Camboya (y 4) Ratanakiri. La jungla.

Pues ha costado arrancarme para salir de Sen Monourom. Una semana plantado y ya empezaban a asomar pequeñas raicillas que se aferraban a la tierra con fuerza. Suerte que no les he dado tiempo para crecer. Es normal, se está cómodo parado, no hay obstáculos que saltar, ya conoces las posibilidades y el hábitat y, encima, es barato, descansado y nada peligroso. Pero ya está, se acabò, el camino sigue y el mundo espera. Los sueños exijen su tributo, y yo pago encantado.

Lo primero que hago en Ban Lung, la capital de Ratanakiri, es irme a la oficina del Parque Nacional Virachey. Comentamos posibilidades y previsiones meteorológicas y acordamos empezar, el miércoles, un trekking de 2 días por el Parque. No será fácil porque no sabemos el estado del camino. Iremos en moto hasta donde podamos, luego en barco hasta una aldea en la entrada del Parque, y nos meteremos en la jungla. Hoy y mañana caminarè por los alrededores.

La misma tarde, voy a ver un cementerio indígena a hora y media del pueblo. El lugar es solitario e inquietante. Da yuyu. Por el camino, me ha pillado 2 veces un aguacero y he tenido que buscar resguardo corre que te cagas. La primera vez lo he encontrado en un taller artesanal donde hacían esculturas kitsch, templecillos dorados de los que aquí presiden la entrada de cada casa, y alfarería variada, todo de un gusto para cortarse las venas. La segunda vez, en una especie de bar/colmado/restaurante, un Corte Inglés a la Camboyana, donde la parroquia estaba viendo, muy entusiasmada, la retransmisión en la tele de peleas de gallos. Peleas, peleas, peleas…què será lo que le tira tanto al ser humano con las puñeteras peleas.

Ya en el hotel, cuando me estoy duchando, de pronto me salta una rana en el lavabo dándome un susto de muerte. El cementerio me ha dejado un poco tenso. Pues nada, habrà que compartir habitación. Lo he hecho con seres humanos más desagradables. Y, por si a alguien se le ocurre, he de decir que, aunque es de reconocer que mi enorme cama con dosel es un tremendo desperdicio de romanticismo, soy ya un total descreído también en cuanto a princesas. Y desde luego, aunque me jurarán que existe una posibilidad, no me interesa el tema en absoluto y ni pensar en darle un beso en los morros a ningún anfibio ni a ningún otro animal.

En la cena, me encuentro en medio de un cumpleaños familiar. Es agradable oír risas, especialmente de niños, y Camboya está abarrotado de niños. Me invitan a pastel y está bueno. Hacia meses que no probaba un pastel. Me  siento bien. Me vuelvo a la habitación con mi rana.

Al día siguiente, diana a las 7 y arreando a caminar. Primero, a la Kachang Waterfall, fácil camino y cataratita poco espectacular y, después, la Katieng Waterfall, por un camino más complicadete y bastante más auténtica. Total unos 20 km en 5 horas. Creo que ya estoy preparado para el trekking pero, desde luego, lo que cuesta ponerse en forma y lo rápido que se pierde.  Mañana empezamos a las 8 a.m. Mi rana se ha ido. Duermo solo.

Conduce Sophany, mi guia. Yo voy de paquete. La “carretera” hacia Virachey es infernal. Las lluvias han hecho estragos y es un puro lodazal. Cuando lo permite el barro, en la moto, aguantas una paliza del terreno que te obliga a tensionar musculos y articulaciones en todo momento. Cuando el barro lo exije, pie a tierra y a caminar cuidando donde pones el pie a cada paso. Según donde pisas, el pie se hunde y quedas pegado como con cola. ¡Yo pensaba que había visto barro! Los coches 4×4 no pasan. Un par lo han intentado y allí se han quedado tirados.

Dos horas y pico después, comemos y cojemos una canoa larguirucha y sin quilla para bajar el río hasta la aldea donde pasaremos la noche. En la barca no hay banquillos, es una pura càscara. Dos horas más que me dejan tieso como alambre. Una araña como la mano de un niño nos acompaña. Me dice el guia que no es peligrosa, que «don’t worry». Pues qué bien. No me gustan las arañas. Prefería mi rana.

