En los Parques Nacionales de Daisitsuan y Siketsu-Toya hay un puñado de montañas que subir, entre ellas el Asahi-dake, el techo de Hōkkaidō. Y también hay una buena colección de lagos de caldera humeantes, manantiales termales, géiseres y volcanes activos. De un día para otro, puedes pasar de tocar el cielo a tener visiones de apocalípticos infiernos.
En principio yo quería venir a Okkaido para ver higumas, los osos pardos de Ussuri, en la ruta por los Kōgen Numa, Parque Nacional Daisetsu. Parece ser que los osos no tienen ningún interés en encontrarse con humanos pero también es verdad que son agresivos y muy, muy grandes, 300 ò 400 Kg. Eso es mucho, concretamente 6 ò 7 veces más que yo. El hecho es que ahora es la época de cria y la ruta en cuestión está cerrada. Casi mejor porque, entre el pelo y la barba, creo que puedo tener cierto atractivo para alguna osita. Como peluche, claro. Y, como tenga un papá y una mamá osos de los de «lo que quiera mi princesita cueste lo que cueste»…malo.
Cambio pues de planes y hago noche en Asahidake Onsen para, por la mañana, hacer, desde la última estaciòn del telesilla a 1.600 metros, la cima del Asahi-dake, 2.290 metros, el pico más alto de Hokkaido.
Cuando llego al Centro de Visitantes para que me informen del tema, me dicen que mejor lo deje para otro día porque hay mucha nieve. Estoy un poco hasta el moño de tanta prudencia, la verdad, y me voy a comprobarlo por mí mismo. Me subo al telesfèrico y, al llegar arriba, la chica de información me confirma que hay demasiada nieve y viento como para hacer cima, y me sugiere que haga sólo el sendero que recorre la estación. Al salir al sendero veo que, realmente, la montaña ni se ve, un poco por la niebla y otro poco por los géiseres que echan humo de las entrañas de la montaña con un curioso sonido entre líquido y gaseoso. Así no se puede subir. No se ve un pijo. Me encuentro un pister a eso de las 9.30 h. y le pregunto su opinión. Se ríe, dice que no, que la cima hoy no. Pues vale. Estoy gafado.
Subo un poquito para ver cómo es, aunque despues me va a dar más rabia. Sí que hay nieve y, más que por subir, el problema sería bajar. Unas vocecitas me dicen desde dentro de la cocorota: «Estas remoloneando. Te conozco bacalao, aunque vayas disfrazao. ¡Ni se te ocurra!». Ya. Pero es pronto todavía, y, por curiosidad y para hacer algo de ejercicio, miro si hay una vía que rodee la nieve. Sí la hay, pero es roca volcánica así que peor me lo pones.
La niebla ya se ha disipado y ahora sí se vè la montaña. Es guapísima. Las vistas ya son chulas desde aquí así que en la cima deben ser una pasada. ¡Qué rabia! A mí lado veo un cuervo: ave de mal agüero. Razón de más para ser prudente. Subo un poquito para ver si resbala mucho esa tierra volcánica y veo que, detrás mío, viene un japonés muy decidido. Le pregunto si va a hacer cima y me dice que si. ¡Jolín con el perla! Está fortote pero tampoco es ningún fenómeno. Le dejo pasar.
Hago una reunión conmigo mismo y quedamos que sòlo subo 10 minutitos más y me bajo ya. En esto que baja un escocés que me encontré ayer en el hostel y me dice que ha llegado. Qué no es fácil pero que tampoco es muy peligroso, y que las vistas son magníficas.
Cantos de sirena… Lo siento pero la montaña me llama. Decido subir y, en cuanto lo decido, me siento exultante. Hasta le pido al escocés que me haga una foto. Feliz como una perdiz. No me puedo resistir. Hago cima a las 12.30 horas. ¡Tocando el cielo!
