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Recomendaciones del mes. Julio 2.018. Filipinas.

EQUIPO.- Las botas Panamá Jack. Pobrecillas mías. Tienen poco más de 4 meses. Me temo que la próxima vez que entre en una tienda de Panamá Jack las botas del escaparate saldrán corriendo a esconderse en el almacén.

Todo mi equipo se está ya resintiendo. Además de las botas, mis tejanos tienen ya poca vida más, y las camisetas técnicas empiezan a pedir clemencia. Y mi pobre sombrero… Vemos que se puede hacer.

GASTRONOMÍA.- Sin que tenga una gastronomía específica de relevancia, en Filipinas también se come bien. El slizzeer de las montañas, el pescado del mercado de Dante o el modesto adobo están muy buenos. Donde he comido mejor, es en el café Ganduyan Inatep de Norberto Carbonell, en Batalao.

PUEBLO/CIUDAD.- Port Barton…, no, La Cordillera…,no, no, sería injusto. Me quedo con TODO FILIPINAS.

ALOJAMIENTO.- West Point, en Port Barton. Lo lleva una pareja, Wilson y Aileen, siempre atentos a ayudar y hacerte sentir como en casa. Un lujo muy barato.

INTERNET.- Ramblelife.net Recién estrenado blog de viajes. Larga vida chicos!

TRANSPORTE.- El jeepney filipino es una pasada. Dicen que los primeros fueron una adaptación de los jeeps que abandonaron aquí los americanos después de la II Guerra Mundial. Son originales y espectaculares.

TREKK.- La ascensión al monte Pulag. Pero ojito.

MENCION ESPECIAL.- Ryan Baldino, mi guía en Kabayan. En el monte Pulag se portó como un jabato.




Filipinas (4) «La Cordillera» (2ª parte) El Monte Pulag. Bahala na.

El Monte Pulag, 2.922 metros, es la tercera montaña más alta de Filipinas. Dicen que, al amanecer, en la cima se puede ver uno de los fenómenos meteorológicos más bonitos que existen: el mar de nubes. A por ello.

«Bahala na» es la expresión tagala que mejor define el fatalismo optimista con que afrontan la vida los filipinos. Viene a significar entre «que sea lo que Dios quiera» y «es lo que hay». Una mezcla de » Don’t worry be happy», «Carpe diem» y «Akuna Matata».

Hay dos posibilidades de hacer la cima del Pulag: o bien por  Kabayan, en vertical, o por Ambangeg, senda sencilla y sin aspavientos naturales. Acordamos con Ryan que haremos la subida por Kabayan y la bajada por Ambangeg. Anda el tiempo revolucionado y me  esperan, según dicen, unas 8 horas de ascensión notablemente dura, riesgo de lluvias torrenciales y una noche en el campo base antes de atacar la cima al día siguiente y volver en 4 horas de paseo tranquilito.

Bahala na.

La mañana despierta soleada. Los pajaritos cantan, las nubes se levantan, etc, etc. La ascensión empieza con una subida rabiosa de media hora hasta la caseta de los Rangers. Está cerrada, así que no puedo registrar mi entrada. Mal empezamos. Luego, sigue una hora de bosque precioso y vistas magnificas, acercándome a la falda del Pulag, por las laderas y montes que le hacen de teloneros, hasta el  puente colgante que cruza un río y que marca el inicio de la ascensión de verdad. Tiramos 2 horas más por subida empinada a través de un sendero natural, más cauce que camino. Ya le miró a la cara a las montañas más altas de La Cordillera y, a la mayoría, por encima del hombro.

Un paréntesis. El trekking o senderismo, o como quieras llamarlo, no tiene mucho secreto. Aunque se escriban libros sobre eso, no tiene técnica. Cada uno se monta su película. Yo prefiero hacer de un golpe, más o menos, la mitad del recorrido y, sólo entonces, parar media horita a descansar, comer ligero y beber una coca cola por lo de dar energía al cuerpo. La segunda fase, la otra mitad de la jornada, también la parto en 2 con parada de 15 minutos. Trato de no dejar enfriar los músculos con paraditas inútiles de «Ay qué calor tengo!».

