Quito, Ecuador.
Uno podría imaginarse que si viajas a Ecuador es para conocer el legendario archipiélago Galápagos. No será mi caso. Ir a Galápagos es caro, voy pasado de presupuesto y, sobre todo, dicen, allí todo está extraordinariamente reglado y las reglas no me van mucho.
Prácticamente todo Galápagos es Parque Nacional y parece que ir solo a conocer las islas es misión imposible. Y si hay otra cosa que me de más alergia que las reglas, son los tours organizados. Me suena a Parque temático así que, por ahora… Paso de Darwin. Quizás en otra ocasión.
En Ecuador quiero seguir los pasos de otro extraordinario viajero y naturalista: Alexander von Humboldt. Fué él quien, en su obra Cosmos, escribió: «La región montañosa cercana al Ecuador… es la zona más pequeña de la superficie de nuestro planeta en la que se observa mayor diversidad de la naturaleza». Vamos a verlo. La Naturaleza sí es lo mio.
Desde luego no haré un viaje tan duro como el de Humboldt. Él pasó aquí 8 meses, subió al volcán Pichincha, intentó, sin llegar a cima, el volcán Chimborazo y estudió la flora y fauna de Ecuador en las zonas de Riobamba, Cañar, Cuenca, Baños, Loja, Tambo… Y todo eso recién nacido el siglo XIX, que entonces si era difícil viajar..
El mio espero que sea un viaje relajado y tranquilo. Estoy agotado y no doy para esfuerzos fuera de lo normalito. O lo normalito para mi, que muy normal no es.
Y hablando de anormalidades tengo una cierta preocupación por el coronavirus que está en plena efervescencia. En los aeropuertos se ve mucha gente con máscaras para evitar contagios y es obvio que el ambiente viajero, hoy por hoy, es peligroso. Desconozco por donde han estado los viajeros con los que me voy encontrando en el camino. Es hora de prudencia e incluso evitaré en lo posible los dormitorios colectivos de los hóstels.
Y en el hostal que he escogido en Quito tengo ducha caliente. ¡Tremendo! El placer de una ducha caliente es una barbaridad. Yo creo que la gente, a fuerza de hacer cotidianos los placeres como éste acaban quitándoles todo valor. Solo tiene valor lo escaso y algo que tienes cada día pierde capacidad de dar felicidad.
El caso del agua y la energía es más sangrante porque son bienes escasos que Occidente, en su soberbia y voracidad insaciable e insatisfecha, gasta como si fueran inagotables. Y mientras sobra agua y luz falta felicidad y la depresión, la peste del siglo XXI, se propaga sin freno. Quizás, un día, en un Mundo de gente triste y vacía, caerá la ultima gota de agua. Y hará un ruido estruendoso.
Pues eso, que cada uno haga de su capa un sayo.
El centro histórico de Quito es bonito, muy bonito. Un apelotonamiento de iglesias y edificios coloniales, plazas y calles llenas de historia y color. El resto, una sucesión de barrios de distinta clase y posición que suben por las colinas vistiendo para siempre el bosque de ciudad. Subo a ver la Virgen del Panecillo, tropecientas escaleras que se premian con las mejores vistas de la ciudad. Una ciudad agotadora, todo arriba y abajo, pero recorrerla es gustoso. Las iglesias tampoco son lo mío pero San Francisco, las catedrales y la Iglesia de la Compañía de Jesús son… impresionantes hasta la exageración. Hay tantísima pasta alrededor de las religiones… No digo más.
Ecuador me parece que será un buen lugar para engordar porque su gastronomía es variada y deliciosa. Menús de mediodía pantagruélicos, parrilladas de carne, pescado, mariscos, el ceviche, las empanadas… Imposible pasar hambre.
La gente es de raza muy india, amables, presumidos y más dados a la seriedad y el drama, como los angustiosos titulares de los periódicos demuestran, que al baile y la música que también haberlos hailos… Son primeras impresiones. Total, acabo de llegar. Ya iremos viendo.
Es vigilia de San Valentín y, aunque yo soy mucho mas de Sant Jordi, me compro un pastelito de chocolate, una media botellita de vino y pasamos, Nacho y yo, una agradable y feliz velada de organización de nuestro próximo destino. Cualquier excusa es buena para quererse a uno mismo. Es importante.
Hoy me voy a ver La Mitad del Mundo, la ubicación exacta de la línea del Ecuador, y a Pululahua, una caldera volcánica habitada. Creo que no hay ninguna otra en el Mundo. Para vivir dentro de un volcán hay que tener… humor.
Dos horas de autobuses y media hora a pie me llevan al cráter del Pululahua. Desde el mirador, la niebla da la impresión que bajas al infierno pero es un espejismo porque el cráter es todo lo contrario. Es un valle frondoso salpicado de casitas, ganado y cultivos con una paz de paraíso bucólico. Aquí viven 54 familias pero el silencio es apabullante. Camino por todo el cráter con una sensación extraña, como de caminar por donde no se debe. Aunque no es mi primera vez, saber que éste es un volcán activo no es tranquilizador.
Subo ya hacia el mirador de donde salí. Es una subida fuerte, desde los 1.800 metros hasta los 2.800. El sendero, que de bajada era resbaladizo, de subida se vuelve esforzado y se me hacen las 3 de la tarde sin darme cuenta.
Sigo caminando ya por carretera de vuelta a la ciudad y me planto justo en la línea del Ecuador. ¡Ya estoy en la latitud 0º 0′ 0″! ¿Y que hay allí? Pues nada, un monumento faraónico de dudoso gusto y una serie de «atractivos turísticos» con pretensiones más o menos científicas y culturales. Se puede uno ahorrar los 5$ de entrada al parquecillo si no hay curiosidad por el asunto pero, pasar por ahí, yo creo que en una Vuelta al Mundo hay que pasar. Hecho pues.
Ya he caminado mis 5 buenas horas asi que me vuelvo para el hostal. Mañana, tempranito, capítulo nuevo. Rumbo a Latacunga. Es la zona de la ruta Quilotoa.