La aldea se llama Jonh Village, «o sea se», el “Pueblo de Juan”. A saber quién era el tal Juan. Son una veintena de cabañas desperdigadas con un pozo en medio donde la gente se asea. Ellas visten pareos, ellos como indigentes. Todos son pequeños y oscuros, con ojos redondos y vivos y apariencia infantil, tipo duendecillos.

Quedan 4 horas de sol y empezamos el trekking. Nos adentramos en la jungla del Parque Nacional en una zona que llaman Veal Yak Kong Kreav. Por definirla científicamente, pero a la vez de forma sencilla y clara para que lo entienda todo el mundo, la jungla es… una putada. Es difícil caminar ergido, y tienes que doblar la espalda muchos trechos con lo que las lumbares, al cabo de las horas, chillan desesperadas. Aun así, las ramas y los troncos te van rasgando, hiriendo y golpeando sistemáticamente como un ejército de diablillos encabronados. Has de ir vadeando ríos y, a veces, vas siguiendo su curso con el agua hasta las rodillas o hasta la cintura en algunos tramos. Cada hora te cae un tormentón de 15 minutos encima de los de hacerte la colada con la ropa puesta. Las zonas pantanosas y las ciénagas son como trampas sin escapatoria ni rodeo posible. Los mosquitos y las sanguijuelas atacan al cuello y las piernas como guerrilleros y francotiradores sedientos de sangre. A los bichos grandes y peores no los he visto, pero haberlos hailos. El calor y la humedad son de sauna finlandesa pasada de rosca…

Vaya 4 horitas de “paseo”. Subimos una montañita y, desde la cima, se ve todo el Parque. Total, todo muy bonito pero, como decimos en mi tierra, en traducción literal, “ya te lo bien regalo”. Tengo más que suficiente jungla para unas semanas…

Me puedo imaginar què sentían los chavales que enviaban a las guerras de Vietnam y Camboya, la mayoria de los cuales no había cumplido ni 20 años, con todo el armamento, uniforme y equipo, en lugares còmo éste y en estas condiciones matandose unos a otros. Putas guerras.

En la cabaña donde nos alojamos con Sophany me cambio la ropa mojada por la seca. Se està confortable. De cena, ensalada de pepino, arroz hervido (¡què sorpresa!) y carne fría con salsa de chile, todo ello regado con agua mineral denominación de origen Camboya de buena añada. Con eso, a las 8 p.m. a la cama. Un colchón con mosquitera, almohada y manta. Me acuerdo del Pulag en Filipinas y me doy con un canto en los dientes. En comparaciòn, este lugar es el colmo del lujo asiático.

Al día siguiente me levanto con el sol, desayunamos unos fideos instantáneos y me vuelvo a poner la ropa mojada. Hemos de volver a vadear ríos. El barquero se pone delante con un machete haciendo camino. Éste es mas de golpes que de versos. Deambulamos por la jungla un par de horas más. Para cruzar un río aprovechan un árbol caído y, en 15 minutos, hacen una barandilla con bambú y lianas. El árbol es mohoso y resbaladizo. Me dan a escoger, o árbol o a nadar. Sòlido, líquido, sòlido, líquido….Valoro riesgos. Si paso por el arbol, un resbalón y hago pleno y, con mala suerte, una pierna rota de propina. Escojo agua. Ni pienso ni pregunto lo que puede haber en el rio. A nadar…

Toca volver. Canoa y moto otra vez a desandar lo andado.

Camboya ya está visto y vivido. Han sido 3 semanas y han cundido. Ahora, … Laos. Me voy enfilando para la frontera.




Camboya (3) Mondulkiri. Varado en tierra.

Llego bien entrada la noche a Sen Monoron, en la provincia de Mondulkiri, y me meto en el primer hostel que encuentro para dormir. El lugar resulta demasiado cutre incluso para mí que ya no tengo demasiados escrúpulos y, nada mas  levantarme, me voy a buscar una alternativa. Encuentro un lodge muy cuidado, a poco mas de un kilómetro del pueblo, donde me cojo, aquí sí, una chocilla individual con el lavabo cerquita. Estaré bien.

Me lavo a fondo, cabellera incluida que, por unas razones u otras y ninguna válida, hacia días que no conocía jabón.

Antes de ir a caminar un poco me paro a comer en el pueblo. Me dan a escoger entre un guiso de pollo con chile rojo o fritada, pero me aconsejan la fritada porque dicen que hoy es muy completa. Me la enseñan para convencerme y, efectivamente, es muy variada: además de saltamontes y gusanos incluye un pinchito de tarántulas negras. Escojo pollo. 

