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EE.UU (y 6). Los Angeles. Demonios. La otra cara.

….UPS! El tren lleva retraso de 5 «horitas»: de salir a las 9.30 h. nada. Saldrè a las 2.30 h. de la mañana. No hay problema…

            UPS, UPS! Aviso de nuevo retraso: Salgo a las 3.30 h…

                  UPS,UPS, UPS  Ahora sí! 4.40 h. Gajes del oficio. ¡Voy pallá!

 

Pues ya he llegado al punto final del viaje por EE.UU: Los Ángeles, California. Desde Chicago a la Costa Oeste y un poquito más. No diré que conozco EE.UU pero, entre lo que ya había visto y lo que he vivido ahora ya me he hecho una idea: Nueva York, Florida, Illinois, Missouiri, Louisiana, Oklahoma, Nuevo México, Arizona, California… Mucho trozo.

En Los Angeles… homeless, ratas, suciedad grotesca, palmeras, naranjas, limones…. La calle está vacía salvo la correspondiente muchedumbre de «locos», deshechos humanos, más de los que he visto hasta ahora en este pais y he visto muchos. Aquí han dejado que la droga tome las calles y esto es el patio de un manicomio. Sin ninguna exageración. No son violentos ni retadores, eso no. Por lo menos con los demás. Consigo mismos sí. Es fácil encontrarte a uno peleándose con el carrito de la compra donde guardan todas sus pertenencias, con un escaparate que les devuelve la mirada o con un calcetín que no les entra a la primera. A partir de ahí, no te pongas en medio, claro. Un ambiente insano. Una barbaridad. Sus demonios son terribles y los maltratan a todas horas. En realidad, no había visto una cosa así en mi vida y en ningún lugar del Mundo. Lo único parecido fué en Etiopía. Fíjate que lejos, en todos los sentidos. Pensar que este país es el que se supone que gobierna el Mundo o, por lo menos, el que lidera Occidente es inquietante.

La verdad es que Los Ángeles es totalmente sorpresivo todo él. Decepcionantemente sorpresivo. La mezcla de lo que te sirven por la tele de estrellas de cine, Oscars y Hollywood, con la cara oculta que aquí se vive a pie de calle, sucia, alienada y miserable, produce, como muy mínimo, repelús. Y dá que pensar, la verdad.

El primer día voy a buscar la foto del letrero icónico de Hollywood, se me va la olla y camino y camino y camino…: Eco Park, Silver Lake, Griffith Park, cima del Monte Hollywood… Ahí ya si: foto del «Hollywood Sign». Y sigo: Walk of Fame y vuelta al hotel. Total casi 10 horas caminando sin parar. 

El nuevo día bajo ritmo. Lo dedico a la Downtown, poco espectacular, y a una micro vueltita al Mundo en lo que se supone es otra ciudad planetaria, como el Londres de América,… pero en cutre salchichero. Barrio mexicano, feo, Little Tokio, artificial y sin gracia, Chinatown, cuatro «chinadas» sin él menor encanto, y hasta una Pequeña Lituania y una «histórica» Filipinas.¡No me jodas Ángeles! Entro en una pastelería china para pillar algo y desayunar. La señora me mira y me regala un bollo. Delgado y sin afeitar desde hace días (…y más días) tengo que tener una una pinta horrorosa.

Hoy es aquí Día de Acción de Gracias. Pues eso: gracias. Yo me voy a la playa. Es mi último día completo en EE UU antes de volver al frío de la Europa más norteña. 

Venice Beach y Santa Mónica son Los Ángeles chic de lo que todavía son comunes mortales. Las estrellas de cine y multimillonarios ya viven en otra galaxia: Bell Air y toda la mandanga. Por aquí todo està limpito y en perfecto estado de revista con cuerpos Danone y gente guay. Playita, solecito, shopping de mercadillo, … Mucho deporte, mucha fruta, todo muy sano… La otra cara. En Santa Mónica, me planto en el letrero que marca el final de la ruta 66. Reto conseguido con nota. Desde el lago Míchigan al Océano Pacifico.

Por mucha Acción de Gracias que sea, ni como ni ceno pavo, eso no. ¿Què tendrán los americanos contra los pavos? Estoy en un hotel arregladito en la frontera con Chinatown y he cenado cada día en plan oriental. Aunque parezca mentira, la comida china es de lo mejorcito en alimentación que puedes encontrar en EE.UU. De largo. Por lo menos sin dejarte un ojo de la cara en el plato.

