MASCARAS DEL MUNDO (64 y 65). Caretos.

Caretos de Podence

AUTORES: Luis Felipe Costa y Sofía Isabel Fernandes

MATERIAL: hojalata (61) y cuero (62)

2.019, Podence (Macedo de Cabaleiros), Portugal (Europa)

 

Los caretos de la aldea de Podence son hombres enmascarados que, en un Carnaval de orígenes ancestrales que mezcla elementos profanos, religiosos y mágicos, corren y saltan, especialmente tras las mujeres, en un cortejo festivo y eufórico con coloridos vestidos haciendo sonar los cencerro que llevan en la cintura.

La UNESCO, que los declaró en diciembre del pasado año 2.019 Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, los vincula a antiquísimos ritos de fertilidad pero no hay constancia demostrada de sus orígenes perdidos en los tiempos. Hoy día desde luego el “Entrudo Chocalheiro” de Podence festeja el fin del invierno pero los ritos que plantea tienen mucho más contenido.

Se les asocia con la figura del “diablo suelto” que representa los excesos y la alegría que se permiten en esta época del año, cuando se acerca la primavera, y es común denominador de muchos Carnavales en el Mundo. En Carnaval “el diablo anda suelto”, sale de su prisión y reinan los excesos. Bebidas alcohólicas, baile y sexo son tan comunes ahora como lo eran hace miles de años, cuando antiguas civilizaciones celebraban la denominada “fiesta de la carne” que, según algunos estudios, se remonta al período grecorromano (siglos IV y III a.C).

También forman parte del grupo carnavalero niños vestidos de Careto, los “facanitos”, que siguen e imitan a los mayores aprendiendo y asegurando la continuidad del “Entrudo Chocalheiro”.

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Recomendaciones mes de Marzo 2.020. Portugal.

Equipo. – Murió mi teléfono. He comprado el mismo. Va bien y no estoy yo para nuevos aprendizajes.

Transporte.- Me encanta viajar en tren. Lo he dicho mil veces, lo sé. En Portugal funciona perfectamente y no es caro.

Alojamiento.- Lost Inn Lisbon, en Lisboa. Hostel tranquilo y elegante. Excelente desayuno y un buen detalle: cada dia a las 20 horas invitan a sangría. Flojita, refrescante y buena. Un aviso: nunca contratéis extensiones directamente en el alojamiento sin comprobar antes las ofertas en Booking.

Mejor el Urban Garden Porto Central Hostel. Un buen lugar para quedarte bloqueado por una pandemia…

Gastronomía.-  Más que restaurantes, porque en Portugal la oferta es amplísima, platos que aquí no te puedes perder:

Bacalao. De la manera que te lo quieran cocinar, en Portugal es un valor seguro.

Sardinas asadas. Tremendas.

Vinho verde. Con aguja. Hay que probarlo. Muy frio. Con las sardinas es un bingo y sòlo con unas aceitunas, un queso portugués y un poco de pan ya casi has cenado. Por cierto, ojito, en Portugal todo lo que te ponen en la mesa es de pago: quesos, mantequilla, pan, aceitunas…

Más vino. El tinto Douro, la región vinícola de Oporto. Muy, muy, rebueno.

Todo el pescado es delicioso en Portugal. Ibérico. Una parrillada ha de caer sí o sí.

El cordero lechal. No es fácil de encontrar. Buenísimo.

Los pasteles. Portugal es una pastelería de lujo.  Mis preferidos, los pastelitos de nata (que son de crema)

Para acompañar el pastelitos, un Ginja, vino dulce súbdito de alcohol

Pueblo/Ciudad. – He tenido muy poco tiempo para degustar Portugal y en unas circunstancias poco agradables pero tanto Lisboa como Oporto me parecen ciudades encantadoras. Por poco que pueda volveré.

Internet. – ¡Que decir del móvil e Internet! Cuando me quedé sin eso en medio de todo el jaleo se me cayó el Mundo encima. Mi más profunda admiración por los viajeros de antaño que no tenían esa arma.

Varios. –  No sé. Este mes vamos a dejarlo. El puñetero coronavirus me ha quitado las ganas de escribir. Tenía muchos PLANES y proyectos al llegar, todavía en marzo. Muchos y bonitos. Todo ha quedado colgado en suspenso en un lugar de futuro incierto que desconozco. No sé.

