante vegetación lo permite. Me acerco también al mirador Morro dos Ventos, ni más ni menos que una vista bonita.

No hay mucho más en este pueblo ni en este Brasil que estoy conociendo. Quizás sigo cansado. Física y mentalmente cansado. Me siento como un titiritero de circo nómada representando sin guión nuevas funciones improvisadas de mi vida en escenarios cada dia diferentes.

Vuelvo a Poconé para ver una representación de la Danza dos Mascarados en la Casa de Cultura. Música y baile carnavalesco y, en otra de las mil muestras de hospitalidad brasileira que aquí he encontrado, me regalan para la colección dos magníficas máscaras de danzantes. Me abruman. Estas máscaras no están a la venta y casi siempre pasan de padres a hijos. Muchas, muchísimas veces, lo que tiene más valor no vale dinero.

No hay tiempo para más. Se cierra el telón.

En marcha hacia mi próximo destino: Pernambuco. Se abre de nuevo el telón…

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Brasil (1) Río de Janeiro. Aventura. Favelas.

Edmund Hillary, la primera persona que pisó la cima del Everest decía: “Las aventuras pueden ser para personas ordinarias con cualidades ordinarias”.

Dar la Vuelta al Mundo es, y ha sido siempre, La Gran Aventura con mayúsculas. Yo acabo ahora la primera mitad de mi particular Odisea que me ha llevado desde Inglaterra hasta Nueva Zelanda y desde Turquía a Sudáfrica. Ahora, tras un pequeño paréntesis en Argentina, empiezo la segunda mitad en la que recorreré de Brasil hasta Alaska y de ahí a Islandia para ir bajando por Europa hasta mi playa de Sa Riera en el Empordà catalán.

Brasil forma parte de la exclusivisima lista de los 5 países más grandes del Mundo, “Los 5 Grandes»: Rusia, Canadá, Estados Unidos, China y Brasil. Por este orden. Con Brasil, habré ya conocido 4 de ellos y, a principios del 2.021, más o menos, recorreré el último que me queda, Canadá. A estos, para completar la lista de los 10 países mas grandes de La Tierra habría que añadir, también de mayor a menor, Australia, India, Argentina, viejos conocidos, y otros 2 que se me resisten, Kazajistán y Argelia. Todo llegará.

Vamos a por Brasil. Hay faena para conocer este país cargado de pasado, presente y futuro. El Cristo de Corcovado, Pelé y Maracaná, la samba y la bossa nova, el carnaval, la caipirinha, Ipanema y Copacabana, las cataratas de Iguazú, el Mato Grosso, las favelas, la picanha, el Amazonas, Salvador de Bahía, la capoeira, la Chapada Diamantina, Caetano Veloso y Gilberto Gil…

De entrada, aterrizo en Rio de Janeiro, aquí y en todo el Mundo conocida como la “Cidade Maravilhosa”. Realmente, el entorno natural de Río es de fábula, rodeado completamente de mar y montañas, con lagos en medio de la ciudad y con la selva guardando sus espaldas. A partir de ahí se acaban las maravillas y la ciudad crece hacia arriba con un montòn de enormísimos rascacielos con poca gracia forrados de cajas de aire acondicionado.

Una primera vueltecilla por la ciudad me lleva a ver la catedral más fea del Mundo, San Sebastián, arte urbano de calidad, eso sí, las escaleras Selaròn y poco más. Hace 24 horas que salí del hostel de Buenos Aires y he dormido a ratitos así que se imponen 8 ò 9 horas de sueño profundo. Por fin en posición horizontal.

Lo primero que hago al día siguiente es plantarme en el Parque Nacional de la Tijuca. Pocas ciudades del Mundo pueden enorgullecerse de tener al lado un enorme Parque como Tijuca, el bosque urbano más grande de La Tierra. Se me ocurren ahora sólo Hobart, en Tasmania, y Cape Town, en Sudáfrica, pero no hay comparación de dimensiones.

Y en Tijuca está el famoso Cristo Redentor de Corcovado, una de las 7 maravillas del Mundo moderno que, como consecuencia, está abarrotado de turistas en busca de la foto perfecta.