Siempre he dicho que para viajar hay que olvidar todos tus prejuicios y yo iba a EE.UU un poquito picado con los americanos. Es un país que nunca me ha gustado demasiado…Desde hace más de un siglo, en realidad desde el principio de su historia, están en todos los fregados: primero con los indios, después entre ellos, Norte y Sur, más tarde en primera fila de las guerras mundiales, más Corea, Vietnam, Libia, Afganistan, Irak… Y en las demás, con la cara por delante o al disimulo, también han estado y estan. Odio las guerras. Ahora, después de conocer mejor el país en cuestión…¿Como decirlo suavito?…sigue sin ser de mis preferidos, sinceramente.

Yo me vuelvo a Europa vía Reikiavik, Islandia. Después ya vemos. Me dispongo a pasar casi 48 horas entre traslados, vuelos, escalas y cambio horario. Ya me relamo de placer porque a mí los aviones y los aeropuertos me gustan un montón. Esas peceras de humanidad son un poco el sistema de venas y arterias del mundo viajero. Además, está vez vuelo con British Airways y eso siempre es una garantía. Los ingleses son, de toda la vida, los viajeros por definición y, además, en comida todas las compañías grandes estan más o menos a la par (¿pasta or chicken?), pero nadie prepara el zumo de tomate como los auxiliares de vuelo de la British y, más importante si cabe, yo diría que son más generosos con el vino así que… volviendo a casa sin prisa pero sin pausa.

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EE.UU (5). De Santa Fe a Flagstaff. Nieve en el desierto. El Gran Cañón.

Santa Fe,  Nuevo México, antiguo hogar de los indios Apaches, Navajos y Comanches, en la ladera de las montañas Sangre de Cristo, es una ciudad con una personalidad indiscutible. Sus casas de adobe la hacen única aún cuando, de alguna manera, puedas apreciar aires ibicencos o incluso marroquíes.

 

Ahora ya hace frío de verdad, entre 10⁰ y -8⁰, y camino la ciudad pero sin grandes alardes. Mi gripazo ha de seguir su curso natural.

Lo primero es pasarme por la Capilla de Loreto y ver su famosa escalera de caracol, considerada un milagro por no tener soporte central. Un amigo mexicano me había hecho jurar que iría. Verla es la ilusión de su vida pero, lo dicho, a un mexicano de a pie no es fácil que le dejen entrar en EE.UU ni de vacaciones. Más iglesias, el barrio de La Joya, los comercios del centro, el Railyard Park… Voy arrastrado.

Parece que aquí hay más vida callejera pero es un espejismo. Lo que da la ilusión de vida no son los nativos, que siguen las mismas costumbres que en toda esta zona, sino los turistas, siempre nacionales, y aquí hay bastantes.

En realidad yo creo que los americanos siguen viviendo en La Casa de la Pradera como colonos, montando asentamientos y visitando «su» territorio los fines de semana y vacaciones. Al fin y al cabo, este país, como suyo, no tiene ni 4 generaciones de historia. Aquí para encontrar alguien con 8 apellidos «americanos» habría faena y, primero de todo, deberíamos decidir qué significa «americano». Pues no hay coktail por aquí…

Una hamburguesa con chile verde en un merendero, a ritmo de Barry White, Earth, Wind & Fire y Doobie Brothers, me levanta el ánimo. Y no por la calidad de la hamburguesa, porque yo diría que este es el país que come peor y de la forma más insana del Mundo. Creo que la hamburguesa me alimenta más el alma que el cuerpo. Quizás es más buena en el Hard Rock Café de Barcelona o cualquier otra urbe, pero el comerla en este ambiente,….no es lo mismo mismamente y me hace sentir bien por haber llegado hasta aquí. Y también muy orgulloso porque para perseguir los sueños hay que arriesgar, olvidar apegos y perder estabilidades y, ni siquiera así, encontrarás nadie que te asegure que los alcanzarás. Así que hoy, casi a puntito de acabar mi Vuelta al Mundo, que quieres que te diga, me siento bien.

Pero yo aquí a lo que he venido es a trekkear. Mañana voy a la Oficina de Información a ver cómo puedo acercarme al National Forest o a las Sangre de Cristo.

