Filipinas (1) Manila. Planeta misera.

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Manila. Primeras impresiones.

Mucho tráfico, mucho ruido, mucha prostitución, inseguridad, pobreza, suciedad… De Japón a Filipinas, otro cambio radical. Ya vuelvo a no tocar fondo.

…reseteando…

A la salida del aeropuerto, se agolpan los taxistas a pescar pasaje. Hay una especie de «negociadores» y me preparo para el ataque. Voy al área exterior de fumadores y espero con un cigarrillo a que venga alguno. Ya no se sabe si voy o vengo y eso siempre da ventaja. Viene uno, pide 36 euros, 2.250 pesos. Lo dejamos en 600 pesos, 10 euros más menos.

Me presento en el hostel y, en la puerta, un letrero enorme lo deja todo bien claro: «NO ESTAN PERMITIDAS EN EL INTERIOR LAS DROGAS ILEGALES NI LAS ARMAS». Joooder, donde me he metido…

Ya es de noche y doy una vuelta de reconocimiento. Restaurantes coreanos cada 20 metros, seguratas en cada local, sea un bar o un colmado, letreros de neon anunciando clubs, prostibulos, boxeo de enanos y de mujeres y todo tipo de espectáculos cutres… Cucarachas a porrillo por el suelo… De lo mas sórdido. Tercer Mundo.

Estos cambios de países son traumáticos.

Por la mañana, Manila no mejora. La ciudad es un caos. Y ese olor…como en las ciudades indias o africanas…un olor acre, intenso, de humanidad adocenada, agitada y mezclada junto con basura, sudores, comida callejera refrita y motores viejos recalentados. Lo conozco. Es el olor de la miseria.

En la calle, antidisturbios, y en los bancos, seguridad con metralletas. Parece una ciudad en estado de sitio. El calor es sofocante, la humedad pegajosa y chabolas y rascacielos escupen a la cara enormes desigualdades sociales. La muchedumbre que abarrota las calles se busca la vida con aires de zombi y bandadas de jóvenes desarraigados, pobres como ratas y enviciados, ofrecen de todo intentando arrancarte unos pesos.

Qué hace un chavalito como yo en un sitio como éste tiene rápida respuesta: ver Mundo. Así es buena parte de este planeta, aunque desde nuestra vida occidental no lo veamos. No ver, no saber, no vivir esto, ciega hasta no dejarte disfrutar de tu situación de privilegio castrando tu capacidad de ser feliz y cocinando una sociedad cada vez más rebuscada, codiciosa, insolidaria, débil y pobre de espiritu.

Aquí la miseria se palpa en el ambiente. Es espesa. Al pueblo se le mantiene a raya a base de un nacionalismo patriotero y una religiosidad devota, todo ello alentado entusiasticamente por el poder, como suele pasar. Con eso, el karaoke y el futbol, se va tirando.

Todo un día de callejeo por Manila es un baño de realidad y me deja grogui.

Me subo a un jeepney, uno de esos autobuses filipinos chapados y pintados de colorines, y me bajo en Intramuros, un barrio de murallas, iglesias, edificios coloniales desconchados…y miseria. Luego, a Chinatown, farolillos, puestos de fruta y verduras, comida oriental, cables de electricidad como para tapar el sol…y miseria. De ahi sigo a pie hasta la Iglesia de Kiapo y el mercado que la rodea: cruces, figuras religiosas, estampas, incienso, muchedumbre a raudales…y miseria.

Es ya la hora de comer y aterrizó en el mercado de Dampa. Más puestos de fruta y verdura y, sobre todo, de pescado y marisco que compras en la calle y te cocinan en los restaurantes de alrededor. Curiosa la cantidad de gays, transexuales y travestis. El pescado, delicioso. Envolviéndolo todo…miseria, más miseria.

Y, de postre, paseando hacia el hotel, por pura casualidad e ignorancia, me meto en Bangueray Bogalo, Parañaque, Santo Niño y otros barrios populares y eso ya… Atardece y paseo por las callecitas de la zona donde la gente disfruta al fresco hablando con los vecinos, jugando al baloncesto y preparando barbacoas en la acera. Por dentro, un laberinto de callejones donde no entra la luz, un inframundo oscuro y siniestro. Las vísceras de la ciudad. De entrada supongo que, si eres «impresionable», aquí tienes chicha de sobras para alimentar tus miedos y salir corriendo pero, en realidad, la gente es afable, risueña y, aunque parezca mentira, feliz. No tengo allí ni la más mínima sensación de inseguridad o amenaza a pesar de que estoy en una especie de gueto tipo favela rodeado de gente que no gana en un año lo que llevo yo en el bolsillo. Y llevo muy poco.

Me quedo con la imagen de gente tremendamente dejada de la mano de Dios, con una felicidad espontánea y natural sin el menor asomo de amargura. Una lección de vida. Por favor, si alguien me escucha quejame de algo, recordarme que yo he estado en Barangay, el hogar, dulce hogar, de la más pura y dura…miseria.

No será éste, seguro, uno de mis mejores relatos. Todo esto te deja sin palabras, descorazonado y como metido para dentro, con una sensación rara. No sé. Son ostias visuales en los morros, una serie abrumadora de golpes higado-bazo que no se encajan bien sino todo lo contrario. Yo ya he visto mucha pobreza en viaje, pero esto… No sé. Esto es el planeta Miseria. Lo dejo aquí. Tampoco tengo hoy más ganas de escribir.

Me decía en Japón Andrei, un viajero ruso: «A quien no le gustan las putas ni bucear, en Filipinas no se le ha perdido nada». Entonces yo todavía no lo sabía pero, diciendo eso,  Andrei estaba, y supongo que continúa estando, tremendamente equivocado.

Mañana me voy de aqui. En Tagaytay, a 60 km de Manila, 3 horas de bus, está el volcán Taal. Sigo camino.

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