La excursión me lleva a una colina desde la que se ve una panorámica de la inmensa extensión de bosque que llaman el Sea Forest. Un paseo tranquilo porque no estoy para muchos trotes. Al día siguiente me voy a ver unas cataratas cercanas. Sí, bonitas, muy bonitas… pero voy arrastrado. No me encuentro bien.

Tengo el estómago como abarrotado y estoy muy, muy cansado. No sé si tengo agotamiento y eso me revoluciona el estómago, o tengo el estómago hecho polvo y eso me hace sentirme agotado. La fiebre que pasé por la gripe también tendrá algo que ver.

Al final resulta ser una descomposición estomacal. Diarrea. Quedo varado en tierra. En viaje largo, con lo que has de ir comiendo por ahí y la tralla que le das al cuerpo, si no pillas nada es un milagro de la mismísima Virgen del Amor Hermoso.

Esta vez no tengo mas remedio que escuchar a mi cuerpo que ha dicho basta. Como yo, para eso de escuchar a mi cuerpo, reconozco que soy un poco duro de oído, el susodicho físico se ha hecho oír a capones o, en este caso, a retorcijones.

Débil como estoy,  ahora apetece estar en mi chocilla. Por la noche, cuando llueve, el sonido y la sensación es de un acogedor increíble aunque, eso sí, hace fresco y mucha humedad. El lodge también tiene restaurante con música tranquila. Mejor no moverse y recuperar fuerzas. Si hay un buen lugar para ponerse enfermo es éste. Bueno, conozco otros, claro, pero están muy lejos.

Dos días tirado en la cama y ayuno total. Me voy a quedar en los huesos. He adelgazado casi 10 kg desde que empecé este viaje y estoy de foto de campo de concentración. Todo me va grande. Mi ropa parece robada. Con este peso no llegarè muy lejos. Estoy desanimado, o triste, o tengo miedo, o un poco de todo. Y me siento muy solo. Estoy tan lejos de casa…

Tengo una necesaria conversación conmigo mismo:

  • ¿Qué Nacho? ¿Quejándote un poquito?
  • Jolín tío, solo he dicho que estoy un poco triste.
  • ¡Bueeenoooooo! ¡El nene está triste! ¿Llamo a la mamá para que te haga un caldito?
  • No te pongas borde que no hay para tanto.
  • ¡Nooooo! Si quieres te presto un rato mi varonil hombro para que lloriquees un rato y sigas cargándome de energía negativa guapo.
  • Vale, vale. Tiramos.
  • Pues eso. ¡Tira!

Al tercer día ya puedo empezar a comer un poco de sopa de verduras y pollo con arroz hervido, pero la cosa se complica todavía más. Està lloviendo mucho, estamos al lado de un río, ayer noche hubo una crecida y se inundó parte del lodge. No me tocò, sòlo recibieron duro la cocina y las cabañas más cercanas a la ribera, pero sigue lloviendo y todo está encharcado. Tengo la mochila preparada por si en medio de la noche hay que salir disparado. Y me duelen los riñones. ¿Por qué me dolerán los riñones? La lluvia suena con fuerza en la cabaña.

En total, 6 días de parada forzosa. A falta de acción, me he dedicado a repasar y organizar, hasta donde puedo, temas pendientes de casa. También hace falta porque, aunque yo estoy en algo así como un universo paralelo, allí, la vida continua. Me doy un buen paseo por las redes para contactar con mi gente y enterarme de noticias y, naturalmente, trasteo con el blog. No estoy nada aventurero pero, poco a poco, me voy recuperando.

Aprovecho para hacer alguna compra de reposición que necesitaba. Por cierto, ¡què difícil encontrar por aquí desodorante! Y ha sido misión imposible encontrar Almax o algo así para la acidez de estómago que arrastro. En el Tercer Mundo, para la acidez de estómago y todo lo que no mata, no toman màs que «Saguantan Forte». También rambleo por el mercado, que es uno de los más sucios y anti-higiénicos que he visto jamás y, con lo que han llegado a ver estos ojitos, eso tiene mérito.

Me sugieren otra actividad. Resulta que, en Sen Monorom, una empresa vestida de sociedad conservacionista ha encontrado un buen negocio. Dicen que se dedican a cuidar elefantes heridos o cansados y ofrecen pasar un día con ellos en su hábitat, pasear, jugar, acariciarlos, ver cómo se bañan en la catarata y visitar el centro. También puedes dormir en el lodge que tienen allí montado para hacer al dia siguiente una extensión de un trekking por la jungla. Me huele a turístico.