…Pues va ser que NO. Abro la puerta de la habitación para ir a desayunar y me quedo de piedra. Como si me hubiera dado de morros con una puerta trasparente hacia otra dimensión. Todo está en blanco y negro. Parece ser que ha estado nevando toda la noche y ni me he enterado. Me fui a dormir en un desierto y me he despertado en una estación de esquí. Alucinante. Eso significa que de trekking ni pensarlo y que se impone un puntito de espera a ver qué pasa. Y, quizás, poner, a la mínima que salga el sol, rumbo a Arizona. Replanteamiento.

La nieve es el clima más castrante que existe para viajar por tierra y, durante todo este tiempo, me ha respetado. Salvo en cumbres, sólo me tocó en Rusia y un poquitín en Alemania, un febrero de vuelta a casa tras la primera etapa. Quizás ahora tendré que lidiar con ella hasta el final. En este viaje ha de haber de todo, desde luego.

Un nuevo día se levanta frío pero soleado, aunque no da para quitarle el manto blanco a las calles. A mi me da para acercarme a las montañas como mínimo para verlas y, aunque con la agilidad y la gracia de un perro apaleado porque la gripe no mejora, llego hasta los montes Sol y Luna, algo así como la primera puerta de entrada a las demás montañas. No hay más. Mañana tren a Flagstaff, Arizona.

Flagstaff no es lo que te imaginas cuando piensas en Arizona. Muy ligada a la historia del ferrocarril y la industria madereda, es una ciudad rodeada de montañas, bosques y volcanes. He de trekkear pero YA, aunque los quebrantos siguen ahí: gripe presente, y lumbares lloronas y doloridas.

Ante la poca fiabilidad de mis propias carnes y músculos, he tenido que echar mano de mercenarios: me he comprado una faja. Si, una faja ¡¿Que pasa?! Ya oigo reír a mis «amigos». ¿Nadie os había dicho que los viajeros intrépidos y aventureros también utilizan faja? Pues si, a veces sí. Y con el adminículo en cuestión, y a pesar de que tengo la espalda hecha polvo, camino altanero cual gallardo caballero y doy el pegó. Ande yo caliente y ríase la gente. Y lo que es mejor, por fin me puedo dar el gustazo de un trekking como Dios manda: el Dry Lake Trail. Si empiezas por Búfalo Park, subiendo por una ladera de bosque quemado, y acabas por el West Overloock, es una circular de 6 horas y media con buen desnivel, sin exageración, y vistas panorámicas a todo el Bosque Nacional Coconino. Son lugares magníficos y poco conocidos en los que no encuentras a nadie en todo el día. Una gozada.

Y, como no, estoy a hora y media en coche del Gran Cañón del Colorado así que ni quiero ni tengo más remedio que pillarme un bus e ir hacia allí.

He visto en esta Vuelta al Mundo un buen montón de maravillas y no sabria ni debería apostar por una sola como La Obra Maestra de la Naturaleza, peeeeeeero…si me obligarán a proponer un triunvirato de candidatas, el Gran Cañón seguro sería una de ellas. Apabullante. Casi irreal.

Y son más de 350 km que puedes hacer en tren, en bus, a pie, en bicicleta, en avioneta, en helicóptero, a caballo, en burro, en barca… Media hora, 3 horas, 1 día, 3 días, 21 días… Lo que te dé. Y esto es tan grande que, por lo menos ahora, fuera de temporada, de aglomeraciones turistoides nada de nada. Se respira soledad. Grandioso.

Yo me limito a hacer menos de 8 km del West Rim Trail pero es un gustazo. Lo que da para hacer en menos de 2 horas lo haces en más de 3 porque cada paso es una foto. Un sendero muy natural con intervención humana mínima. Los americanos son así, en esencia, liberales al máximo. Las leyes son las que son y la policía las hace cumplir a lo bestia. De golpe y sin anestesia. Pero no  hay normas para todo. Barreras las mínimas. ¿Quieres hacerte una selfie al borde del precipicio con un langostino agarrándote la punta del prepucio? Pues tú mismo mismamente. Aquí cada menda hace lo que le pasa por el micromundo. Lo que me extraña es que no se les llene esto de cadáveres. A la que te descuides son 1.500 metros de caída libre.