Yo diría que, para hacer montaña, le has de poner un 30% de aptitud física, otro 10% de actitud, es decir, que esto te guste y te haga ilusión, un 30% de entreno y, el resto, un 30% de control. Somos una especie de trinidad: cuerpo, mente y, llámale «yo», el que une a los otros 2 más una serie de cosas como intuición, instinto, educación, etc. El «yo» ha de controlar todo porque, si no es así, «cagada lorito». Ni uno ni otro, cuerpo y mente, están hechos para sufrir y la montaña, y supongo cualquier deporte, y cualquier reto en la vida, es sufrimiento, sacrificio y superación. En la montaña, constantemente, cuerpo y mente te envían mensajes de «no puedo más». Son mentira. Espejismos. Te has de montar trucos para superar malos momentos. Yo intento poner el piloto automático y buscar pensamientos, imágenes o recuerdos que me hagan salir de la fijación en el esfuerzo hacia escenarios agradables, siempre atento con el rabillo del ojo, claro. Es como trabajar con música.

Llegamos a un cubierto y hacemos la primera parada tras 3 horas y media. Comemos. Hemos entrado en la zona de niebla, ya no se ve un burro a 100 metros y empieza a llover. Por la pinta, esto no va a parar hasta arriba, así que ya me impermeabilizo todo yo en plan submarinista. No hemos encontrado a nadie hasta ahora. Mucha telaraña en el camino, así que hace tiempo que por aquí no pasan mas que cabras. Quedan, cálculo, 3 ó 4 horas más pero con lluvia, y eso handicapa.

Las 3 horas siguientes son una pura tortura. La subida es dura de picar piedra y llueve lo que no está escrito. Llueve a porrillo. Llueve a mares. Llueve a chorros. Cae agua a capazos, a montones, a cántaros. Parece que me he colado en la fiesta de inauguración de la temporada de lluvias en Filipinas. No he visto nunca llover tanto. Agua, más agua, mucha más agua, toda el agua del Mundo. Toda. Una barbaridad de agua. El sendero se convierte en arrollo y, en menos de media hora, me veo rodeado de riachuelos por todos lados. Agua encima, agua debajo, agua delante, a izquierda y derecha. La Naturaleza ejerce su magia y, en un truco genial de transformismo, me encuentro que, más que andar por un camino, trepo por una cascada. Me duelen los músculos de piernas y brazos, el agua traspasa 2 capas impermeables, se junta con mi sudor y cae por mis inglés y piernas. Botas y calcetines chorreando, mochila calada, camiseta, chaqueta, todo totalmente mojado dobla su peso y me apabulla.

A estas alturas ya no queda nada de bucólico y romántico en la montaña, en la puta montaña, ahora ya es todo padecer y todo queda a merced de tu capacidad de sufrimiento, de tu umbral de dolor y de tu serenidad y control. Si ahora bajas los brazos…ya nada depende de ti, en nada te ayudas y para nada sirves.

Trato de fijar la mente en algo que me distraiga, que haga pasar el tiempo mientras dura la pelea, algo, un hilo de pensamiento que me haga volar por encima de todo esto que me supera. Pero la cabeza parece que me va a estallar y el corazón me va a mil dándo porrazos en el pecho como si él también se quisiera ir y, entre una y el otro, no me dejan salir de la realidad. Es el mal de altura y el agotamiento. Tiene gracia, con la que está cayendo y yo me estoy deshidratando.

Por fin, de algún lugar de la mente viene la imagen de mi padre que me mira con desaprobación y me habla con dureza:

– «Què «noi», sempre igual no? Todo lo tienes que hacer a lo bestia, toda la vida nos darás sustos verdad? No piensas en nosotros. No me gusta, Nacho, no me gusta.»

– Ostras padre! Ahora no estoy para broncas joder! Eso no ayuda en nada.

También viene Ramón, mi hijo. ¡El que faltaba!

– «Padre, está vez el abuelo tiene razón. ¡Eres un cafre! ¡Estoy preocupado!»