El hecho es que, en la propaganda, te dicen los nombres de los elefantes en cuestión, por lo que es lógico sospechar que siempre son los mismos. Son las estrellas del espectáculo. No deja de ser un show zoológico interactivo que los occidentales consumen con ilusión. Nada malo hay en ello. A los turistas les encanta decir que han paseado y se han bañado con elefantes, que han pasado un día con los animales en libertad compartiendo su día a dia, y el dinero que les cobran facilita la vida de los locales que se dedican a esto,  así que todos contentos.

Yo veo una atracción turística más con animales domesticados. De libertad, poca más que en un acuario donde puedes bañarte con delfines pero, al fin y al cabo, es una fórmula de turismo sostenible. Nada que objetar. Por lo menos no obligan a los elefantes, como en otros sitios, a pasear gente en sus lomos, a 40° al sol. A mi, no me atrae la idea y voy a dejar los trekkings para el Parque Nacional Virachey, mi próximo destino.

Me ha vuelto el color a la cara.  Antes de marchar visito una hacienda cafetera a 1 hora de camino desde mi lodge. Es una enorme extensión de terreno en donde cultivan desde pimienta hasta bananas y, muy especialmente, café. Me sienta bien pasear. Ya tengo hambre y empiezo a comer solido. Y también empiezo a dar vueltas por el lodge como un animal enjaulado. Buena señal. Es hora de cambiar de aires.

Mondulkiri no habrá sido una etapa memorable, pero de todo ha de haber en un viaje. Cómo en la vida.




Camboya (2) El sur. Sal y pimienta.

En los últimos 4 meses y poco, he manejado 6 monedas diferentes. Y no lo llevo bien.

¡Que lío con los billetes de este país! Los colores y tonos son todos iguales y parecen estar hechos, especialmente, para que te equivoques. Además, está gente juega con ryeles y dólares como si fuera la misma moneda y las mezclan. Si algo cuesta 3 dólares y das 5, te pueden dar de cambio 1 dólar y 4.000 ryeles. Y yo soy de letras. Total, eso y la picaresca de los camboyanos, muy piratillas ellos, te obliga a estar más alerta que en territorio sioux. Y aún así, de vez en cuando te la meten.

Voy camino de las montañas del noreste de Camboya pero, como todos los caminos van a Roma, he decidido ir bajando primero por el sur. Un poco de sal del Golfo de Tailandia y un poco de pimienta de los campos de Kampot y Kep.

Llegar hasta la isla Koh Rong Sanloem son 17 horas de viaje de una tirada. Un palizón. Un sleeping bus a Phnom Penh, una furgoneta hasta Sihanoukville y un ferry hasta la isla. He elegido ésta porque parece la más natural y, dentro de la isla, he llegado al norte, a M’pay Bay, porque dicen que es lo mas tranquilo. Y, desde luego, lo es. Un pueblecito de pescadores, una playa, algunos restaurantes y gesthouses y un centenar de chozas para turistas.

El viaje ha sido pesado. Los sleeping bus camboyanos tienen unos compartimentos tipo cápsula con dos colchonetas estrechas y me ha tocado dormir muy «tête á tête» con un franchute. Y no me quejo porque, por lo menos, era delgaducho y estaba recién duchado. Eso, en distancias cortas, se nota. Más jodido ha sido que la manta, o todo el bus, o todo Camboya, me temo, tenía chinches. Voy guapo de picaduras…

Hablando de viajes, hace tiempo que no doy ningún consejo:

Consejo de viajero . Ahora mismo se me ocurren 2: 1.- Es básica la higiene en viaje. Nada de «hoy no me ducho porque no hay agua caliente y hace frío» o «está ducha es un asco». Así te vas dejando y embruteciendo en cuerpo y alma. 2.- Antes de un viaje comer ligero y sencillo. Y no beber mucho durante el viaje. No es lo mismo que te pille una descomposición estomacal en el hotel que en un bus y, en los transportes públicos, llenar la vejiga es buscarse problemas.