Me quedo observando a una pareja con problemas. Ella está realmente cabreada con su compañero o marido porque no atiende bien a sus instrucciones para que la inmortalice, e x a c t a m e n t e, cómo considera ofrece el plano más original y favorecedor. Cuando ya ha dejado claras las pautas de la foto deseada, el chaval vuelve a intentarlo y ella hace una amplísima sonrisa como si estuviera alcanzando el cenit de la felicidad. Nada más oir el “click”, muda nuevamente la cara hacia la aspereza y continúa discutiendo con ardor acusando al fotógrafo de torpe y falto de atención y cariño. Para Instagram y la Historia queda que ambos están disfrutando de unas vacaciones extraordinarias. El colmo de la alegría.

Me sorprende ver que, desde la selva, llegan hasta allí unos monos clavaditos a los gremlins. Titís creo. En todo caso, una chulada de animales.

La masificación turística me aturde y decido escapar a pie por la última fracción del Transcarioca Trail hasta el Parque Lage y el Lago Rodrigo de Freitas. Una bajada de apenas hora y media pero durilla y hasta un pelín peligrosa. Y de allí a las legendarias playas de Copacabana e Ipanema por el paseo del lago.

Podría subirme a la parra, mariposear y ponerme lírico con el mito de esas playas pero no lo haré: Copacabana no tiene, para mi gusto, ningún atractivo. Poco más que un Lloret por donde pasean culos mas o menos bonitos y niños musculados jugando al futvoley. Ipanema es lo mismo pero algo más pequeñita y me pilla al atardecer por lo que una caipiriña y una bonita puesta de sol me dan para disfrutar el momento. Pero ya digo, no ha lugar para tanto mito y tanta canción. Eso sí, son dos de los centros de ligoteo más efectivos que existen en el planeta aunque, una vez consumada y consumida la conquista, más de uno y más de mil se han encontrado en una cama desconocida, solos, con un drogadicto dolor de cabeza y muy aligerados de equipaje al haberles desaparecido pasaporte, tarjetas de crédito, dinero y hasta las botas y calzoncillos.

Lo que es un hecho es que he dejado atrás la miseria. Aquí hay, como en todos lados, pobreza y vagabundos alcoholizados alfombrando las avenidas pero África, el continente dejado de la mano de Dios y de los hombres, queda atrás. Es un alivio, la verdad.

Está, eso sí, el fenómeno de las favelas en las colinas, con las entradas fuertemente custodiadas por policía con uniforme de SWAT. Ahí no puedo entrar. Es un suicidio. No hay ninguna señal que me identifique como forastero ni en vestimenta ni en accesorios ni en actitud y, entre gente normal, paso totalmente desapercibido si no abro la boca pero, en las favelas, no entran ni los brasileños màs duros a menos que sean vecinos. Son centros de delincuencia armada. No están habitadas por gente normal si no por ejércitos de familias enteras de delincuentes en donde los bebés nacen con una pistola bajo el brazo.

Rio era el mayor puerto de entrada de esclavos africanos y, cuando los liberaron, se fueron a los cerros. Ese es el origen de las favelas. Sus “casas”, construidas sin control alguno, se apoyan en el suelo sobre cuatro palos mal puestos. Dicen que, si un dia hay un terremoto de solo 3º en la escala de Richter, media ciudad desaparecería de la faz de La Tierra.

Rio no da para mucho más. Barrios populares como Tijuca, Maracanà, Santa Teresa, algún palacio colonial, iglesias, 38º de calor que caen a plomo, estampas de humanidad y cervecita helada escuchando conversaciones en el musical y cadencioso idioma brasileiro. Río, con la honrosísima excepción del Tijuca, no me parece una ciudad “maravilhosa” y ya tengo suficiente.

Me voy al Mato Grosso: Pantanos y un montón de animales salvajes. Dicen que hay más de 10 millones de caimanes pero, allí, el rey, el amo del Pantanal, es el jaguar, el felino más grande y peligroso de América… 

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