De vuelta a Flagstaff… Por cierto, en Flagstaff no hay ni un solo vagabundo por la calle. Es hasta extraño. Estamos a -8º a las 18 h. Un bocadillo en la estación esperando el tren a Los Ángeles que no llega hasta las 21.30 h. Serán 10 horas de viaje. En California ahora mismo están a 14⁰. ¡¡Positivos!! Y mañana la predicción es de 9º a 24º. Ahí se me va a curar todo…

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EE.UU (4) Oklahoma City y Albuquerque. El Viejo Oeste. Nada ni nadie.

Voy acabando la Vuelta al Mundo y pensaba esta noche en si es más fácil hacerlo solo o acompañado. No sé si eso me lo había planteado antes. Yo creo que acompañado es muy, muy complicado tirando a imposible. El viaje acompañado es una sobredosis de convivencia que, junto a las tensiones del proceso, debe ser una combinación tipo trinitotolueno. Y viajar sólo, pues lo que decía Charles Bukowski: «Y cuando nadie te despierta por la mañana, y cuando nadie te espera en la noche, y cuando puedes hacer lo que quieras, ¿Como lo llamas? ¿Libertad o soledad?». Complicado también…

 

¡Vaya viajecito!

Te aseguro que entre esta gente hay mucho pirado. En catalán decimos «fa mitja por«. Pues eso: da medio miedo. El autobús era, todo èl, una puñetera alucinación… Una señora que hablaba cantando, otra como que, de pronto, despertaba de un sueño, se estiraba espasmódicamente y acababa tapándose la cabeza con su manta ante una agresión imaginaria, …figuras fantasmales de todos los colores tipo veteranos de guerra con shock postraumático, una chica joven con unos tics violentos y un poco inquietantes, algo así como de posesión diabólica, …dos señoras de unos 150 kg cada una, sin exagerar, moviendo sus trémulas carnes como pulpos gigantes por la arena…. Y yo, claro, que con los pelos y algún día sin afeitar supongo tampoco tengo una pinta tranquilizadora. Sí, ese autobús era «algo» entre un zoológico de animales interplanetarios y una coincidencia de dos congresos médicos: uno de  salud mental y otro de obesidad mórbida. Y no hago broma. En este país hay un problema psiquiatrico serio diría yo.

Aprovechando la oscuridad, en algún lugar entre Houston y Dallas, mi rabadilla y mis lumbares han huido despavoridas de su lugar natural, donde la espalda pierde su honesto nombre, buscando la protección de mis costillas y dejando doloridos tanto el  origen como el destino. Supongo que en unas horas las cosas volverán a ponerse en su sitio. O no.

Oklahoma City, ya de vuelta a la ruta 66. Las pelis de Hollywood nos han dado de comer Salvaje Oeste por un tubo. Ha quedado claro que los indios eran los malos y los cowboys los buenos, y la patria de los cawboys por antonomasia parece ser que es Oklahoma. A ver qué más aprendo…

Pues poco más. Se levanta un día desagradable y lluvioso. Es èsta una ciudad curiosa. Una especie de asentamiento urbano básico en medio de un Scalextric de carreteras, como un cruce de caminos hacia no se dónde y hacia todos lados. Una ciudad que parece confinada, sin vida, en medio, dicen, de un campo petrolífero activo, con maquinaria de perforación visible a pie de calle, casi sin comercio ni restauración ni gente por las calles… No veo niños. Extraño. Hoteles con americanas jóvenes en recepción y, para cocina, limpieza, etc, mexicanas y mexicanos venidos de pueblos sin presente y con difícil futuro. A veces la delgada línea de una frontera separa dos mundos extremadamente lejanos.

Deambuló por ahí como el último de los seres humanos después de una hecatombe vírica. A lo peor, como en la película «Soy Leyenda», los muertos vivientes salen por la noche. No pienso comprobarlo. Quién si sale por la tarde es el sol y me acerco al Capitolio en Lincoln Terrace, un barrio histórico de casas señoriales, super hospitales y centros de investigación. Entro en una tienda de armas…increíble pensar que un volado pueda comprar como si nada un rifle de asalto…

Si, un lugar curioso. Es un destino viajero a tope pero de cowboys ni rastro. A ver si están en Albuquerque.

Hacia allí me voy también en bus, 10 horitas más, esta vez de día. De Oklahoma a Nuevo México cruzando todo Texas. Entiendo que mi cuerpo me odie.

Largas carreteras, estaciones de servicio, un hot dog y un bonito atardecer me llevan hasta Alburquerque, Nuevo México. Mi espalda llora con desespero.

