Polonia (y 2). Valle del Sola. «Na zdrowie!»

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Bartek me recoge en el hotel hacia las 9 de la mañana. Entonces no lo sabía pero iba a ser un día duro.

En su casa nos encontramos con Anna, su mujer, y con Victoria, su hija de 7 añitos. Lo dicho, nos vamos entendiendo a base de traducciones con los móviles que, muchas veces, nos llevan a equívocos considerables pero sin más historia que algun malentendido de carcajada. 

Una excursión ligera por las montañas, una visita a la capital de la zona, Zywiec, y una opulenta comida tradicional polaca para chuparse los dedos: caldo con fideos, carne de cerdo con una salsa exquisita, patatas hervidas, encurtidos, pastel de arándanos…. Todo disfrazado de principal pero, al fin y al cabo, prolegómenos de la tarde noche que, hablando de máscaras (y ya tengo las mías), nos lleva a ir cogiendo confianza y a una merienda cena regado con un vinito clarete búlgaro.

Y en un momento dado, de repente, con nocturnidad y alevosía…aparece el vodka. No lo recordaba pero, como Rusia, Polonia es una potencia mundial en vodka. No sè exactamente como llega a la mesa un aguardiente de 72º, puro alcohol de calibre 9mm Parabellum que, por un lado, complica y, por otro, facilita aún más las cosas…

El vodka es un eficiente desatascador de lenguas, risas y confianzas, hacedor de amistades eternas y un tremendo generador de conversaciones de besugos sin orden ni concierto. Al cuarto o quinto «chupito», «tiro», o como quieras llamarle, siempre precedido del correspondiente «¡Na zdrowie!» a voz en grito, ya has perdido la cuenta y, desde luego, la vergüenza tambien. La noche a partir de ahí se hace corta por larga que sea y has de ser muy experimentado para no morir en el intento. Mantengo bien el tipo y hago un papel bastante indecente. En todo el Mundo es regla que, si aguantas los embates de un bebedor del licor local, se llame como se llame en la zona el «bebercio» en cuestión, serás bienvenido por los siglos de los siglos y aceptado como miembro de la colectividad en cuestión sea ésta del color, condición, religión y sexo que sea. 

Llegamos a la hora de cantos y bailes y yo, a esas alturas, cuando salen las acordeones, ya domino las tradiciones locales y hablo polaco perfectamente. No sé cómo pero también Bartek habla un fluidísimo castellano y tiene un buen nivel de catalán por lo que nos entendemos sin ningún problema. Temo que hicieron fotos e incluso algún vídeo que espero no se publique en redes o estoy perdido.

El día siguiente exige reposo y silencio. En algún momento de la noche alguien me clavó un hacha en la cabeza, supongo por accidente, y desprenderla de ahí requiere cuidado y paciencia. La vida se ha conviertido en una nebulosa que hay que dejar pasar como un largo rio tranquilo sin ningún alarde de actividad…

Vuelve a salir el sol y, superados los efectos de la noche de camaradería eslavo/catalana, toca trekking. Cuatro horas y media para hacer la cima del Glinne con un desnivel sin exageraciones y volver a bajar por bosques frondosos abarrotados de arándanos. Las espectaculares vistas del valle merecen sobradamente el esfuerzo. 

A la vuelta me tiro a la piscina. ¡Ufffff! Se me ha escapado y ahora no me queda otra que confesarlo: en el hotelito hay piscina interior climatizada y jacuzzi. Quién me ha visto y quién me ve… Pues eso, que de vez en cuando hay que darse algún placer, sobre todo aquí que los precios son muy humildes comparados con los de casa. El precio de la habitación, con el «spa» incluido, no llega ni a 40 euritos por persona y día. Y una botella de vino húngaro bueno ni 8 €. Si, es cierto, también agencio una botella de vino para acompañar un bocadillo de un embutido local comprado en el super. La vida son dos días y a nadie le amarga ni un dulce ni un salado.

Transcurren un par de días más entre visitas con mi nuevo amigo polaco y excursiones por las montañas Beskidy, nada épicas comparadas con las ascensiones que hacía hace apenas 4 años, pero suficientemente exigentes como para combinar a la perfección con bocadillos, salchichas, vinos hungaros, cerveza polaca y baños piscineros.

El último día toca uno de los deportes locales: ir a buscar arándanos. Salimos nada más y nada menos que a las 5.30 de la mañana.

Media horita en coche y, mientras Anna se queda en el valle para la recolecta, nosotros subimos hasta la cima del Barania Gòra (1.220 metros), una subida considerable pero de no más de 1.30 h. Las vistas son de escándalo y se ve hasta la vecina Eslovaquia. Un paisaje precioso. Por cierto, en la cima hemos visto un cervatillo correteando salvaje y libre. Una preciosidad.

Total, una buena excursión de 3 horas, una provechosa cosecha de arándanos y todavía da tiempo para desayunar en el hotel. El bufete también es de órdago y está igualmente incluido en el precio. Yo no me pierdo un «incluido» si no es por causas graves de fuerza mayor como terremotos o tornados.

Una última cena con la familia Potasiak: una bandeja de los célebres «pierogi» polacos,  un manjar entre los raviolis italianos, los momos nepalís y las gyozas japonesas, con rellenos varios de sabores extraños, y otra con las especialidades de carnes del país: carne empanada, codillo y costillas de cerdo asadas…. Atracón con sabor a despedida regado con cerveza negra. Mañana de vuelta a Katowice y este cuento se acabó.

Ha sido un viaje corto, distinto pero agradable, sin más aventura que la de conocer lugares todavía bastante preservados de la voracidad humana y personas encantadoras, que no es poco. Viajar siempre es aprender y renovarse y, como siempre, yo continuaría con gusto pero … Es lo que hay. Y no serè yo quien me queje. Soy un privilegiado que conoce ya muy cerca de la mitad de los países del Mundo y eso es mucho decir. Y también reconozco que la intensidad de mi Vuelta al Mundo ha saciado muy mucho mis ansias aventureras y me apetece bajar una marcha y poner ritmo de crucero. ¿O será la edad?… ¿Cómo? ¡Calla, calla! Seguimos…

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