– ¡Coño hijo! ¡Mira quién habla! Pues no tienes tu ideas de bombero! No eras ni mayor de edad y ya te metiste de cabeza en el fuego del Alt Empordà. ¿¡De dónde te crees que te sale eso!?

– «Padre el que te has metido en un lío ahora eres tú.»

– Yo soy feliz así, hijo. Con lo que me falta por vivir no me voy a poner a escribir mis memorias o a cuidar un huertecito. Todavía no me toca.

Veo que se ríe, y a mi padre también se le escapa una mueca que parece una sonrisa…

Estoy en casa, en Sa Riera, delante del fuego. Tortilla de espárragos, costillas de cordero a la brasa, una botella de vino…

Ryan me grita que falta poco, que ya llegamos al Campo Base. En 1 hora se acabó todo. Ya le tengo el pie en el cuello a la montaña.

Campo Base. Cerrado. No hay nadie. Sigue lloviendo. Casi todo lo que llevamos ha quedado inservible. Nos hemos guarecido en una cabaña de madera y paja. Estoy temblando de frío y agotamiento. Se han salvado del agua unos calcetines, camiseta y calzoncillo térmicos, un polar y unos guantes. Ryan también tiene algo de ropa de abrigo. Me quito todo y me pongo lo seco. En la choza hay unas esterillas, dos mantas y un chaquetón que olvidó quién sabe quién. Me enrollo en todo eso y entro en calor. Tengo una fiambrera con arroz y pollo. Con eso tiramos. Nos estiramos e intentamos dormir mientras la lluvia aporrea salvajemente los tablones de madera y la uralita que hacen de puerta. A los 2 minutos estoy dormido, y otro minuto después me despierta un calambre en la pierna derecha. Me espera una noche larga entre escalofríos y más calambres. Ya estoy seco, pero tengo frío y los músculos secos como la mojama.

Y pasa la noche. Parece mentira, pero ya es otro día y sale el sol. En 1 hora estamos en la cima y, delante, el mar de nubes. Me siento…difícil de explicar. Lleno. Y muy cansado.

Después de una ducha caliente, una buena cena y 8 horas de sueño confortable en el hostal, escribir esto me hace revivirlo, se me pone un nudo en el cuello y me dan ganas de llorar. No se si de alivio, de nervios pasados o de satisfacción. Quizás de todo eso… y más. La vida es un momento.




Filipinas (1) Manila. Planeta misera.

Manila. Primeras impresiones.

Mucho tráfico, mucho ruido, mucha prostitución, inseguridad, pobreza, suciedad… De Japón a Filipinas, otro cambio radical. Ya vuelvo a no tocar fondo.

…reseteando…

A la salida del aeropuerto, se agolpan los taxistas a pescar pasaje. Hay una especie de «negociadores» y me preparo para el ataque. Voy al área exterior de fumadores y espero con un cigarrillo a que venga alguno. Ya no se sabe si voy o vengo y eso siempre da ventaja. Viene uno, pide 36 euros, 2.250 pesos. Lo dejamos en 600 pesos, 10 euros más menos.

Me presento en el hostel y, en la puerta, un letrero enorme lo deja todo bien claro: «NO ESTAN PERMITIDAS EN EL INTERIOR LAS DROGAS ILEGALES NI LAS ARMAS». Joooder, donde me he metido…

Ya es de noche y doy una vuelta de reconocimiento. Restaurantes coreanos cada 20 metros, seguratas en cada local, sea un bar o un colmado, letreros de neon anunciando clubs, prostibulos, boxeo de enanos y de mujeres y todo tipo de espectáculos cutres… Cucarachas a porrillo por el suelo… De lo mas sórdido. Tercer Mundo.

Estos cambios de países son traumáticos.

Por la mañana, Manila no mejora. La ciudad es un caos. Y ese olor…como en las ciudades indias o africanas…un olor acre, intenso, de humanidad adocenada, agitada y mezclada junto con basura, sudores, comida callejera refrita y motores viejos recalentados. Lo conozco. Es el olor de la miseria.

