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Vietnam (y 5) Ha Long bay. La otra cara de la moneda.

Llego en Sleeping Bus a Ha Long city a las 4 de la mañana. El viaje de 10 horas ha sido pesado. El bus iba abarrotado. Son 3 hileras de asientos/literas y, cuando se llenan, los pasillos de colchoneta también se aprovechan para poner gente estirada. Si los del suelo no se mueven en las paradas, para salir has de ir saltando de litera en litera como un Tarzán autobusero.

No he reservado alojamiento, es noche cerrada y llueve.

Mi mochila  y yo esperamos que salga el sol sentados en las escaleras a cubierto de un edificio. Parezco un homeless. Supongo que SOY un homeless. Tengo una infección en una muela que me ha dado la noche y amenaza con seguir guerrera.

A las 5.30 a.m. la noche aclara y me pongo en marcha para buscar un café caliente. Están montando las paradas de un mercado. Por fin un café… Noche de perros, y la mañana se hace larga. Entre el sueño, la puñetera muela y el destemple general, no está siendo mi mejor día.

A eso de las 10 de la mañana, por fin para de llover y sale el sol, me recorro la ciudad y me acerco a la parte turística. Muy turística. Horriblemente turística.

La bahía de Ha Long es un lugar de una belleza natural espectacular,  pero ahí se acaban las buenas noticias. La sobreexplotación lo hace un lugar sin encanto y prescindible. Las decenas de cruceros oficiales que circulan diariamente por sus aguas, todos pintados de blanco y más o menos iguales, descargan en los puntos de obligada visita miles de turistas de todas las nacionalidades como si fueran ganado. En la zona del puerto y paseo, los feos hoteles y faraónicos complejos con atracciones de focas y delfines haciendo monerías son absolutamente insufribles.

A partir de ahora supongo que me voy a encontrar en todos lados con un montón de gente. Es agosto. Habrá que escoger bien donde voy.

El turismo de masas es un fenómeno difícil de analizar. Da de comer a mucha gente, pero es indiscutiblemente nocivo para la naturaleza. Y nada que sea contrario a la naturaleza puede ser bueno para el ser humano. Esa es la primera ley del Derecho Natural.

Yo creo que el turismo masificado sólo beneficia a 4 gatos. Más bien 4 lobos. A los demás les produce solo un espejismo de prosperidad pero, al final, van necesitando más de lo que van ganando. Y, para eso, venga a joder a la naturaleza… Noticias que me vienen en relación a todo esto desde mi casa me tienen caliente.

Cuando veo lugares vírgenes en el mundo como Ha Giang aquí en Vietnam, o La Cordillera en Filipinas,  pienso que algunos quieren hacer crecer sin medida mi casa, mi tierra, y convertirla en una caricatura de sí misma. Usada y abusada durante 2 meses y abandonada el resto del  año. E igual pasa en Ha Long o cualquier lugar turístificado. Y en esos lugares no veo felicidad y satisfacción. Algo va mal. Donde estarán los límites. Quizás ya traspasados.

Y de Ha Long, poco o nada mas hay para explicar. A mí me ha ido bien para descansar un par de días, pero me vuelvo a Hanoi y cierro el circulo. Me quedan un par de dias. Vietnam se acaba.

En Hanoi, lo primero que hago es ir a la calle Hang Dau, la calle de los zapateros, a ver qué se puede hacer con mis botas. Escojo el cirujano zapatil que me parece más competente y le enseñó la damnificada principal de estos días de trote: la bota derecha. Me alarma le mirada sería y preocupada del experto en cuestión mientras examina a la bota en la calle. El diagnóstico es claro: herida abierta en el costado izquierdo con rotura de varias costuras y afectación de las facultades psicomotrices. La reparación me cuesta 2 euros y parece que ha sido un completo éxito. Un genio el manitas. De esos oficios ya casi no hay en Occidente. Si se rompen las botas, se tiran y se compran otras.

