Etiopía (1) Addis Abeba. Africa. Lucy y los zombis del khat.

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Un viaje por África nunca es un viaje «normal». África es sinónimo de aventura. Aquí vas a encontrar problemas sí o sí. Inseguridad, incomodidad, insectos, caos, miseria, suciedad… Pero vas a vivir intensamente. Cuatro meses en África es mucho tiempo.

Por mi parte, confío en mi naturaleza espabilada y en mi encanto especial, reconocido a nivel mundial como un don otorgado por gracia divina, para salir ileso del asunto. Sí, mi abuela falleció hace mucho tiempo. Me lo tengo que decir todo.

Cada etapa del viaje tiene su entidad, pero las ascenciones a una de las dos, o las dos, montañas màs altas de África, el Monte Kenia y el Kilimanjaro, son  quizás los puntos culminantes de mi estancia en África Oriental y he de ir cogiendo la forma adecuada. Desde luego, no parto de 0. Debo estar a un 60/65% de mi capacidad, acabaré Etiopía a un 70/75%, Kenia al 80/85% y estaré en Tanzania al 90% más menos el 15 de septiembre. O ese es el plan. Habrá que estar muy atento a lesiones y mantener salud y peso.También adaptarse a la altura y al frío y probar equipo. Veremos.

Addis Abeba… En teoría el hotel no está a más de 45 minutos a pie del aeropuerto Bole así que me voy paseando. Han sido casi 24 horas de viaje con esperas interminables y necesito estirar las piernas.

Chabolismo, carreteras empantanadas, basura, rebaños de ovejas y asnos… Noto la altura, tengo dolor de cabeza y la respiración se hace difícil. Addis es la ciudad más alta del continente africano y la tercera del Mundo, 2.300 metros sobre el nivel del mar en su punto más bajo. Llovizna. Hombres con pinta de pandilleros de Harlem, mujeres vestidas con vivos colores, niños por todos lados jugando sin juguetes y adolescentes buscándose la vida.

Voy a la dirección del hotel y allí no hay más que un edificio de apartamentos. Ni rastro del hotel. Empieza la procesión. Pregunto a una especie de guarda del condominio de apartamentos y no sabe. Me dice que vaya a la panadería y en la panadería no saben. Me presentan un señor muy elegante al que están lustrando los zapatos. Habla perfecto español porque estuvo 10 años en Cuba estudiando ingeniería química con un programa de becas para huérfanos de la guerra con Somalia. No sabe. Me lleva en coche a la casa de un conocido que tiene una agencia de viajes y también habla español. Están 3 amigos en una habitación echados en una cama de matrimonio mascando khat (*), una especie de hojas de coca. Están bastante colgados. No saben. Son ya las 7 de la tarde, de noche. Hace más de 28 horas que salí del hotel de Ankara.

Vaya entrada en Africa. Que caos. Me pillo una habitación en el primer hotel decente que encuentro y mañana será otro día. O yo estoy muy destemplado o hace frío. 

Me levanto mareado, la altura es poderosa. Paseo bajo la lluvia en vuelo rasante. La mezcla de música africana y rap es inquietante. Tienen aquí verdadera neurosis por los zapatos y hay limpiabotas por todos lados. La circulación es una locura. El café, la basura y el incienso africano batallan para imponer su aroma.

Es curioso cómo impresiona encontrarse de pronto rodeado de gente negra. Serán prejuicios, pero estar en una ciudad de 3.500.000 de personas del color de la noche oscura es un golpe directo a las meninges.

Paro en un restaurante que ofrece barbacoa de cabra. La llegada a Etiopía no ha sido agradable, el tiempo es lluvioso y los problemillas se acumulan pero nada que no pueda arreglar un maravilloso festín de carne dura y correosa servida en una cazuela de hierro con brasas en el interior, rollitos de injera, una especie de crep ligeramente agria que aquí hace de pan, y una salsa picante que sólo pruebo para ir acostumbrando al estómago a la nueva alimentación. La carne la cortan en directo de unas cabras desolladas que cuelgan de ganchos a la vista de los comensales para hacer más agradable el ambiente.

En cuanto el sol desaparece hay que estar a cubierto. Todas las grandes ciudades africanas, y Addis no es ninguna excepción, son peligrosillas de noche.

Me levanto con el sol, contacto y voy a ver a Chane, el etíope que tiene una agencia de viajes y que me presentaron el primer día. Voy con mi plan de viaje. Quiero oír que me cuenta porque, si no busco ayuda, voy a perder muchísimo tiempo. Todo aquí es tremendamente complicado.

Modifico mi itinerario según sus consejos, empezamos a hablar con su corresponsal del trekking en las montañas Semien, compro un billete de avión a Bahir Dar en la abarrotada oficina de Ethiopian Airlines, dentro del Hotel Hilton, y paso la tarde visitando el destartalado Museo Nacional, alguna iglesia y el «Merkato». 

El Museo Nacional de Addis Abeba es mundialmente famoso porque es donde està la célebre Lucy, un homínido de más de 3 millones de años aceptada científicamente como la evidencia más antigua conocida del ser humano. Lucy es algo así como la abuela de la humanidad y casi la mitad de sus huesos descansan en paz en los archivos del museo. No es la mujer más guapa de Addis Abeba porque Etiopía, desde luego, de mujeres guapísimas está lleno.

El Merkato merece también menciòn aparte. Es todo un barrio, es el centro neurálgico de negocios en Etiopía y el bazar más grande de África. Es también el mayor nido de ladrones y demás depredadores humanos de esta urbe. Ya en el taxi te hacen cerrar seguro y ventanas y te dicen que no tengas el móvil a la vista. Y tu te preguntas, ¿pues y que hago cuando salga del coche? Da mucha impresión. Para hacer fotos ya tienes que ponerle higadillos. Es muy puta la miseria.

Y todo esto, que se dice en un momento, es como moverse por un pantano con lodo hasta la cintura. Desde los controles paramilitares en la entrada del Hilton, hasta las negociaciones con taxistas, la acumulación de gente, el tráfico, mendigos y vendedores varios,… Realmente, África es otro planeta.

Ganas de salir de la ciudad. Un vuelo interno, y me planto en Bahir Dar.

(*) Nota. El Khat o chat es la cocaína de África, una droga social poco conocida en Occidente, tremendamente adictiva, que produce efectos devastadores a nivel particular al consumidor y también a nivel colectivo porque, por muchas razones, entre ellas la enorme cantidad de agua que necesita su producción y que es un bien aquí tan escaso, está planta es una de las culpables de la miseria africana. Un proverbio Somali dice: Cuando mascas khat estás encima del mundo, pero cuando lo escupes el mundo se te cae encima. Más de 20 millones de personas consumen habitualmente khat en el Cuerno de África. Son los zombis del Khat.

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