Galicia (y 2). Ourense. Un lugar recóndito.

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Vine a Ourense hace 25 años con mi hijo en la cuna. Y, en aquel entonces, con su madre también. Vine a buscar una máscara, concretamente un Peliqueiro, y allí conocí al sastre de Castro, Francisco Añel Alonso.

 

D. Francisco era, según la mayoría, el mejor creador de Peliqueiros del país. Entonces, cuando lo visité, Don Francisco, ya mayor, con esa edad indefinida que tiene la gente de campo, estaba decidido a dejar su trabajo desanimado por no encontrar sucesor entre los jóvenes de los alrededores. En esta zona, dura y degradada, la juventud estaba más preocupada por encontrar un trabajo que garantizara su futuro que por conservar tradiciones ancestrales. En muchos casos se encontraba este desánimo entre quienes trabajaban las máscaras, un arte entonces poco conocido y valorado. 

Hace un par de años el sastre de Castro falleció viendo que, aunque las zonas rurales continúan viviendo un éxodo de sabia joven considerable, el Entroido, el carnaval gallego, y las mascaradas en general, están volviendo a vivir una edad de oro porque la gente se está dando cuenta de lo importante que es preservar la cultura que personaliza a los pueblos, haciéndolos únicos y dignos de conocer. Nos estamos cargando el mar y la montaña asi que «sólo» nos queda cultura. Y, dentro de esas culturas propias, el mundo de las mascaras es especialmente fascinante. 

Ahora he vuelto a Ourense, otra vez, para vivir un festival de mascaras de la Península Ibérica: el ViboMask. 

De camino, no puedo resistir la tentación de parar a comer en Aranda del Duero. Ya me lo he hecho venir bien para llegar justo a la hora: aquí hacen el mejor cordero lechón al horno del Mundo mundial universal. Una delicatesen. Dos veces al año no hace daño. Más si. 

Me doy otro lujo y esta vez hago fonda en una casa reformada de Mourisca, una aldea a 3 kilómetros de Viana do Bollo. Son muchas horas de coche y estoy baldado. Aire puro, silencio, ducha caliente, cama mullida, sábanas limpias…

Visita al pueblo por la mañana, un pueblecito típico de Ourense. Se ve que tuvo tiempos mejores. Me enrollo con el señor de un bar, ya entrado en los 70, que me explica que antes aquí, en Viana, había el doble de habitantes pero que, poco a poco, la gente joven se ha ido marchando por falta de oportunidades. La vida rural no deja de ser rentable y tiene sus ventajas pero, desde luego, es dura. También me dice que aquí, casi delante de su bar, había antes una discoteca y, los fines de semana, esto era un hervidero de gente. El local, lleno de humo, se abarrotaba de juventud y ellos hacían un buen dinerito. Ahora en el local hay cuatro tertulianos y muy poca tertulia. Como en todos lados hay de todo pero, en estas zonas del Ourense rural, la gente es seca, muy seca. Un forastero… no es de aquí. 

Una comilona tremenda por 15 euritos, menú de pueblo tipo embutidos y puchero, y empieza el festival mascarero, Un mundo teatrero aupado por el incógnito a la interacción. Lo paso bien. Desfilan grupos culturales de toda Galicia, Portugal, País Vasco, Italia…  Boteiros, Peliqueiros, Caretos de Lazarim, Mamuthones… Espantan a los espíritus, recuerdan a sus muertos, relatan su pasado… un akelarre de transformación, un hechizo colectivo… Me lio a hacer fotos y acabo agotado. Voy a darle una paliza a la cama…

Hoy hay repetición de la jugada en Vilariño, pero yo lo dedico a mi otra pasión: caminar. De lugares para caminar Ourense también va sobrado. Llegando a A Gonza hay una ruta muy guapa: ruta do mazizo de Peña Trevinca.

Dos enormes mastines custodian la entrada al camino. Da miedito pasar pero tampoco hay otro remedio. A ver como son….bajo y se acercan moviendo la cola. Buffff… prueba superada. En esta zona hay lobos y parece ser que la pareja de mastines son los guardianes del ganado.   Vacas y caballos campan por aqui, en casi absoluta libertad, y dicen que también jabalies y ciervos. 

Llego a Pedra do Lombo, a casi 1300 metros, con unas vistas magníficas. Pienso que cada día es más difícil viajar como antes y ver magníficos paisajes en lugares lejanos pero que esto, mas cerquita, es ya un maravilloso regalo. 

Son menos de 3 horitas de paseo con poco nivel, pero Naturaleza a tope con un ventoso silencio de soledad y aroma de lugar recóndito. Abajo esperan los mastines y, ahora ya amigos, se acercan a mi moviendo las colas y, bajando hacia el pueblo, no puedo, ni quiero, quitarme la sonrisa de la boca. La Naturaleza me hace sentir bien, muy bien… 

Domingo tarde a descansar, escribir, pensar… Tanto viajar me ha quitado las prisas y es que yo sigo con la sonrisa, supongo que sonrisa «tonta». Esta sociedad ha llegado un momento tan jodido que si alguien te pregunta «¿como estás? » y tu contestas algo como «Estoy contento» o «Soy feliz» , el otro te pregunta: «¿Y eso? Por qué? ¿Qué ha pasado». Pues ha pasado… un viaje cortito por Ourense.

¡Ah! Por cierto: no me topé, creo, con ninguna meiga pero, aquí, en Ourense, en el ambiente se nota… «Haberlas haylas».

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