Después de eso, colada, aseo a fondo, organización de las lineas generales viajeras del próximo destino, poner el blog al dia, comer y dormir bien… Y, claro, callejear por el avispero de Hanoi sorteando motos, coches y bicis como buenamente puedo, dejandome impregnar de las imágenes que toda ciudad asiática te suelta siempre en los morros.

No me voy de Hanoi sin comer un Bún Chã y unos nems. La mejor comida por menos de 3 euros, cerveza incluida. El Bún Chã son unas hamburguesitas y panceta de cerdo marinadas y a la brasa, fideos de arroz y una mezcla de lechugas y hierbas frescas, y todo eso servido con un bol hasta los topes de salsa agridulce para que vayas poniendo y mezclando los ingredientes como quieras. Y chile fresco. El resultado es como una sopa dulce y picante de carne a la brasa, fideos y verduras. Un manjar.  Y la relación calidad/precio es brutal. Sin duda alguna, lo mejor de Vietnam es su cocina.

Y ya está. Otra vez me voy. Desde que llego a algún lugar ya me estoy yendo. Siempre me estoy yendo…

Toca nuevo cambio de país. Mañana vuelo a Siem Riep, Camboya. Lo primero, los templos de Angkor.




Vietnam (4) Ha Giang. Terra Incógnita.

Leo que la guía Trotamundos recomienda, especialmente, «descubrir la provincia de Ha Giang (…) Una de las regiones de montaña más indómitas y magníficas de Vietnam. La última ‘terra incognita'». Eso sí parece lo que yo busco.

El viaje a Ha Giang jura, más que promete, descubrimientos y sorpresas. Tras 4 horas de curvas imposibles tomadas a todo gas, paramos en una casa de comidas. Arroz, sopa de algo así como acelgas, cacahuetes y… pollo, dicen. Imposible q sea pollo. Es duro y correoso. Nada de investigar, «eso», se come y punto. Los locales fuman un no se què en un tronco de bambú. Subimos otra vez a la mini van y, durante 2 traqueteantes horas más, la carretera se convierte en camino de carros y un paisaje magnifico de valle frondoso, con un cielo de fanfarria de anuncio divino, me trae a la mente un nombre: Shangri La, el horizonte perdido.

La ciudad no tiene nada, más bien puede aspirar sin complejos al prestigioso título de “Fea de Cojones”, pero las tierras de los alrededores, amigo, eso es otra cosa…UNA MARAVILLA. Me voy de travesía y alucino subiendo montañas y caminando entre arrozales mientras cruzo auténticas aldeas de las etnias Thai y Dao. El trekking no tiene ninguna dificultad, pero no falta de nada. Montañas que parecen de otro planeta, bosque cerrado, ríos, cascadas, terrazas de cultivo, paisajes majestuosos, barro, calor sofocante, chozas y cabañas tribales… Entre 6 y 7 horas de disfrute de la Naturaleza en estado puro.

Al día siguiente, llegó a Dong Van, muy cerquita ya de la frontera china. Otro viaje de locura por carreteras imposibles entre montañas, con continuas curvas de 180°, a bocinazo limpio, con continuos corrimientos de tierras y, en algunos tramos, con precipicios vertiginosos sin vallas de protección ni nada que se le parezca. Si lo sé no vengo. «Estas como un cencerro, Nacho», me digo.

Saliendo el sol, hago, con un guía llamado Anh Tuang, otra travesía  de 25 km alrededor de Dong Van. Las primeras 2 horas, entre maizales, pateo roca kantrica resbaladiza y tuercebotas con todo el cuerpo tenso para mantener el equilibrio y no caer o, por lo menos, caer bien. Un pelín peligroso para los tobillos, la verdad. Estos son los momentos en que me alegro de estar solo y no tener que preocuparme más que de mi mismo mismamente.