Mención especial. – En Oporto, como he dicho, murió mi teléfono. Perdí todos los contactos y más. En la tienda donde compré el nuevo Miguel Lapa se apiadó de mi, me rescató el Whattsapp y me ayudó a reinstalar todo. Esas cosas, en medio de una pandemia aislado de tu gente y en un país extranjero son cosas que no se olvidan.

Pero sobre todo, Mención Especial para MI GENTE. Tenía muchas ganas de llegar a casa y ver a mi gente. Mucha. Quizás más necesidad que ganas.

De mi casa me estoy haciendo un hartón pero mi gente… Están aquí al lado y están muy lejos… Me entristece.

 

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Portugal (y 3) Un fin de viaje alucinante. La frontera y 1.000 km más.

Desayuno fuerte. Hoy he de pasar la frontera y cruzar España de oeste a este en medio de lo que ya es una pandemia a nivel planetario. Hay que llegar a casa. No sé el tiempo que me queda para encontrar transporte. Esto está chungo. Me dicen que tengo un autobús de Macedo a Braganza. Lo COJO. ¡Tu dirás si lo COJO! Allí veremos. Hay que avanzar.

En Braganza hay otras dos posibilidades y tengo que elegir: Miranda do Duero o Quintanilla. Nadie me sabe orientar. Quintanilla es una aldea. Está más cerca y llego antes. Miranda es mayor y, por mayor, me daría supongo más posibilidades. El primer pueblo español está a 4 km de Quintanilla y a 10 de Miranda. No estoy seguro de que haya paso fronterizo en Miranda pero tampoco sé si estará abierto el de Quintanilla. No se. Elijo Quintanilla. Corazón. Intuición.

Todo son «no sé». En realidad no sé donde voy y sé que tengo prisa aunque no sé cuánta prisa. Mejor no equivocarme pero no sé cómo acertar. Espero no meterme en un punto sin salida porque si no acierto no se si podré volver para atrás, ni si me dará tiempo hoy o me tendré que quedar a dormir otra vez por «no se donde» y no sé si, en ese «no se donde», habrá algún lugar para dormir. Es un galimatías. Un «no sé» exponencial.

Se me ocurre que si quedo varado en algún lugar espero que haya policía y poder preguntar donde cometo un delito para estar a cubierto en la cárcel. Se me va la olla. 

Llegó a Quintanilla y, a media hora caminando, ya estoy en la frontera. Naturalmente, todos los guardias civiles de la aduana, unos 15, se quedan mirando al loco que viene caminando con una mochila a la espalda. No hay nadie más en la Aduana que ellos y yo. Al llegar a su altura, saludo con un genérico «Buenos días», les enseño mi DNI y les digo: «Voy para casa». Tras el lógico interrogatorio, no me ponen ningún problema y me dejan pasar pero me dicen que un transporte hacia cualquier sitio no lo encontraré hasta el primer pueblo, Trabazos, a 7 kilómetros, o hasta Alcañices, a unos 30 kilómetros. Pues ya les digo: «Espero encontrar algo en Trabazos porque más allá no me da ni el tiempo antes del anochecer ni, mucho menos todavía, las piernas». Son casi las 14 horas. 

Entro en Trabazos. Lo que en otro caso hubiera sido un paseo por el campo de «La, España Vaciada» me ha resultado pesado. Y más por la angustia que por la mochila con todas mis cosas que llevo a la espalda. Curiosamente, veo que este es un tramo de los muchísimos senderos del Camino de Compostela. Ahora no me apetece nada el Camino de Compostela. Son las 16 horas.

En Trabazos encuentro un taxi que me lleva a Zamora y allí… Allí todos los buses están cancelados y sólo tengo una posibilidad: un tren a Madrid y, después, un AVE a Barcelona. Madrid está dicen muy afectado por el virus y da miedo, máximo cuando resulta que llegó a Chamartin y me tengo que trasladar a la Estación de Atocha. Y una vez allí tengo una hora escasa para pillar el AVE. Si no hay retrasos. No sé. Pero no hay otra, ahí voy.

Todo esto pasa por carreteras, ciudades y estaciones absolutamente desiertas con un ambiente de catástrofe. Lo que está pasando ES una catástrofe. Y me ha tocado. No es un buen día para viajar a través de todo el país.

