Egipto (y 4) Las Pirámides. Tutankamón.

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Otra vez en la tierra. Estaba pensando que conocer un montón el mundo, pero sólo por arriba, sin haber visto y vivido nada de alli abajo, sería una lástima. Como mínimo.

Pero ya estoy otra vez en el suelo, que ya no es fondo, los cabos vuelven a ser cuerdas y el calor aprieta. Carretera y manta por el desierto, de vuelta a El Cairo y a ver pirámides.

En El Cairo, naturalmente, nos dedicamos a hacer el turista. Callejeo, Iglesias, minaretes, mercados bulliciosos, el Nilo, el Museo Egipcio y ya… las pirámides.

¿Escribo algo de Tutankamón? Vale, vá. No creo exagerado decir que buena parte del misterio que envuelve las pirámides de Egipto dandole un atractivo turístico irresistible es gracias al tal Tutankamón. Cierto que las pirámides son arquitectónicamente impresionantes, y que la Historia, la literatura y el cine están llenas de realidades y fantasias sobre el Antiguo Egipto pero, con permiso de Cleopatra, con sus intrigas y ligues romanos, Tutankamón tiene la historia más potente. A la gente nos pone eso de las muertes extrañas, con mano divina o mágica de por medio. ¿Quien no ha oido hablar de la maldicion de Tutankamón?

Howard Carter descubrió, en 1922, la tumba de Tutankamón. El faraón murió a los 19 años y ni él, ni su época, fueron especialmente interesantes, pero el hecho de que varios arqueòlogos y personajes relacionados con el descubrimiento de esa, su tumba, fallecieran poco después, y en circunstancias extrañas, convirtió a Tutankamón en un mito universal. Primero los diarios de la época y, después, la literatura y el cine, propagaron esa maldicion que castigaba a los profanadores de la tumba. En aquella época en que, hasta Conan Doyle, el creador de Sherlock Holmes, se declaró creyente de la maldición, ese cuento de miedo y aventuras exóticas corrió como la polvora.

Parece aceptado que, en realidad, de maldición nada, sino que, en el aire viciado de la tumba, habia esporas de hongos microscópicos que infectaron a algunos de los exploradores. Eso, neumonias, bichos y algunos accidentes, explican lo entonces inexplicable. En aquella época la esperanza de vida no era la de ahora, ni los viajes ni muchisimo menos tan fáciles como hoy en dia. Ya se dice: «¿Murierón? Pues a saber que comieron…»

Con estos precedentes, alquilamos un coche y nos vamos a ver piramides. ¿Qué quieres que te diga? Porque vamos juntos y somos felices pero, a mi, las pirámides por si mismas no me dicen nada. Soy asi. No tengo esa sensibilidad. ¿Qué le voy a hacer? Eso si, entramos en una cámara mortuoria y dá miedillo. Trampilla en el suelo y tunel negro con lamparas tenues. Arriba nos esperába el egipcio que nos la habia abierto. El aspecto de nuestro «amigo» era tipo extra para escena de malo de pelicula de Indiana Jones. Su túnica y su turbante mantenían un perfecto estado de guarrería. No sé muy bien por qué, pero en aquella hora no habia nadie mas. Total, que bajamos y correquetecagas subimos una vez visto el cubiculo en cuestión. Mira, la adrenalina valió la pena, pero reconozco pensé que, a lo peor, el guarda no era tal sino un bandido sin escrupulos y que, cuando llegaramos a la trampilla, me encontraria con su cara adornada por una fiera y socarrona sonrisa desdentada. Pero nada de eso. El tipo era de lo mas normal. Feo, eso sí, pero normal ¡Qé neura! La culpa es de Tutankamón.

Y hasta aqui. Vuelta a casa. ¡Qué mundo tan chulo que tenemos!

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