Alli está el japonès que me adelantò y nos hacemos fotos por turno. Y, fíjate, también ha subido el cuervo que me encontré abajo hace un rato. Qué curioso.
La bajada sin problemas. Cinco horas en total. ¡Me ha encantado! Al llegar al telesilla las vocecitas me ponen de vuelta y media: que si no tengo palabra, que si no se puede confiar en mí, que si no hago caso a nadie… Están muy enfadadas. Bueno, ya se les pasarà. Me va a sentar de fábula otra noche en el refugio, una hora de onsen reparador y una cenita buena. Estoy hambriento y la señora de la cocina es una artista.
De ahí, tras vicisitudes varias, me planto en Noboribetsu Onsen. Vengo a conocer el Jigoku-dani que, literalmente, significa «El Valle del Infierno».
Jigoku-dani es un foso volcánico donde se supone vive el oni Yukuhin, una especie de demonio feo a rabiar pero que da buena suerte. Cómo más vale prevenir que curar, me hospedo en Shōkōin, un templo budista.
Este lugar es de lo más extraño que he visto nunca. Noboribetsu Onsen es un montòn de cemento sin ningun atractivo rodeado de montañas por todos lados. Cuatro o cinco hoteles de tropecientas habitaciones, cuatro tiendas de regalos, supermercados, restaurantes y ya. Veo una placita y, de unas chimeneas, salen gases sulfurosos. Todo el pueblo huele a azufre. Estoy al ladito mismo del cráter del volcán Kuttara-san.
El «templo» es un pequeño y feo edificio de 3 pisos. En la planta baja está el recibidor y la casa del sacerdote y su mujer, en el primer piso la sala de oraciones y, en el tercero, las habitaciones para huéspedes. Aústeridad japonesa. La sala de baños es de alucine. Un vestidor, 3 duchas con sus correspondientes taburetes y una bañera grande o piscina pequeña con agua sulfurosa gris azulada. Da un poco de grima, pero no voy a ser yo quien tenga a mano, para mí solo, una pisciniki de agua sulfurosa y no la pruebe. Se supone que es antioxidante y antienvejecimiento, poco menos que la fuente de la eterna juventud. Pues me meto. El agua está muy caliente. Como una sauna líquida. Quince minutos y a la ducha, no vaya a ser que salga gateando como un bebé. Y si, me noto más joven y más guapo.
Salgo a cenar, barbacoa, naturalmente. Cordero y pimientos. Buenísimo. Tengo ojo para los restaurantes. Llueve y de las alcantarillas también salen gases. Mañana entro en el infierno.
La entrada del Jigoku-dani está a 5 minutos del templo. Mientras bajo las escaleras oigo los cánticos del sacerdote. El valle es fantasmagórico, apenas se ve nada a 100 metros entre niebla y gases, un lugar como suspendido entre la Nada y el Nunca Jamás. Entre los árboles del sendero se vislumbran monticulos en colores de tierra abrupta y lagunas sulfurosas. Parece el cuadro de un pintor atormentado. Podría esperar un poco a que se levantara el día pero no, tengo más que suficiente. El olor a huevos podridos que impregna el aire es agresivo y desagradable. ¡Qué sitio más horrible!
Ya que, a diferencia de otros infiernos, de aquí se puede escapar, huyó a Sapporo en el primer tren. De ahi, decidirè, sobre la marcha, donde voy. Salgo cagando leches.
Empiezo a sentir cierto agotamiento. Hay que conocerse el cuerpo y hacerle caso. Toca un poco de descanso, proteinas y azucar. A partir de aquí, durante unos dias, bajo el ritmo de viaje.
La montaña, esa hembra embriagadora imposible de rechazar……aunque sepamos los peligros y sus posibles consecuencias……..
Feliz de verte tan Feliz!!!!
Hola Gus. Qué poético estás! Si era hembra o macho no lo sé. El nombre era masculino pero tenía falda que, obviamente, no le levantè. A lo peor era un escocés! Besos.