Kenia (1) Nairobi. Desánimo. El lago Naivasha.

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Trekkings como el Camino del Inca, Las Torres del Paine, Routeburn o Kilimanjaro están llegando a unos niveles de precio estratosféricos. Ya están pidiendo, como lo más normal, 2.000 $ por el Kili, ruta Machame de 6 días. ¡333 $ diarios! Se monta mucho show y, en realidad, se trata de caminar con tus piernas, por las montañas de todos, comer en plan campestre y dormir en una tienda o en un refugio. Ya me dirás.

Y los de primera fila, como los citados, arrastran a los demás y, por subir a cualquier cima de más de 3.000 metros o hacer una travesía bonita de 3 días, te sacuden 1.000 $. O lo intentan.

Con el senderismo se está produciendo un fenómeno como con la Noveu Cuisine. A unos macarrones con tomate le llaman «Pasta aciutta a la Puturrú de Foie» y te clavan 40 €, y a una caminata guapa le llaman «Trekking Extremo en el Bosque de las Castañas Perdidas» y te dejan la cartera más árida que el desierto de Gobi. Hay remedios. Algún día los explicaré.

Pues ya estoy en Kenia, en la capital, Nairobi.

A estas alturas del partido debo haber perdido, a ojo, unos 5 ò 6 kg y una talla de pantalones. Todavía ando “así, así” del estómago. Más bien «asá, asá». Mis sistemas se reinician con lentitud y me preocupa haber perdido forma física. Sólo puedo comer arroz hervido y poco más. Me cuesta subir cuatro pisos de escaleras así que el Monte Kenia, no se yo. Y el Kilimanjaro… lo veo muy, muy alto. Supongo que el no encontrarme bien me pone ñoño. 

El vuelo ha sido plácido, sin problemas en la frontera y el hotel en Nairobi es más que correcto. Me pongo manos a la obra para organizar mi estancia en Kenia enviando emails, consultando agencias y leyendo blogs, pero no saco agua clara. El desánimo, supongo. Me voy a dar una vuelta por la ciudad. 

Tráfico tremendo, multitudes agobiantes, autobuses y minibuses de vivos colores o maqueados tipo Mad Max, trenzados y elaboradísimos peinados, polución a tope… Gente en el suelo vendiendo de todo, cargadores de mercancías por todos lados, modernos edificios, movimiento frenético, tiendas de móviles una detrás de otra…Parece como que aquí no cabe una aguja y, desde luego, la aguja soy yo, el blanco.

Hay un  asesino al volante de cada coche y hay que cruzar las calles en grupo, prietas las filas y con arrojo de marine. En cuanto pueda me voy de aquí.

Nairobi es una ciudad relativamente moderna, con movimiento económico, alegría y música, con supermercados abarrotados de género y con ferreterías, tiendas de ropa y zapaterías de cierta calidad. Hay pobreza, sí, como en toda África, y hay inseguridad (la llaman “Nairrobo”), pero nada que ver con Etiopía. Aquí hay ritmo, hay latidos, hay oportunidades para ganarse la vida.

No me da la gana de pagar los más de 10 € que piden a los extranjeros por visitar el Museo Nacional. La cultura no es una atracción turística. Paseo por todo el centro y voy hasta el más bien triste Uhuru Park. Mucho drogadicto tirado. Esto por la noche debe ser de cuchillos largos. Unos pajarracos fantasmagóricos que he visto sobrevolar toda la ciudad tienen aquí sus nidos. Son realmente tenebrosos. Como gárgolas. 

Mis pobres botas empiezan a tener achaques y problemas de salud. La humedad de Etiopía no les ha sentado nada bien y tienen alguna herida difícil de curar a su edad. Al fin y al cabo tienen ya casi 9 meses y eso, para unas botas mías, es ya una honorable ancianidad.

Ya llevo 5 días malo. Mientras ceno un arroz en el hotel, se sienta en mi mesa un señor con americana. Le pregunto quién es y se sorprende de que no le recuerde. Dice que ayer estuvimos hablando abajo en la calle. ¡Vaya! El viejo truco del almendruco. Sus ojos van mirando que tengo encima de la mesa. No hay nada. Le digo con mala leche que se vaya y lo veo dar vueltas por el restaurante buscando otra presa. Me olvido de él, pero lo recuerdo cuando, al salir, hay 3 policías con metralletas en el hall. Alguien ha pringado. Sí, aquí también hay muchas metralletas. Día y noche guardias armados custodian la puerta del hotel y la de muchos negocios. África.

Es el empujoncito que necesitaba. Me largo de la ciudad. Levantó el campamento y me voy a Naivasha, a hora y media de Nairobi en matatu, los buses keniatas que no difieren mucho de las minivan etíopes. Allí voy a montar campo base para explorar el lago y los vecinos Parques Nacionales de Hell’s Gate y Longonot.

En Naivasha voy a parar a un oasis de paz, una guesthouse fantástica. No hay ningún huésped más y me dan por un precio justísimo su mejor habitación, enorme, completísima y con una terraza con vistas al lago como para quedarse a vivir. Todo esté cuidado al último detalle con calor de hogar. Un lugar ideal para una convalecencia activa.

A 1 hora a pie de la casa está el Lago Naivasha. Ahora si, ya veo los cielos que recordaba de África. Son especiales, con un sol fiero, con formaciones de nubes extrañas y con la sabana de contrapunto. El lago, enmarcado por montañas, es un hervidero de aves. Sí, ahora sí estoy en el África que he venido a buscar.

Por la mañana temprano alquilo una barca que me lleva a Crescent Island, una pequeña reserva de animales. Del lago sobresalen acacias muertas dándole un aspecto lúgubre. Pájaros e hipopótamos, montones de hipopótamos, dan la vida que falta a los árboles ahogados.

Caminar por la reserva, escuchando las hienas y sabiendo que está lleno de animales salvajes es una sensación de ilusión infantil. Gacelas, impalas, búfalos, cebras, monos…. Depredadores no veo. Dicen que hay leopardos y, aunque no los he visto, no puedo dejar de vigilar los árboles cuando paso por debajo. Y jirafas…¡Que preciosidad de animales! Quizás son mis preferidas, con ese aire de señorita desconfiada. No puedo entender como alguien puede pegarle un tiro a un animal así para hacerse una foto con el «trofeo». Hay que ser muy bestia. La estupidez humana tiene profundidades insondables. 

Solo han sido 3 horas de caminar por la reserva pero como si tuviera plomo en las botas. Mi estómago mejora y ya retengo las comidas, pero ahora he cogido gripe. Un litro de agua con limón. Solo me faltaba ahora la fiebre. A perro flaco todo son pulgas. Según mi programa, mañana voy a patear Hell’s Gate. A ver…

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