Entrè en Laos por la frontera del Sur y ya estoy en la otra punta del pais. Aqui, en el Norte, vengo a conocer la Zona Nacional Protegida de Nam Ha, una selva montañosa donde, dicen, si te adentras mucho, todavía se pueden ver en libertad panteras, elefantes y hasta algún tigre. No me lo creo. Naturalmente, hay que ir con guía. Y, también naturalmente, no pienso adentrarme mucho.
Luang Namtha está a 20 minutos de la Zona Protegida. Hace un calor de justicia y la calle es un horno. Camino un poco y dedico la tarde a gestiones viajeras varias. También apalabro un trekking de 2 días/1 noche por el Nam Ha para pasado mañana.
Ceno al aire libre en el Night Market y se sienta a mi mesa una señora de edad indefinida vestida a la manera tradicional Akha, una etnia minoritaria de las montañas. Me ofrece pulseritas pero, de pronto, me enseña un bolsón enorme de cogollos de marihuana. No gracias, señora. ¡Vaya cantidad de marihuana! Seguimos mirando pulseras y me pone en la mano como media tableta de chocolate oleaginoso. Una barbaridad de droga. No gracias, señora. ¡Vaya con la indígena en cuestión! Lleva mas droga encima que un camello del Bronx. Tigres y panteras no sè, pero en estas montañas deben haber unos cultivos de película de narcos.
El próspero valle de Luang Namtha es una sucesión de aldeas, tierras fertiles, templos y monumentos funerarios budistas y, como no, cataratas. Tierras de agua èstas. El Mekong reparte sus bienes por todo el sudeste asiático con generosidad.
El trekking por Nam Ha empieza a las 8,30 de la mañana. El destino es un poblado Akha de las montañas. Se ha apuntado a venir Encarna, la chica sevillana que conocí en Viantane. Nos llevaremos bien. Es simpática y deportista, tiene 31 años y es más trekkinera que yo.
El terreno se las trae: jungla cerrada. Vas avanzando agarrándote a àrboles, raices y lianas, mirando mucho donde pones manos y pies y pegándote un costalazo de vez en cuando.Los mosquitos se ponen las botas.
A las 2 horas de marcha paramos y el guía improvisa un mantel con hojas de platanero. Es hora de comer. Fideos con bambú, otros con cerdo picado, pez gato y arroz seco para acompañar. Con las manos cojes una bola de arroz y una porción de los platillos. La pesadilla de un inspector de higiene alimenticia.
Encarna, que va entre el guía y yo, pisa un avispero y buena parte del enjambre va a por ella. Tiene 10 ó 12 picadas feas. Seguimos. Nos vamos quitando las sanguijuelas que se nos enganchan. No es fácil. Cuando te las sacas, te van cayendo por las piernas hilitos de sangre. Aquí los bichos no pican, muerden.
El trekking es exijente, y no sólo para las piernas. Como te vas agarrando donde puedes, blincando, gateando, escalando y pasando árboles caídos por debajo o por arriba, todo el cuerpo trabaja. Brazos, abdominales, espalda, cuello…
Hemos de pasar un corrimiento de tierras. Peligrosillo. Aquí no hay cuerdas, mosquetones y tirolinas, sino sólo alguna raíz que vas probando a ver si te hace de agarre. A por ello pues… Llegamos a una catarata en medio de la jungla. No queda más de media hora para el poblado. Estoy cansado. Cansado de barro, cansado de bichos, cansado de jungla.
En un claro, vemos todo el Nam Ha desde las alturas y, por fin, aparece, lejano, Puwan, el poblado Akha donde pasaremos la noche.
Los Akha mantienen muchas de sus antiguas tradiciones, y pasear por Puwarn es viajar 100 años atràs en el tiempo. Medio centenar de chozas y cabañas con tejados de uralita pintados de colores, un par de fuentes de agua donde todo el pueblo se asea y un colmado. Las mujeres con el típico tocado Akha, van cargadas con cestos de bambú y leña que soportan en la frente. Hay montones de niños, hombres más bien huraños y huidizos, cerdos, gallinas, cabras, perros, búfalos, vacas, y hasta un jabalí… Y, tambien 2 paradojas: motos y pequeñas placas solares que recuerdan que estamos en el siglo XXI.
