Camboya (y 4) Ratanakiri. La jungla.
Pues ha costado arrancarme para salir de Sen Monourom. Una semana plantado y ya empezaban a asomar pequeñas raicillas que se aferraban a la tierra con fuerza. Suerte que no les he dado tiempo para crecer. Es normal, se está cómodo parado, no hay obstáculos que saltar, ya conoces las posibilidades y el hábitat y, encima, es barato, descansado y nada peligroso. Pero ya está, se acabò, el camino sigue y el mundo espera. Los sueños exijen su tributo, y yo pago encantado.
Lo primero que hago en Ban Lung, la capital de Ratanakiri, es irme a la oficina del Parque Nacional Virachey. Comentamos posibilidades y previsiones meteorológicas y acordamos empezar, el miércoles, un trekking de 2 días por el Parque. No será fácil porque no sabemos el estado del camino. Iremos en moto hasta donde podamos, luego en barco hasta una aldea en la entrada del Parque, y nos meteremos en la jungla. Hoy y mañana caminarè por los alrededores.
La misma tarde, voy a ver un cementerio indígena a hora y media del pueblo. El lugar es solitario e inquietante. Da yuyu. Por el camino, me ha pillado 2 veces un aguacero y he tenido que buscar resguardo corre que te cagas. La primera vez lo he encontrado en un taller artesanal donde hacían esculturas kitsch, templecillos dorados de los que aquí presiden la entrada de cada casa, y alfarería variada, todo de un gusto para cortarse las venas. La segunda vez, en una especie de bar/colmado/restaurante, un Corte Inglés a la Camboyana, donde la parroquia estaba viendo, muy entusiasmada, la retransmisión en la tele de peleas de gallos. Peleas, peleas, peleas…què será lo que le tira tanto al ser humano con las puñeteras peleas.
Ya en el hotel, cuando me estoy duchando, de pronto me salta una rana en el lavabo dándome un susto de muerte. El cementerio me ha dejado un poco tenso. Pues nada, habrà que compartir habitación. Lo he hecho con seres humanos más desagradables. Y, por si a alguien se le ocurre, he de decir que, aunque es de reconocer que mi enorme cama con dosel es un tremendo desperdicio de romanticismo, soy ya un total descreído también en cuanto a princesas. Y desde luego, aunque me jurarán que existe una posibilidad, no me interesa el tema en absoluto y ni pensar en darle un beso en los morros a ningún anfibio ni a ningún otro animal.
En la cena, me encuentro en medio de un cumpleaños familiar. Es agradable oír risas, especialmente de niños, y Camboya está abarrotado de niños. Me invitan a pastel y está bueno. Hacia meses que no probaba un pastel. Me siento bien. Me vuelvo a la habitación con mi rana.
Al día siguiente, diana a las 7 y arreando a caminar. Primero, a la Kachang Waterfall, fácil camino y cataratita poco espectacular y, después, la Katieng Waterfall, por un camino más complicadete y bastante más auténtica. Total unos 20 km en 5 horas. Creo que ya estoy preparado para el trekking pero, desde luego, lo que cuesta ponerse en forma y lo rápido que se pierde. Mañana empezamos a las 8 a.m. Mi rana se ha ido. Duermo solo.
Conduce Sophany, mi guia. Yo voy de paquete. La “carretera” hacia Virachey es infernal. Las lluvias han hecho estragos y es un puro lodazal. Cuando lo permite el barro, en la moto, aguantas una paliza del terreno que te obliga a tensionar musculos y articulaciones en todo momento. Cuando el barro lo exije, pie a tierra y a caminar cuidando donde pones el pie a cada paso. Según donde pisas, el pie se hunde y quedas pegado como con cola. ¡Yo pensaba que había visto barro! Los coches 4×4 no pasan. Un par lo han intentado y allí se han quedado tirados.
