La vida nómada es una experiencia apasionante, pero tiene su guasa. No vives aventuras, sino que toda la vida es una aventura. Todo está por llegar, todo está por ver, todo está por decidir.
Qué pasará esta noche o mañana es, muchas veces, una Incógnita absoluta. No es que no sea seguro, es que puede pasar de todo y de todo pasa. Nada está en un marco de posibilidades controladas y eso te hace vulnerable, débil, pequeñito. Las experiencias, los encuentros, los destinos, son anormal y vertiginosamente efímeros, como pompas de jabón, y todo pende de extraños hilos ajenos a ti. No es fácil de manejar ni física ni mentalmente. No. Y todo eso siempre rodeado de gente extraña y con el horario cambiado en una especie de jet lag permanente.Te disciplinas, fortaleces las alas y esperas buenos vientos o, por lo menos, que si vienen traicioneros te cojan a cubierto, pero no, no es fácil.
Cambiando de lugar cada 2 ó 3 días de promedio, tienes que procesar y gestionar de la mejor forma posible un montón de información, hacer un sinfin de trámites y tomar decisiones a puñados. Todo con calma y método. Es tenso. A veces pierdes la paciencia con los demás y, sobre todo, contigo mismo. Sí, la vida nómada tiene su guasa.
De todas formas, cuando estás tan seguro como yo de que quieres conocer mundo, gentes, experiencias, costumbres, culturas y lugares, para crecer y aprovechar hasta la última gotita de vida que Dios, Alà, Shiva o el cosmos te tenga asignada, sientes…te sientes lleno. Y todo eso seguro que tiene un precio pero, por ahora, el que voy pagando en miedos, soledades, nostalgias y añoranzas me parece justo y lo pago contento. Veremos. Al fin y al cabo, todo está por llegar, todo está por ver, todo està por decidir.
Pues eso, otros muchos cientos de kilómetros en tren y me planto en los Alpes japoneses.
En Takayama pasó un par de días. Deambulo por la ciudad y me subo un montecito, el Matsumoto, que está justo detrás de mi hostel. Otro par de días tranquilitos muy cerca de allí, en Hirayu, al pie de las montañas de los Alpes del Norte y, mañana, ya pillo cacho: travesía de Shin Hotaka a Kamikōchi.
Hace 2 días que tengo dolor de cabeza. Serà el soroche, supongo. Mal de altura. Hidratación, mucha agua. E Ibuprofeno, claro.
La travesía, magnífica. Para subir, de todo un poco: nieve, hielo, tarteritas… Para bajar, peor. Primero, más nieve, nieve primavera a puntito de caramelo. Un par de veces me hundo hasta las rodillas y tengo problemas para salir. Después, unas pasarelas estrechas muy cascadas sobre precipicios de los de «no mires pabajo que es peor». Y, para acabar, escalones de raíces de árbol. Ahí, mucho cuidado y pasito a pasito porque, si metes el tobillo y, con la inercia, haces un giro malo, te lo digo en japonés: «katakrak». Y si te rompes mal lo tienes porque, allí, un helicóptero no aterriza ni con grúa.
Llegando a Kamikōchi, en un puente, me espera una familia de monos como comité de bienvenida. Estupendo. Me ha encantado esta travesía. Mañana vuelvo a subir y me hago, si puedo, un pico guapo. Estás montañas son fabulosas.
Por la noche, me doy un homenaje. Acierto otra vez el restaurante y me pido un set de «no se qué». Ni tienen carta en inglés ni la señora lo habla. No se lo que como exactamente pero está muy bueno. Hay sopa, hay arroz, hay verduras, maiz, flores, setas, hojas… Mejor pongo fotos. También me pido un botellin de sake. Hoy necesito mimarme. Cojo medio pelotacillo agradable de buen rollito. No estoy acostumbrado al alcohol.
He dormido como un niño. La mañana se despierta lluviosa y tengo agujetas hasta en el lóbulo de la oreja. Lo de subir un buen pico…no sé yo. Estiramientos y me vuelvo a Shin Hotaka para, por lo menos, hacer algún sendero más. Dice mi app de meteorología que lloverá hasta las 11 horas, después habrá un par de horas de tregua, a las 13 horas chubascos y, a partir de las 14 horas nublado sin más. Mejor que acierte porque yo programo según esos datos. Pero no te puedes fiar… Hasta las 14 horas la clava pero, a partir de ahí, ya no para de llover en toda la tarde. Estoy cansado y me pegó un leñazo considerable en una bajada. Rasguño sin importancia. No pasan ni 5 minutos y vuelvo a caer. Eso es un aviso. Ya he caminado 3 horas y no tengo más ganas, estoy sudado a pesar del frio y tengo barro hasta en las cejas asi que, por hoy, ya está bien. Necesito ducha, cena y descanso.
Consejo de viajero. En un viaje, y en cualquier deporte, si te caes una vez puede ser un tropiezo, pero, si te caes 2 veces sin continuidad, es agotamiento o frío. No coordinas bien. A la tercera va la vencida. No esperes a hacerte daño, plega velas y mañana será otro día.
Ayer unos amigos me pidieron un vídeo explicando alguna aventurita de estas y lo hice. Me veo perjudicado, delgaducho y feote. Para que luego digan que la montaña es saludable. Creo que sí los padres de los niños que no se quieren comer la sopa les amenazan con ponerles el vídeo del Nacho, los pobres bebitos se comen hasta la cuchara. Tengo que encontrar una peluquería y adecentarme un poco o me van a detener por provocar desórdenes públicos.
Voy bajando hacia Tokio. Otra vez Takayama, Shirakawa y sus granjas con tejado de paja, Kanazawa con su bullicioso mercado de pescado, el castillo y los jardines Kenrokuen… y ya no hay más. Toca noche completa en un bus.
Me quedan 10 días en Japón. Quiero volar desde Tokio al sur y ya se me queda justo el tiempo. Voy a un lugar que creo es muy especial.