Enfilamos camino a Tokio. El Fuji nos mira pasar.
La Nakasendo es una antigua ruta postal que conectaba Tokio (antes Edo) con Kioto. El tramo más popular es el que discurre entre Magome y Tsumago, dos preciosas aldeas del Valle del Kiso. Allí me iré después de despedirme de Ramón.
En Tokio no nos da tiempo para más que unos paseos por el exclusivo barrio de Guinza y unas horitas de últimas risas en el bar de un hotel cápsula, una experiencia que nos faltaba. Desde un treceavo piso, con Tokio a nuestros pies, nos tomamos un vinito bueno. La ocasión lo merece. El hotel cápsula es el colmo del hospedaje viajero. Más modernidad y comodidad. En absoluto claustrofóbico, es como cualquier hostel pero con más intimidad aunque con un cierto aire de ciencia ficción carcelaria.
Por la mañana temprano, acompaño a Ramon de vuelta al aeropuerto de Narita. Ha sido un viaje perfecto. Un abrazo largo disimulando el nudo en la garganta. Lo voy a echar mucho de menos. Alone again, naturally.
Empieza la ruta Nakasendo y en el tren suelto el nudo. No puede quedar dentro.
Seis horas después llegó a Magome, un pueblecito en el Valle del Kiso. Tengo suerte con la elección del gesthouse, una antigua escuela remodelada con olor a madera nueva, servicios de hotel de 3 estrellas y vistas de miedo. Y digo miedo porque la lluvia, que ha caído durante todo el día, se condensa en los bosques y, al atardecer, queda todo sumido en esa niebla típica de peli de terror. El edificio, con capacidad para 150 personas, está casi vacío. Tres señoras, una pareja joven, el recepcionista y yo. El lugar tiene un tufillo a la película «El resplandor». Como un hotel en silencio esperando el inicio de temporada. Los comercios del pueblo cierran a las 17 horas y todo queda en un inquietante vacío, como un pueblo fantasma.
La verdad, nadie de los presentes tiene pinta de maníaco homicida (quizàs yo el que más), pero me parapeto en la única sala con música (jazz del bueno) y no pienso moverme mucho. Este sitio es perfecto para pasar la tarde escribiendo y seguir organizando el viaje. Hoy me preparo yo la cena en la también enorme cocina: pollo a la plancha, yogourt y una cerveza.
La Nakasendo, de Magome a Tsumago, es una bonita excursión, como si vas de Sa Riera al castillo de Begur por el «Camí de las Aiguas» y, después, te bajas a Sa Tuna por el «Camí vell» a sacudirte una paella. Ocho kilómetros, 2 horitas con un paisaje forestal típico de la zona. Apta para todos los públicos.
A cada kilómetro de la pista hay una campana. Se supone que la has de tocar bien fuerte para ahuyentar a los osos aunque, a estas alturas del partido «Humanos versus Osos» me parece a mí que mucha falta no hace. No pasa nada si te saltas alguna campanada.
A mitad de camino se pone a llover a lo bestia. Últimamente pillo todas las tormentas. Chubasqueros para mí y la mochila y pantalón de agua para no agarrar un gripazo. Llegó calado otra vez pero tengo premio: una antigua posada familiar japonesa (Ryokan), sencilla pero auténtica. Una perla de esas que encuentras de vez en cuando en la vida nomada.
En Japón todo es muy ritual, todo tiene su misa, y en un Ryokan más todavía. Saludar, comer, transitar por la casa, bañarte en un onsen…todo tiene un protocolo específico y no precisamente sencillo. Necesitas una carrera para no ser descortés. La cena, otro menú degustación esta vez vegetariano, me pone a prueba en ese sentido.
El entusiasta propietario, por lo visto perteneciente a un grupo folclórico y cultural del pueblo, nos explica normas de urbanidad japo a una familia australiana y a mi. También nos enseña fotos de familia, nos explica peculiaridades de la aldea y, al final, se tira por peteneras japonesas y nos ameniza los postres con cantos regionales. Lo malo es que insiste en que los australianos y yo le hagamos de palmeros. Tiene buena voz, la verdad, y ya sabía yo que acabaría mal por mis pecados viajeros, pero me parece un castigo excesivo verme acompañando a un folclórico japonés en un bolo íntimo. Nadie más que los implicados me ve. Ventajas de viajar solo.
Por cierto, también para viajar hay normas.
Consejo de viajero. El orden es básico en un viaje. Cada cosa debe tener su lugar en la mochila y bolsillos, lo que te ahorra un montón de tiempo en encontrarlas cuando las necesitas. Y te aseguro que, en viaje, muchas veces, las cosas las necesitas para YA. Y, cuando necesitas algo, abres cremallera, lo coges, cierras cremallera y lo usas. Cuando has acabado, otra vez: abres cremallera, lo guardas, siempre en su sitio, y cierras cremallera. Disciplina viajera. Nada de saltarse uno de esos pasos diciéndote que «es un momento». Así lo vas perdiendo todo. Cada cosa tiene su compartimento y cada tipo de cosas del compartimento deben ir en bolsas y bolsitas de plástico con cierre: medicinas, higiene, aparatos, tabaco. Cuánta más subdivisión mejor. Tipo muñecas rusas.
Un viajero encuentra lo que busca de inmediato y nunca pierde nada (tocó madera). Ni un bolígrafo. Si pierdes el teléfono, el pasaporte, o el dinero, todo se complica exponencialmente. Orden y concierto. En viaje hay que hacer todo conscientemente. Nada de poner el piloto automático y hacer las cosas mecánicamente. El año pasado, cuando estuve en el Cañón del Colca, en Perú, un chaval se mató porque se le resbaló la botella de agua e, instintivamente, hizo el gesto de intentar cojerla. Perdió el equilibrio y se fué barranco abajo. Poca broma.
Me despierta un precioso y soleado día. Todavía un pelín triste, pero seguimos.
Fas unes fotos precioses i interessants. Una abraçada
Hola Qima. Molas graçias. Content de sentirte! Un petó i molts records a tots.
Avanzo y más ganas……..
Lo q deberías hacer es, algún día, cojeré un avión y avanzar a mi lado Gus! Un abrazo.
Lo q deberías hacer es, algún día, cojer un avión y avanzar a mi lado Gus! Un abrazo.