Marruecos (1) «La Place».

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Casi siempre escribo en directo pero, a veces, lo hago en diferido recordando, y así volviendo a vivir, un viaje que hice antes de empezar este blog. Este es el caso de Marruecos, pero no es el relato de un viaje sino una especie de cocktail de los tres que hice a ese país hace… En su día, hace ya muchos, muchos días. 

De mi primer viaje a Marruecos lo que más recuerdo, con intensidad de un «ayer mismo», es el atardecer en que fui a conocer quizás la más famosa plaza del Mundo, la más exótica y la más viajera, «La Place»: Plaza de Yamah el Fna. Marrakech. 

La Place es una ilustración en carne viva de un mercado de Las Mil y Una Noches, un espectáculo de exotismo del Lejano Oriente con todas su autenticidad, su atractivo de experiencia única y sus miserias. 

Me alojó en un súper hotel. Tres estrellas con piscina guay con todo el lujo detallista oriental de bordados dorados, lámparas de cobre, tapices, sándalo y flores. 

Hasta La Place caminando es un agradable paseo con el único inconveniente del típico buscavidas que se pone a tu lado e intenta entablar conversación. «Hola, ¿No te acuerdas de mí? ¿Soy del hotel?». «No gracias, no quiero nada». Cambio de acera y se acaba el problema aunque, de esos elementos, aquí hay muchos y algunos días el callejeo puede resultar pesado. 

Ya en La Place: tullidos en el suelo pidiendo limosna y un tráfico endiablado en una rotonda sin carriles como una pista de autos de choque que buscan sobrevivir con la prescindible ayuda de un pobre policía subido a una marquesina que pita y voltea los brazos sin ton ni son como un muñeco de feria con poca gracia. Nadie le hace ni puñetero caso. 

En el centro de la plaza, corros de gente alrededor de espectáculos de titiriteros, danzantes, espadachines, comefuegos, encantadores de serpientes y demás submundo de animales amaestrados. El conjunto en aquel momento me supo exóticamente agridulce. Habían «números» buenos y malos pero lo que llevo peor es lo de los animales. 

A ver si me explico. ¡Ojo! ¡Ojo, ojo!:

Consejo de viajero. Cuando viajas es importantísimo hacerlo con responsabilidad y no caer en turistadas que utilizan animales para actividades que no tienen nada que ver con lo «exótico» ni con el concepto «viajar». Hacerse una foto con un pobre mono vestido con la camiseta de Messi, o con un pulpo en la cabeza, o pasear en un carro tirado por caballos a 30º a la sombra, o asistir a espectáculos circenses con animales «entrenados» de protagonistas, etc, no es nada guay. No es exótico. No es viajar. Es una payasada. Y lo digo con todos los respetos. Sé que no es maldad, es irreflexión. 

Todas las especies hemos de compartir este Mundo con respeto y sin dañar. Los animales sienten. Ese es el quid de la cuestión. Quizás no al mismo nivel o dimensión que el ser humano pero sienten. Desconocer eso es como decir que los murciélagos no ven. No ven con los ojos pero «ven» con otros sentidos que tu no tienes. No le hagas a un animal lo que no quisieras que te hicieran a ti. Piensa. Por favor. Una especie realmente «superior» quizás se alimenta, pero no extermina ni esclaviza a las demás. 

Al oscurecer estoy tomando una cerveza en una de las terrazas situadas en el terrado de los bares de la plaza y, de repente, van apareciendo unas serpenteantes filas de hombres vestidos de blanco portando calderos de metal humeantes. Las luces de la plaza penetran en los vapores y la escena es de averno infernal pero los aromas te llaman alto, claro y persuasivamente. Sin duda hoy ceno allí. 

Bajo y voy picando porciones en los puestos del mercado. Hay un pescado delicioso de carne firme rebozado con especias. Y, de pronto, todo lo tuerce una voz en mi espalda que me dice en perfecto español pero con obvio acento árabe: «Dame la mochila». Me giro entre la multitud, todos apretujados, y compruebo que la voz pertenece a un chaval de unos 16 años, tejanos negros, zapatos negros y chupa negra que me enseña un cuchillo de considerables dimensiones en su mano. Malo. 

Ahora me gustaría explicaros que, tras una pelea, rápida pero intensa, con intercambio de golpes de Kun Fu y llaves de lucha libre amenizado con una banda sonora de grititos chinos, suspiros y bofetadas, me libré del ratero y otros 5 de su banda que le escoltaban. Pero no, no tengo ni puñetera idea de artes marciales y mi valentía y arrojó sin igual no compensan las carencias de mi cuerpo que está para lo que está y no está para lo que no está. 

Peeero… Lo de que nunca aparece un policía cuando lo necesitas no es verdad. En ese caso, y en el mismo instante que yo me giraba, pasaron 2 policías marroquíes y el ladrón, que también los vió, desapareció como por arte de magia. Como si hubiera pedido el deseo a la mismísima lámpara de Aladino. ¡Pluf!… Y ya no estaba. Soy un tipo con suerte. 

Pero tampoco es cuestión de tentar a esa suerte así que, por hoy, ya es suficiente. Me vuelvo al hotel. 

Sea como sea, con sus claros y sus oscuros, ¡Imprescindible «La Place»!

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