Japón (6). Yakushima. La isla de los yakusugi.

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A las 6 de la mañana llego de nuevo a Tokio. Esta vez casi ni piso la calle. Los autobuses escupen gente de todo el país en la terminal de Nihombashi Side y, de allí, cojo un tren a Narita. Tengo avión a Kagoshima a las 3.30 p.m. y, cuando llegue, me he de espabilar para embarcar en un ferry hacia Yakushima, la isla de los viejos yakusugi, los cedros milenarios sagrados.

Mi objetivo en Yakushima no son los cedros por muchos miles de años que tengan. Yo lo que quiero es subir el Miyamoura-dake, el punto más alto del Sur de Japón, una barrera natural que frena las nubes y hace que, en esta isla, tan encantada como fantasmagórica, llueva casi cada día. Con esta cima del Sur y la del Ashaki-dake que hice en el norte, ya me podré ir feliz de Japón.

Los ferrys me dan… respeto. Hace casi 20 años, en Senegal, fuí a la Casamance por la costa de Gambia en el «Diola», un ferry abarrotado hasta mucho más allá de su capacidad por ser esa costa un punto estratégico en la ruta a la Meca. La Casamance, entonces, estaba en poco menos que guerra civil. Las carreteras estaban en muchas zonas minadas y las compañías de alquiler de coches habían dejado de contratar por la peligrosidad de la conducción. Ir en bus tampoco era plan, por la misma regla de tres, así que solo quedaba pasar a Gambia y subir al «Diola», que tenía una capacidad para 500 personas y en el que apiñaban en cada viaje a más de 700. Peregrinos, comerciantes, cabras, gallinas y 4 chalados como yo nos apretujabamos en las cubiertas como ganado mientras, por los altavoces, se iban gritando instrucciones con tono de campo de concentración nazi.

Justo al año siguiente, leí que el Diola había naufragado y murió más de la mitad del pasaje. A mi me quedó el susto. No, no me gustan los ferrys aunque, desde luego, si hay que embarcar, se embarca y punto.

La llegada a Miyanoura, el principal puerto de Yakushima, es de pelicula de aventuras. Lluvia torrencial sobre las impresionantes montañas cubiertas de bosque y camufladas bajo una espesa niebla. Se me pone la piel de gallina. Esas montañas amenazan.

Llueve toda la tarde, y mañana parece que más de lo mismo. Ni las previsiones meteorológicas, ni la humedad del ambiente presagian nada bueno pero, ya nos conocemos, vamos a intentarlo. Tengo 4 días.

El día de llegada, descanso y buenos alimentos. El segundo voy a ver los yakusugi de Arakawa y Shiratani. El tiempo ha empeorado considerablemente. Un tifón zarandea la isla y complica las cosas. Entre el viento que se lía a empujones con mi cuerpo lozano y la cortina gris de agua que cae a chorros como si alguien, allí arriba, se hubiera dejado el grifo abierto a tope, caminar es… poco agradable, por decirlo bonito. Los cedros, impresionantes, pero con 2 horitas de caminos cubro el cupo por hoy. Ceno y me voy al hostel a cubierto. La especialidad de la isla es el pez volador frito. Una delicia.

El tifón, qué quieres que te diga… En cuanto a viento, una tramontanada guapa no se le queda atrás, sólo que aquí, además, cae agua para aburrir. Todos los ríos están desbordados y las alertas meteorológicas echan humo. Cada vez está peor lo de intentar la cima del Miyanoura dake. Dicen que esto va a durar toda la semana. Empiezo a tener cuello abajo que me voy a quedar con las ganas. Sí, sí, cuello abajo. Me encantan las traducciones literales de dichos catalanes. Pues eso que, esta vez, no necesito voces interiores que me digan que me esté quietecito.

El tercer día ha amainado el viento, pero llueve las 24 horas a raudales. Salir es como ponerse bajo la ducha vestido, así que solo me muevo del hostel para ir a la peluquería a afeitarme (¡por fin!), y para comer e ir al súper. Esta noche ceno «en casa». No hay nadie más que yo. Soy capaz hasta de encenderme una vela en plan íntimo conmigo mismo.

Otro día más y sigue lloviendo a cántaros. Los horarios de autobuses no permiten hacer la cima del Miyanoura en un día, así que, o empiezo hoy la ruta y duermo en un albergue de montaña para llegar arriba mañana y bajar, o ya no tengo más tiempo. Salgo pronto hacia una cascada cercana al inicio de la ascensión para ver cómo está el asunto y decidir. Camino un par de horas y no para. No hay manera. Quedo todo yo chorreando. Me acuerdo del «be water, my friend». Han suspendido las rutas de los autobuses que van hacia los inicios de las ascensiones. Todo está inundado. Habrá que desistir.

Dicen que, para volver a un lugar, siempre debes dejarte alguna cosa por hacer. A mí en Japón me han quedado pendientes la ruta de los Kōgen Numa para ver osos pardos de Ussuri y el Miyanoura dake, inmejorables excusas para volver.

Antes de marcharme, de todas formas, me queda hoy, sábado, allí verbena de San Juan, y voy a hacer un último acto de rebeldía por el mal tiempo que me ha tocado en esta isla. Dice la previsión meteorológica que habrán tormentas, pero no lluvias torrenciales. No subiré montañas, pero voy a ver si puedo hacer la ruta hasta la cascada Janokuchi-taki. Una hora y media en autobús y llueve para pensar en empezar el Arca de Noé. Vaya con las previsiones.

Cuando llego al inicio del sendero parece que clarea y tiro una moneda al aire. Gano yo: empiezo. Lo máximo que me puede pasar es pillar un resfriado. El paisaje es fantástico, aventurero a tope, selvático. Vuelve a llover. Dale. Blinco, subo, gateo, me pongo de agua hasta las trancas cruzando ríos, salto, bajo…y, a 50 metros de la cascada, ya la veo, pero un río con las aguas bajando turbulentas y a presión me dice rugiendo que allí me quedo. De cruzar nada. Pues muy bien, ya la he visto y es un espectáculo. Lo importante es el camino, no el destino. La vuelta es placentera, ya sin lluvia, aunque tampoco viene de aquí porque estoy chorreando. Un regalo de propina: un ciervo se pone a dar saltos a 20 pasos de mi. Le he asustado. ¡Qué bonito es ver animales en libertad!

Tres horas y pico ida y vuelta. Me doy por satisfecho. Una buena comida y, por favor, por favor, una ducha calentita. Ahora sí se acabó. Se ha hecho lo que se podía y más. Si las quiero encontrar, estás montañas no se moverán de aquí. Toca recoger bártulos y regresar a Tokio por última vez.

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2 COMENTARIOS

  1. Que bonito Nacho! Gracias por compartir tu viaje con nosotros. Hasta mi madre sigue Alas y viento!! Leer tus relatos es mejor que leer una novela, pero… falta foto de la afeitada!

    • Hola Rosa María!
      Qué guay lo de tu madre! 🙂
      Si hay un vídeo colgado despues de la afeitada! En Facebook creo. Bueno, sigo haciendo cara de viajero vagabundo igualmente 🙂
      Semana q viene empieza Filipinas y va cargadita de cosas interesantes que voy viviendo a una velocidad de vértigo! Dile a tu madre que cuidado que vienen curvas…
      Besos.

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