«Viento del Este y niebla gris. Anuncia que viene lo que ha de venir…No me imagino que irá a suceder, más lo que ahora pase ya pasó otra vez…».
Bert’s song. Mary Poppins
¡Madre de Dios y del Amor Hermoso! ¡Otra vez de viaje! No me lo puedo creer. Han pasado casi 21 meses desde el inicio de la pandemia que frenó mi Vuelta al Mundo de golpe y porrazo. Ahora parece que el bicho permite, con prudencia, volver a viajar aunque, desde luego, no como antes.
En el plan inicial debía hacer la tercera etapa de mi viaje de un tirón: Centroamérica, EE. UU, Canadá y regreso a casa por Islandia y Noruega. Ahora, es obvio que el sentido común aconseja que divida esta última etapa en 2 o 3 más cortas. De entrada, voy a por Centroamérica. Según y cómo, México y voy que chuto. Desde siempre ha sido uno de mis más recurrentes sueños viajeros y me apetece conocer un poco bien este enorme país. México es casi 4 veces España así que, aun dedicándole 2 meses, no haces más que vislumbrarlo. Y, después, sobre la marcha, porque ya hemos visto que la vida, cuando quiere, se pasa nuestros planes por el forro.
Ahora cruzar fronteras no es tan fácil como antes. Cada país tiene su situación sanitaria y sus normas de entrada que, encima, cambian de un día para otro, así que… iremos poco a poco. Sí, los viajes han cambiado. Como todo.
Pues eso: ya en Ciudad de México, una metrópolis enorme. Hay un lío cuando se hacen las listas de las ciudades más grandes del Mundo, y más se complica el asunto con lo de las «áreas metropolitanas», pero Ciudad de México, CDMX para los amigos, con sus casi 10 millones de habitantes, sale en todos los rankings.
Como todas las ciudades, la visito callejeando. Lo primero, presento mis respetos a «La Morenita», la Virgen de Guadalupe, adorada patrona de México y, a partir de ahí, entre 6 y 8 horas diarias de pateo…
El primer día todo el Centro Histórico de arriba abajo. Desde el Monumento a la Revolución hasta Caballito y la Fuente de Bucarelli. De ahí al Museo de Arte Popular, la Alameda Central hasta el imponente Palacio de Bellas Artes, la calle Madero hasta El Zócalo, Plaza de la Constitución, con la Catedral Metropolitana, el Palacio Nacional y las concurridas calles adyacentes. Una paradiña en el Museo de Hacienda donde hay una exposición de Rafael Coronel, un pintor y escultor mexicano que me gusta y con el que tengo una cierta simpatía coleguera por ser él, también, coleccionista de máscaras. Vueltas y mas vueltas por el Centro: iglesias (que no falten), mercados, jardines, el Museo de Arte Popular y todo lo que pillo por delante.
La banda sonora de los paseos fluctúa entre música de organillo, pop llorera, rap, música de banda, cumbia, corrido y ranchera. El cocktail es fuerte. Los mexicanos parecen atacados desde el óvulo por el virus del amor y se toman sus relaciones en plan lo más pasional. Y claro, eso en la música se nota. De hecho, yo no soy cotilla pero he pillado un par de conversaciones de enamorados y, entre la profundidad del contenido y el cadencioso y cariñosísimo hablar mexicano, la cosa resulta un tanto… merengona. Claro que yo no pongo azúcar ni al café.
El segundo día la Avenida Reforma, una exposición de edificios lujosos a la japonesa de mucho nivel, otra vez desde Caballito hasta el Bosque de Chapultepec, con sus cuervos, patos y ardillas, y parada obligada en el Museo Nacional de Antropología. Curioso el Ángel de la Independencia rodeado de modernidad arquitectónica.
En el Bosque, avenidas con puestos callejeros de venta de todo tipo de comidas, artículos y artilugios. Juguetes, helados, henna, cacahuetes… Banquitos, mesas, merenderos… Todo muy preparado para dominguear que es, me dicen, una de las cosas que más le gusta a los capitalinos. Agotado, paro a comer unos tacos.
Y vuelta al hotel. A estas alturas ya me he dado cuenta que mi forma física es deleznable, que mis mejores años de viajero quedaron muy atrás, quizás ni siquiera en este siglo, y caigo en una hondísima depresión de 60 segundos. Me «desdeprimo» y, como dicen los mexicanos, «Aquí andamos. Echándole ganas».
Tercera etapa: Xochimilco. Primera experiencia en el metro de CDMX. Compro la tarjeta en la estación de Revolución, de ahí hasta Tasqueña y 20 minutos más en «tren ligero», que es lo mismo que el metro pero sin agravante de subterraneidad. Todo tranquilo.
Xochimilco es famoso por sus «trajineras», unos barquitos que la gente alquila en grupo, se llevan comida y bebida, y se montan allí un fiestorro mientras navegan por los canales. Cumpleaños, despedidas, celebraciones o simple domingueo… desde la trajinera es posible comprar o alquilar de todo, hasta mariachis. Original.
Como Xochimilco no tiene más encanto que las barcas en cuestión, y vistos dos embarcaderos vistos todos, me vuelvo para el centro.
Ahora paro de escribir porque estoy llorando desconsoladamente. He comprado para cenar un taco de bistec, le he preguntado a la señorita si picaba y me ha dicho que «sólo un poquito». Ahora me saltan las lágrimas acordándome de ella y de su santa madre. Me ha puesto un jalapeño asesino…
Ultimo día en CDMX. Toca Coyoacan, donde nació, vivió y murió Frida Kahlo. Es un antecedente guapo.
Es un barrio más tranquilito y cuidado, colorido, verde, con cierto aire alternativo, cultural y de bohemia «chic». Agradable pasear por los Viveros, plazas Hidalgo y Jardín Centenario, Iglesia de San Juan Bautista… Visito el Museo Nacional de Culturas Populares. Por cierto, si alguien se pregunta si me he vuelto loco con los museos, os recuerdo que estoy en la segunda ciudad con más museos del Mundo (170, dicen, y la mayoría gratuitos). Sólo la supera París. En todo caso este Museo de Culturas es un fiasco. Muy pobre.
Me paro a comer en el elegantote Mercado de Coyoacán: una mojarra al ajillo que me cuesta un ojo de la cara (10 euros). Necesitaba pescado. La comida mexicana es mas sabrosa que sana.
Y se acabó Ciudad de México. Cuatro días. Casi 100 km a pata. Pero se acabó sólo por ahora. Supongo que iré volviendo por aquí, para ir distribuyendome por los Estados de México, porque todos los transportes tienen CDMX como eje central o, como mínimo, volveré para la vuelta a casa.
En fin, Ciudad de México no está entre mis 10 ciudades favoritas pero tiene su gracia… Y es cierto que el Mundo ha perdido mucho al tener que taparse la cara. El principal atractivo de las ciudades era la tremenda mezcla de gente y la mascarilla ha igualado colores, condiciones y razas limitando, además, el sentido del olfato que, en las grandes urbes, ofrece buenos datos de identidad. Qué se le va a hacer…
Por cierto CDMX y toda la República tiene fama de insegura con secuestros y tiroteos entre clanes de la droga. Haberlos hailos, pero si no haces ostentación de riqueza europea, no andas disfrazado de turista ideal y no buscas problemas metiendote donde no debes, la posibilidad de encontrarlos es poco mayor que la de que te toque la lotería sin comprar boletos. Toco madera…