Nueva Zelanda (6) Isla Norte. Te Ika-A-Māui. Wellington.

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Dos horas de autobús más 3 y media en un Titánic neozelandés y ya estoy en la Isla Norte. Wellington, la capital. Hace 20 días que llegué a Nueva Zelanda y me quedan 20 días más para completar el círculo y volver a Queenstown.

El viaje me ha dado un hambre exagerada. Me hago cena de 2 platos: Ensalada atlántica  y Pechuga de ave sobre lecho de jade. O sea, ensalada de lo que tenía y pollo con pimientos verdes.

Wellington es una ciudad ventosa, pero agradable, tranquila y, como en toda Nueva Zelanda, incluso aquí, en la capital, si caminas 10 minutos te encuentras en medio de la Naturaleza. Este país es alucinante.

No es la ciudad más poblada del país, pero es donde se toman las decisiones. Dicen que está situada en una zona muy propensa a sufrir terremotos. Tengamos la fiesta en paz. A mí me encanta vivir experiencias pero, en cuanto a lo de terremotos, con el de Walpole voy servido.

Después de pasar la mañana  callejeando, por la tarde he subido al monte Victoria. Las mejores vistas de la ciudad. El bosque del monte está perfectamente cuidado, con senderos no solo señalizados, es que hasta te dicen los que son recomendados para caminar, cuáles para ir en bici y cuáles para ejercicio con perros. Toda la ciudad está diseñada para fomentar el deporte, la salud y la calidad de vida. Es una caña.

El paseo del puerto también es gustoso. Sol, veleros impresionantes, arte urbano… Mucha vida. Muy tranquila. No es una ciudad bulliciosa, es relajada y familiar. Aquí me paro unos días para coger fuerzas y, sobre todo, para organizar mi próxima etapa a los volcanes del Tangariro y…y ya la vuelta a casa. Esto se acaba. Poco a poco, pero se acaba. Mañana día cultural. Hay aquí el que dicen es el museo más completo del país sobre historia y cultura de Nueva Zelanda. Apetece. A esta gente hay que conocerla.

Pues sí, el Te Papa Tongarewa es un museo moderno, bonito, interesante, bien organizado…y totalmente gratuito salvo exposiciones foráneas temporales. Cómo debe ser. Al atardecer me voy al barrio playero y hago todo el larguísimo paseo marítimo. Un poco estresante, la verdad. Hay tanta gente paseando, haciendo footing y en bicicleta que a veces parece que te has metido en medio de una lluvia de meteoritos. Después me hago toda la Cuba street, la calle bohemia y barrera de la ciudad. Ya está todo visto. Me sobra un día. Descanso y organización.

Además del descanso, en mi último día en Wellington subo con el funicular hasta el jardín botánico, un parque diabólico con un laberíntico entramado de caminos en una colina cortada a pico. Vistas a la ciudad y poco más.

El viento sopla con rabia y hace lo que le da la gana con mi corpachón. Literalmente tira para atrás y, también literalmente, me tengo que agarrar las farolas para no salir volando. Ríete de la tramontana. Tremendo. Suerte tengo de que la Naturaleza ha sido, ya de nacimiento, muy generosa conmigo, y yo he intentado siempre consolidar su gran obra mediante deporte y una alimentación de campeón de halterofilia, todo lo cual me ha hecho, como es público y notorio, fuerte como un roble y a prueba de bombas.

Al final me armo un lío y me vuelvo a la ciudad por un sendero a través del cementerio, lo cual tampoco es lo más agradable pero ahí estamos. Eso sí, me lleva a 10 minutos del hostel. Mañana salgo para Tangariro a las 7,30 así que pasó por la estación para fijar el lugar donde tengo que esperar el bus.

Consejo de viajero. Hay que intentar conocer con antelación el sitio donde coges el transporte para un traslado y confirmar que no te equivocas de lugar. Sobre todo si sales pronto por la mañana. Si no lo haces, cualquier error te hará perder muchas horas, si no días. Y ya que estoy con transportes aprovecho para un par más de consejos:

1.- Lleva a mano algo de abrigo porque los aires acondicionados son traicioneros

2.- Lugar a escoger. A mí me gusta de la mitad hacia delante, ventana, que no comparta cortina y, en su caso, lejos de los lavabos.

3.-  No vayas con el tipo justo. A mano, ticket y pasaporte.

4.- La mejor manera de olvidarte cosas es no arreglar el checkout con recepción o no hacer el equipaje la noche antes de viajar. Déjalo para mañana a primera hora y después quéjate de que te has olvidado la toalla colgada para que se seque o el pasaporte en el hotel. Seguro que, además, no has devuelto la llave y te cargan 20 € en la tarjeta.

Hacia el Tongariro me acompaña otro paisaje incomparable. Verdes colinas, ríos y pinedas bajo un cielo azul parecen la antesala del País de Nunca Jamás. Rebaños enormes de vacas y corderos. Una especie de halcón sobrevuela los campos acechando posibles presas.

Llego al «pueblo» donde empieza el Parque. Fíjate cómo será que se llama National Park. Tal cual: Parque Nacional. Naturalmente, como suele pasar en Nueva Zelanda, no es un pueblo, es un conjunto de servicios del Parque. Cuatro albergues, 2 o 3 bares-restaurantes, una gasolinera con supermercado y oficinas de transporte y deportes de aventura. Una tienda de artículos de skí sí he visto. Nada más. Aquí lo importante es el Tongariro National Park, el hogar de los volcanes neozelandeses y, al frente de todos ellos, el Ruapehu, 2.797 metros, la montaña más alta de la isla.

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