El valle está rodeado de unas curiosas montañas, pequeñitas y de formas que la imaginación me lleva a ver pirámides, conos, jorobas de camellos, aletas de tiburón, dragones chinos bailando en su fin de año, gorros de elfos… Después ya aparece un sendero y hasta algún trozo de carreterita para motos y, al final, piedras de cantera de las que te dejan las plantas de los pies echas unos zorros. Mis botas empiezan a tener heridas abiertas importantes en los flancos. Habrá que coser pronto.

Toda la jornada vamos pasando por casas aisladas y poblados de la etnia Hmong. Dicen que los Hmong lucharon del lado de EEUU en la guerra de Vietnam y que, por ello, han sido perseguidos sistemáticamente. Ellos, delgados y espigados, y con facciones cadavéricas, visten de negro riguroso con chaquetilla tipo Mao y boinas y, en cambio, el vestuario femenino es de un colorido que salta a los ojos. Rojos, fucsias, naranjas luminosos, azules eléctricos…

Siete horas de camino en un paisaje espectacular y distinto a todo lo que habia visto hasta ahora. Otro día magnifico.

Y, al día siguiente, el tercer trekking en la provincia de Ha Giang resulta de traca. Nos vamos con Anh Tuang, un tío encantador que, además, tiene la cualidad añadida de que no habla mas de 50 palabras en inglés, hacia el pueblo de Meo Bac por el interior. Bajamos hacia un río arenoso con un paisaje de película, y seguimos su curso mientras podemos. Al otro lado de las montañas ya es China. Llegados a un punto, las crecidas se han llevado el sendero y, más que ascender, hay que trepar por la montaña hasta volverlo a encontrar, un kilómetro después. La subida es de órdago. Peligrosilla.

Tras 3 horas de caminata, llegamos a la barraca de unos apicultores. Uno de ellos està trabajando fuera recolectando miel rodeado de abejas como una nube y nosotros tenemos que pasar por su lado. Me da repelús pero paso con toda la calma que puedo. Parece ser que son conocidos de Anh Tuang y nos invitan a comer. La casa es de lo más simple, sucio y mísero y, dentro, uno de ellos està tambien trabajando la miel, a pecho descubierto, con abejas por todos lados. Le pregunto a Anh Tuang si no será peligroso comer allí, si las abejas no pican. Dice que, si estoy tranquilo, no pasa nada. ¡Coño! ¡Cómo voy a estar tranquilo! Montan una mesa, empiezan a sacar platillos con una pinta horrible y nos sentamos con ellos. Beben, y me hacen beber licor de maíz, un destilado con más de 40° de alcohol que ellos se sacuden al coleto en plan «tiros» como si fuera agua. Cada chupito un brindis y entrechocar de vasos: ¡Súc Khóe! Bebo como 4 chupitos y ellos el doble y, ya que la comida, a base de verduras desconocidas, un pescado todo espinas y arroz de hace una semana, no apetece, como más bien poco. Me juro que no me tumbaran. Son gente encantadora y como con el alcohol me porto con «hombría», les caigo bien y, al final, de milagro no acabamos cantando el Asturias Patria Querida. Hora y media después nos despedimos, amigos para siempre.

En seguida, Anh Tuang aparece con dos bastones de bambú de no se donde y me da uno diciendo: «Now, up». Me lo dice con cara de pena, como pidiéndome perdón por hacerme una putada. Me digo, «Nacho, vienen maldadas», y efectivamente, durante las 2 horas siguientes es un «up» de penitencia y saco por los poros toda la comida, todo el alcohol y hasta media alma, pero…pero… ¡Que belleza! Qué magnificencia de paisaje y qué regalo para todos los sentidos. ¿Quizás lo más salvaje y más bonito que he visto en mi vida? No sé, pero, de escalofrío constante. Llegamos en la cima a lo que llaman el Mã Pí Léng, un paso  con una vistas imponentes a un cañón por donde discurre un río verde con las maravillosas montañas de este país en todo su esplendor en plan fin de fiesta visual final que me deja boquiabierto.

