Mae Hong Son, un pueblo de 10.000 habitantes tranquilo y ordenado, me gusta desde el primer momento. El barrio del lago parece una escena de cuento oriental, el mercado matinal es auténtico, las vistas desde el Wat Doi Kong Mu, con las capas de brumosas montañas al fondo, son una guapada…Aquí me tiro unos días como un gato.
Además, he acertado de pleno en la elección del hostel. Es una antigua casa de madera Shan no muy reformada, con entradas palaciegas, tejados en forma de V, un patio, unos balcones agradables y un restaurante sencillo pero acogedor. La habitación es compartida, cuatro camas tipo cápsula con un baño limpio y amplio. Los compartimentos están curiosamente decorados con sencillez y gusto, con sábanas de seda y un espejo de marco dorado como cabecera.
En el hostel, soy testigo de un accidente. Tres chicas españolas que viajan solas por este salvaje país, están un poco trastornadas porque, a una de ellas, le ha picado un «bicho» en la espalda. Por la pinta de la herida parece ser un mosquito, grande, o incluso, quizás, una arañita, pequeña. Se ha levantado por encima la camiseta para airear el abceso y una amiga le está aplicando hielo. La accidentada tiene la mirada perdida en la lejanía y va diciendo: «Me pica… Me pica.. «. Sin embargo, se la ve serena y entera, sacando fuerzas de flaqueza, y al cabo de unos 10 minutos incluso ya ríe aunque, en cuanto recuerda su herida, vuelve a decir, melancólica y con los ojitos tristes: «Me pica… Me pica… «. Al final, suben todas a la habitación porque parece ser que, una de ellas, tiene una crema muy buena para estos casos que, según afirma, «extrae el veneno hacia afuera». Menos mal porque, desde luego, si extrajera el veneno hacia dentro sería un marrón. Si sé algo más lo comunicaré, pero creo que podemos estar tranquilos y dar el tema por superado. Y es que, en estos países, te puede pasar cualquier cosa…
Fuera bromas…
Consejo de viajero. No viajes nunca sin el Azaron, o lo que uses para las picadas de insectos, a mano. A MANO. Siempre a mano. Me agradecerás el consejo.
Los alrededores de Mae Hong Son están llenos de lugares interesantes para visitar. Pregunto precios de un tuk tuk o una moto para conocerlos y pretenden sacudirme 40 euracos. Angelo, un italiano de 26 años, con el que ayer cené y charlé un rato, se va de excursión en moto y me apunto. Tiene 26 años y ha acabado la carrera de físicas. Antes de ponerse con el trabajo de investigación de final de carrera se ha tomado 3 meses para viajar. Es dicharachero, simpático, presumido, espigado, con ojos azules y nariz grande. Es decir, italiano.
Me agencio un casco y menos mal, porque Angelo es, me repito, un italiano “vero”, y conduce la moto como si se le estuviera quemando la pizza.
La carretera es, primero, kilométricamente recta y, después, cuando se adentra y asciende por las montañas, se convierte en un loop de curvas sinuosas y mareantes rodeadas de bosque selvático, plataneros y campos de arroz.
Primero nos paramos en lo que llaman la «aldea china», un pueblo, o mas bien un decorado, tipo pesebre kistch, donde tomamos un té. Luego llegamos a la frontera de Myanmar donde nos dejan pasar a la primera aldea y puedo hacer acopio de tabaco birmano. Comemos una sopa de fideos con huevo duro, carne picada de cerdo y verduras y visitamos el puente de bambú, otra de las atracciones locales.
Lo que ni pensamiento de ir a ver es el poblado de las mujeres jirafa, show inhumano que cualquier persona que se precie de serlo debería abstenerse de promocionar activa o pasivamente. A las niñas, desde muy pequeñitas, les van poniendo collares para alargar su cuello antinaturalmente creándoles obvios problemas físicos y fuertes dolores con el único fin de montar ese show de monstruos para consumo de turistas sin criterio ni conciencia. A los padres de ellas les colgaba yo un par de pesos de los huevos para que hicieran un espectáculo guapo arrastrándolos por el suelo. Las costumbres ancestrales no lo justifican todo, ni mucho menos. Ni jirafas, ni ablaciones, ni toros, ni un largo etcétera de salvajadas y sinrazones.
Tras la palicilla en moto, haciendo kilómetros como en un cohete, a mediterráneas arrancadas, frenazos y sacudidas, pillamos un Hot Spring a media tarde, una de esas piscinikis de agua termal sulfurosa que me sienta como un regalo. Echaba de menos los onsen japoneses. Y para rematar la jornada, después de una buena ducha, nos vamos a cenar al pueblo en el Night Market al lado del lago. Total, día completo. Otro día feliz en el Mundo.
Me voy de trekking. Si no me meto en estas montañas me sale un sarpullido. Lo gatuno no quita lo montés.
Voy, con una pareja de irlandeses y un guia, a una aldea de la etnia Karen en las montañas. Por la mañana unas buenas 3 horas dando guerra, cruzando ríos de un lado a otro y algún trecho de ascensión fuerte. Otra vez las sanguijuelas. Eso sí me da mal rollo. Lo demás, en la línea. Jungla cerrada, buen ejercicio y Naturaleza magnifica. Una comida frugal de arroz con pollo en la aldea y otras 4 horas por la tarde. Aquí los senderos ya se convierten en camino de carros, pedregales y barrizales. Y de vuelta a Mae Hong Son.
Estas montañas con nieblas perpetuas son preciosas. Me he quedado con ganas de más.
Estoy un poco preocupado porque me ha salido un bulto como una pequeña canica encima del pie. Roza con las botas y handicapa el caminar. Dice mi médico en viaje, Rosa, que puede ser lo que llaman un gangliòn, y que, si crece y da más guerra, hay que operar. Me temo que esto me hará volver antes de hora. Què se le va a hacer. Ya está previsto en el plan de mi Vuelta al Mundo entrar en boxes un par de veces.
Voy bajando hacia Bangkok. Próxima parada, Mae Sariang.