Nueva Zelanda (3) El glaciar Franz Josef. La muerte de los hielos.

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Muchos de los paisajes de Nueva Zelanda me recuerdan a la Patagonia argentina y chilena. La diferencia es que Nueva Zelanda es un país más rico y puede cuidar de su Naturaleza manteniéndola alejada de los depredadores y buitres que colonizan y parasitan la Patagonia explotando a lo bestia sus recursos naturales.

Las compañías eléctricas en esto son unos artistas y las españolas destacan como unas campeonas.

Otro agradable viaje en bus desde Queenstown a Franz Josef. Los frutales de Cronwel , los lagos Wanaka, Monaco y Hawea, los puentes  y ríos que llevan a las Thunder Creeck Falls, la costa del Mar de Tasmania…

Llego a Franz Josef a las 17 horas. En la habitación del hostel, con 3 literas, solo hay un chavalín que resulta ser austriaco. Tiene toda la ropa tirada por el suelo y el cubículo huele a tigre malasiano muerto y mal enterrado.  Me presento, le doy la mano y unas palmaditas en la espalda y, tras las dos frases de rigor (de dónde eres y cómo te llamas), le pregunto con una sonrisa si ha habido un terremoto o ha pasado algo. Me mira cohibido. Bien. Abro todas las ventanas y le digo que vamos a dejar las botas fuera para ser todos más felices, que yo ahora me voy al súper y, si quiere, después le ayudo a ordenar un poco todo. Parece que encaja bien el mensaje y, al volver, 1 hora después, el chaval está duchadito, la habitación mucho más ordenada y aireada y las botas en la puerta. Asunto arreglado. El poder de la sonrisa. Si no te cabreas, te presentas cariñosamente y pides las cosas con mano izquierda la gente suele reaccionar bien.

Franz Josef es un pueblecito típico de Nueva Zelanda. Nuevo. Prefabricado. Turístico. Y como no, también rodeado de montañas, éstas revestidas de bosque cerrado casi selvático. Al atardecer se arranca a llover a lo bestia, tipo tropical, y la sensación es de Parque Jurásico.

En el hostel le echo el ojo a un jacuzzi exterior. Eso tiene que ser de lo más gustoso. Mañana, a la que lo vea vacío me meto en remojo hasta convertirme en una pasa con patas.

El glaciar, en el Parque Nacional Westland, se ve en una excursión de poco más de 3 horitas ida y vuelta. Impresiona, sobre todo por su decadencia. Se está retirando resabiado detrás de las montañas cuando hace 25 años se desparramaba por el valle potente y orgulloso. El calentamiento global lo está desgastando poco a poco y se va diluyendo por el río Waiho sin capacidad de regeneración. Nuestros hijos pagarán la factura en agua de riego y uso doméstico y, a largo plazo, en nivel y vida de los Océanos.

Por la tarde me adentro en el bosque que rodea el pueblo hasta una garganta por la que el río baja a galope tendido. De vuelta, me pilla otro diluvión que me deja listo para secado y plancha. De eso no hay, pero lo que sí hay es el jacuzzi que vi ayer y, lo prometido es deuda, me sacudo una sesión de media hora de inmersión bañeril caliente que completo con una ducha más caliente todavía. Relaje total. Vivo bien.

El siguiente día, último en Franz Josef, hago el Roberts Point Track, un trekking con todas las letras que me lleva a ver cara a cara el glaciar. Me pongo a su altura. La vista es magnífica. La bajada es resbaladiza de romperte la crisma. Hay muchos puentes colgantes pero uno especialmente espectacular. El más largo que he visto en mi vida. Ni en Nepal los hay así. Total, 6 horas.

Y no me quiero perder las luciérnagas de Tataré Tunnels, otra hora y media. Los túneles en cuestión, excavados en la roca para un trasvase fluvial, son de yuyu. En la entrada,  mi claustrofobia, o miedo a secas, me hace dudar. Me armo de valor y camino los 10 ò 15 minutos de túnel oscuro con el suelo alfombrado de medio palmo de agua y las paredes salpicadas de las lucecitas verde brillante que desprenden esos bichitos encantadores. Un pelín de angustia por la húmeda oscuridad pero vale la pena. Con eso de no querer perderme nada voy arrastrado.

Me voy a Punakaiki….o eso pensaba yo.

Va a ser que no. En el hostel se han equivocado con la fecha de mi reserva de bus y me quedo en tierra. Ya me relamo. Cada vez que me pasa algo malo es porque viene algo mejor.

Efectivamente, en el hostel me cambian la reserva para mañana, me dan gratis una habitación para mí solo y, Linda, una chavala italiana encantadora de la recepción me explica un par de buenos trucos para ahorrar en alojamiento y me ayuda a coordinar otra etapa de mi viaje. Organizado estoy para toda la semana.

Paso el día extra con una excursión tranquila al lago Wombats y me acerco al primer mirador del Alex Knob Track. No tengo más ganas de caminar. El Knob es una empinada y tarzanesca caminata de casi 8 horas y yo, con los tutes que me estoy dando estos días, he de poner un poco de cabeza en no pasarme. Al fin y al cabo, si todo va como tiene que ir, en los próximos15 días me esperan los Parques Nacionales de Paparua, Abel Tasman y Tongariro.

De todas formas, hoy ya han sido 4 horas de caminar. No recuerdo quién, me enseñó un app que da diferentes datos sobre las caminatas que vas haciendo  y calculamos que, cada hora, hacemos entre 4.000 y 5.000 pasos de promedio. Pues eso, que hoy he dado como 20.000 pasos. La comida ya la he digerido y creo que he cumplido con San Cristóbal, patrón de caminantes y viajeros.

Mañana sí que llego a Punakaiki. Espero.

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