Francia (2) Saint Etienne. ¡Oh, La France!

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Saint Etienne es una ciudad antigua, como con poca modernidad y con una chocante mezcolanza multi-étnica. Glorietas, tiovivos, edificios napoleónicos, vetustas iglesias, tranvías… Tiene un centro con sabor monumental y ambiente bullicioso, con enormes plazas y avenidas con árboles dalinianos y cerezos en flor. Me gusta.

Estoy en un hostel magnífico. La Maison Rouge, se llama. Nada menos. Un caserón pintado de color granate subido, con una parte baja con cocina y comedor, planta sótano con lavabos y duchas y, arriba, una sala con un entramado de unas 12 literas de hierro.  Elegante y apenas restaurado con muchos trozos originales y aires de mediados del siglo pasado. Nunca hay nadie. Una dominicana durante unas horas por la mañana hace el desayuno, arregla la casa y se va, y un chico francés aparece de 6 de la tarde a 9 de la noche. Tengo toda la casa para mi. Fuera hace frio.

El hostel está en una pequeña plaza de cemento sin gracia alguna donde una pandilla de chavales árabes tienen montado un chiringuito de droga. Hay un movimiento constante de ir y venir y los momentos de venta son todo un circo con despliegue de fuerzas vigías por todas las entradas. Pasan todo el día, con lluvia y con frio. Más les valdría trabajar en la obra creo.

Hablamos con la dominicana en español. Me explica de su familia. Me regala pasta, arroz, ajos, cebollas, paté, cervezas, coles de bruselas… Le he caído bien.

Ella misma me da los «renseignements» oportunos y monto el plan para estos días. Para mañana, deambular por la ciudad y pasear por el Parc de Montaud y, pasado mañana, me cojo un tranvía a Bellevue y un bus hasta el Parque Natural Pilat.

Hoy, descanso de la pesada noche en el autobús, desayuno y primera vuelta de reconocimiento por la ciudad. Sí, me gusta. Es tan provinciana como majestuosa y tiene una riqueza étnica fuera de lo normal. Albanos, chinos, senegaleses, dominicanos, árabes… Decía en alguno de los relatos de este blog que el viaje me ha musculado un sexto sentido para las nacionalidades a través de observar fisonomías y actitudes. Aquí, en Montpellier me pierdo pero, en general, algunas pistas puedo dar:

Los japoneses son formales y seriotes, los malasianos redondos y cortos de vista (gafas con montura negra siempre), los tailandeses delgados y fibrosos, los australianos rubios, grandotes y con sombrero. Estos suelen llevar una pelota de rugby en la mano. Los neozelandeses son como los australianos pero sin sombrero, los indios muy agitanados, Sri Lanka más agitanados todavía, los alemanes, también serios, robustos, rosados y con panza cervecera, los españoles siempre ocupan mucho lugar y hablan a gritos y los italianos son presumidos, no paran de mover las manos y tienen la nariz grande. Los ingleses tienen pinta de turista y la cara roja de apoplejía, los rusos son como los marineros de submarino ruso de cualquier película y, además, van con rusas y a las rusas se les ve a la legua que lo son. Guapas. Los argentinos pueden parecer sureuropeos pero te psicoanalizan con la mirada y visten camisetas de fútbol, normalmente la albiceleste. Los israelitas tienen nariz marcadamente judía, barba y, en muchos casos, tonsura, los holandeses son rubios y elegantes con pinta de niños ricos, los senegaleses altos y negros como noche cerrada… Los mas difíciles son los filipinos. Son unos mil leches. Y con los árabes también me cuesta. Los únicos fáciles son los de Emiratos porque esos siempre van con 3 ò 4 señoras detrás, tapadas de pies a cabeza y con bolsas de Pierre Cardin y Cartier.

¡Què bien se está en el hostel! Una ducha caliente y  una cena fría. Francia también llama a una cena fría de caprichos. Jamón, queso, trucha ahumada, tomate…

Me voy a Montaut. El paseo es por un solitario sendero de bosque y prado pero con un final poco feliz. Es una cima sosota con una torre eléctrica enorme que la desnaturaliza absolutamente. Deambuló por la ciudad sin más,  siempre bajo la presencia de los árboles que, aquí, se me antojan con una personalidad curiosa. Muy viva. Sí, como vivos.

He decidido que mañana no iré a Pilat. Estoy viajando pero, ya lo he dicho y me lo tengo que repetir, en descompresión. Bajando velocidad, aterrizando. Todos los momentos de un viaje son magníficos pero el de volver es …especial. muy muy gustoso  El hogar no es el lugar donde vivir, es el lugar donde volver. 

Duermo como un bendito toda la noche. El desayuno también es muy francés: café, croissant y pan recién hecho con mantequilla y mermeladas. ¡Oh La France! Dan ganas de ponerse a cantar La Marsellesa de buena mañana. Es sábado y último día para trasladarme al último destino. Ya todo es «último». Última colada general, también, y últimos paseos en esta ciudad.

El día transcurre con cadencia de domingo aunque no lo sea. Todo es lento y gustoso. Las tareas de viaje, escribir, pasear, cocinar, todo tiene aire de transición, de momentos de cambio a una nueva etapa. Se va cerrando el capítulo, se va cerrando la puerta, se va acabando un viaje. Me cuido con cariño, reflexionó sobre lo que he vivido y me preparo para lo siguiente siempre pensando en seguir y seguir viviendo. Intensamente.

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