Rusia (y 5) Vladivostok. El kilómetro 9.288

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Fran Olivera, un argentino con el que compartí viaje de Irkutz a Listvianka, una buena conversación y una comida kazajastaní, me decía, en lo que el llamaba un «sincericidio», que, como me pasó a mi en la etapa de Ekaterimburgo, el Transiberiano le habia llevado a un estado oscuro de tristeza que no esperaba y que nunca volvería a hacer este viaje. Yo no estoy tan seguro. «Nunca» es demasiado tiempo. Me han quedado lugares por conocer cómo Kazan, la capital de los tártaros, la República de Altay, cerca de Novorsibirsk, o el desierto de Gobi, en Mongolia. Sí, el Transmongoliano, que enlaza con el Transiberiano y llega a Beijing, puede ser un futuro proyecto. Pero eso serà otra historia.

Parece que abandono definitivamente el invierno ruso. El paisaje en el Transiberiano deja el blanco y negro que predominaba en las primeras jornadas y los verdes y azules toman el mando de las operaciones. Eso sí, sin alardes ni explosiones de colorido, sólo faltaría. Esto es Rusia y aquí no se desmadra nadie. Ni la primavera, ni los colores, ni la madre que los parió.

A pesar de su nombre de leyenda y su aura aventurera, y aunque siempre puede pasar de todo en todos lados, el Transiberiano es un tostón. Quien haga Moscu-Vladivostok de una tirada, 6 días, sin pausas largas para conocer algunos de los lugares donde hay parada, tiene una moral a prueba de bomba. Y además, ya le vale, porque no se va a enterar de nada.

Está ultima etapa que voy a hacer, Irkutz-Vladivostok, más de 4.000 km, ya tiene su guasa. Tres días sin una ducha, sin una comida caliente, sin un paseo al aire libre… De puro aburrimiento te entran todos los males porque, además de ver interesantes películas rusas de los años 50, lo más activo que puedes hacer es una excursión al restaurante, 5 ó 6 vagones de apasionante caminata salvando las sacudidas del tren. Oigo a mi padre diciéndome, como solía hacer: «Noi, estàs boig. Amb lo bé que s’està a casa!»(*) . Ya, padre, pero soy así.

Una disciplina de comidas, gimnasia y sesteos mantiene a duras penas tu equilibrio sicológico. Un libro o una revista son buenas muletas (yo no soy de descargarme pelis), pero nada te libra de ver asomar ese lado oscuro al que me refería antes. Vive agazapado en el tren escudriñando en busca de víctimas propiciatorias y, a la que te descuidas, te agarra por las meninges y te lleva a su madriguera. En todo caso, sólo se cobra momentos y pasa efímero como un mal sueño sin más consecuencias.

Conmigo, desde luego, está vez no podrá porque, en menos de una semana, estaré en Tokio con mi hijo Ramón que viene a pasar 10 días conmigo. En cuanto me empieza a dar la pájara, solo pensar en eso se van todas las sombras. ¡Qué ganas tengo de verte compañero! ¡Cómo en los viejos tiempos!

Mantengo la higiene como mejor sé y me preparo, con las provisiones que tengo, platos lo mas atractivos que puedo. Hay que mimarse. Mañana y tarde hago sesiones de media hora de gimnasia para mantener la forma, leo y escribo y las horas y kilómetros van pasando, con mas pausa que prisa, hacia Vladivostok, el mítico kilómetro 9.288.

Voy cambiando de compañeros de compartimento. Unos suben y otros bajan. Todos rusos. Tengo bastante suerte: ni orquestas sinfónicas de ronquidos, ni sucios de meter en la lavadora, ni excentricidades gastronómicas de aromas agresivos.

De alguna manera, tantas horas de nada, sin alternativa ni escapatoria, convierten el Transiberiano en un viaje interior. La introspección es inevitable y resistirse un esfuerzo inútil. Mi conclusión de ese viaje por mis adentros es que las heridas solo duelen hasta que cicatrizan y que, en cambio, las alegrías no tienen, si tú quieres y las sabes valorar, ninguna fecha de caducidad. Que creo que hago las cosas bien, pero que juzgarse a uno mismo es tontería. Eso es cosa de los demás. Y que la felicidad te la construyes tu mismo, que lo único que necesitas de verdad es salud, y que la vida sonríe a quien persigue sus sueños, pierda lo que pierda en el camino. Por eso, yo creo que este viaje me va a ir muy bien, que voy a crecer como persona y que la vida tiene preparadas para mí, todavía, bonitas sorpresas y regalos que pienso disfrutar con ilusión infantil. Si, más o menos, algo así.

El martes día 15 de Mayo, puntualmente a las 23,55 hora de Moscú, llegó a la estación de Vladivostok, kilómetro 9.288 del Transiberiano. Final de trayecto. Otro sueño cumplido.

Hora local son las 07,55 del día 16. Salí hace 31 días de mi Mediterráneo y ya estoy en el Mar  de Japón, en el Océano Pacifico. Mi sensación es de alivio y libertad por pisar tierra firme y traspasar, por fin, las estrechas fronteras de un vagón de tren. También tengo una sensación de continuidad porque aquí no se acaba nada. Mi viaje sigue y no tengo fecha de vuelta así que esto no deja de ser, únicamente, un final de etapa. Ahora tengo por delante 3 días en Vladivostok para pasear por la ciudad, reorganizarme, lavar la ropa y a mi mismo mismamente, que buena falta me hace. Ah! Y encontrar un peluquero que me arregle la barba. Parezco el hombre lobo mutando a oveja.

Vladivostok es la base de la Flota rusa del Pacífico, una ciudad portuaria en plena expansión construida encima de una loma por lo que, como en casa, Begur, todo sube y baja. Callejear por aquí es un buen entreno para la montaña. Mi hostel está lleno de escolares. Niños de todos los colores y tamaños por todos lados. En las calles, es un desfile de señoras y señoritas requeterusas, marineros en uniforme de paseo y vagabundos sucios y borrachos. Un cuadro peculiar. Y no hay mucho más. Una incursión en la isla Russky quizás.

Total, que se acabó mi viaje por Rusia.

Rusia no es un país afable. No señor. Tampoco los rusos han tenido una vida fácil. Clima, guerras, tiranías y mafias sangrantes, problemas políticos, sociales y económicos… Dicen que, curiosamente, al contrario de lo que ocurre en la calle, en la que es difícil ver una sonrisa e incluso que te den los buenos días, en el calor de su casa, los rusos son alegres y festeros y dan mucha importancia a la amistad y la familia. Yo, como extranjero, no he conocido esa cara oculta de Rusia, aunque algo he podido vislumbrar.

En todo caso, a pesar de la sequedad de los rusos, aquí también he vivido magníficas experiencias y he compartido momentos con personas amables y cariñosas, de aquí y del resto del mundo, que me han tratado bien y que han enriquecido mi viaje. Así que, Sergei, Fran, Nina, etc, etc… y a todos los que desde casa me estáis acompañando, Spasiva. Nos vemos por el mundo.

Ahora, Japón.

NOTA (*): «Chaval, estás loco. Con lo bien que se está en casa»

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4 COMENTARIOS

  1. Hola Nacho. Un saludo y nos encanta leerte pero que duro esos dias en el tren. Sigue contandonos pf…nos encanta saber de ti y poder seguirte aunque sea en la distancia. Un beso y mucho cuidadin…teresa. Espero detalle del japon con Ramon

    • Hooooola Vallés. Japón es alucinante. Os encantarà. Próximo capítulo en unos días. Y si queréis alguna información o consejos dímelo.

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