Plácido y solitario viaje en tren de Zamora a Madrid y llegó a Chamartin a las 20.30. A las 21.25 sale el AVE a Barcelona. Ya tengo el billete. No dejó de repetirme que todo va saliendo bien. He comido un bocadillo en el camino a Trabazos, tengo galletas, algo de embutido y media Coca-Cola. He de cambiar de estación de Chamartin a Atocha. ¿Taxi o cercanías? Cercanías. No quiero meterme en un coche con nadie y creo que el tren irá vacío. Llevo la bufanda tapando nariz y boca y los guantes de algodón puestos. Más no puedo hacer. Estoy nervioso.

Y voy pensando en lo que vendrá al llegar, encerrado en mi casa durante…. A saber. Paso de viajar por todo el Mundo durante 9 meses a encerrarme entre mis 4 paredes más mías y de nadie más. De 100 a 0. A ver cómo lo llevo. Por lo menos la soledad no me pillará de nuevo o quizás sí, porque la soledad que viene es una soledad cerrada a cal y canto y afectando a los 5 sentidos a la vez. Juntos y revueltos. Va a ser duro.

En Atocha subo al AVE. Penúltima etapa y ya en Barcelona. Parada y Fonda. Estoy agotado y he de dormir. Son las 12 de la noche. Estos días no he dormido ni mucho ni bien.

Ha sido, está siendo, un fin de viaje alucinante. Tienes que ir tomando decisiones a todo taco escogiendo entre «quizás malo» y «quizás menos malo» . Olvide comprar el libro «QUÉ HACER SI TE PILLA DE VIAJE UNA PANDEMÍA».

Yo no sabría qué aconsejar a nadie en esta situación. Ni puta idea. Y es una broma lo del libro pero seguro que a algún perla con complejo de líder y guía de colectivos y multitudes se le ocurrirá en unos días hacer un post con sesudos consejos sobre el tema. Yo, no sé. Esta aventurilla no la tenía en mi colección. He pasado el atentado en Mumbai del 2.008, una persecución de la guerrilla maoísta en Nepal, la quiebra en Bamako de la compañía aérea Sabena que me dejó en la capital de Malí colgado sin un duro durante 4 días, 3 huelgas generales en países varios y otra muchas…pero este cromo de viajar con una pandemia mordiéndome los talones me faltaba.

Ya tranquilo en coche de Barcelona a casa, compra de víveres y… Begur, Sa Riera, casa. Del viaje por 4 continentes a saltar España en un día y encerrarme en casa. Mi nido, o mi guarida, me hace sentir un tremendo alivio. Y un tremendo miedo. Es un arresto domiciliario. Esta vez un cambio de vida a lo bestia y sin descompresión. Del Mundo a casa en el más estricto término de las palabras. Pero ya estoy aquí. Se acabó. Alas plegadas. 

Por ahora…

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Portugal (2) Oporto. Macedo de Cabaleiros. Jaque.

Llego a Oporto a las 3 de la tarde, me voy dando un paseo hasta el alojamiento. Las calles están desiertas como consecuencia del Estado de Alerta Nacional dictado para frenar la propagación del coronavirus. Los portugueses van rápido porque aquí no llegan a los 200 casos en todo el país. Al mismo tiempo se ha decretado en España pero allí son ya más de 6.000 casos. Van tarde.

Las gaviotas y las palomas han tomado la ciudad y buscan comida. Ni se mueven cuando paso por su lado. Están confiadas. La calle es suya.

Y llegado al hostel, mi teléfono fallece. Pum. Se acabó. Hasta aquí ha llegado… Sólo me faltaba esto. Incomunicado.

Encuentro una tienda de telefonía abierta. Me dicen que están esperando órdenes para cerrar y que si esto me hubiera pasado mañana en vez de hoy dudan mucho que encontrará un lugar para arreglar el problema. Un empleado se apiada de mi y me ayuda a recuperar datos y aplicaciones. Tema arreglado. Por los pelos. ¡Qué alivio!

Al despertar no quiero ni escuchar noticias. Me voy a pasear. Si Lisboa es bonita, Oporto es ya una preciosidad. Con un aire portuario barriobajero y, a la vez, elegante y monumental, el río Duero la parte en dos y con él desemboca en el Océano Atlántico. En realidad la orilla izquierda desgajada ya es otra ciudad, Vila Nova de Gaia. Aquí, hasta las iglesias, siempre tan uniformadas, tienen una originalidad indudable con unos mosaicos preciosos e imponentes. Bajo por Santa Catarina babeando con los escaparates de las pastelerías, pasó la Iglesia de San Ildefonso, entró alucinado en la estación Sao Bento y llegó a la Catedral… Si señor, una ciudad magnífica. 

