Seis y media de la mañana. El viaje en bus, otra vez a Te Anau, transcurre por las tierras más frondosas que nunca he visto. Prados y bosques exuberantes, lagos, montañas y enormes rebaños de ganado de todo tipo: ovejas, terneras, ciervos, alpacas…
El día es plomizo y lluvioso. Me temo que me voy a mojar.
A las 11 h. empezamos el Routeburn Track, entre los Parques Nacionales de Fiordland y Mount Aspiring. La primera jornada son sólo 4 horas por un sendero cómodo y sin grandes desniveles en medio de un bosque húmedo pero, lo dicho, llueve intensamente. Los saltos de agua vienen absolutamente llenos y rebosan sobre el camino. Ningún waterproof ni impermeabilización aguanta la que esta cayendo y el agua me va calando hasta el tuetano. A ver lo que sobrevive seco dentro de la mochila.
Hay que traspasar, con agua casi hasta la rodilla, algún tramo inundado por alguna cascada salida de madre, hay que trepar alguna roca, hay que quitarse la mochila para pasar bajo algún árbol caído, pero nada, trekk suave. Un solo momento complicado al cruzar, literalmente por dentro, un pedazo de waterfall que va totalmente desbocada. Como tirarse a la piscina vestido.
Con lluvia, la montaña no es agradable y el trekking es un deporte pero no un placer. No hay vistas, sino solo parajes brumosos, todo pesa más, la humedad y el frío te van handicapando y lo único que deseas es llegar a destino.
Pero hoy, el mal tiempo casi es una bendición porque, esta vez, me he regalado un trekking de lujo, con estancia en refugios con agua caliente, litera con sábanas de verdad y comida de restaurante elegante. Llegar al lodge después de la caminata bajo la lluvia, rodeado de niebla y montañas en medio de la Madre Naturaleza es un placer de lo más gustoso. Estos 3 dias me han costado el presupuesto de la próxima quincena pero mira, es un regalo que me hago. Porque sí. Por bueno. A ver cómo lo recupero. De vez en cuando, darme un lujo no creo que me haga daño.
Hablando de dinero…
Consejo de viajero. Ahorro en viaje. Me comprometo en hacer un «Entre paréntesis» sobre trucos para ahorrar en viaje pero, por ahora, un par de ideas: 1.- El agua, del grifo. En la mayoría de países, en restaurantes y alojamientos hay agua potable a tu disposición. Si vas de agua mineral, al cabo del mes te dejas el riñón que pretendes cuidar. 2.- Aminities y otras gratuidades. Hay un montón de cosas que los hospedajes ponen a disposición de los clientes, desde jabón, dentífrico y champú, hasta bolsitas de café, te o mermelada. Además, la gente, cuando se va, deja para los que vengan detrás productos sobrantes que no quieren cargar como pasta, sal, pimienta, aceite, arroz…. Una buena gestión de todo esto te hace ahorrar un montón de billetes. Yo, por lo bajo, calculo solo con estas 2 cositas hasta 300 euros al mes. Cómo lo oyes. Y también ahorras peso en la mochila porque si has de llevar un botellin de todo vas dado. Mínimo 1 kg de más. Consejo adicional: Por si en la ducha no hay gel, trae contigo una botellita de plástico de una dosis para rellenar con el expendedor de jabón de manos.
A lo que íbamos, en la mochila ha quedado seco un pantalón y la camiseta térmica así que puedo cambiarme. Todo lo demás está para escurrir, pero no hay problema porque el alojamiento tiene un “cuarto de secado”. Se trata de una especie de sauna con un ventilador enorme que, en una horita, te lo deja todo como salido de la secadora.
Una pasada el refugio en cuestión. Llegando tenía las manos acalambradas y la ducha me sienta como una sesión de baño y masaje. Cambiar las botas y los calcetines mojados por unas chancletas no te digo… En la zona común, chimenea de hierro, sofás, y todas las comodidades de un hotel de 3 estrellas. Hasta me da un poco de vergüenza. Esto no es hacer montaña. La cena también espectacular: primero un bufet de quesos, dips y embutidos, y después un entrecot como un piano con acompañamientos varios. Mira por donde, en este trekk voy a engordar un kilito.
En realidad, estoy como pez fuera del agua, rodeado de americanos, neozelandeses y australianos de clase más bien alta y mediana edad, algunos con los chavales adolescentes, pero yo voy a la mía. Disfruto de mi regalo de Navidad, o de Porquesí, y ya está. Además, la gente es educada y agradable, sin grandes pijerias, así que todo va bien Es un grupo de unas 20 personas y no hay ningún europeo. Curioso. Lo más parecido es Steven, un holandés afincado hace 20 años en Brisbane, Australia. Steven es el friendly del grupo, el que habla con todos y con todos bromea. Un buen tipo, bastante loco. Nos hacemos amigotes.
Hoy brilla el sol haciéndose sitio entre las brumas eternas de estas montañas. Se abre el telón y la Naturaleza va a hacer una de sus representaciones. El espectáculo es…inadjetivable. Quizás … No se. Todos los adjetivos quedan cortos.
Puedes encontrar algún lugar que iguale la belleza de estos paisajes pero superarla lo dudo. Todavía no puedo decir que Nueva Zelanda es el país más bonito del Mundo como muchos afirman pero, desde luego, ya ha presentado la candidatura. Steven, el holandes-australiano, le llama “el país de Dios”
El sol va calentándome la sangre y noto el corazón templado como hace años que no lo sentía. Sereno y en paz.
La mañana transcurre tranquila paseando en este escenario de una belleza apabullante. Comemos un bocata en Harris Suttle, a 1.255 mts, y algunos del grupo nos subimos a Conicall Hill, a 1515 mts. La ascensión a Conicall tiene su guasa, pero nada del otro Mundo. Lo que ocurre es que hay que reconocer que mi brazo derecho ya no me sirve de mucho. Me dijeron que la infiltración en el hombro me duraría por lo menos 3 meses y ya llevo 10. Y un par más me ha de durar.
En la cima, Steven abre los brazos y se pone a gritar su amor por Janette, su mujer, y por sus chavales. Le hago una foto y, por la noche, en la cena, cuando se la enseño, se pone a llorar de emoción. Es su momento de estos días y ahora tiene una foto. Esas cosas a veces tocan el alma.
Hoy han sido más de 6 horas de caminata. Ocho horas con paradas. Llegamos a las 16.30 a Routeburn Falls Hut, final de la etapa de hoy. Otro Lodge magnifico rodeado de bosques, saltos de agua y montañas, otra ducha caliente de adicción.y otra cena pantagruelíca con entrantes y unas costillas de cordero horneadas para babear. Desde luego, podría acostumbrarme a esto. Dolce vita.
Y último día. Un paseo tranquilo por el bosque sin ningún desnivel, cruzando ríos por puentes colgantes y disfrutando del sol de una mañana idílica. Da un poco de pena, pero esto se acabó. Y digo “ un poco”, solo un poco, porque yo sigo adelante. Próxima parada, el glaciar Franz Josef.