Filipinas (3) «La Cordillera» (1ª parte) Momias y «peleas».

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La Cordillera es una cadena montañosa ubicada al norte de la isla de Luzón y alejada del turismo occidental. Las comunicaciones son difíciles, la meteorología muy variable, y el occidental sólo valora la noche de Manila y las playas y arrecifes de las islas. La Cordillera es remota y complicada en muchos sentidos pero, desde luego, aquí es donde está la aventura.

Cinco horas de bus y llego a Bagio, la ciudad de colores. Es, más o menos, la capital de La Cordillera y esto ya es otra cosa. También es una zona pobre, desde luego, pero aquí hay trabajo y negocio. Más que brotes verdes, casi todo un prado incipiente. Aquí hay rendijas por donde entra el sol y la claridad. Fantástica la colina de casas de colores de Estobosa en Trinidad y una gozada para los sentidos el mercado municipal.

De ahí, más horas y horas de bus para llegar a Kabayan, primera parada seria en el interior de La Cordillera. El viaje, por una carretera sinuosa y mareante que serpentea por estas montañas selváticas, ya promete sensaciones fuertes. Aquí hay tantas cosas que ver y hacer que me siento como un cormarán en una reserva píscícola. Tantas posibilidades me paralizan.

El pueblo en sí es una veintena de casas y locales sin más historia que forman el núcleo principal. Un centenar más de cabañas, casuchas y barracas diseminadas por la montaña completan el panorama. Hay un solo Lodge con 7 u 8 habitaciones, totalmente vacío, y una retahíla de casas de comidas y colmados.

De entrada, a un paseo del centro, está la Opdas Caves, una cueva de piedra donde la gente del pueblo guarda las calaveras y huesos de sus muertos. Inquietante.

Para estos días he contratado un guía para conocer la zona, Ryan Baldino. Tiene 35 años, casado y con 3 hijos, y es de los guías que a mí me gustan. Curioso con lo occidental pero orgulloso de su pueblo, respetuoso y agradable. A los que no soporto es a los guías chulapones, chistosos y charlatanes. A esos, dejó claro desde el principio mi natural simpatía y sociabilidad de gorila viejo y nada de confraternización. Cada uno a lo suyo.

Al día siguiente, Ryan me lleva a una travesía de 8 horas por los valles, pueblecitos y montañas de la zona. Casi en la cima del monte Pongosan parece ser que hay otras cuevas naturales que no sólo guardan calaveras y osario sino que conservan momias completas. Y allí nos vamos.

Tras una buena marcha de subida nos plantamos en una de esas cuevas y el tema resulta de lo más… Se han perdido las llaves de la verja de hierro que protege la entrada y Ryan rompe el candado con una piedra. Dá un no se qué pensar que puedes estar violando un descanso eterno. La cueva es un agujero en la roca donde cabes solo de cuclillas y Ryan abre los féretros de madera. Las momias están en posición fetal y, realmente, son espeluznantes. Cuatro fotos, por lo de no parecer gallina, pero las ganas de salir de allí me empujan el culo de forma casi física y textual. ¡Malditas pelis de miedo! Desde luego es una experiencia, pero no sè decir si buena o mala. La posición encogida, las cadavéricas expresiones entre el alarido y el pavor, los huesos semidescarnados…gracia no hacen. Dan medio miedo más bien. Aletea la sensación de estar donde no debes en espacio-tiempo, de pecado de morbosidad y sacrilegio o algo asi, de escena con algo que no encaja, de estar tentando un orden cósmico.

Yo nací un 2 de Noviembre, el Día de Difuntos, y en mi familia se dice que no sonreí hasta los 5 años. Por si esa carga fuera poca, además, a saber por qué, soy coleccionista de máscaras, la mayoría de las cuales invocan espíritus y ánimas. Dicen que no soy un tipo risueño y que, sin llegar a cara de enterrador, tampoco se puede decir que tenga pinta de saleroso. Es cierto, mi expresión facial tira más a Pedro Navaja que al oso Yogui. Como la gente es muy envidiosa, guardo para dentro mi felicidad sin hacer ningún alarde y, en todo caso, con 4 ó 5 risas a la semana ya me vale para evacuar los excesos de alegría que pueda haber acumulado. Con semejante currículum, espero se me excuse una cierta aversión/atracción por los muertos y, ahí, delante mío, en los morros, tenía lo que es, quizás, la mayor expresión de la muerte: un par de momias de cientos de años de antigüedad. No en un museo, trás una vitrina, ni en una foto, ni en un documental, si no, permítaseme la expresión, «en vivo y en directo».

La muerte me impresiona. Me resulta algo tremendo, inasumible en toda su inmensidad de mutis final.

Pasando hoja con cierta prisa, el domingo me dicen que, en Timbac, un pueblo en la cima del monte del mismo nombre, a 2.500 metros sobre el nivel del mar, hoy organizan peleas de gallos. Habrá que verlo. Como dicen los filipinos, «abante».

Me monto en el techo de un camión de reparto de mercancías y enfilamos una carretera con pedruscos imponentes que quedan ahí tras los corrimientos de tierra que son el pan nuestro de cada día por esos lares. Máximo, si las piedras no dejan pasar los camiones, la gente las apuntala con maderos y aquí paz y después gloria. En el camion me agarro como si me fuera la vida porque me va la vida. Si alguien cae, no va a parar al suelo, sino a precipicios de muerte más que segura.

El «pueblo» son 4 barracas contadas rodeadas de terrazas colgantes de cultivos de todo tipo. Arriba de todo, un tenderete con 2 mini ruedos para las peleas de gallos. Asisto a 1, más ni puedo ni quiero. Los espectadores, menos gritones pero igual de entusiastas que los del boxeo, el toreo y demás espectáculos del tipo sangre e hígado, hacen sus apuestas. Los propietarios de los gallos los azuzan y ellos se lanzan a la cabeza del adversario dándose picotazos y desgarrándose la piel. Vuelan las plumas y la sangre salpica la arena. De vez en cuando los separan, les limpian las heridas y los vuelven a azuzar. Los gallos arremeten con fiereza hasta que uno de ellos cae agotado y peor herido. No pregunto, no comento, no hablo. Dicen que las peleas de gallos fueron introducidas en Filipinas por los españoles. No sé, esto de la Historia es muy complicado.

Otra vez al techo del camión y de vuelta al campamento. ¡Vaya días! Mañana subo el Monte Pulag. Dicen que viene mal tiempo. Fácil no va a ser.

 

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6 COMENTARIOS

  1. Nacho, menudo descubrimiento! Aventurero imparable y con muy buenas historias. A partir de ahora sere la aventurera pasiva siguiendo tus relatos. Un abrazo!!

    • Hola Thonia! Contento de verte por aquí. Pues aventurero sí, imparable ya vemos, pero incansable no. Ahora precisamente me pillas echo polvo por unas travesías magníficas por Dong Van en el noreste de Vietnam casi en la frontera con China. Pero para explicar eso faltan unas semanas. Por ahora espero disfrutes con La Cordillera filipina. Agárrate que vienen curvas! Bienvenida!

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