Un par de horas antes, un susto o, quizás, un aviso. Bajo del autobús en una parada a fumar un cigarrillo y el cuerpo se me descontrola. Empiezo a temblar todo yo como una hoja. Ha bajado la temperatura pero no hay para tanto. No puedo ni sostener el cigarrillo en la mano. Subo cómo puedo al bus y me tapo hasta las orejas para recuperar calor y control. Tengo dolor de cabeza. Síntomas de agotamiento. Llevo ya 4.000 kilómetros de carretera en EE.UU más unos 250 más de a pie. Y la tensión de ir organizando transportes, avituallamientos, moteles y mantenimiento del blog al día. Hay que bajar ritmo.

El invierno ha llegado rápido y las temperaturas son ya de 12º a -5º. Un día tranquilo me hace bien. Además de cansado y dolorido, las bajas defensas han dejado que pille un poco mucho de gripe, un trancazo típico. Me pesan las piernas. Tampoco Alburquerque es más que otra ciudad vacía de esta zona de EE.UU. En la calle sólo están los homeless que allí llamamos «sin techo», una legión de zombis tirados en la acera o deambulando sin propósito ni dirección. Drogas y alcohol….y quizás mala suerte. Dicen que unos nacen con estrella y otros estrellados. Durmiendo en el puro suelo, textualmente bajo un puente, y con temperaturas de rigor. Una pena, la verdad. Cuánta miseria he visto en esta Vuelta al Mundo. ¡Joder!

El americano tipo de esta zona vive alejado de la ciudad y aquí no se lleva eso de caminar por la calle, tomar copas y tapas y, muy poco, ir de compras. Para eso está Amazón. No me extraña que alucinen con el estilo de vida mediterráneo cuando vienen para allí. La gente va de casa al trabajo y del trabajo a casa o poco menos. Algún café o espectáculo de tanto en tanto por la tarde, la barbacoa del domingo para socializar… Ni para comprar y salir van al centro. En los alrededores hay áreas de grandes superficies, con restaurantes de todo tipo de comida y aparcamientos enormes dónde van a abastecerse y a comer o tomarse una cerveza viendo en las teles los deportes que les pirran: fútbol americano, beisbol, hockey sobre hielo, baloncesto… Hasta las farmacias están en el supermercado. Lo demás mucha vida familiar por lo que parece.

Por eso, sin coche en Estados Unidos es muy complicado vivir. El último escalafón de la sociedad americana es el homeless, y el antepenúltimo el carless, el «sin coche». Es decir, yo.

Esta ha sido un etapa de kilómetros y kilómetros sin nada ni nadie lo cual, por lo menos para mí, también tiene su atractivo. De todas formas, con gripe o no, con dolor de espalda o no… hay que espabilar. Mañana tren a Santa Fé.

Por la ventana del tren desfila el tipiquisimo paisaje de árido desierto de matorrales por donde los mexicanos intentan, en las películas y en la realidad, pasar a «mejor vida». Esto de los mexicanos y los americanos no lo entiendo. Los mexicanos que están aquí sin «papeles» trabajan y tienen derechos. Los americanos necesitan gente para trabajar pero no dejan entrar ni dan «papeles» a nadie. Los mexicanos que entran trabajan para los americanos.  No entiendo de política… Gracias a Dios.

 

P.D. Aviso: sin que sirva de precedente en las fotos que siguen a este post hay una mía. De mi careto, concretamente. Declinamos cualquier responsabilidad por daños físicos o psíquicos que de ello pudieran derivarse. No dejar estás imágenes al alcance de los niños. 

Que no se diga que no he avisado…

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EE.UU (3). New Orleans. Bourbon Street. Después del Katrina.

Hay una casa en Nueva Orleans,

la llaman «El Sol Naciente»,

y ha sido la ruina de muchos pobres chicos.

Dios sabe que yo soy uno de ellos.

The Animals

 

A Nueva Orleans, la llaman «Big Easy» en honor a su vida «relajada», tiene fama de noches juergueras, música en vivo y una cocina mestiza bien condimentada heredada de una historia de influencias francesas, españolas, africanas y latinoamericanas. Su carnaval, el Mardi Gras, es un ejemplo de jaleo exagerado, escandalosos desfiles con  máscaras, disfraces extravagantes y fiestas callejeras a lo bestia. Espero hacerme aquí con alguna buena màscara para la colección.

