«La vida no debería ser un viaje hacia la tumba con la intención de llegar a salvo con un cuerpo bonito y bien conservado sino más bien llegar derrapando, entre una nube de humo, completamente desgastado y destrozado, y proclamar en voz alta: ¡Uf! ¡Vaya viajecito!»
Hunter S. Thompon.
Amén.
Montpellier también es historia. Fue una escapada de universitarios. Tres días, con una compañera de clase. Estábamos muy, muy enamorados… y ahora ya ni recuerdo su nombre.
- ¡Vámonos 3 días por ahí!
- Sí, ¿donde? Un viaje. Fuera de aquí. Con el coche. Cerca y lejos.
- ¿Francia?
- Francia. Sí. ¿Donde de Francia?
- ¿Toulouse? ¿Montpellier?
- Montpellier.
Y ya está. Una buhardilla en Montpellier. De la buhardilla y de mi compañera la recuerdo a ella asomada a una ventana. Miraba los tejados fumando, de espaldas a mi, vestida únicamente con un abrigo rojo y con los rizos castaños muy largos. Una imagen bonita. De la ciudad no recuerdo nada. Tampoco salimos mucho de la buhardilla.
Treinta y muchos años después…Un tren a Lyon y, allí, otro a Valence, Nimes…y «voilà»: Montpellier. Dentro de 4 días, hará 11 meses que empecé este viaje. Exactamente 336 días. Nada más y nada menos. Es hora de volver. Estoy lleno, cansado, feliz y satisfecho.
Montpellier es una mini ciudad, bastante decrépita y sin ningún interés. Fíjate si tiene poco que enseñar Montpellier que, en un edificio, encuentro una placa que dice: «Aquí murió Charles BONAPARTE, padre de Napoleón». Y tú te dices: Y a mI, con todos los respetos, ¡¡¡¿qué coño me importa donde murió el padre de Napoleón?!!! Me cuesta imaginar que a alguien eso le pueda importar un pepino y, desde luego, sí ese es uno de los atractivos de Montpellier, imagínate que tostón de ciudad.
Pues alguna otra cosa hay pero, sinceramente, nada destacable. Algún bonito edificio, alguna placita con encanto, las terrazas de los bares, los desayunos de croissants pero, confirmado, Montpellier me gustó porque me pase 2 dos días encerrado con una mujer en una buhardilla, aligerando a paladas testosterona juvenil. Podría haber sido en Tombuctu o en Constantinopla. No nos engañemos.
Ahora ya sí que se acaba la descompresión y estoy ya a puntito para volver. Hasta he comido ya mi plato de jamón con pan bueno y vino tinto. Ya llego a casa. Derrapando. Solo es cuestión de unas horitas en un bus. No hace ni un mes que estaba en las antípodas. ¡Es una caña! Estoy inquieto ya.
En la vuelta hay siempre un momento mágico. Es cuando llego a Begur, paso la carretera de circunvalación y tomo el desvío hacia Sa Riera. Ante mis ojos aparece un trocito de la playa, la bahía y las Islas Medas.
Me explicaba una amiga que, hace años, la operaron de mioma, matriz con transfusión de sangre, etc. No sanaba en Barcelona. Subió al coche y fue a instalarse a Begur y aún recuerda ese cruce, esa imagen que siempre, decía, le arranca una exclamación y, lentamente, porque todavía estaba muy débil, llegó a ese mar y sintió como que volvía a la vida. Begur tiene algo que no se puede describir.
Sí, ese es mi momento preferido de vuelta a casa. Un día conté, aproximadamente, las veces que había visto esa imagen. Creo recordar que eran unas 60.000. No sé. Estoy deseando que llegue ese momento y volver a sentir ese escalofrío de autenticidad que siempre me produce…
Bajando, bajando, paro a comer en el puerto de Sète. Tampoco es la primera vez que estoy aquí. También Sète está en mi memoria enterrado, ya muy, muy difuminado. Sòlo queda una imagen: enormes capazos llenos de ostras. Sète tiene mucha más gracia que Montpellier y, sobre todo, se come muy bien. Me reencuentro con el Mediterráneo, 11 meses después, y unos mejillones a la marinera me lo confirman, pero … ahora Sète, en el presente, no me da para más. A mí ya no me cabe la camisa en el cuerpo de estar tan cerca de casa. Estoy nervioso como si fuera a reencontrame con el amor. Y, en el fondo, es así: amo a mi tierra.
Ya, último tren hasta Girona y allí me espera mi hijo. El me lleva a Sa Riera, a casa. Voy pensando en mi padre. El siempre me decía: «vives demasiado deprisa». Bueno, vivo al día. Mañana es otra historia. Cada día es otra historia. Hoy, ahora, ya voy llegando a casa, con Ramón al lado. Llego con una sonrisa de oreja a oreja. Contento de lo vivido, ya detrás, y contento de lo por vivir. Cierro los ojos y me dejo ir recordando momentos de este viaje. Tantos y tantos momentos… No podría elegir el mejor. No podría elegir el peor. No sé. Sòlo sé que estoy muy feliz.
Ha sido un hartón de vida. Una sobredosis. Casi una apoteosis. ¡Un tercio de mi sueño cumplido! He vivido en 14 países en 11 meses. La paz me entra por las venas, noto como se me relajan todas las tensiones, noto el sol del Empordà llenándome de calor… Es un estado confortable, una pausa, un alto en el camino… Pasaré aquí la primavera.
Ya estoy. Abro la puerta…
SI, pasaré aquí la primavera. ¿Y después…? Después, adelante, siempre adelante.
Alas y viento.