El principal objetivo del trekking por las Semien es ver monos gelada, una especie endémica en Etiopía.
Un 4×4 con guía, chófer y un guardia con kalashnikov nos viene a buscar a la pensión de Gondar. Se ve que las etnias de la montaña no llevan nada bien lo del turismo de trekking para occidentales y hay un cierto peligro. No me hace ninguna ilusión tener a un tío delante con metralleta, en un coche cerrado, y traqueteando por una carretera con unos baches como para enterrar gente dentro. Las armas las carga el diablo, los seguros saltan con los golpes y el chisme en cuestión no es precisamente un último modelo.
Dabark es otra ciudad de chabolas con una muchedumbre deambulando por las calles embarradas.
Para el trekk se nos ha unido más gente y ahora ya somos 11. Empezamos a caminar con un guía y 3 guardias armados. Da un no sé qué (“Miedo, chaval, se llama miedo”). Ya está mi puñetera conciencia metiéndose donde no la llaman.
Nos han llevado como a 3.000 metros de altura y pasamos 3 horas subiendo y bajando entre esos 3.000 y los 3.500.
Hemos tenido el primer encuentro con una manada de geladas. Están comiendo hierba y pasan de nosotros. Durante el trekk los iremos viendo aparecer y desaparecer en la niebla. Son realmente unos animales curiosos que tienen entre sí unas conversaciones casi humanas de sonidos agudos, rápidos y tajantes. Los machos son impresionantes, con aspecto feroz, unos dientes terroríficos y una melena que recuerda la de los leones. Pedazo de bichos.
La niebla no deja ver un burro a cuatro pasos y, de pronto, cae el cielo en líquido encima de nuestras cabezas. Lluvia intensa, viento, truenos y relámpagos. El pack completo. Es como si estuviera dentro de un bidón de agua. Me acuerdo del Monte Pulag pero, por lo menos, aquí el desnivel es mínimo y en Filipinas era pura y dura ascensión.
Cuando paramos, para mantener el grupo unido, tiemblo como una hoja. La cosa se complica entre eso y la hiperventilación que me va dando por la altura (“y porque fumas estúpido”). Empiezo a estar hasta el moño de mi Pepito Grillo.
Sufro. Mi mochila debe pesar solo 5 ò 6 kilos pero lo que llevo puesto, empapado, dobla su peso y me hándicapa considerablemente.
Por fin llegamos al refugio. Es una casa con suelo emporlanado y techo metálico con algún tipo de aislante. Hay 10 camas con mantas. Hacen un fuego en la casa de los vecinos. Ya me he cambiado con varias capas de ropa (casi) seca y acerco a las llamas las botas y el paravientos. La humareda en el interior de la casa y el olor a queroseno enferma a 2 del grupo.
Cena a las 17.30 de sopa de lentejas, verduras, espaguettis y espinacas. La sopa me devuelve la temperatura corporal mínima pero sigo teniendo frio y me duele la cabeza. Hay una humedad de poza. A las 8.30 me tiro en la cama sin quitarme ni los pantalones de agua.
Sigo alucinando de las condiciones en que la gente vive aquí. El guía y los guardas ponen una bolsa de plàstico sobre el suelo mojado, unas pieles de cabra y se estiran con las metralletas a mano. Ellos no tienen ropa seca, ni colchón, ni mantas, ni almohada… Gente muy, muy dura.
Nuevo día. No llueve, pero la niebla persiste. Un café, un par de trozos de pan y al tajo. ¿Toilet? Todo el monte, amigo. El peor momento es el de ponerse otra vez las botas mojadas.
Llegamos en un par de horas a las abismales cataratas Jin Bahir. Otra vez para atrás y en la carretera nos recogen en un Land Cruiser y no llevan a otro lado. ¿Donde? Ni idea. Aquí 5 del grupo abandonan.
El resto hoy de comer tenemos un bocadillo de col. Sí, un bocadillo de col. Es lo que hay. Sol y niebla siguen batallando sin un ganador claro. Nos sueltan otra vez en medio de las montañas y hacemos la cima del Monte Enati tras pasar por una serie de paisajes, desde bosque de árboles fantasmagóricos a un altiplano con aires galácticos. Nos ponemos ya a 4.070 metros. Me falta aire, el corazón se me desboca, y la mochila me sobra.
Hace frio. Estos son los momentos en que le encuentro un cierto atractivo a otras aficiones, alejadas del trekking, como el cultivo de hortensias o la cría del colibrí. Especialmente en climas soleados y cálidos.
De bajada, el guía le pone un ritmo de corre que vienen los indios. Quizás teme lluvia pero hoy (gracias, gracias, gracias… ) llegamos secos al refugio. Muy parecido al anterior. Otra manada de geladas está comiendo en el prado.
Hace frío, ¿Lo he dicho ya? Es que hace mucho frio. Llevo 3 capas de cintura para abajo y 4 capas arriba. Y la pashmina en plan manta. A las 17 horas vuelve a caer agua a mares. Estamos a cubierto pero la humedad es… me da la impresión que me van a salir champiñones en el cogote.
Nos traen una sopa de verduras que me salva la vida. No se si comérmela o tirármela por encima. Y remolacha, arroz hervido y patatas con judías. Suficiente. Yo lo único que quiero es meterme bajo sabana y todas las mantas que pueda encontrar.
Discutíamos en el grupo si, como se suele decir, está pobre gente es más feliz que los occidentales. Es cierto que tienen la risa fácil, pero felices… Mi conclusión es que «felicidad» e «infelicidad» son conceptos occidentales. Ellos, o una enorme mayoría de ellos, no saben lo que es la felicidad. Aquí se vive o se muere. Es una vida sin adjetivos. Ni es buena ni es mala. Ni es feliz ni es infeliz. Solo es vida. Y, al contrario, aquí no existe la depresión, ni la ansiedad, ni el stress… ¿No existe o no se conoce? ¿Lo que no se conoce existe? No sé, no puedo ir más allá. Quizás con el tiempo y la distancia…
Se acabó. Una horita y media caminando por los alrededores, disfrutando de maravillosas vistas cuando la niebla decide abrir el telón, cogemos el coche y surfeamos por un barrizal de vuelta a Debark. La ciudad está llena de gente armada, con y sin uniforme. En esta zona son muy aficionados a las armas y la afición se convierte en necesidad para la protección del ganado contra cuatreros y bandidos. Haremos noche aquí.
El… digamos alojamiento, es algo así como un bar restaurante y unas habitaciones tipo barracones con la mesilla de noche llena de preservativos. Consigo un chorro de agua más o menos caliente para darme una ducha. Un gozo.
Tengo ganas de que pase la noche y poder salir de aquí. La sensación es que en cualquier momento puede pasar algo malo. Agradezco mucho no estar solo. Pablo e Imanol continúan viaje conmigo y, la verdad, es un alivio.
… Y pasò la noche. Hacia Aksum son seis horas por una magnífica carretera que circunvala las Semien ofreciendo panoramas de la cordillera, los valles y las ahora rebosantes cataratas. Uno de los loops más bonitos y exóticos del Mundo.
Pasamos por un campo de refugiados eritreos de la UNHCR. ¿Qué voy a escribir sobre los campos de refugiados? … Silencio.