Los pocos europeos que hay por aquí vienen a hacer en moto el Ha Giang Loop, la sinuosa carretera de vistas increíbles que acaba aquí, en Meo Bac, pero hacerlo a pie, como yo, dudo muchísimo que lo hayan hecho más de un centenar de occidentales. Si llega. Yo he tenido suerte de caerle bien al guía que, tras el primer trekking, me dijo que, si quería ver algo auténtico de verdad, hoy me traería aquí. Toda esta zona está protegida por el gobierno y se la conoce como el Dong Van Karst Plateau Geopark. Yo lo he hecho todo a pie, unos 50 Km, y aseguro que en el Mundo no hay muchas tierras tan salvajes e inexploradas. Es realmente, como decían, una Terra Incognita, y ojalá se mantenga así muchos años más.

Un apunte final…Me ha impactado ver a niños que no levantan 4 palmos del suelo trabajando de sol a sol en los campos. Y si van a la escuela, lo mismo en cuanto acaban al mediodía. Todos con una sonrisa eterna en la boca. Eso, a la edad en que los de allí lloriquean por un helado. Sin más comentarios.

Me voy a Ha Long Bay.




Vietnam (3) De Hanoi a Sa Pa. Una sonrisa cruel.

En diciembre del pasado año, ahora hace 8 meses, estuve en el Sur de Vietnam y me prometí volver para conocer el Norte. Y aquí estoy.

Hanoi, la capital de Vietnam, es mucha noche y yo, a estas alturas del partido de mi vida, soy más de mañanas. Un poco pesaditos por aquí. Por la calle te ofrecen 10 veces limpiarte los zapatos, 100 veces maíz, rollitos y pastelitos, 1.000 veces mecheros, monedas, fruta, transporte… El callejeo se hace pesado.

Hanoi está bastante definido en dos zonas. Primero, el antiguo barrio colonial francés, calles y avenidas arboladas con un aire caduco de ciudad de provincias, con algún edificio más o menos bonito y algún barrio más o menos popular que le da un poco de color. Poco más. Después está la zona antigua, el barrio de los 36 gremios, que es la jaula de grillos, el pueblo pobre de solemnidad, la realidad cruda tiznada de atractivo turístico humano. Este barrio sí tiene sabor, eso hay que reconocérselo. Muy asiáticamente colorista y exótico. La gente vive en la calle, porque la casa solo es para dormir, para guardar la moto y para la capillita con el Buda de rigor que todos tienen y veneran.

Hanoi no es Manila, pero también va sobrado de inmundicia, porquería y decrepitud. Un mileurista europeo aquí es el Rey del Mambo. El tráfico es delirante, con millones de motos a todo trapo que se pasan por el forro toda norma de circulación, una polución auditiva estresante y un calor y humedad sofocantes.

Paso también al otro lado del Río Rojo por el puente Long Bien. Podría decirse que ese otro lado del río, y la avenida que hace de frontera entre las dos riberas, es una tercera zona de Hanoi. Con una cierta personalidad capitalina, más bien aústera y aburrida,  no  despierta tampoco mi interés. Por último, paseo por el lago Hoan Kiem y, con esto, Hanoi està más que visto. Me voy a las montañas.

El plan sería ir en autobús a Sa Pa e ir haciendo camino por la zona montañosa del noreste del país hasta llegar a la bahía de Ha Long.

Primera parada, pues, en Sa Pa. Por la ventanilla del autobús va pasando el verde y frondoso Vietnam rural y sus típicos cultivos de arroz. El paisaje natural en Sa Pa es magnifico, pero todo lo demás es bastante regular. Es una especie de Camprodón pero a lo oriental, es decir, sucio y con tendencia al neón y la opulencia sin gusto.

