Punakaiki no es ni pueblo. Es más bien un núcleo urbano que atiende a las necesidades de personal y servicios que requiere Paparua, un pequeño Parque Nacional en la costa oeste de la Isla Sur de Nueva Zelanda. Allí están una las más famosas maravillas naturales del país, las Pancake Rocks.
El hostel o lodge al que he ido a parar es de impacto total. Un conjunto de acojedoras casitas en medio de la selva, a media hora de Punakaiki caminando. «Mi» cabaña, es de dos pisos, arriba un dormitorio para 7 y abajo la cocina, con un anexo de uralita donde estan el baño y la ducha. En la casa principal hay una tienda donde venden pasta, arroz, huevos, latas de judias y poco más. Hacen tambien pan de cereales tipo alemán y brownies caserisimos y recién horneados. Comparto la habitación con 6 chicas, lo que siempre es màs agradable porque, todo hay que decirlo, en general, son mucho más limpias y organizadas que los chavales. Eso sí, para compartir un lavabo con 6 mujeres, tela. No es sólo una cuestión de buena alimentación y entreno duro, si no que requiere un montón de condiciones especiales como instinto y sigilo de cazador, rapidez de reflejos, inteligencia emocional y conocimientos militares básicos para la toma de posiciones ventajosas.
Quizás es sorprendente, pero yo casi diría que me encuentro más mujeres que hombres viajando. La mujer empieza a viajar segura. Creo que se han cansado de ser el sexo débil y muchas jóvenes tienen conocimientos en formas diversas de defensa personal. Las israelitas en eso son tremendas. Una niña con pinta de no haber roto un plato en su menos de un cuarto de siglo de vida, resulta ser teniente del ejército, experta en guerrilla urbana e instructora de kravmagá, el sistema de lucha libre oficial de las fuerzas de seguridad israelís. Desde luego, más de un machito imbécil ya se ha enterado, en carne propia, de que, para hacer daño, el tamaño no importa.
He llegado aqui a las 3 p.m., está lloviendo a mares y hace frio así que, hoy, de ejercicio nada de nada. A disfutar de la casita y seguir montando viaje. Llevo en la fiambrera un par de raciones de arroz con cebolla, tomate y pimiento que ayer caramelice con un punto de picante. Paso una ración por la sartén y lo acompañó de media pechuga de pollo y un huevo frito. Cena de lujo. De postre me he comprado un browni del lodge. No te explico.
Yo tengo bastante suerte con el tiempo. Por no decir mucha. El nuevo día se despierta soleado, hago una buena parte del Inland Pack Track y me llego a la Cave Creek, un paraje espectacular. Aquí murieron, hace unos años, 14 personas cuando cedió una plataforma de roca. Después vuelvo al hostel por la Bullock Creek Road, una carretera local o camino de carros con unas vistas preciosas a unas magnificas montañas y con unos árboles, helechos, palmeras y cactus de lo más extraño para mí.
Sólo son las 16.30 así que me voy a ver las Pancake Rocks. El lugar es de fábula pero, como está a pie de carretera, está atacado de turistas. Caminando por la montaña quizás había visto en todo el día a 10 ó 12 personas, y ahora aquí … De verdad que alucino con el ser humano. Lo que para verlo requiere un poco de esfuerzo es como si estuviera protegido por alambre electrificado. A mí ya me está bien, porque vivo en exclusividad verdaderos tesoros de la Naturaleza, pero no lo entiendo. Esa misma gente, después, para mantenerse en forma o guardar la línea se sacude, pagando, unos palizones de agárrate en el gimnasio o en la piscina. No, no lo entiendo. A todo esto, hoy he caminado más de 7 horas. Yo a la mía y el resto a la suya. Todos contentos.
Otra mañana radiante. Empiezo por el Truman Track, un paseo por un bosquecillo con impresionantes pinos rojos y negros y con unas vistas de la costa mucho más sublimes que las de los turísticos Pancakes. Paseo por la playa desierta. Esta es una costa más salvaje y peligrosa que brava y, desde luego, más que avisar amenaza así que no se la puede llamar traidora. Quien se mete aquí en el agua no vuelve. Tal cual.
Luego hago las 3 horas del Pororari River Track, entre las montañas que ayer vi de lejos y adentrándome en sus bosques de fantasía. Y luego de comer un sandwitch en la orilla del río, vuelvo por otra playa solitaria y me encuentro la Reserva Marina de Punakaiki, una ristra de pancakes de roca que recorro en la más absoluta soledad. No hay nadie porque a la gente la llevan como borreguitos al paseo organizado con el sendero bien señalizado y los lugares clave bien especificados para que tengan una buena foto con absoluta seguridad. Y donde yo estoy paseando no está ni a 1 km de los pancakes turísticos que no puedes pisar ya que están resguardados por vallas. Es increíble.
Y es que la libertad da miedo. Si te sales de la manada puede pasarte algo. Bueno o malo. Todo el mundo pide libertad, pero luego no sabe que hacer con ella. La gente tiene miedo a la libertad porque es una cuerda floja que, por más preparado que estés, de alguna manera y en una parte te hace depender del azar. Y a veces sale cara y a veces cruz. Cuánta más preparado estas menos tientas a la suerte pero, lógicamente, libre has de buscarte la vida, no te la dan. Podrías no encontrarla, desde luego. La libertad es incierta, es solitaria y es salvaje. Da miedo.
Por la noche he quedado a cenar con Saalah, un chaval saudita de 35 años que llegó ayer. Está en Nueva Zelanda completando estudios y viaja por el país cuando puede. Buena gente. Yo hago una ensalada de guacamole y el una pasta con pollo y condimentos de su país. Sabores orientales. Al día siguiente, de despedida me hace un café a su manera, más te que café, y lo acompañamos con dátiles.
Y sigo subiendo hacia el Norte siguiendo con las magníficas vistas de la costa oeste neozelandesa y de las montañas y bosques del interior. El objetivo en la Isla Norte son los volcanes de Tongariro pero antes, todavía aquí en el Sur, tengo a tiro el Abel Tasman N.P. Haré noche en Nelson y, mañana tempranito, en marcha hacia Marahau.