Sí, Nueva Orleans es fiesta y, a estas alturas, la fiesta realmente no es lo mío. La fiesta está en algún lugar entre el 150 y el 1.500 de mis prelaciones, quizás al mismo nivel y por la misma razón que las ostras de las que una Navidad me harté sin medida y, supongo, como alguna estaba en mal estado me dió una indigestión de las buenas. De fiestas también me he dado un hartón años ha y he encontrado muchas en mal estado, también con consecuencias de difícil digestión. A ver qué pasa…

En el 2.005 el huracán Katrina se llevó por delante la ciudad entera. Fué un huracán tremendamente dañino económicamente así como uno de los cinco huracanes más mortíferos de la historia de Estados Unidos. Al menos dos mil personas murieron debido al propio huracán o a las inundaciones posteriores.

La mayor parte de la ciudad se encuentra bajo el nivel del mar, entre el río Misisipi y el lago Pontchartrain, de manera que debe protegerse mediante diques. Nueva Orleans quedó inundada porque ese sistema de diques falló y el 80% de la ciudad, así como grandes superficies colindantes habitadas, quedaron bajo agua. Los daños materiales más importantes se produjeron con la inundación de todas las ciudades costeras de Misisipi y el arrastre de barcos a tierra que chocaron con los edificios que encontraban a su paso.

Nueva Orleans, hoy, es una ciudad un tanto desangelada, con mucho calor y una humedad agobiante. En verano esto debe ser una sauna finlandesa.

Del motel me voy hacia el Barrio Francés, ahora, de buena mañana, casi vacío. Me llegó a la Catedral de San Louis, Jackson Square y el Mississippi… Buena música en la calle pero avergonzada por payasos con gafas negras y play back haciendo ver que tocan la trompeta. Entro en el centro y…tranvías, hoteles de lujo, muchos vagabundos tirados en la calle y poco más. Nueva Orleans duerme hasta tarde.

Me alejo del centro, casitas pintadas, muchas abandonadas y, ya hacia el City Garden, mansiones más tipo sureño y un cementerio… Aquí hay mucha cultura de la muerte con implicaciones festivas, como las tradicionales orquestas en los entierros, y otras más inquietantes como la brujería y, especialmente, el vudú…

Me parece estar en una ciudad ganada a la selva, tipo Santiago de Cuba quizás, pero no le veo el atractivo hasta a eso de la 16 horas que ya ruge la marabunta en la calle Bourbon… En cualquier otra ciudad del Mundo es la hora del te, cafè o merienda y aquí ya parece un sábado con la noche bien entrada y la fiebre subidita. Creo que el encanto de Nueva Orleans no es el lugar si no la gente y el ambiente, una mezcolanza mil leches en una especie de circo salvaje y desencajado bien provisto de toques más que originales..

Aunque, como decía, ya no me mola protagonizar expediciones fiesteras, desde luego limitándome a mirar los toros desde la barrera aquí el cerebro se me espabila y el dedo me pilla un tic porque el espectáculo es de lo más fotogénico: brujas adivinadoras del porvenir, encantadores de serpientes, neones sicodèlicos, músicos, toda una serie de cuerpos esculpidos a base de fast food y Coca-Cola que parecen ruedas de camión moviéndose a ritmos imposibles, estatuas humanas e, incluso, una boda con antifaces y banda al más puro estilo Orleans. Toda una experiencia, la verdad. Si existió «El Sol Naciente» de The Animales, seguro estaba en Bourbon Street.

Disfruto pero, de medianoche nada, a mi a las 7 de la tarde la carroza ya se me ha convertido en calabaza más que madurita. Aquí la gente bebe un montón, nativos y turistas, y yo tengo muy claro que el alcohol y el trasnoche lo pago a crédito de interés caro así que, acabado el reportaje fotográfico, me retiro a mi habitación, con una botella de vino, un surtido de embutidos y pan inglés, a descansar, escribir y organizar viaje.

El nuevo día empieza bochornoso y, de camino hacia la estación a comprar tickets para viajar mañana hacia Oklahoma, del cielo cae la de Dios es Cristo. También de esto hay en viaje. El órdago en forma de tormenta tropical no pasa de suponerme más de dos horitas de aburrida espera refugiado en el lobby del Hotel Hyatt y, cuando ya empieza a clarear, me visto de submarino con paravientos, capa …y a ramblear.

