Si, el Rajastán a mi me parece lo más impactante de India. Llego a la capital, a Jaipur, la ciudad rosa, una ciudad más o menos amurallada, eso va por barrios, pero toda ella un monumento enorme y enormemente poblado por todo tipo de animales, racionales y no, que campan por sus respetos organizados por no sé qué orden cósmico.
En sus calles…elefantes cargados con alfombras, rickshaws más cargados que los elefantes, camellos cargados con fardos de tejidos, mujeres más cargadas que los camellos, niños, niños por todas partes, monos ladrones recorriendo los tejados y las casas, mucho santón de turbante y barba blanca con pinta de colgados (se les ve a la legua los de verdad y «los de foto»), puestos de mercado atestados de frutas y verduras de todos los colores y tonos, enanos, ciegos, tullidos…y policias, muchos policias.
El Rajastán es estado fronterizo con Cachemira, cuna de la lana y región por la que están en continuo conflicto prebélico India y Pakistán. La «tonteria» ha causado ya 3 guerras en el siglo XX y la sensación de peligro está en el ambiente. Como que «no pasa nada», pero «puede pasar».
Por Jaipur, callejeo interminable de mercado a templo, de templo a callejón… Impresionante el Hawa Mahal, o Palacio de los vientos, con sus mil ventanucos desde donde, dice la historia, miraban la calle las esposas del harén del Majarajá Sawai Pratap hacia el año 1.800. Si hacemos cuentas sobre las mujeres que «atesoraba» el tipo en cuestión te entra la grima.
Tras un par de experiencias culinarias arriesgadas de las que salgo malparado…carretera con un coche alquilado hacia Pushkar y Jaisalmer, las dos jollitas del Rajastán.
Hasta Pushkar, kilómetros y kilómetros desérticos cruzandote con mas tanques que coches (poca broma), pueblos y ciudades sin mas que añadir, templos y fortalezas. Si, me paso las imponentes fortalezas de los maharajás porque, la verdad, a mi esos payos me caen mal. Los de la antiguedad eran bastante feudales y sanguinarios, y los de ahora son pijos que viven en un ala del palacio de sus antepasados, reformados a golpe de mano de obra barata y dedicando el resto de la «casita» a hotel de lujo que paga sus carísimas vidas. Excepciones seguro que hay, pero la verdad, con tantisima miseria alrededor dá un poco de repelús su exuberancia. Pero bueno, forman parte de la historia y de la realidad del Rajastán y, al fin y al cabo, a todos nos gustaría pasar un dia «como un Maharajá».