La ciudad ha crecido sin ningún orden ni método a ritmo del turismo masivo. Hoteles, tiendas y restaurantes, uno detrás de otro, ofreciendo todos lo mismo. Mujeres, niños y niñas con los vestidos tradicionales de etnias de la montaña, vendiendo pulseras y baratijas y pidiendo limosna. En un patético abuso de menores, encima, a muchas niñas les ponen un bebé a la espalda para despertar la ternura del occidental. La «clientela», pijos de los cinco continentes, todos muy guapos y muy elegantes, con los últimos modelos de ropa técnica para caminar y «cásual» para pasear.

Todos los trekkings están muy reglados: en grupo y con guía. No encuentro la manera de hacer montaña solo o con un guía del pueblo si no es pagando el gusto y las ganas por un «trekking privado», así que me apunto a una salida  de grupo. Qué Dios me coja confesado. No soy yo muy sociable y friendly por naturaleza, pero ahora, después de tanto tiempo de viaje en solitario, me temo que tengo bastante castrada mi capacidad para relacionarme. No sé. A ver.

El grupo es corto: 1 coreano, 2 coreanas, 2 chavales holadeses acercándose a los 30,  2 más americanos, 3 chiquillas de no sé donde, 1 señor taiwanés de mi edad, y servidor de ustedes. Las coreanas, educadas y formales, los chavales, grandotes y guapos con aires de machos alfa con exceso de testosterona, las chicas, rubitas con shorts y camisetas blancas, muy monas ellas, el taiwanés, un pesado gritón, y todos demasiado elegantes para un trekking. Al principio, buen humor, risitas nerviosas y presentaciones entre ellos. Yo, a mi bola, guardando distancia prudencial.

Nos lidera una guía y, a nuestro alrededor, nos sigue todo un séquito de señoras vestidas con ropas tradicionales de la etnia Hmong. Llueve, y uno de los machitos, entre risas con el compinche, se saca la camiseta para enseñar tableta de chocolate. Parece claro que quiere pillar entre las niñitas y desconoce lo que es el respeto. En muchos países esa «gracia» le puede costar muy cara, pero el actúa como si estuviera en su casa. Está encantado de haberse conocido y casi oigo a su cerebro cantando: «Que guapo que soy, que cuerpo que tengo, que bueno que estoy». Fantasma.

Las risas duran poco. El camino está a tope de barro que la lluvia ha reblandecido. La bajada la aguantan más o menos bien pero, en cuanto el camino se empina, empieza el drama. Las camisetas de Abercombrie y las zapatillas Nike y Adidas se van poniendo perdidas. El blanco es un color que combina bien con casi todo, pero a las niñas no parece gustarles el degradé hacia el marrón mierda. Uno a uno, van resbalando, caen y se enguarran a tope.

El que lleva la peor parte es el guapo de las abdominales. Le resbala el pie para atrás, inca la rodilla y pone las manos en el lodo. Intenta encontrar apoyo, le resbala el otro pie y cae todo él de cara al barro. Las señoras que nos siguen intentan ayudarle a levantarse y, cuando casi lo consigue, empieza a voltear los brazos como un molino y se cae de culo. Está totalmente rebozado en barro y hace pucheros intentando explicarse porque le pasa esto a él, precisamente a él.

En mi cara, sin que tenga yo nada que ver, noto que se dibuja una sonrisa cruel. Ya sé que no esta bien, pero se me escapa la risa. Es una magnífica parodia del turista occidental en viaje de «aventura» y la verdad es que el artista hace una interpretación apoteósica. Me dan ganas de estallar en aplausos al grito de «¡Bravo! ¡Bravo!», sòlo con la intención de mostrarle mi admiración por su talento, pero no está el horno para bollos y me doy la vuelta. A lo peor, confunde mis intenciones, se piensa que me estoy cachondeando y me llevo un guantazo.

Suben respirando como peces en cubierta y se paran cada 10 minutos. Le digo a una de las señoras que nosotros seguimos y… tararí que te ví.

