Ilha Moçambique es un pueblo insular a 400 km de Pemba. Para ir allí tengo que coger un bus a las 4 de la mañana. Dicen que serán 10 horas de viaje.
Mozambique es, eminentemente, un destino de playa. Yo queria conocer el interior, concretamente la zona de Gurué, donde hay plantaciones de té y macadamia, pero me dicen que hay problemas. En una semana se celebran elecciones y se presentan dos candidatos, curiosamente físicamente parecidos, negros, gordos, encorbatados y con sonrisa de tiburón más falsa que un duro de cuatro pesetas, pero beligerantemente antagónicos. En Gorué han habido enfrentamientos entre partidarios de unos y otros. Los mítings aquí son muy de espíritu africano. Mucha música, mucho baile, mucha fiesta pero… si corre el alcohol y se desmadra la cosa…
La política en África tiene tintes peligrosillos. Aquí a las elecciones se presentan los dos partidos que se enfrentaron en la guerra civil, el Renamo y el Frelimo, así que los que durante 15 años se pelearon a tiros por el poder, con el resultado de más de 1 millón de muertos y con todo el bagaje de rencores y odios que ello conlleva, ahora tienen que enfrentarse civilizadamente a base de votos. ¡Imagínate! Y de eso hace 4 días. Todavía entre el 2.013 y el año pasado ha habido algún resurgimiento de actividad armada.
Además, se juegan mucho dinerito y, algunos, hasta la prisión o algo más según lo bestia que sea el ganador y la manía que le tenga al perdedor. Y por no hablar de las chapuzas electorales que se montan. En Mozambique hay minas de rubíes e intereses petroleros y gasísticos importantes y eso, amigo, da para mucho. Las corruptelas y latrocinios son de órdago. Hoy, precisamente, esta cerca de la isla el actual Presidente y todo el día un montòn de helicópteros sobrevuelan la ciudad. No sé si será ahora así, pero me explican que el anterior Presidente sólo se movía en helicóptero y que en cada salida movilizaban 9 aparatos. La compañía de helicópteros, curiosamente, era propiedad del susodicho Presidente.
La situación es tensa y a mi nadie me ha dado vela en este entierro. Sólo me faltaba verme envuelto en un conflicto político africano. Ni pensarlo. Sigo tranquilo en el litoral que no me va a dar ningún síncope por darme vida fácil durante 15 días.
Pero fácil no hay nada en África. Moverse es siempre una aventura. Cuando crees que ya has salvado la experiencia más caótica, te sorprenden con otra más rocambolesca.
A las 3.45 de la madrugada, puntualmente, estoy en un descampado desde donde, me dicen, saldrá mi bus a Nacala para, alli, conectar con otro para llegar a Isla Mozambique. Van pasando los cacharros que llaman autobús, vetustos desechos que provienen de China, sin distintivo alguno de dirección ni destino. La gente va diciéndote cual has de coger, unos que éste, otros que el otro, aquel que el de más allá, el de tu lado que ahora viene, por detrás alguien que dice que ya se fué… El sistema más seguro para acertar es preguntar directamente a los conductores, encomendarte a tus santos de mayor devoción con especial fervor por Santa Rita, patrona de los Imposibles, y confiar que, normalmente, dentro de todo caos hay una organización interna misteriosa que lo ordena todo discretamente.
Mi mochila desaparece en la bodega del bus que parece ser el que va a Nacala, obviamente sin que me den resguardo de ningún tipo, y yo siento mis reales y me dispongo a contemplar flemáticamente dónde y cómo llego a Isla de Mozambique. Tengo mi dinero y documentos conmigo y todo el día por delante.
Muy complicado dormir entre, por un lado, los saltos y botes sobre los socavones de la carretera que amenazan con descuajeringar el invento, y por otro, un claxon potente y agudo que el conductor hace sonar de forma continua, para no llevarse por delante a la gente en su galope, pero que me temo suena más dentro que fuera. Quizás lo han montado al revés. Son muy capaces.
Por la ventana van pasando poblados paupérrimos de chozas miserables y en las paradas somos asaltados por vendedores de todo, desde pollos hasta cestas. Mi vecina de asiento compra 2 magníficas gallinas vivas con los que haremos el resto del viaje.
No llego a Nacala porque me sueltan en medio de la carretera y me dicen que allí pasan las chapas para Ilha.
¡¡¡Ay las chapas!!! Así llaman aquí a los microbusus de transporte público que he ido encontrando, y sufriendo, en todo África. Estos son ya la culminación del progreso científico en transporte público. Unas 30 personas donde deberían ir 15 apretados. Los dala dala tanzanos son limusinas en comparación. Tiempo habrá para hablar de ellas.
Y en menos de lo esperado, unas 9 horas, aparezco en Isla Mozambique, unida al continente por un estrecho puente, como de 4 km de largo, que tengo que averiguar cómo se organiza si vienen dos coches en direcciones opuestas.
El guesthouse que, deprisa y corriendo, reserve ayer noche, resulta un gustazo. Una casa restaurada y decorada con gusto con una piscinita de folleto de vacaciones. No soy yo muy piscinero pero está toda para mi y la aprovecho como merece para goce y disfrute de mi cuerpo serrano.
Toca una primera vuelta de reconocimiento por la isla, apenas 3 km de longitud y 500 metros de anchura.
La parte colonial del pueblo, de rincones y paisajes con irrealidad de atrezzo, está abandonada y desierta. Parece que se están demoliendo los interiores para hacer remodelaciones pero, hoy por hoy, no hay ni gente, ni comercio ni nada de nada. Un pueblo fantasma. Debieron ser tiempos turbulentos aquellos que obligaron a los portugueses a dejarlo todo aquí.
La vida está en el barrio de barracas, diez peldaños por debajo del nivel de las calles asfaltadas. Me dicen que fueron sacando piedra para las fortificaciones y quedó esa especie de foso donde construyeron sus chozas los nuevos habitantes que fueron viniendo. El efecto es de lo más sorprendente.
Todo el día siguiente lo dedico a mimarme cariñosamente. Desayuno en la terraza frente al mar, baños de sol y agua en la piscina, paseíto ligero, escribir y una cena de «peixe petra», con ensalada, arroz y patatas fritas. Bueno, bueno de verdad.
Y ya me voy de aquí porque no hay nada más que hacer. Se me está ocurriendo y le estoy dando vueltas a una, llámale travesura, que creo es un pelín inconsciente… Tengo que hablar seriamente conmigo y lo haré. Voy a ser duro. Hay veces que no hay quien me entienda y no soy de fiar…