Pasó a la otra orilla por el Puente Luis I, subo a la Serra do Pilar y me paseo por Ramos Pinto. Allí, siempre débil para las tentaciones gastronómicas, no me resisto ni un pelo a tomar un vinito blanco y una croqueta de bacalao. Un “bolinho” que le llaman. Sólo es aperitivo porque se pone a llover, hace frío y no tengo más remedio ni quiero que entrar en un restaurante y zamparme una sopita de verduras y una parrillada de pescado fresco a un precio subdesarrollado y rematar la jugada con un pastel de crema. ¡Ah! Y un chupito de ginja, un vino dulce subido de graduación alcohólica. A las penas puñaladas. 

Vuelta al puente, esta vez por debajo, me hago la Avenida do Aliados hasta la Cámara Municipal do Porto y me confino ya en el hostal. Todo esto lo he hecho prácticamente solo porque Oporto está casi vacío. Domingo y coronavirus es una mezcla letal. Pero esto va a peor… Al tiempo. 

Me dicen en el hostal que mañana es el último día que puedo quedarme. Cierran. Y es que todo Oporto está cerrando. Jaque. De acuerdo, mañana me voy a Macedo de Cabaleiros, el próximo destino en mi plan inicial de viaje, acercándome a la frontera. Una nueva aventura para acabar el viaje. En Macedo conseguiré una máscara de los Caretos de Podence y después…

¿Después qué hago? ¿Cuál es mi responsabilidad. Todo el mundo dice que hay que limitar desplazamientos y que hay que quedarse en casa. De acuerdo ¿Y los que no estamos en casa debemos volver o debemos quedarnos donde estamos? Mañana decidiré. Es difícil…

Portugal 200 casos de coronavirus, España 6.000….

Si me voy… ¿Me meto en el cuarto país más infectado del Mundo por coronavirus? ¿Y si estoy infectado y lo llevo a mi pueblo? Me encuentro bien pero….¿Y si estoy incubando el bicho?

Si me quedo… ¿En un país que me temo cerrará en breve todos los posibles alojamientos y donde no tengo derecho a asistencia médica?

Paranoia. Hay momentos en la vida ante los que no hay decision correcta. Hay que tirar de… ¿Corazón? … ¿Instinto? 

No sé qué hacer. Me angustia. Mañana decidiré… Serenidad. A veces, cuando no sabes qué hacer, no hacer nada es una opción clara para ver como evoluciona la situación. Solo hay que situarse bien en el campo de juego y en mi caso eso es acercarme a la frontera.

Bien. Ya en el bus hacia Macedo. Por ahora estoy en la mejor posición y llevo una pequeña ventaja de tiempo para movimientos y decisiones. Ahora, si quiero volver, me dejen o no, tengo kilómetros de frontera y una aduana a tiro. Móvil, comida para 24 horas, batería externa para 5 días, ropa de abrigo… ¡Que más quiero!

De entrada en Macedo me sacudo un cocido portugués para acumular energías por si en los próximos días tengo problemas. Y porque todo esto, no sé por qué, me ha dado un hambre de lobo estepario y el cocido está buenísimo. Encuentro un hotel, consigo la dirección en Podence, a 10 km de Macedo, del más reconocido artesano de los Caretos de Podence, las mascaras de un Carnaval que aquí se celebra cada año y que quiero conseguir para mi colección. Allí me planto en taxi. Ya tengo mis mascaras y me vuelvo a Macedo. Pim, Pam, Pum.

La verdad es que en Podence el ambiente estaba muy enrarecido. Ya vengo viendo que la gente hace unos días que no me mira bien. Cada vez que preguntas algo, donde antes era todo sonrisas y colaboración ya hay ahora como prisas, como miedo… Pero en Podence, una aldea minúscula, casi había… agresividad. Soy un forastero. Un extraño en una situación de alarma generalizada. Aquí ya nadie es bienvenido.

Y en Macedo todo se precipita a velocidad de crucero: me dicen que el hotel cierra mañana, los alquileres de casas a extranjeros están prohibidos, cierran las fronteras y cancelan todas las salidas de autobús a España. Nuevo jaque. Son las 7 de la tarde y ahora, de noche, no puedo hacer nada. He de estudiar posibilidades, mañana me despierto con el sol y… ¡Corre Nacho! Ahora ya sí. Esto tiene mala pinta… 

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