No los veo más hasta la hora de comer. Mis botas responden y, salvo un par de conatos de patinazo, no tengo problemas. Tres horas hasta la aldea donde comemos. Les espero como media horita con una cerveza. Llegan hechos una lindeza. Me miran de reojo. Están de muy, muy mal humor.

La comida buena, arroz y platillos vietnamitas. Todavía caminamos después otra hora para coger una furgo de vuelta a Sa Pa. Al llegar, me da tiempo para dar un vistazo al mercado local al que las etnias de las montañas dan un color especial. Lo he pasado bien, la verdad.

De todas formas, esto no es lo mio. Estoy un poco bloqueado, me siento cansado y me duelen los huesos. Esta humedad… Tengo que ponerme las pilas.

A la mañana siguiente cojo un bus a Ha Giang.

Una curiosidad. A la gente de por aquí les hacen mucha gracia los tíos con pelo largo. Me paran varias veces en la calle y me piden hacerse fotos conmigo. ¡No te jode! Al final, la atracción turística seré yo.




Vietnam (2) Phu Quoc. Viaje a Ítaca.

«Cuando emprendas tu viaje a Ítaca pide que el camino sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a los lestrigones ni a los cíclopes ni al colérico Poseidón, seres tales jamás hallaras en tu camino, si tú pensar es elevado (…), si no los llevas dentro de tu alma (…)»

Ítaca. Constantino Kavafis.

Además de la patria de Odiseo, el viajero más célebre de la literatura, Ítaca es también el restaurante de mi amigo Xavi Pi en Phu Quoc, y allí me voy a verle y recuperar peso antes de volver a casa. Eso es el viaje a Ítaca: la vuelta a casa. Y ya ha empezado.

Dos aeropuertos y dos aviones más. En este viaje relámpago no tengo tiempo de autobuses o trenes, y las distancias son largas. Yo encantado. En los aviones ( y en todo lo que se menea) me duermo a la que empieza el movimiento, salvo que me toque un niño llorón al lado, claro. Y de los aeropuertos me gusta todo, hasta las salas de fumadores, peceras de humo llenas de drogatas de todos los tamaños y colores en un silencio solemne de rito religioso. Sí, me encanta pasear por los aeropuertos, ver restaurantes y tiendas, observar a la gente, escribir, leer… Ya se que a la gente se le hacen aburridas  las escalas. A mí no. Estoy en mi salsa.

Consejo de viajero. En viajes con varias conexiones, si tienes que escoger entre 2 opciones, escalas de 2 horas o de 5 horas, escoje siempre está última. Una escala de 2 horas es un margen muy pequeño. Cualquier retraso y tú viaje se cae como un castillo de naipes.

La calidad de la cocina vietnamita es apabullante. Abruma tener que escojer entre los cientos de variedades de rollitos, pinchitos, sopas, arroces, fideos, carnes y pescados fritos o a la barbacoa, bocadillos, salsas, verduras… Los phò de Hué, las degustaciones de rollitos en restaurantes de Hoi An como el Bale Wells o el Miss Ly, los pinchos del food market de Pham Ngu Lao  en Ho Chi Minh…Todo buenísimo. Y muy barato.

Bajando del avión Xavi me està esperando. Un paseo en moto por el pueblo para ubicarme, una cervecita con la puesta del sol, una ducha y cenamos los dos en Ítaca. Es un restaurante con aire de chiringuito guapo de color blanco tipo isla griega, con mesas en el jardin, farolillos tipo pajareras colgadas de un árbol central y un chill out para tomar copas. Y todo, presidido por un Dalí con ojos desorbitados pintado a trazos en un mural. Cocina y personal, de casa.

