La escalera de 1.200 escalones de piedra por la que se accede a la Ciudad Perdida de Teyuna fue descubierta por campesinos taladores de madera en 1973. Ni que decir tiene que, a partir de entonces, se dedicaron a llevarse todo lo de valor que había en los descubrimientos arqueológicos a toda velocidad.
Los rumores sobre tesoros de oro, cornalinas y cuarzos se fueron esparciendo por Santa Marta y, en 1976, una expedición encabezada por Gilberto Cadavid y Luisa Fernanda Herrera, tras 12 días de travesía, llegó al centro del yacimiento donde recopilaron las pruebas suficientes y las llevaron a Bogotá para que, el entonces Presidente, López Michelsen, aprobara el presupuesto para la recuperación del denominado Buritaca 200.
Teyuna pudo haber sido el centro político y económico de la región del río Buritaca y la Historia dice que fue abandonada, tras más de 1.000 años de existencia, durante la conquista española, permaneciendo perdida después casi 5 siglos.
Rodrigo Galván de las Bastidas, el fundador de Santa Marta, no tenía ninguna intención de colonizar con saqueos, esclavizaciones y genocidios pero su tripulación tenía planes propios. En aquellas épocas, solo criminales y aventureros ambiciosos de la peor calaña y sin nada que perder eran capaces de enrolarse en un barco hacia las Américas. El bueno de Rodrigo, por oponerse a conquistas traumáticas, fué asesinado por los suyos y entonces empezó la civilización y evangelización de los indígenas a lo bestia.
A Teyuna los españoles no llegaron nunca pero parece ser que fué vencida por las enfermedades «exóticas» que los descubridores trajeron consigo. Sarampión, sífilis, viruela, tifus, polio, peste bubónica, difteria y demás «regalitos» se propagaron en Sierra Nevada como epidemias imparables por los contactos de trueque entre las diferentes tribus. Los españoles contagiaban a los indios de la costa y estos a los de las montañas.
Un nuevo éxito de nuestros héroes.
Santa Marta es todavía más ventoso que Barranquilla. Rachas de 40 km/hora recorren las calles al galope y amenazan con hacerme volar, más como Mary Poppins que como Superman.
A parte de eso, es una pequeña, turística y bulliciosa ciudad a orillas del Caribe con un montòn de lugares por conocer, desde las playas del Parque Tayrona hasta el propio Centro histórico. Es un lugar para pasar 10 días si tienes tiempo pero Colombia es grande y tengo que acelerar. Hay que escoger y, en ese caso, la Ciudad Perdida tiene prioridad absoluta.
Doy pues un paseo por el Centro, atardecer en el Malecón y decido salir de trekk mañana mismo. Cuatro días y tres noches para llegar a Teyuna…
Pero la vida no quiere.
Un problema con mi tarjeta de crédito, parece que hay cargos que yo no he hecho, me hace entrar en un laberíntico entramado burocrata-administrativo que alcanza su cenit con la obligación de presentar una denuncia en la policía colombiana. ¡Madre de Dios y del Amor Hermoso!
Resumiendo, después de pasar por 2 comisarías de la ciudad, al mediodía llego a la Fiscalía Nacional, seccional URI (Unidad de Reacción Inmediata – nada menos-), de donde salgo con una denuncia, casi 6 horas después, a las 17.30. El día ha sido endemoniado y exasperante hasta límites de camisa de fuerza. Las colas y las actitudes tipo «Vaya a la ventanilla B», «Le falta el documento X» y «Vuelva usted mañana» quedan en chiste con lo que entre aquí, policía, y allá, Banco, he tenido que lidiar. Lo de que estamos en el siglo XXI debía ser una broma. Al salir, me doy a la bebida.
El último funcionario con el que he tenido el placer de relacionarme, el agente que ha redactado la denuncia, no sabe el peligro que en algunos momentos ha corrido. Si mis pensamientos fueran transparentes es segurísimo que hoy, y el resto de mis días, los pasaría en la más oscura celda de una prisión colombiana de alta seguridad junto a los más peligrosos delincuentes del país.
El problema trae más cola pero… Pasemos hoja (*).
Sale otra vez el sol. Me obligo a olvidar el tropiezo y me pongo a caminar por Santa Marta. La Catedral, el Parque de los Novios y el Bolívar, el Templo San Francisco, el Museo del Oro… Me cojo un autobús a Taganga, el pueblecito de pescadores vecino, a comer un pescadito, robalo, con patacones, arroz de coco y un vinito quitapenas. Allí me pilla una pelea de gallos improvisada en la playa, terrible, y otro autobús de vuelta al hostel.
Se ha «caído» la wifi. Aquí lo que no funciona es que se ha caído y la culpa es de la brisa porque, los muy cachondos, a este viento demoníaco le llaman «brisa».
Me ducho, lavo pelambrera, me afeito, aligero mochila y ya. Preparado. No me va a quitar nadie la felicidad y el disfrute de mis sueños. Ni la ineptitud, ni la estupidez, ni tan siquiera el mal viento. ¡Faltaría más! Con un día de retraso, empiezo la travesía hacia la Ciudad Perdida.
Después de bordear la costa durante una hora, nos llevan en 4×4 hasta El Memey, una aldea que aquí conocen como «Machete Pelao», a 120 metros sobre el nivel del mar.
He tenido suerte con el grupo. Somos solo 5: 4 chicas, 2 alemanas 1 suiza y 1 holandesa, mas la guía, un traductor y un cocinero. Grupo pequeño y chicas jóvenes y agradables. Se las ve sencillas, fuertes y bien equipadas. No habrá problemas.
Desde El Mamey ya empezamos a caminar… Al tercer día he de llegar a Teyuna.
NOTA*. Adoro a los Bancos y similares corporaciones financieras. Son todo diligencia, alma y corazón. Cuando tengo un problema, en sus manos me siento tan seguro como un bebé en el regazo de su madre. Como dicen por aquí: «bendiciones».