Dos horas y pico después, comemos y cojemos una canoa larguirucha y sin quilla para bajar el río hasta la aldea donde pasaremos la noche. En la barca no hay banquillos, es una pura càscara. Dos horas más que me dejan tieso como alambre. Una araña como la mano de un niño nos acompaña. Me dice el guia que no es peligrosa, que «don’t worry». Pues qué bien. No me gustan las arañas. Prefería mi rana.
La aldea se llama Jonh Village, «o sea se», el “Pueblo de Juan”. A saber quién era el tal Juan. Son una veintena de cabañas desperdigadas con un pozo en medio donde la gente se asea. Ellas visten pareos, ellos como indigentes. Todos son pequeños y oscuros, con ojos redondos y vivos y apariencia infantil, tipo duendecillos.
Quedan 4 horas de sol y empezamos el trekking. Nos adentramos en la jungla del Parque Nacional en una zona que llaman Veal Yak Kong Kreav. Por definirla científicamente, pero a la vez de forma sencilla y clara para que lo entienda todo el mundo, la jungla es… una putada. Es difícil caminar ergido, y tienes que doblar la espalda muchos trechos con lo que las lumbares, al cabo de las horas, chillan desesperadas. Aun así, las ramas y los troncos te van rasgando, hiriendo y golpeando sistemáticamente como un ejército de diablillos encabronados. Has de ir vadeando ríos y, a veces, vas siguiendo su curso con el agua hasta las rodillas o hasta la cintura en algunos tramos. Cada hora te cae un tormentón de 15 minutos encima de los de hacerte la colada con la ropa puesta. Las zonas pantanosas y las ciénagas son como trampas sin escapatoria ni rodeo posible. Los mosquitos y las sanguijuelas atacan al cuello y las piernas como guerrilleros y francotiradores sedientos de sangre. A los bichos grandes y peores no los he visto, pero haberlos hailos. El calor y la humedad son de sauna finlandesa pasada de rosca…
Vaya 4 horitas de “paseo”. Subimos una montañita y, desde la cima, se ve todo el Parque. Total, todo muy bonito pero, como decimos en mi tierra, en traducción literal, “ya te lo bien regalo”. Tengo más que suficiente jungla para unas semanas…
Me puedo imaginar què sentían los chavales que enviaban a las guerras de Vietnam y Camboya, la mayoria de los cuales no había cumplido ni 20 años, con todo el armamento, uniforme y equipo, en lugares còmo éste y en estas condiciones matandose unos a otros. Putas guerras.
En la cabaña donde nos alojamos con Sophany me cambio la ropa mojada por la seca. Se està confortable. De cena, ensalada de pepino, arroz hervido (¡què sorpresa!) y carne fría con salsa de chile, todo ello regado con agua mineral denominación de origen Camboya de buena añada. Con eso, a las 8 p.m. a la cama. Un colchón con mosquitera, almohada y manta. Me acuerdo del Pulag en Filipinas y me doy con un canto en los dientes. En comparaciòn, este lugar es el colmo del lujo asiático.
Al día siguiente me levanto con el sol, desayunamos unos fideos instantáneos y me vuelvo a poner la ropa mojada. Hemos de volver a vadear ríos. El barquero se pone delante con un machete haciendo camino. Éste es mas de golpes que de versos. Deambulamos por la jungla un par de horas más. Para cruzar un río aprovechan un árbol caído y, en 15 minutos, hacen una barandilla con bambú y lianas. El árbol es mohoso y resbaladizo. Me dan a escoger, o árbol o a nadar. Sòlido, líquido, sòlido, líquido….Valoro riesgos. Si paso por el arbol, un resbalón y hago pleno y, con mala suerte, una pierna rota de propina. Escojo agua. Ni pienso ni pregunto lo que puede haber en el rio. A nadar…
Toca volver. Canoa y moto otra vez a desandar lo andado.
Camboya ya está visto y vivido. Han sido 3 semanas y han cundido. Ahora, … Laos. Me voy enfilando para la frontera.