Desayuno fuerte. Hoy he de pasar la frontera y cruzar España de oeste a este en medio de lo que ya es una pandemia a nivel planetario. Hay que llegar a casa. No sé el tiempo que me queda para encontrar transporte. Esto está chungo. Me dicen que tengo un autobús de Macedo a Braganza. Lo COJO. ¡Tu dirás si lo COJO! Allí veremos. Hay que avanzar.
En Braganza hay otras dos posibilidades y tengo que elegir: Miranda do Duero o Quintanilla. Nadie me sabe orientar. Quintanilla es una aldea. Está más cerca y llego antes. Miranda es mayor y, por mayor, me daría supongo más posibilidades. El primer pueblo español está a 4 km de Quintanilla y a 10 de Miranda. No estoy seguro de que haya paso fronterizo en Miranda pero tampoco sé si estará abierto el de Quintanilla. No se. Elijo Quintanilla. Corazón. Intuición.
Todo son «no sé». En realidad no sé donde voy y sé que tengo prisa aunque no sé cuánta prisa. Mejor no equivocarme pero no sé cómo acertar. Espero no meterme en un punto sin salida porque si no acierto no se si podré volver para atrás, ni si me dará tiempo hoy o me tendré que quedar a dormir otra vez por «no se donde» y no sé si, en ese «no se donde», habrá algún lugar para dormir. Es un galimatías. Un «no sé» exponencial.
Se me ocurre que si quedo varado en algún lugar espero que haya policía y poder preguntar donde cometo un delito para estar a cubierto en la cárcel. Se me va la olla.
Llegó a Quintanilla y, a media hora caminando, ya estoy en la frontera. Naturalmente, todos los guardias civiles de la aduana, unos 15, se quedan mirando al loco que viene caminando con una mochila a la espalda. No hay nadie más en la Aduana que ellos y yo. Al llegar a su altura, saludo con un genérico «Buenos días», les enseño mi DNI y les digo: «Voy para casa». Tras el lógico interrogatorio, no me ponen ningún problema y me dejan pasar pero me dicen que un transporte hacia cualquier sitio no lo encontraré hasta el primer pueblo, Trabazos, a 7 kilómetros, o hasta Alcañices, a unos 30 kilómetros. Pues ya les digo: «Espero encontrar algo en Trabazos porque más allá no me da ni el tiempo antes del anochecer ni, mucho menos todavía, las piernas». Son casi las 14 horas.
Entro en Trabazos. Lo que en otro caso hubiera sido un paseo por el campo de «La, España Vaciada» me ha resultado pesado. Y más por la angustia que por la mochila con todas mis cosas que llevo a la espalda. Curiosamente, veo que este es un tramo de los muchísimos senderos del Camino de Compostela. Ahora no me apetece nada el Camino de Compostela. Son las 16 horas.
En Trabazos encuentro un taxi que me lleva a Zamora y allí… Allí todos los buses están cancelados y sólo tengo una posibilidad: un tren a Madrid y, después, un AVE a Barcelona. Madrid está dicen muy afectado por el virus y da miedo, máximo cuando resulta que llegó a Chamartin y me tengo que trasladar a la Estación de Atocha. Y una vez allí tengo una hora escasa para pillar el AVE. Si no hay retrasos. No sé. Pero no hay otra, ahí voy.
Todo esto pasa por carreteras, ciudades y estaciones absolutamente desiertas con un ambiente de catástrofe. Lo que está pasando ES una catástrofe. Y me ha tocado. No es un buen día para viajar a través de todo el país.
Plácido y solitario viaje en tren de Zamora a Madrid y llegó a Chamartin a las 20.30. A las 21.25 sale el AVE a Barcelona. Ya tengo el billete. No dejó de repetirme que todo va saliendo bien. He comido un bocadillo en el camino a Trabazos, tengo galletas, algo de embutido y media Coca-Cola. He de cambiar de estación de Chamartin a Atocha. ¿Taxi o cercanías? Cercanías. No quiero meterme en un coche con nadie y creo que el tren irá vacío. Llevo la bufanda tapando nariz y boca y los guantes de algodón puestos. Más no puedo hacer. Estoy nervioso.
Y voy pensando en lo que vendrá al llegar, encerrado en mi casa durante…. A saber. Paso de viajar por todo el Mundo durante 9 meses a encerrarme entre mis 4 paredes más mías y de nadie más. De 100 a 0. A ver cómo lo llevo. Por lo menos la soledad no me pillará de nuevo o quizás sí, porque la soledad que viene es una soledad cerrada a cal y canto y afectando a los 5 sentidos a la vez. Juntos y revueltos. Va a ser duro.
En Atocha subo al AVE. Penúltima etapa y ya en Barcelona. Parada y Fonda. Estoy agotado y he de dormir. Son las 12 de la noche. Estos días no he dormido ni mucho ni bien.
Ha sido, está siendo, un fin de viaje alucinante. Tienes que ir tomando decisiones a todo taco escogiendo entre «quizás malo» y «quizás menos malo» . Olvide comprar el libro «QUÉ HACER SI TE PILLA DE VIAJE UNA PANDEMÍA».
Yo no sabría qué aconsejar a nadie en esta situación. Ni puta idea. Y es una broma lo del libro pero seguro que a algún perla con complejo de líder y guía de colectivos y multitudes se le ocurrirá en unos días hacer un post con sesudos consejos sobre el tema. Yo, no sé. Esta aventurilla no la tenía en mi colección. He pasado el atentado en Mumbai del 2.008, una persecución de la guerrilla maoísta en Nepal, la quiebra en Bamako de la compañía aérea Sabena que me dejó en la capital de Malí colgado sin un duro durante 4 días, 3 huelgas generales en países varios y otra muchas…pero este cromo de viajar con una pandemia mordiéndome los talones me faltaba.
Ya tranquilo en coche de Barcelona a casa, compra de víveres y… Begur, Sa Riera, casa. Del viaje por 4 continentes a saltar España en un día y encerrarme en casa. Mi nido, o mi guarida, me hace sentir un tremendo alivio. Y un tremendo miedo. Es un arresto domiciliario. Esta vez un cambio de vida a lo bestia y sin descompresión. Del Mundo a casa en el más estricto término de las palabras. Pero ya estoy aquí. Se acabó. Alas plegadas.
Por ahora…