Paso al distrito financiero por verlo y me vuelvo al Barrio Francés que es donde está la gracia y el salero a ritmo de soul, jazz, blues, rap, rock y toda la música americana que te puedas imaginar. En un local juro que se oía una canción de Bee Gees… Una parada para probar la comida criolla, al fin y al cabo no más que diferentes «sopas» de frijoles, arroz y/o maíz, sabrosas y potentes, y ya me vuelvo para el motel por Tremè: Congo Square, Louis Armstrong Park, Lafitte Greenway…

Por cierto, no he mencionado que Nueva Orleans fué en su día, nada menos, capital de la provincia española de Louisiana. Pero esa es otra historia, una historia de naufragios, compras y ventas de cuando los gobiernos jugaban al Monopoly con extensiones reales del planeta y, de paso, con sus habitantes. Quizás con algo más de disimulo pero todavía hay de eso. La Historia cuenta mucho de la naturaleza humana…

¡Ah! Y ya he encontrado mi máscara de Mardi Gras. Una chulada. En su momento la presentaré.

La temperatura ha bajado de golpe y porrazo como 8 ó 10 grados. Hoy toca disfrutar de una buena cama. Mañana serà día de viaje autobusero de los de patada certera en toíta la espalda guapa: Nueva Orleans-Houston-Dallas-Oklahoma City. Dieciocho horas en total. 

Adelante pues.

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EE. UU. (2) Chicago y San Luis. La ruta 66. Feliz.

«Creí que era una aventura y en realidad era la vida.»

Joseph Conrad.

…Y continúa.

FELIZ. Es casi mágico. No he durado ni 3 horas. Estaba estresado, cansado, enfadado, dolorido física y mentalmente… las últimas han sido unas semanas durillas. Pues me he subido al avión y ABRACADABRA, QUESO DE CABRA, como si me hubiera metido una planta de marihuana del tamaño de un pino viejo por la mismísima vena…Como si me hubiera caído, como Obélix, en un caldero de poción màgica… Feliz como una perdiz. Positivo, contento, sonriente, FELIZ con mayúsculas…. Una pasada. Y eso que en el avión no se puede fumar y debería estar de los nervios con el mono. Pues no. Más contento que unas castañuelas. Habrá que plantearse el no volver.

Un vuelo placentero y ya estoy en Chicago. Se tratará, si la vida quiere, de ir desde Chicago a Los Ángeles más o menos siguiendo lo que era la ruta 66, una histórica carretera de 3.945 kilómetros que atravesaba 8 de los Estados Unidos: Illinois, Missouri, Kansas, Oklahoma, Texas, Nuevo México, Arizona y California. Es uno de esos mitos viajeros imprescindibles para mi Vuelta al Mundo como pueden ser el Transiberiano ruso, el Kilimanjaro,  la linea del Ecuador, el Uluru en Australia o la National Geographic Socity londinense, por decir uno de cada continente. Y digo  que la seguiré más o menos porque pienso desviarme, desde luego. Como mínimo no me voy a perder Nueva Orleans, otro de mis sueños de toda la vida.

La ruta 66, normalmente, se hace en coche pero eso también lo haré a mi manera. El coche, si no vas en grupo, sale carote y más si apetece conocer bien los principales puntos del recorrido como es mi costumbre e intención. Si en cada uno de ellos dejo el coche en un garaje 2 ó 3 días me saldría la torta un pan. Así pues, buses, trenes, coche si es necesario en algún tramo y lo que se tercie. Como siempre.

Chicago, a orillas del lago Míchigan, casi 4.500 km cuadrados de lago, es una ciudad de 3 millones de almas que, dicen, recibe 60 millones de turistas al año. Voy muy fuera de temporada así que espero no encontrarme a muchos. Es sabido que tengo una alergia muy desagradable a las masas en general y a los turistas en particular.

La «ciudad de los Vientos» se me antoja extrañamente equidistante entre el futuro y el pasado porque, si bien es cierto que, la mires por donde la mires, sus rascacielos forman un Skyline alucinante, tiene un aire vetusto, como anclada a mediados del pasado siglo o incluso antes. Es como si metieran a Jack Lemmon y Walter Matthau, en puro blanco y negro, en una película futurista más que actual. Quizás es por la gran cantidad de hierro que acumula en sus puentes y el tren elevado que la hace puñeteramente ruidosa (difícil escaparse de escuchar día y noche los trenes cada pocos minutos), o por los muchísimos e impresionantes edificios de piedra que compiten con vecinos de puro vidrio y acero.