Recién aterrizado, Ítaca me somete a un cenòn de agárrate. Un derechazo de tortilla de patatas, jamòn y pan con tomate. Una serie de golpes higado-bazo de anchoas, almejas al ajillo y fritada de gambas y calamares a la gallega y un gancho de izquierda de mini amburguesa de cordero. Directo a los morros, una botella de tinto Marqués de Riscal y un par de chupitos con un coulant de chocolate. Acabo en la lona, tiro la toalla y pido tiempo. Mañana será otro día y vemos si puedo con el resto de la carta. Todo tremendo.

No estoy acostumbrado al alcohol y me he agenciado un resacòn de grado 7 en la escala de Richter pero Xavi no me da cuartel y, a la mañana siguiente, un Ibuprofeno y me lleva en moto a ver la isla.

Phu Quoc todavia tiene algo de virgen y salvaje pero ya està en medio de un tórrido romance con el turismo y el cemento. Ya se están haciendo animaladas en plan hoteles de 600 habitaciones y hasta una ciudad de vacaciones, que dicen llegará a una capacidad de 6.000 personas, con parque de atracciones enorme, campo de golf,  parque acuático e incluso zoologico. Una locura. En menos de 5 años de la isla virgen y salvaje no quedará ni el recuerdo. Flipante la playa de las estrellas. Un par de bañitos en un agua a 25° y, de vuelta, un pescadito a la barbacoa y una cerveza. Un no parar de sufrimiento.

Rematando la faena, unas horas de paseo, ducha y otra vez a cenar a Ítaca. Nada, ligerito: un aperitivo de steak tartar y ceviche y un filete con verduritas. Y vinito, claro. He comido más en 2 días que en los últimos 2 meses. Me hacía falta.

Ya estoy preparado para volver. Phu Quoc-Ho Chi Minh-Kuala Lumpur-Yakarta-Dubai-Barcelona-Begur. Entre pitos y flautas mas de 60 horas por aeropuertos de 5 paises. Ni ver una cama en 3 dias.

En verdad, más que volver, entro en boxes. Arreglo unos asuntillos, veo a mi gente, cambio ruedas, afino motor y, en abril, viene más. Espero que mucho más. Un amigo comparte una frase que me gusta: «En caso de emergencia, salga de viaje…y nunca regrese.»




Vietnam (1) Una excursión a Vietnam. Ciudades.

El viaje por Vietnam lo haré en 2 etapas. Ahora solo tengo tiempo para hacer una excursión de 10 días y conocer un poco del centro y del sur. Dejaré el norte para otra ocasión no muy lejana.

Seis horitas de escala en el aeropuerto de Singapur y me planto en Ho Chi Minh a eso de las 10 de la mañana. Voy a parar a una pensión de Bui Vien, una calle que, a base de laberinticos callejones afluentes, se convierte en un barrio entre chino y canalla con mucho mochilero y juerga nocturna. Restaurantes, hoteles, salones de masaje, música a tope y luces de neón.

Estoy muy cansado. He perdido peso y solo se me ve cabeza y pelo. Ni chicha ni limoná. Suerte que en Vietnam se come de fábula.

Primera en la frente. Vietnam es un país pobre y mujeres guapas. Con esas bases, echa cuentas y te salen occidentales, más o menos viejos, con niñas vietnamitas minifalderas. Me da repelús el turismo sexual. Mira, es algo con lo que no puedo.

En Ho Chi Minh el tráfico es una verdadera locura. Aquí hay más de 6 millones de motos que te salen por todas partes: izquierda, derecha, por la acera, por delante, por detrás… Se suben hasta por los árboles si es necesario para avanzar. El peatón es un animal acosado en constante peligro.

Me dedico a callejear, ver los monumentos más típicos y, naturalmente, el inevitable Museo de la Guerra, un verdadero museo de los horrores. Monstruoso. Deprimente. Terrorífico. Sangre, torturas, malformaciones, amputaciones… Muerte, miedo, sufrimiento, locura… Los límites de la barbarie humana son insondables. Quizás por eso, en Vietnam cuesta más arrancar sonrisas. Algunos viejos han hecho, en una vida, dos guerras: contra los franceses primero y contra los americanos después. Échale guindas al pavo.