A lo que ibamos, Koh Rong Sanloem es tranquilo, muy tranquilo. Desde luego, ya están deforestado para montar complejos turísticos y se están adecuando casas para más pensiones pero, hoy por hoy, es de los sitios en los que no hay nada que hacer más que deambular, comer, tomar el sol y ponerse en remojo. Todo eso, sin el glamour de otras islas sino más bien en plan básico. Todo está bastante sucio. Los camboyanos no tienen ningún tipo de educación ni conciencia ecológica.

Creo que Koh Rong Sanloem es de esos lugares como la paella y demás platos que en los menús pone: “Mínimo para dos personas”. Puede estar muy bien alquilar una chocilla con tu pareja, jugar a Tarzán y Jane y decir y oírte decir mentiras bonitas. Pero, para uno solo, el lugar pierde brillo.

Me alojo en un hostel bastante cutre. Cuatro dolares. Voy pasado de presupuesto. Los  propietarios son un par de cuarentones ingleses más colgados que un jamón, de los que han ido saltando de negociete en negociete por todo el Mundo al ritmo de paz y amor. Se juntan en el bar del hostel todo un grupito de similares, supongo con otros negocios parecidos, y se fuman unas flautas de marihuana kilométricas que hacen bajar con litros de cerveza bien rentabilizados en sus curradas panzas.

Aquí todo es filosofía de “take it easy” y vida perruna, y yo estoy más bien en un momento de “corre que te cagas” detrás de la vida, así que el lugar y yo no vamos muy coordinados. Tampoco el tiempo acompaña. Es temporada baja, el sol va y viene y, sin aviso previo, te pega unos chaparrones de agárrate y no te menees.

A una hora de camino por la jungla hay otra playa, solitaria y fotogénica, hay también un río con unas pozas para pegarse un bañito y también tiro de tubo y gafas pero, de sal, ya tengo bastante. El día que llego, otro más y vuelvo a cojer el ferry canoa  y el bus para ver qué encuentro por Kampot y Kep.

Kampot tampoco es más que un lugar para visitar de paso. Me pillo un tuk tuk y me voy a una hacienda con campos de pimienta y al Secret Lake. El puñetero tuk tuk, por una de las más infames carreteras que he visto jamás, y por senderos entre arrozales, me da una somanta de palos en el lomo como para dormir plano. Agarrado con fuerza a los barrotes, el vehiculo se convierte, según quieras mirarlo, en un instrumento de tortura o en un infalible aparato gimnástico de musculación.

La sorpresa de esta parte del viaje la encuentro en Kep, una pequeña ciudad costera a pocos kilómetros de Kampot, y el sentido agraciado es, en este caso, el gusto.

Sabía que, si estaba por la zona, no debía dejar de ir comer cangrejo en el mercado del pueblo, Pido media ración de cangrejos fritos con salsa de pimienta y otra media de gambas a la barbacoa. La mezcla de los dos tesoros de Kep, cangrejo y pimienta, resulta buena, buena, buena. Las gambas no te digo. 

Me traen como 15 gambas y un par de cangrejos troceados y, contra todo pronóstico, porque parece mentira que todo eso me quepa, no dejo ni el recuerdo. Buenísimo no, lo siguiente… o yo llevo hambre atrasada. Las familias se sientan en unas alfombras bajo unos cobertizos con hamacas y comen durante horas frente al mar. Si esto no me hace engordar ya nada lo hará.

Valoro incluso la posibilidad de pasar otro día en Kep para repetir, pero no. Aquí tampoco hay nada más que hacer salvo recorrer el paseo marítimo y eso lo hago la misma tarde para digerir el atracón. También hay un  Parque Nacional y subo para ver el atardecer. A medio camino ya se ve bonito y no es cuestión que me coja la noche en la montaña, asi que, las gambas, los cangrejos y yo, reunidos todos en mi estómago, decidimos, por unanimidad, que ya tenemos bastante por hoy.

No, nada de pasar otro día aquí. Las montañas de la Camboya más aventurera me llaman y no hay que hacerles esperar. Muy tranquilo ando yo últimamente.




Camboya (1) Indochina. De Siem Riep a Battambang. Circos.

De Camboya sólo sé que les gusta comer delicatessen como arañas, saltamontes y gusanos, que se pegaron con los americanos, como casi todo el mundo, y que a mediados de los 70, de la mano, o más bien el puño, de Pol Pot y sus Jemeres Rojos, los camboyanos sufrieron una guerra civil y un genocidio de los más salvajes de la historia. Dos millones de muertos. No pienso ir a los lugares y museos que recrean esa nueva muestra de la extrema bajeza humana.