Hemos caminado más de 6 horas en condiciones durillas, sí señor. Nos enseñan la cabaña donde pasaremos la noche en unos delgados futones con mosquiteras agujereadas. Al atardecer empieza a llover y suenan truenos de tormenta. La cena es un mejunge de tofu, setas, salsa de tomate y cebolla y arroz. Y una coca cola caliente. Estamos en un lugar realmente remoto y aislado del mundo.
Es la víspera de la gran celebración anual del pueblo, una especie de borrachera general con la excusa de convocar a los espíritus de protección de los Akha. En realidad, lo mismo que en todos lados: Acción de Gracias, Navidad, Fin de Año Chino… Unos hacen un Belén, otros se zampan un pavo, otros hacen bailar un dragón de papier maché y, aquí, hacen un tothem con ramas de árbol y lianas, una especie de columpio gigante. La noche està bonita.
Dos niñas, de 12 ò 13 años, me preguntan si quiero que me hagan un masaje, pero no me apetece nada que 2 chavalinas hagan presión sobre mis músculos y espalda. Paso. Duermo hasta que me despierta un diluvion aporreando la uralita. Parece que se haya de hundir la casa, pero el agotamiento me hace dormir 3 horas más. El día despierta con un sol radiante que hace salir del bosque la humedad en columnas de humo, como si la selva hubiera ardido en la noche y solo quedarán rescoldos.
Me levanto perjudicado. Los pantalones estan pegajosos y acartonados de sangre seca que han dejado las sanguijuelas y tengo barro hasta en el sobaco. Textualmente. No entiendo cómo ha llegado alli. No he estado tan sucio en mi vida. Todo mi cuerpo protesta airadamente cuando lo pongo a hacer estiramientos.
Por la mañana, los jóvenes del pueblo construyen el tothem que presidirà està noche la fiesta y protejerá el poblado hasta el año que viene. Gritan como indios salvajes en pie de guerra. Espero que no entre en el guión ningun sacrificio de occidentales blancos. Por si acaso, no nos quedaremos esta noche. De estos, bien bebidos, no me fío ni un pelo. Al fin y al cabo, aquí todos llevan un machete de dos palmos.
Toca volver a Luang Namtha. Otras 5 horas de trekk puro y duro, otro espectacular sube y baja, arrastrate y gatea, utilizando los ríos de sendero y lo que te da la naturaleza de asidero. Otra comida silvestre, esta vez huevo revuelto, patatas con zanahoria y arroz cocido en hoja de plátano. Otra guerra, más defensa que ataque, contra mosquitos, hormigas rojas y asquerosas sanguijuelas.
Y acabamos en el hostel con la necesidad vital de una ducha reparadora. Encarna, viajera hippy-burguesa, ha seguido todo el trekk como una campeona. Chapeau. Siempre salerosa y de buen humor, sin un solo lamento más que cuando cabreò a las abejas, capítulo en que sí le salió el toque de princesa urbanita huyendo despavorida de los feroces animales salvajes de la jungla junglera.
Cuando me quito los zapatos en mi habitación, me entero de que llevo una sanguijuela dentro.
Cenamos y nos despedimos con Encarna. Un abrazo y nos vemos por el mundo, amiga. Cómo dijo alguien, las cosas de la vida son lo que vives y con quién lo vives.
… Y me voy tirando hacia Nyanmar.
Me encanta que la compañía con Encarna haya sido bonita y agradable , es un a chica muy grande , adorable y muy atrevida . Gracias por formar parte del viaje y ya del corazón de mi hermana.
Hola Isa! A tu hermana, «mona» creo que la llamas, se le iluminan los ojitos cuando habla de ti. Tú tienes que ser tan grande como ella para que te quiera tanto así que espero conocerte algún dia. Sè feliz! Un abrazo.