En la calle, antidisturbios, y en los bancos, seguridad con metralletas. Parece una ciudad en estado de sitio. El calor es sofocante, la humedad pegajosa y chabolas y rascacielos escupen a la cara enormes desigualdades sociales. La muchedumbre que abarrota las calles se busca la vida con aires de zombi y bandadas de jóvenes desarraigados, pobres como ratas y enviciados, ofrecen de todo intentando arrancarte unos pesos.

Qué hace un chavalito como yo en un sitio como éste tiene rápida respuesta: ver Mundo. Así es buena parte de este planeta, aunque desde nuestra vida occidental no lo veamos. No ver, no saber, no vivir esto, ciega hasta no dejarte disfrutar de tu situación de privilegio castrando tu capacidad de ser feliz y cocinando una sociedad cada vez más rebuscada, codiciosa, insolidaria, débil y pobre de espiritu.

Aquí la miseria se palpa en el ambiente. Es espesa. Al pueblo se le mantiene a raya a base de un nacionalismo patriotero y una religiosidad devota, todo ello alentado entusiasticamente por el poder, como suele pasar. Con eso, el karaoke y el futbol, se va tirando.

Todo un día de callejeo por Manila es un baño de realidad y me deja grogui.

Me subo a un jeepney, uno de esos autobuses filipinos chapados y pintados de colorines, y me bajo en Intramuros, un barrio de murallas, iglesias, edificios coloniales desconchados…y miseria. Luego, a Chinatown, farolillos, puestos de fruta y verduras, comida oriental, cables de electricidad como para tapar el sol…y miseria. De ahi sigo a pie hasta la Iglesia de Kiapo y el mercado que la rodea: cruces, figuras religiosas, estampas, incienso, muchedumbre a raudales…y miseria.

Es ya la hora de comer y aterrizó en el mercado de Dampa. Más puestos de fruta y verdura y, sobre todo, de pescado y marisco que compras en la calle y te cocinan en los restaurantes de alrededor. Curiosa la cantidad de gays, transexuales y travestis. El pescado, delicioso. Envolviéndolo todo…miseria, más miseria.

Y, de postre, paseando hacia el hotel, por pura casualidad e ignorancia, me meto en Bangueray Bogalo, Parañaque, Santo Niño y otros barrios populares y eso ya… Atardece y paseo por las callecitas de la zona donde la gente disfruta al fresco hablando con los vecinos, jugando al baloncesto y preparando barbacoas en la acera. Por dentro, un laberinto de callejones donde no entra la luz, un inframundo oscuro y siniestro. Las vísceras de la ciudad. De entrada supongo que, si eres «impresionable», aquí tienes chicha de sobras para alimentar tus miedos y salir corriendo pero, en realidad, la gente es afable, risueña y, aunque parezca mentira, feliz. No tengo allí ni la más mínima sensación de inseguridad o amenaza a pesar de que estoy en una especie de gueto tipo favela rodeado de gente que no gana en un año lo que llevo yo en el bolsillo. Y llevo muy poco.

Me quedo con la imagen de gente tremendamente dejada de la mano de Dios, con una felicidad espontánea y natural sin el menor asomo de amargura. Una lección de vida. Por favor, si alguien me escucha quejame de algo, recordarme que yo he estado en Barangay, el hogar, dulce hogar, de la más pura y dura…miseria.

No será éste, seguro, uno de mis mejores relatos. Todo esto te deja sin palabras, descorazonado y como metido para dentro, con una sensación rara. No sé. Son ostias visuales en los morros, una serie abrumadora de golpes higado-bazo que no se encajan bien sino todo lo contrario. Yo ya he visto mucha pobreza en viaje, pero esto… No sé. Esto es el planeta Miseria. Lo dejo aquí. Tampoco tengo hoy más ganas de escribir.

Me decía en Japón Andrei, un viajero ruso: «A quien no le gustan las putas ni bucear, en Filipinas no se le ha perdido nada». Entonces yo todavía no lo sabía pero, diciendo eso,  Andrei estaba, y supongo que continúa estando, tremendamente equivocado.

Mañana me voy de aqui. En Tagaytay, a 60 km de Manila, 3 horas de bus, está el volcán Taal. Sigo camino.