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Vietnam (1) Una excursión a Vietnam. Ciudades.

El viaje por Vietnam lo haré en 2 etapas. Ahora solo tengo tiempo para hacer una excursión de 10 días y conocer un poco del centro y del sur. Dejaré el norte para otra ocasión no muy lejana.

Seis horitas de escala en el aeropuerto de Singapur y me planto en Ho Chi Minh a eso de las 10 de la mañana. Voy a parar a una pensión de Bui Vien, una calle que, a base de laberinticos callejones afluentes, se convierte en un barrio entre chino y canalla con mucho mochilero y juerga nocturna. Restaurantes, hoteles, salones de masaje, música a tope y luces de neón.

Estoy muy cansado. He perdido peso y solo se me ve cabeza y pelo. Ni chicha ni limoná. Suerte que en Vietnam se come de fábula.

Primera en la frente. Vietnam es un país pobre y mujeres guapas. Con esas bases, echa cuentas y te salen occidentales, más o menos viejos, con niñas vietnamitas minifalderas. Me da repelús el turismo sexual. Mira, es algo con lo que no puedo.

En Ho Chi Minh el tráfico es una verdadera locura. Aquí hay más de 6 millones de motos que te salen por todas partes: izquierda, derecha, por la acera, por delante, por detrás… Se suben hasta por los árboles si es necesario para avanzar. El peatón es un animal acosado en constante peligro.

Me dedico a callejear, ver los monumentos más típicos y, naturalmente, el inevitable Museo de la Guerra, un verdadero museo de los horrores. Monstruoso. Deprimente. Terrorífico. Sangre, torturas, malformaciones, amputaciones… Muerte, miedo, sufrimiento, locura… Los límites de la barbarie humana son insondables. Quizás por eso, en Vietnam cuesta más arrancar sonrisas. Algunos viejos han hecho, en una vida, dos guerras: contra los franceses primero y contra los americanos después. Échale guindas al pavo.

Próxima parada en Huè. Esta ciudad la visito en un día y poco más en una especie de treking urbano y cultural de 12 horas seguidas bajo una constante llovizna. La ciudadela de los emperadores, el río de los Perfumes, el mercado… No soy mucho yo de conjuntos monumentales. Mi madre me parió más bruto que culturitas y a mí los monumentos me aburren bastante.

Me alucinan, eso sí, los grupos organizados. Todos escuchan, con cara solemne y asintiendo, el tostón que les suelta  el guía explicando la profunda influencia del lugar en cuestión  en la Constitución chino-mandarin de finales del siglo Cual. A veces, para distraerme, me infiltró en algún grupo de esos e intento identificar a los individuos tipo que siempre hay en esas manadas. A saber:

1.- El Listo. Este ha entrado en internet la noche anterior y se arranca a preguntarle al guia si no cree que, ese importante monumento, también influyò de forma decisiva en la sociedad dominante de la Rusia postártara. Un plasta, vamos.

2.- El Tragón. Mira a todos lados y se le mueve la nuez porque saliva constantemente. Esta buscando la cafetería mientras piensa en el chuletón que se va a zampar para cenar esa noche en el hotel. No confundir con el Meón, que también mira a todos lados porque busca el lavabo. Este hace caras de sufrimiento y, cuando se para, cruza las piernas. 

3.- El Fotógrafo. Lo conoceréis enseguida porque hace fotos hasta a las papeleras. Es inofensivo salvo que, cuando vuelva a casa, te invite a cenar. En ese caso es letal como una serpiente de cascabel y, si aceptas, a las 3 horas de fotos pedirás auxilio con angustia. Nadie podrá ayudarte. No hay antídoto.

4.- El Saleroso. A éste todo le dá para hacer una gracia y se ríe de sus propios chistes. Otro plasta. Ponerse a su lado es una temeridad. Constantemente te mirará a ver si ríes sus estúpidas ocurrencias. Tú boca quedará en un rictus horrible y se te desencajará la mandíbula para siempre.

5.- El Gran Cazador Blanco. Es mi preferido. Siempre atento y expectante para encarar cualquier peligro que pueda acechar al grupo. Viste todo el equipo de explorador, salvo el salacot que suele sustituir por una gorra de béisbol, aunque luce más en su versión de pantalón corto o bermudas con bambas y calcetines blancos. En todo caso, imprescindible el chaleco con bolsillos, botones y cremalleras por doquier. Puede costar diferenciarlo del Fotógrafo y del Listo porque también lleva una réflex enorme y hace sesudas preguntas, pero aprovechará la menor excusa para lucir su navaja multiusos delatándose así de forma clara y rotunda. Otra pista: lleva todos los artilugios prácticos habidos y por haber, desde linterna hasta prismáticos.

Toca irse a Hoi An. En el camino, un par de paradas. Guay la montaña de mármol. Lastima que a algun payaso se le ocurrió poner un ascensor hasta el primer nivel para no currarse las escaleras y, a partir de ahí, «cagada la Hemus»: turísteo a tope.

De Hoi An poca cosa. Pintoresco lo de las calles decoradas con farolillos, pero a mí no me dicen nada estos pueblos pesebre lanzados al consumismo turístico sin miramiento alguno. Las antiguas y preciosas casas de madera del centro de Hoi An se han reconvertido en comercios haciéndolas casi desaparecer abarrotadas de capas y capas de género en venta. Pan para hoy y hambre para mañana.

Bonito el espectáculo del río por la noche, lleno de barcas con farolillos y cajitas de colores con velas encendidas. Romántico, supongo. Y en cuanto a las playas, que voy a decir…vivo en Sa Riera, la playa más bonita del mundo. O vivía.

Se acabó. Paso de más ciudades y me voy a la isla de Phu Quoc. Viaje a Ítaca.