Nada más llegar me doy una vueltecilla por el río Chicago y esos preciosos puentes, todo rodeado de rascacielos y rasgado por el ya mencionado «L System», el sistema de metro a la altura de los primeros pisos que hace las delicias auditivas de chicos y grandes a todas horas. Vuelvo al hotel pasando por el Teatro Chicago y ceno mi primera «basura» del viaje: unas alitas de pollo con salsa rabiosa y agridulce. Tengo clarísimo que, por estos lares, sano no voy a comer.

En una jornada de casi 8 horas de trekking urbano le pegó un buen mordisco a la ciudad: la Torre Willis, el paseo del río, màs rascacielos y màs tren elevado, la Magnificient Mile, algo así como el Paseo de Gracia de Chicago, el Lakefront trail por el Lago Míchigan, el Navy Pier, el Lincoln Park, Chinatown, Little Italy…

A las 6 de la tarde ya anochece y me retiro a mis aposentos. Estamos en Halloween….Estoy cansado del viaje y del «paseíto» y tengo una habitación arregladita en un hotel medio chulo. No tengo ni idea de cómo, pero en mi mochila ha aparecido un bocadillo de queso que intuyo procede del bufete del desayuno, una botella de vino que ha de durar las 3 noches aquí y he de organizar mi próxima etapa. Mañana será otro día.

Segundo y último día completo en Chicago: otra vez el Riverwalk, ahora por la orilla, el Millennium Park y la Cloud Gate, «The Bean», museos, músicos callejeros, foodtrucks… en una, dos o tres palabras, Chicago es una ciudad IM PRE SIONANTE.

Pillo un tren a San Louis en la Chicago Unión Station. La obtención de información para traslados y demás se hace un pelín difícil al tener que entenderte en ese inglés/americano que hablan por aquí, ultra rápido y gutural, que te hace agradecer el aprendizaje que, de niño, hiciste viendo las pelis del pato Donald.

Joliet, Pontiac, Springfield y, en poco más de 5 horas, me planto allí, en St. Louis, ya en Missouiri. Dicen que está ciudad algún año ha tenido la tasa de homicidios más alta de EE.UU y, en este sentido, ha «logrado» alcanzar una buena clasificación en la lista de las 20 ciudades más peligrosas del Mundo. Habrá que ir con ojito. Será un día completo más llegada, salida y a correr.

Tres horitas de paseo para estirar las piernas y primer toma de contacto con el río Mississippi que, según como cuentes, es el cuarto río más grande del Mundo. Me llego también al Gateway Arch, construido en los 60 en conmemoración de la expedición de Lewis y Clark a comienzos del siglo XIX y, en general, de la expansión de América hacia el oeste. La ruta que voy a hacer yo. Con sus 200 metros de altura, el Gateway es el monumento más alto de Estados Unidos y, vayas donde vayas de Sant Louis, el arquito está ahí delante. O detrás.

Hace un precioso día de otoño. Casi 25 grados. San Luis es una ciudad amplia. Todo es enorme. Avenidas, esculturas, edificios, estadios, parques… Hasta donde me alcanza la memoria San Luis es la ciudad con más zonas verdes que he visto nunca, así que caminarla es un gusto. Las ardillas y yo campamos a nuestras anchas. Forest Park es el parque más grande y ocupa 1,400 acres de tierra, lo que lo hace casi el doble de grande que Central Park de Nueva York, pero es el más feote. Mucho más chulos son el Tower Grove, el Jardín Botànico, el Lafayette o el Gateway Arch N.P. Palizón de paseo por todos ellos pasando por las zonas más conocidas, cada una con su personalidad: The Hill, un barrio italiano muy/mucho americano, West Pine y el Grove, con casas victorianas y esas tipo castillito de brujas con un cierto encanto siniestro, el Downtown, rascacielos y jaleo…. Confesión pública: me he zampado una hamburguesa. Si, con patatas fritas.

Hoy, en principio, era mi cumple, pero este año he decidido no cumplir. El siguiente ya veremos.

Más caminata y más viaje. Día de tránsito, paseo tranquilo y, eso sí, una comida guay de carne asada, jalapeños dulces y ensalada de patata con una Bud en un un local más americano que el General Custer. Música chula de los 70/80. Toca autobús nocturno. Dieciséis horas hasta Nueva Orleans. Es un día cualquiera….¡FELIZ!

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