Pushkar y Jaisalmer son los dos lugares que, bajo ningun concepto, puedes dejar de visitar si vas al Rajastán.
Pushkar es de esos sitios que, si estas triste te deprime y, si estas feliz, te hace sentir en las nubes. A mi me tocó cruz.
Si llegas alli de noche es uno de los lugares más especiales del mundo, una ciudad blanca rodeando un lago que, con el reflejo deformado de las luces de las casas conforman un lugar maravilloso, tipo Aladino, donde puedes quedarte a vivir. Pero Pushkar tambien es uno de los centros sagrados para los induhistas y un lugar infestado de turistas, por lo que, por la mañana, entre peregrinos y occidentales haciendo la «gracia» de lavarse la cara en el lago por su supuesta condicion sanatoria de mente y espíritu, dan ganas de salir corriendo.
El colmo es ver a santones (?) con vacas y otros animales tullidos fotografiandose con tontos europeos gordotes por un billetito o unas monedas. Me empieza a entrar la alergia turitistoide y…yo me piro, vampiro. Dicen que la Fiesta de los Camellos es bastante impresionante. No sé. A mi la aglomeración de masas no me va mucho.
Pillo otra vez la carretera y, otros 40 ó 50 tanques mas tarde llego a Jaisalmer, en la frontera con el desierto del Thar. Aqui sí que estoy cerquita de los primeros que recibirían si se dan de bofetadas India y Paquistan por Cachemira. Hace 20 años que ambos paises están mas o menos quietecitos porque los dos tienen la bomba atómica y, claro, los dos saben que si se pegan se arma la de Dios. Bueno, a no pensar. Que a ningun gobernante se le vaya la olla.
Jaisalmer es precioso, como una fortaleza de película haciendo frente al desierto como en un cuento de las Mil y Una Noches. El castillo, en lo alto de una roca, se desparrama en ciudad ladera abajo y, al anochecer, iluminado con cientos de miles de lucecillas te regala uno de esos paisajes que no olvidas en toda la vida. Con un cigarrito y un vaso de vino ya es vicio.
Vuelta a Mumbai que me estoy pasando de palabras.