Próxima parada en Huè. Esta ciudad la visito en un día y poco más en una especie de treking urbano y cultural de 12 horas seguidas bajo una constante llovizna. La ciudadela de los emperadores, el río de los Perfumes, el mercado… No soy mucho yo de conjuntos monumentales. Mi madre me parió más bruto que culturitas y a mí los monumentos me aburren bastante.

Me alucinan, eso sí, los grupos organizados. Todos escuchan, con cara solemne y asintiendo, el tostón que les suelta  el guía explicando la profunda influencia del lugar en cuestión  en la Constitución chino-mandarin de finales del siglo Cual. A veces, para distraerme, me infiltró en algún grupo de esos e intento identificar a los individuos tipo que siempre hay en esas manadas. A saber:

1.- El Listo. Este ha entrado en internet la noche anterior y se arranca a preguntarle al guia si no cree que, ese importante monumento, también influyò de forma decisiva en la sociedad dominante de la Rusia postártara. Un plasta, vamos.

2.- El Tragón. Mira a todos lados y se le mueve la nuez porque saliva constantemente. Esta buscando la cafetería mientras piensa en el chuletón que se va a zampar para cenar esa noche en el hotel. No confundir con el Meón, que también mira a todos lados porque busca el lavabo. Este hace caras de sufrimiento y, cuando se para, cruza las piernas. 

3.- El Fotógrafo. Lo conoceréis enseguida porque hace fotos hasta a las papeleras. Es inofensivo salvo que, cuando vuelva a casa, te invite a cenar. En ese caso es letal como una serpiente de cascabel y, si aceptas, a las 3 horas de fotos pedirás auxilio con angustia. Nadie podrá ayudarte. No hay antídoto.

4.- El Saleroso. A éste todo le dá para hacer una gracia y se ríe de sus propios chistes. Otro plasta. Ponerse a su lado es una temeridad. Constantemente te mirará a ver si ríes sus estúpidas ocurrencias. Tú boca quedará en un rictus horrible y se te desencajará la mandíbula para siempre.

5.- El Gran Cazador Blanco. Es mi preferido. Siempre atento y expectante para encarar cualquier peligro que pueda acechar al grupo. Viste todo el equipo de explorador, salvo el salacot que suele sustituir por una gorra de béisbol, aunque luce más en su versión de pantalón corto o bermudas con bambas y calcetines blancos. En todo caso, imprescindible el chaleco con bolsillos, botones y cremalleras por doquier. Puede costar diferenciarlo del Fotógrafo y del Listo porque también lleva una réflex enorme y hace sesudas preguntas, pero aprovechará la menor excusa para lucir su navaja multiusos delatándose así de forma clara y rotunda. Otra pista: lleva todos los artilugios prácticos habidos y por haber, desde linterna hasta prismáticos.

Toca irse a Hoi An. En el camino, un par de paradas. Guay la montaña de mármol. Lastima que a algun payaso se le ocurrió poner un ascensor hasta el primer nivel para no currarse las escaleras y, a partir de ahí, «cagada la Hemus»: turísteo a tope.

De Hoi An poca cosa. Pintoresco lo de las calles decoradas con farolillos, pero a mí no me dicen nada estos pueblos pesebre lanzados al consumismo turístico sin miramiento alguno. Las antiguas y preciosas casas de madera del centro de Hoi An se han reconvertido en comercios haciéndolas casi desaparecer abarrotadas de capas y capas de género en venta. Pan para hoy y hambre para mañana.

Bonito el espectáculo del río por la noche, lleno de barcas con farolillos y cajitas de colores con velas encendidas. Romántico, supongo. Y en cuanto a las playas, que voy a decir…vivo en Sa Riera, la playa más bonita del mundo. O vivía.

Se acabó. Paso de más ciudades y me voy a la isla de Phu Quoc. Viaje a Ítaca.