En realidad, y aunque todavía tardaré en llegar, hoy empiezo a volver a casa. Allí, entro en boxes para que me arreglen un poquito, veo a mi gente, descanso un poco, pasaporte nuevo y otra vez al tajo. Voy cerrando el círculo, pero, mientras tanto, seguimos…
Christchurch es de las ciudades más tranquilas del Mundo, y también de las más aburridas. En febrero del 2.011, fue destruida por un terremoto de 6,3 grados de magnitud. Aquí esto pasa cada 2 por 3. En septiembre pasado tuvieron otro de casi 7 grados en medio del mar. Espero que lo que aquí noto no sea la tensa calma que precede a la tempestad. «Madrecita que me quedé como estoy».
Pues eso, que aquí puedes ir a un par de museos, tomar algo en Regent Street, ver la fachada de la catedral destrozada por el terremoto, caminar por el Jardin Botánico o el Bridge Path Walk, pero poco más. Ideal para descansar. La ventaja de un viaje largo es que te puedes permitir “perder” el tiempo en algún lugar sin ningún tipo de ansiedad o remordimiento. Yo les llamo días de «pausa». Mi mayor distracción aquí, y casi la más frenética de mis actividades, ha sido sentarme en un banquito a la orilla del río, en el Jardín Botánico de la ciudad, y contemplar como los patos toman el lunch metiendo medio cuerpo en el agua, casi en vertical, y enseñando el culo al cielo.
Hay, eso sí, a 15 min en bus del centro, un barrio surfero con una enooooorme playa de largas olas y cielos preciosos. Es el New Brighton Pier. El «pier» (muelle) en cuestión, es una curiosa plataforma que se introduce en el mar como un puente inacabado donde la gente pesca, observa a los surfistas y toma fotos. Original.
Yo, mientras tanto, sigo de cocinitas haciéndome pantagruelícos banquetes para ponerme gordo y fuertote. Hoy, para comer, me sentía nostálgico de Asia y me he he hecho un arroz picantito con verduras y, para cenar, unos filetes de pescado fritos con mantequilla con acompañamiento de tomate, cebolla y guisantes. Muy bueno. Pronto seré ya un niño grande.
Mañana otra vez a la carretera. Me voy a Mount Cook. Solo tengo una noche, dos medios días, para hacer un par de trekks chulos allí. Llegaré a las 13 horas y me iré pasado mañana a las 14.30. Me he de despertar a las 5.30 de la madrugada…y me toca el gordo.
Cuando voy a dormir, en la litera de arriba me encuentro un tipo obeso roncando. Pero no roncando “normal”. No roncando suavito en plan algo más que un arrullo en do mayor o un ronroneo de chucho satisfecho dentro de unos límites de polución auditiva tolerable. No. El cabronazo truena como en la peor de las tempestades, resopla como si Eolo hubiera cogido un cabreo de los que hacen época y cambian el curso de la Historia, escupe como.un volcán en erupción y todo su corpachón se menea como si en su interior hubiera un movimiento sísmico. Gruñe y grita como un pobre cerdo despavorido en el matadero y, de pronto, cambia de registro a un gorgoteo de ave degollada regurgitando la sangre que le obtura la respiración. Es la reproducción sonora de una verdadera carnicería salvaje y sanguinaria, de un cataclismo, de un Argamegon. Me pongo tapones en los oídos pero eso no se arregla ni con chapas de acero. Le gritó que se calle, le doy con un zapato en los hierros de la cama , le intento mover de posición y nada. Ha entrado en una especie de trance apocalíptico sin salida ni solución. Os diréis que exagero. No es verdad. Ese tipo no me extrañaría que tuviese un problema de posesión demoníaca.
A la media hora, desesperado, para no estrangularle me cojo el edredón y me largo al salón. Tres o cuatro horitas en un sofá he dormido. Naturalmente, me pasó el viaje en bus sobando como una marmota. Que agotamiento.
Llego a Mount Cook. El lugar es bonito. Zona de lagos, montañas y glaciares. El lago y el glaciar Mueller, el Lago Tasman, el Hooker Valley y su rio, el monte Cook… Hago el Hoocker Valley Track nada más llegar y al día siguiente el Sealy Tarns… Lo dicho, bonito, pero nada más. Naturaleza superviviente y magnifica. Pero demasiada gente para mí gusto. Y los glaciares…los glaciares dan pena. Hay algún lugar en el que se ve claramente que ya sólo queda el cauce. El glaciar ha desaparecido. Ha muerto. Nosotros damos pena. Cómo no pongamos remedio urgente a todo esto…
Vuelvo ya a Queenstown. Circulo completo. Me queda un día para poner orden a todo y vuelvo a Australia de camino a casa. Ahora sí me como una hamburguesa en Fergburguer. Aunque ese tipo de comidas no me van mucho, hay que reconocerle el mérito, desde luego. Muy buena.
Llegué aquí hace 39 días y he recorrido buena parte de este maravilloso país disfrutando de una Naturaleza grandiosa y cuidada con mimo. Ojalá les dure porque, al fin y al cabo, este es un planeta pequeño, y las barbaridades que se están haciendo a nivel global ya amenazan malos tiempos. Tengo un poco de tristeza. Nueva Zelanda ha entrado ya, sin ninguna duda, en mi lista de países favoritos del Mundo, aunque la última impresión que me llevo no es buena. Queenstown está abarrotado de gente.
Es el Año Nuevo Chino. Primero fueron los rusos, y ahora le toca el turno a China. En los últimos 2 años escasos, la Perestroika amarilla ha abierto las compuertas por donde se desparrama en el Mundo un fenómeno de neo-turismo que ofrece a los tour-operadores un nicho de mercado de 1.200 millones de personas sobre el que se han volcado con voracidad.
Donde lleva eso no lo sé, pero… ni la actitud de la oferta ni la de la de la demanda me parece de lo más edificante. Muy poca ecología, mucho consumismo febril, cultura muy embotellada… mucha comida basura, mucho tour «safari», mucha atracción de feria…
En el mundo todo está como muy mezclado y agitado, perdiendo originalidad, calidad, naturalidad y personalidad. Como comerte en Bangkok una pizza de sushi y pollo frito con comino y coriandro acompañada de CocaCola, servida en el bufete de un restaurante chino y cocinada por un chef marroquí. Y, además, deglutida a toda prisa, sin quitarte el sombrero mejicano, para no perderte el show de flamenco que has reservado para dentro de 15 minutos en el templo budista de la esquina. Y, ojo, que ya van viniendo los indios. Otros 1.200 millones.
En fin, dejo ya Nueva Zelanda. Magnifico país, si señor. Y de vuelta a Australia. Avión a Melbourne, duermo en el aeropuerto y, de mañanita, a Cairns. Voy a conocer la Gran Barrera de Coral australiana. El Este que me faltaba. De ahí, a Europa.