En uno de nuestros trekks en los alrededores del Fitz Roy, en el camping del Lago del Desierto, a poco de una ganaderia de vacuno, el guarda, Carlos, un curtidisimo patagón con pañuelo en el cuello y cuchillo al cinto, nos confirmó la historia de Nico, un nuevo amigo de la ciudad de General Roca con el que compartimos cena, historias y risas en El Calafate.
Nico Fernandez que, como su apellido indica tiene origen sueco, pero que es de alma torera, está haciendo un viaje a sus orígenes. Sigue en moto, por la ruta 40, desviandose despues hacia Rio Gallegos y, de ahi, a Buenos Aires. Visita los lugares por los que viajó su padre a los 19 años buscandose la vida en malos tiempos. Su padre murió hace 4 años y él se prometió, por él y con él, esta aventura de recuerdos y pálpitos. Ya ves, me ha quedado una frase bonita.
Pues bien, al llegar al citado camping al atardecer, con el lugar totalmente vacio ya que es temporada baja, Nico aparcó la moto, montó la tienda, encendió un fuego, y se dispuso a pasar una noche tranquila de estrellas e íntimos pensamientos en el corazón de los Andes patagónicos. Sin embargo, el destino tenía para él otros planes porque, de pronto, apareció a su lado un enorme toro bravo que habia roto el vallado y se habia colado dentro del espacio de acampada. No penseis en el típico toro negro español, porque aqui son todos pintos o alhazanes, pero podeis imaginar los mismos cuernos de dos palmos y la misma mole de más de media tonelada de carne viva cabreada mirandole retadoramente.
A partir de aqui, explica Carlos el guarda, partiendose el pecho de risa y carcajeandose a lágrima viva, el toro encaró a Nico y este inició un C.T.C. (Corre que Te Cagas) con todo el equipo motero excepto el casco que salió volando. Carlos, que dice ser, y lo parece, un hombre que no rie mucho, con este cuento se tronchaba, y perjura que, comparado con lo de Nico, el record mundial de los 100 metros lisos de Usain Bolt quedó en carrera de viejecita octogenaria.
Nico consiguió refugiarse en los lavabos en construcción, el toro esperandole y él rezando todas las oraciones aprendidas de chiquito. Al final todo quedó en «nada» porque el bicharraco se cansó de esperar el capote, se fué por donde habia venido, y Nico y Carlos acabaron en la garita del guarda compartiendo tabaco de liar, vino y truchas al lado de la estufa de tacos. Ya se sabe que «a toro pasado no se le ven los cuernos» y hoy pueden ambos reirse de la historieta, pero la situación pudo bien, pero que muy bien, acabar mal, pero que muy, muy mal.
Y la cosa no acaba aqui porque, no pudiendo dejar con vida al astado por su peligrosidad, Carlos lo sacrificó y, cuando nos encontramos, me pidió que, al final de mi viaje, hiciera entrega al «maestro» de General Roca del rabo del pobre animal. Nobleza obliga y yo no me pude negar asi que ya me veis a mi, antitaurino hasta la médula, paseando por todo Argentina y Chile con un rabo de toro en la mochila y dando gracias a Dios que la faena del improvisado torero no diera tambien para las dos orejas.
La aventura acaba en fracaso estrepitoso. Pasando la primera aduana con Chile en Tierra del Fuego, resulta que eso me lo califican de «adorno, artesania, pieza de trofeo, caza o museo de origen animal» y, como tal, me lo confiscan sin piedad. Lo siento Nico. Lo intenté.
I am terribly zorri.