Vuelo a Siem Riep, la puerta a los templos de Angkor. Aunque a mí los templos, museos y ruinas no me flipan, estos hay que verlos por muy turísticos que sean. Paso más de 6 horas dando vueltas a los recintos en cuestión y, la verdad, a pesar de la cantidad de gente que pulula por ahí, acepto que son una maravilla.

Majestuoso el Angkor Wat, impresionantes las mil caras del Angkor Thom y fantástica la alegoría de la victoria de la naturaleza sobre el hombre del Ta Prohm. Sí señor, un conjunto arqueológico a la altura del Machu Pichu, las Pirámides de Guiza o las ruinas de Roma.

Eso sí, yo con un día tengo más que suficiente. Con las tonterías que he visto y he oído hoy, de los miles de domingueros que había en Angkor, tendria suficiente para todo un capítulo. Pero paso. Me doy por mas que satisfecho con haber salido ileso de la aventura. Una señora china no me ha sacado un ojo con el palo de las selfies porque debo tener un ángel de la guarda. Me pregunto cuando prohibirán de una puñetera vez esas armas. Dejar esgrimir eso a un turista es más peligroso que darle una pistola a un niño.

De la ciudad de Siem Riep, de lo más turístico cutrillo que he visto nunca, nada que decir, así que mañana me cojo un barco y me bajo por el río hacia Battambang.

Me olvidaba: he encontrado un restaurante en Siem Riep que hace Lãu Chã de pescado. ¡Qué bueno!

La travesía de 7 horas a Battambag por el rio, muy agradable, aunque he pillado un gripazo de pecho y garganta regalo de los aires acondicionados camboyanos. Aquí están siempre a todo trapo.

La fiebre me hace estar un poco mareado y me duermo un rato. Cuando despierto me parece haber cambiado de país. El paisaje de rio arenoso, palmeras y vacas pardas, me trae el recuerdo de la provincia india de Kerala. La gente de las aldeas ribereñas, con casas sobre altas empalizadas para las épocas de crecida del río, y sobre todo los niños, nos saludan desde la orilla con la mano. Parecen muy felices y contentos de vernos, como si ver una canoa con 30 ò 35 occidentales fuera un acontecimiento. No debe ser muy común venir aquí en barco en esta época.

Battambang no tiene nada que ver con Siem Riap. Battanbang es mucho más tranquila y amigable, con aires coloniales y sin grandes agobios. Es una buena escala camino del sur. La gente es extrañamente agradable, todo son sonrisas, respeto y buena educación. Por la calle te ofrecen, pero sin pesadez, especialmente transporte en ‘tuk tuk», las calesas tiradas por moto con las que todo el mundo se desplaza por aquí.

Eso sí, la calor es agobiante y, combinada con la fiebre de mi gripe, me hace ir arrastrando los pies. Sí, la gripe es un incordio, y soy malo yo para tomar medicinas. Mi remedio «infalible» contra la gripe es tomar líquido por un tubo, agua y zumo de naranja (alcohol no vale). A partir de ahi, sudar mucho y hacer vida normal para repartir generosamente por el entorno los virus que me sobran. Con eso y un bizcocho, si Dios quiere, en un par de días los bichos buscan un cuerpo que les haga más caso y me dejan en paz.

Y en Battambang me voy al Circo. Allí nació, y tiene su sede principal, uno de los circos más famosos del mundo, el Phare Pomleu Selpak. No es sólo un circo, sino una O.N.G. que enseña arte y proporciona educacion y salidas profesionales a niños y jóvenes sin familia.

A las 7 de la tarde empieza la función de «Influencia», su última obra. Es una mezcla de danza, circo, teatro y musica. Bonito, muy bonito. Sencillo, bien intencionado, con buena energía… No son unos superprofesionales, son alumnos de la escuela que se lo curran, pero vale la pena. Es de los circos chulos, los estèticos, inteligentes, divertidos y, sobre todo, sin animales amaestrados haciendo piruetas. A mí me incomoda hasta que los perros den la pata.

Un apunte final: Vietnam y Camboya tienen un café buenísimo. Eso y unas pastas indigenas es lo que suelo desayunar, a poder ser en los mercados. Lo preparan con leche condensada, caliente o frío con hielo hasta los bordes. Muy, muy, muy bueno. Me pregunto qué habrà sido de la leche condensada de mi niñez.

Sigo viaje. Cojo un sleeping bus, uno más, y me voy al Sur.